Harry Potter. La colección completa (468 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

—¡Sabía que vendrías! ¡Ya le decía yo a Seamus que sólo era cuestión de tiempo!

—¿Qué te ha ocurrido, Neville?

—¿Por qué? ¿Lo dices por esto? —Se señaló las heridas quitándoles importancia con un gesto—. ¡Bah, no es nada! Seamus está mucho peor que yo, ya lo verás. Bueno, ¿nos vamos? ¡Ah! —dijo volviéndose hacia Aberforth—. Quizá lleguen un par de personas más, Ab.

—¿Un par de personas más? —repitió Aberforth, alarmado—. ¿Qué significa eso, Longbottom? ¡Hay toque de queda y un encantamiento maullido en todo el pueblo!

—Ya lo sé, precisamente por ese motivo se aparecerán en el bar. Envíalos por el pasadizo cuando lleguen, ¿quieres? Muchas gracias.

Tendiéndole una mano a Hermione, Neville la ayudó a subir a la repisa de la chimenea y a entrar en el túnel; Ron la siguió, y luego el mismo Neville se metió también por el hueco. Harry se dirigió a Aberforth:

—No sé cómo darle las gracias. Nos ha salvado la vida dos veces.

—Pues cuida de ellos —repuso Aberforth con brusquedad—. Quizá no pueda salvaros una tercera vez.

Harry trepó a la repisa y se introdujo por el hueco que había detrás del retrato de Ariana. Al otro lado se encontró unos desgastados escalones de piedra; daba la impresión de que el pasadizo era muy antiguo. De las paredes colgaban lámparas de latón, y el suelo de tierra estaba liso y erosionado. Los chicos se pusieron en marcha y sus sombras se reflejaron ondulantes en las paredes.

—¿Cuánto tiempo hace que existe este túnel? —preguntó Ron—. No aparece en el mapa del merodeador, ¿verdad, Harry? Yo creía que sólo había siete pasadizos que conectaban el colegio con el exterior.

—Todos ésos los cerraron antes de que empezara el curso —explicó Neville—. Ya no se puede utilizar ninguno de ellos, porque hay maldiciones en las entradas y
mortífagos
y
dementores
esperando en las salidas. —Se puso a caminar de espaldas, sonriente, como si no quisiera perder de vista ni un momento a sus amigos—. Pero eso no importa ahora… Oye, ¿es verdad que entrasteis por la fuerza en Gringotts y escapasteis montados en un dragón? Se ha enterado todo el mundo, nadie habla de otra cosa. ¡Carrow le dio una paliza a Terry Boot por contarlo a los cuatro vientos en el Gran Comedor a la hora de la cena!

—Sí, sí, es cierto —contestó Harry.

Neville se echó a reír con alegría y preguntó:

—¿Qué hicisteis con el dragón?

—Lo soltamos —dijo Ron—, aunque Hermione quería quedárselo como mascota…

—¡Anda, no exageres, Ron!

—Pero ¿qué habéis estado haciendo? Había gente que decía que habías huido, Harry, pero yo no me lo creí. Seguro que te traías algo entre manos.

—Tienes razón —dijo Harry—. Pero háblanos de Hogwarts, Neville. No sabemos nada.

—Pues… bueno, Hogwarts ya no parece Hogwarts —afirmó el chico, y la sonrisa se le borró de los labios—. ¿Sabes lo de los Carrow?

—¿Esos dos
mortífagos
que dan clases en el colegio?

—Hacen algo más que dar clases: se encargan de mantener la disciplina; les encanta castigar.

—¿Como Umbridge?

—No; son mucho peores que ella. Los otros profesores tienen órdenes de mandarnos ante ellos cada vez que cometemos alguna falta. Pero, si pueden evitarlo, lo evitan. Es evidente que los odian tanto como nosotros.

»Amycus, el tipo ese, enseña lo que antes era Defensa Contra las Artes Oscuras, aunque ahora la asignatura se llama Artes Oscuras a secas, y nos obliga a practicar la maldición
cruciatus
con los alumnos castigados.

—¿Quéeee? —exclamaron Harry, Ron y Hermione a la vez, y su grito resonó por todo el pasadizo.

—Sí, como lo oís —confirmó Neville—. Este corte me lo gané así —añadió señalando un tajo que tenía en la mejilla—, porque me negué a hacerlo. Aunque hay gente que lo aprueba; a Crabbe y Goyle, por ejemplo, les encanta. Supongo que es la primera vez que destacan en algo.

»Alecto, la hermana de Amycus, enseña Estudios
Muggles
, una asignatura obligatoria para todos los alumnos. De manera que tenemos que oír cómo nos explica que los
muggles
son como animales, estúpidos y sucios, que obligaron a los magos a esconderse porque eran crueles con ellos, pero asegura que ahora va a restablecerse el orden natural. Esto de aquí —se señaló otro corte en la cara— me lo gané por preguntarle cuánta sangre
muggle
tenían ella y su hermano.

—Jo, Neville —intervino Ron—, hay momentos en que uno tiene que saber callar.

