Harry Potter. La colección completa (461 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—Y pagada por magos —replicó Bill, y el duende le lanzó una rápida mirada desafiante.

Un fuerte viento azotaba las ventanas de la pequeña vivienda cuando Bill y Ollivander emprendieron la marcha. Los demás se apretujaron alrededor de la mesa; codo con codo y sin apenas espacio para moverse, empezaron a comer, mientras el fuego chisporroteaba y danzaba en la chimenea. Harry se fijó en que Fleur sólo jugueteaba con la comida y miraba por la ventana a cada momento; por fortuna, Bill regresó antes de que hubieran terminado el primer plato, aunque el viento le había enredado el largo cabello.

—Todo ha ido bien —le dijo a Fleur—. Ollivander ya está instalado en casa de tía Muriel, y mis padres te mandan saludos. Ginny os envía recuerdos a todos. Fred y George están sacando de quicio a Muriel porque todavía dirigen su negocio mediante el Servicio de Envío por Lechuza desde un cuartito. Pero recuperar su diadema la ha animado un poco; me ha dicho que creía que se la habían robado.

—¡Ay! Tu tía es
charmante
—dijo Fleur ceñuda. Agitó la varita e hizo que los platos sucios se elevaran y se amontonaran en el aire; entonces los cogió y salió del comedor.

—Mi padre ha hecho una diadema —intervino Luna—. Bueno, en realidad es una corona. —Sonriendo, Ron miró de reojo a Harry y éste dedujo que su amigo se estaba acordando del ridículo sombrero que habían visto en la casa de Xenophilius—. Sí, está intentando recrear la diadema perdida de Ravenclaw. Cree que ya ha identificado todos los elementos fundamentales; añadir las alas de
billywig
ha sido una idea muy original…

Se oyó un fuerte golpe en la puerta de la calle y todos se volvieron hacia allí. Fleur, asustada, salió a toda prisa de la cocina; Bill se puso en pie de un brinco, apuntando a la puerta con la varita; Harry, Ron y Hermione hicieron otro tanto, mientras que Griphook, sigiloso, se escondió debajo de la mesa.

—¿Quién hay ahí? —gritó Bill.

—¡Soy yo, Remus John Lupin! —respondió una voz superando el bramido del viento. Harry se estremeció de miedo; ¿qué habría pasado?—. ¡Soy un hombre lobo, estoy casado con Nymphadora Tonks, y tú, el Guardián de los Secretos de El Refugio, me revelaste la dirección y me instaste a venir aquí en caso de emergencia!

—Lupin —murmuró Bill, y corrió hacia la puerta para abrirla de golpe.

Lupin se derrumbó en el umbral; envuelto en una capa de viaje y con el entrecano cabello muy alborotado, se lo veía muy pálido. No obstante, se enderezó, miró alrededor para ver quién había allí y entonces gritó:

—¡Es un niño! ¡Le hemos puesto Ted, como el padre de Dora!

Hermione se puso a chillar:

—¿Qué? ¿Que Tonks… que Tonks ha tenido el bebé?

—¡Sí, sí! ¡Ha tenido el bebé! —gritó Lupin.

Todos dieron gritos de alegría y suspiros de alivio. Hermione y Fleur gritaron «¡Enhorabuena!». Y Ron dijo «¡Vaya, un bebé!», como si jamás hubiera oído nada parecido.

—Sí, sí… Es un niño —repitió Lupin, que parecía aturdido de felicidad. Rodeó la mesa dando zancadas y abrazó a Harry; era como si la escena en el sótano de Grimmauld Place nunca hubiera tenido lugar—. ¿Querrás ser el padrino? —le preguntó.

—¿Yo…? —balbuceó el muchacho.

—Sí, sí, tú. Dora está de acuerdo, no se nos ocurre nadie mejor…

—Pues… sí, claro. Vaya…

Harry estaba abrumado, atónito, encantado. Bill fue a buscar vino y Fleur intentó convencer a Lupin para que se quedara a brindar con ellos.

—No puedo quedarme mucho rato, tengo que regresar —dijo el hombre lobo mirándolos a todos con una sonrisa de oreja a oreja, y Harry se fijó en que parecía muy rejuvenecido—. Gracias, gracias, Bill.

Bill no tardó en llenarles la copa a todos; formaron un corro y alzaron las copas.

—¡Por Teddy Remus Lupin —brindó Lupin—, un gran mago en potencia!

—¿A quién se
paguece
? —preguntó Fleur.

—Yo creo que se parece a Dora, pero ella dice que es igual que yo. No tiene mucho pelo; al nacer lo tenía negro, pero al cabo de una hora ya se le había vuelto pelirrojo. Seguramente, a estas alturas ya debe de tenerlo rubio. Andrómeda dice que a Tonks le cambió el color del pelo el mismo día que nació. —Vació la copa de un trago—. Va, sólo una más —pidió sonriente, y Bill se la llenó.