—Eso lo dices porque no la oíste. Tú tampoco lo habrías aguantado. El caso es que ayuda ver que la gente les planta cara; eso nos da esperanzas. Yo lo aprendí viéndote a ti, Harry.

—Pero te han utilizado de afilador de cuchillos —dijo Ron, e hizo una mueca de dolor cuando pasaron por una lámpara que iluminó las heridas de Neville.

—Bueno, no importa. Como no quieren derramar demasiada sangre limpia, sólo nos torturan un poco si somos demasiado respondones, pero no llegan a matarnos.

Harry no sabía qué era peor: lo que estaba explicando Neville o la naturalidad con que lo hacía.

—Los únicos que de verdad están en peligro son esos cuyos amigos y parientes dan problemas en el exterior. A ésos los toman como rehenes. El viejo Xeno Lovegood se estaba pasando con sus críticas en
El Quisquilloso
, y por eso se llevaron a Luna del tren cuando volvía a casa para pasar las vacaciones de Navidad.

—Luna está bien, Neville. Nosotros la hemos visto…

—Sí, ya lo sé. Consiguió enviarme un mensaje.

Neville sacó una moneda de oro del bolsillo y Harry la reconoció: era uno de los galeones falsos que los miembros del Ejército de Dumbledore utilizaban para enviarse mensajes.

—Nos han ido muy bien —dijo Neville mirando sonriente a Hermione—. Los Carrow nunca descubrieron cómo lográbamos comunicarnos, y eso los ponía furiosos. Nos escapábamos por la noche y hacíamos pintadas en las paredes: «El Ejército de Dumbledore sigue reclutando gente», y cosas así. Snape estaba histérico.

—¿Os escapabais? —preguntó Harry, reparando en que Neville hablaba en pasado.

—Bueno, a medida que pasaba el tiempo cada vez era más difícil. Por Navidad perdimos a Luna, y Ginny no volvió después de Pascua, y nosotros tres éramos los líderes, por decirlo así. Los Carrow debían de saber que yo estaba detrás de toda la movida, así que empezaron a castigarme más en serio, y entonces pillaron a Michael Córner liberando a un alumno de primer año al que habían encadenado, y se ensañaron con él. Ese hecho asustó mucho a la gente.

—No me extraña —masculló Ron. El pasadizo ascendía un poco.

—Sí, y yo no tenía derecho a pedirle a la gente que pasara por lo que había pasado Michael, así que dejamos de emplear ese tipo de maniobras.

»Pero seguimos luchando, trabajando en la clandestinidad, hasta hace un par de semanas. Supongo que entonces decidieron que sólo había una forma de pararme los pies, y fueron por mi abuela.

—¡¿Quéeee?! —exclamaron Harry, Ron y Hermione al unísono.

—Sí, así es —dijo Neville jadeando un poco, porque la pendiente del pasadizo era cada vez más pronunciada—. No cuesta mucho imaginarse cómo piensa esa gente. Lo de secuestrar niños para obligar a sus parientes a comportarse les había dado muy buen resultado, y supongo que sólo era cuestión de tiempo que se dedicaran a hacerlo al revés. El caso es —añadió volviéndose hacia sus amigos (a Harry le sorprendió ver que sonreía)— que con mi abuela les salió el tiro por la culata. Como la vieja vive sola, creyeron que no necesitaban enviar a nadie particularmente hábil. Pues bien —rió muy satisfecho—, Dawlish todavía está en San Mungo, y mi abuela logró huir. Me escribió una carta —añadió dándose unas palmadas en el bolsillo del pecho de la túnica— diciendo que estaba orgullosa de mí, que soy el digno hijo de mis padres, y me animó a seguir luchando.

—¡Qué guay! —comentó Ron.

—Sí, mucho —dijo Neville, la mar de contento—. Lo único malo es que cuando comprendieron que no conseguían controlarme decidieron que Hogwarts podía pasar sin mí. No sé si planeaban matarme o enviarme a Azkaban, pero, sea como fuere, me di cuenta de que había llegado el momento de desaparecer.

—Pero —cuestionó Ron, confundido— ¿no vamos… no estamos volviendo a Hogwarts?

—Sí, claro. Ya verás. Casi hemos llegado.

Doblaron una esquina y llegaron al final del pasadizo. Otros escalones conducían hasta una puerta igual que la que había oculta detrás del retrato de Ariana. Neville la abrió y entró. Harry lo siguió y oyó cómo el chico le anunciaba a alguien:

—¡Mirad quién ha venido! ¿No os lo decía yo?

Una vez Harry estuvo en la habitación, se oyeron gritos y exclamaciones:

—¡¡Harry!!

—¡Es Potter! ¡¡Es él!!

—¡Ron!

—¡Hermione!

Harry percibió una confusa imagen en la que se mezclaban tapices de colores, lámparas y caras. Un instante más tarde, los tres amigos se vieron sepultados por cerca de una veintena de personas que los abrazaban y les daban palmadas en la espalda, les alborotaban el pelo y les estrechaban la mano. Era como si acabaran de ganar una final de
quidditch
.