El viento azotaba la casita, pero el fuego chisporroteaba y caldeaba la sala; Bill no tardó en abrir otra botella de vino. La noticia de Lupin había logrado que se olvidaran de sus problemas y los había liberado un rato de su estado de sitio; la buena nueva de un nacimiento resultaba estimulante. Al único que parecía no afectarle aquel repentino ambiente festivo era al duende, quien poco después se retiró al dormitorio que ahora ocupaba él solo. Harry creyó que él era el único que se había fijado, pero vio que Bill lo seguía con la mirada mientras subía por la escalera.

—No, no. De verdad, tengo que marcharme —aseguró Lupin al fin, rehusando otra copa de vino. Se levantó y se echó por encima la capa—. Adiós, adiós. Volveré dentro de unos días e intentaré traeros fotografías. Todos se alegrarán cuando les diga que os he visto…

Se abrochó la capa y se despidió, abrazando a las mujeres y estrechando la mano a los hombres, y luego, todavía sonriente, se perdió en la tempestuosa noche.

—¡Vas a ser padrino, Harry! —dijo Bill cuando se encontraron en la cocina ayudando a recoger la mesa—. ¡Qué gran honor! ¡Felicidades!

Mientras Harry depositaba las copas vacías en el fregadero, Bill cerró la puerta, de modo que dejaron de oírse las animadas voces de los demás, que seguían celebrando el acontecimiento pese a que Lupin ya se había marchado.

—Mira, quería hablar en privado contigo, Harry. Con la casa tan llena de gente, hasta ahora no he encontrado el momento. —Bill vaciló un instante, pero añadió—: Tú estás planeando algo con Griphook. —No era una pregunta sino una afirmación, y Harry no se molestó en desmentirla; se limitó a mirar a Bill—. Conozco a los duendes, pues llevo trabajando en Gringotts desde que salí de Hogwarts. Y si se puede hablar de amistad entre magos y duendes, puedo asegurar que yo tengo amigos que pertenecen a esa raza, o al menos los conozco bien y simpatizo con ellos. —Titubeó otra vez—. ¿Qué le has pedido a Griphook y qué le has prometido a cambio?

—Eso no puedo decírtelo —contestó Harry—. Lo siento.

En ese momento Fleur abrió la puerta de la cocina; traía más copas y platos.

—Espera un momento, por favor —le dijo Bill. Ella se retiró y él volvió a cerrar la puerta—. Entonces, Harry, tengo que decirte una cosa: si has hecho alguna clase de trato con Griphook, y sobre todo si incluye algún objeto de valor, debes tener mucho cuidado. Los conceptos de propiedad, pago y recompensa de los duendes no son los mismos que los de los humanos.

Harry sintió un leve malestar, como si una pequeña serpiente se hubiera estremecido en su interior.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—Mira, estamos hablando de seres de otra raza. Los tratos entre magos y duendes siempre han sido tensos, desde hace siglos. Pero eso ya debes de saberlo, porque has estudiado Historia de la Magia. Ambos han cometido errores, y yo no digo que los magos hayan sido siempre inocentes. Sin embargo, algunos duendes creen (y los de Gringotts son los más inclinados a esa opinión) que cuando se trata de oro y tesoros, no se puede confiar en los magos, porque éstos no respetan el concepto de propiedad que tienen ellos.

—Yo respeto… —murmuró Harry, pero Bill movió la cabeza y le dijo:

—Tú no lo entiendes, Harry, ni puede entenderlo nadie que no haya trabajado con duendes. Para éstos, el verdadero amo de cualquier objeto es su fabricante, no la persona que lo ha comprado. De manera que todos los objetos elaborados por ellos son, a sus ojos, legítimamente suyos.

—Pero si alguien compra un objeto…

—En ese caso lo consideran alquilado por ese alguien. Les cuesta mucho entender la idea de que los objetos hechos por ellos pasen de un mago a otro. Ya viste qué cara puso Griphook cuando vio la diadema; no lo aprueba. Creo que piensa, al igual que los más fieros de su raza, que deberían habérsela devuelto a ellos cuando murió la persona que la había comprado. Tanto es así que consideran nuestra costumbre de conservar los objetos hechos por ellos, y la de heredarlos de un mago a otro sin volver a desembolsar dinero, poco menos que un robo.

Harry tuvo un mal presentimiento y se preguntó si Bill sabía más de lo que aparentaba.

—Lo único que te aconsejo —añadió Bill antes de volver al salón— es que tengas mucho cuidado con lo que prometes a los duendes, porque sería menos peligroso entrar por la fuerza en Gringotts que faltar a una promesa hecha a uno de ellos.

—De acuerdo —dijo Harry—. Gracias. Lo tendré en cuenta.

Siguió a Bill para reunirse con los demás y lo asaltó un pensamiento irónico, producto sin duda del vino ingerido: parecía encaminado a convertirse en un padrino tan temerario para Teddy Lupin como Sirius Black lo había sido para él.

26
Gringotts

Ya tenían los planes hechos y habían terminado los preparativos. En el dormitorio más pequeño, sobre la repisa de la chimenea, había un frasquito de cristal que contenía un solo pelo negro, largo y grueso, que habían recuperado del jersey que Hermione llevaba puesto cuando estuvieron en la Mansión Malfoy.

—Y utilizarás su varita —indicó Harry señalando la varita de nogal—. Yo creo que darás el pego.

Hermione la cogió con miedo, como si temiera que le mordiera o le picara.

—La odio —musitó—. La odio, de verdad. Me produce una sensación muy rara, y no me funciona bien. Es como un trozo de… de ella.

Harry recordó que Hermione no le había hecho caso cuando él se quejó de que no le gustaba la varita de endrino; al contrario, había insistido en que eso de que no funcionara bien eran sólo imaginaciones suyas y que únicamente tenía que practicar. Pero decidió no pagarle con la misma moneda; la víspera del asalto a Gringotts no parecía el momento idóneo para provocar enfrentamientos.

—Supongo que te resultará más fácil si te metes en la piel del personaje —le sugirió Ron—. ¡Piensa en todo lo que ha hecho esa varita!

—¡Pero si a eso mismo me refiero! —replicó Hermione—. Ésta es la varita que torturó a los padres de Neville y a quién sabe cuánta gente más. Y sobre todo ¡es la varita que mató a Sirius!

Harry no había caído en la cuenta; al mirar ahora aquel instrumento, sintió un incontrolable impulso de romperlo, de cortarlo por la mitad con la espada de Gryffindor, que estaba apoyada contra la pared, a su lado.

—Echo de menos mi varita —dijo la chica con tristeza—. Es una lástima que el señor Ollivander no haya podido hacerme una nueva a mí también.

Esa misma mañana, Ollivander le había enviado una varita nueva a Luna, y ésta se hallaba en el jardín trasero, poniendo a prueba sus habilidades al sol de la tarde. Dean, a quien los Carroñeros habían quitado también la varita, la contemplaba con aire compungido.

Harry observó entonces la varita de espino que había pertenecido a Draco Malfoy y le sorprendió —tanto como le complació— descubrir que funcionaba como mínimo tan bien como la que Hermione le había dado. Recordando lo que Ollivander les había contado sobre el funcionamiento secreto de las varitas mágicas, Harry creyó saber cuál era el problema de Hermione: ella no se había ganado la lealtad de la varita de nogal porque no se la había quitado personalmente a Bellatrix.

Mientras así discurrían, se abrió la puerta del dormitorio y entró Griphook. Instintivamente, Harry cogió la espada y se la acercó más, pero enseguida se arrepintió, porque se dio cuenta de que al duende no le pasó inadvertido el gesto. Con ánimo de reparar su error, dijo:

—Estábamos repasando los últimos detalles, Griphook. Les hemos dicho a Bill y Fleur que partiremos mañana, y que no es necesario que se levanten para despedirnos.

Habían sido intransigentes en ese punto, porque Hermione tendría que transformarse en Bellatrix antes de marcharse, y cuanto menos supieran o sospecharan sobre lo que se disponían a hacer, mejor. También les habían comunicado que no regresarían, por lo que Bill les prestó otra tienda de campaña, ya que habían perdido la de Perkins en el episodio con los Carroñeros. Ahora la nueva tienda estaba guardada en el bolsito de cuentas, que Hermione había protegido de los Carroñeros mediante el sencillo recurso de metérselo dentro del calcetín, lo cual había impresionado a Harry.

Aunque añoraría a los que se quedaban allí, por no mencionar las comodidades de que habían disfrutado en El Refugio aquellas últimas semanas, Harry anhelaba poner fin a su confinamiento. Estaba harto de tener que asegurarse de que nadie los escuchaba, y de quedarse encerrado en aquel diminuto y oscuro dormitorio. Pero, sobre todo, tenía muchas ganas de librarse de Griphook. Sin embargo, cómo y cuándo exactamente iban a separarse del duende sin entregarle la espada de Gryffindor seguía siendo una pregunta sin respuesta. Aún no habían decidido cómo lo harían, porque el duende casi nunca dejaba solos a los tres jóvenes más de cinco minutos. «Podría darle clases a mi madre», había comentado un día Ron, porque los largos dedos del duende asomaban una y otra vez por los bordes de las puertas. Harry, que no había olvidado la advertencia de Bill, sospechaba que Griphook estaba alerta por si los chicos intentaban alguna artimaña. Además, había perdido toda esperanza de que Hermione, que desaprobaba la intención de engañar al duende, aportara alguna idea luminosa para llevar su plan a buen puerto; en cuanto a Ron, lo único que había dicho, en las raras ocasiones en que conseguían liberarse de Griphook unos minutos para hablar a solas, era: «Tendremos que improvisar, colega.»

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