—¡Bueno, bueno! ¡Calmaos! —gritó Neville, y el grupo se retiró.

Harry vio por fin dónde se encontraba. Sin embargo, no reconoció la enorme estancia, que parecía el interior de una lujosa cabaña en lo alto de un árbol, o quizá un gigantesco camarote de barco. Había hamacas multicolores colgadas del techo y de un balcón que discurría por las paredes, forradas de madera oscura, sin ventanas y cubiertas de llamativos tapices. Estos tenían distintos colores de fondo, como el escarlata, con el león dorado de Gryffindor estampado; el amarillo, con el tejón negro de Hufflepuff; y el azul, en el que destacaba el águila broncínea de Ravenclaw. Los colores verde y plateado de Slytherin eran los únicos que faltaban. Asimismo había estanterías repletas de libros, varias escobas apoyadas contra las paredes, y en un rincón una gran radio de caja de madera.

—¿Dónde estamos?

—En la Sala de los Menesteres, ¿dónde si no? —contestó Neville—. Supera las expectativas, ¿verdad? Verás, los Carrow me perseguían, y yo sabía que sólo había una guarida posible, así que conseguí colarme por la puerta ¡y esto fue lo que encontré! Bueno, cuando llegué no estaba exactamente así; era mucho más pequeña, sólo había una hamaca y unos tapices de Gryffindor. Pero a medida que han ido llegando miembros del Ejército de Dumbledore se ha agrandado más y más.

—¿Y los Carrow no pueden entrar? —preguntó Harry mirando alrededor en busca de la puerta.

—No, qué va —respondió Seamus Finnigan, a quien Harry no reconoció hasta que lo oyó hablar, porque el muchacho tenía la cara hinchada y cubierta de cardenales—. Es una guarida perfecta: mientras uno de nosotros se quede aquí dentro, ellos no pueden entrar, porque la puerta no se abre. Y todo gracias a Neville; él sí entiende cómo funciona esta sala. Mira, tienes que pedirle exactamente lo que necesitas, por ejemplo: «No quiero que entre nadie que apoye a los Carrow», y entonces lo cumple. Tan sólo debes asegurarte de no dejar ninguna laguna. ¡Neville es un genio!

—La verdad es que es muy sencillo —dijo Neville con modestia—. Resultó que llevaba aquí un día y medio y tenía un hambre voraz, así que pensé que me encantaría comer algo y al punto se abrió el pasadizo que conduce hasta Cabeza de Puerco. Lo recorrí y me encontré con Aberforth. Él nos ha suministrado comida, porque, por algún motivo, eso es lo único que la Sala de los Menesteres no es capaz de proporcionar.

—Ya, claro. La comida es una de las cinco excepciones de la Ley de Gamp sobre Transformaciones Elementales —dijo Ron para asombro de todos los presentes.

—Llevamos casi dos semanas escondidos aquí —continuó Seamus—, y siguen apareciendo más hamacas cada vez que las necesitamos. Y cuando empezaron a llegar chicas, la sala creó un cuarto de baño que no está nada mal…

—Es que pensamos que nos gustaría lavarnos un poco, ¿sabes? —aportó Lavender Brown, en quien Harry no se había fijado hasta ese momento. El muchacho recorrió la estancia con la mirada y reconoció muchas caras: las gemelas Patil, Terry Boot, Ernie Macmillan, Anthony Goldstein, Michael Córner…

—Pero cuéntanos qué has estado haciendo —dijo Ernie—. Hemos oído muchos rumores e intentado seguirte el rastro escuchando «Pottervigilancia». —Señaló la radio y agregó—: ¿Es verdad que lograsteis entrar en Gringotts?

—¡Sí, es verdad! —dijo Neville—. ¡Y lo del dragón también es cierto!

Hubo una salva de aplausos y algunos gritos; Ron agradeció las felicitaciones con una reverencia.

—¿En qué andabais metidos? —preguntó Seamus, impaciente.

Antes de que los chicos pudieran eludir esa pregunta formulando alguna otra, Harry notó una terrible punzada en la cicatriz. Mientras se giraba rápidamente para darles la espalda a todos aquellos rostros llenos de curiosidad y alegría, la Sala de los Menesteres desapareció y él fue a parar a una casucha de piedra en ruinas. A sus pies, el podrido entarimado estaba levantado y junto al agujero había una caja de oro, abierta y vacía, que alguien había desenterrado. El grito de furia de Voldemort vibró dentro de la cabeza del muchacho.

Haciendo un tremendo esfuerzo, Harry salió de la mente de Voldemort y volvió a la Sala de los Menesteres, tambaleándose un poco y con la cara cubierta de sudor. Ron lo sujetó.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Neville—. ¿Quieres sentarte? Debes de estar cansado, ¿no?

—No, no, gracias —dijo Harry, y miró a Ron y Hermione para transmitirles que Voldemort acababa de descubrir la desaparición de otro
Horrocrux
. Se les agotaba el tiempo, porque si el Señor Tenebroso decidía ir a Hogwarts a continuación, perderían su oportunidad—. Tenemos que espabilarnos —dijo, y por la expresión de sus dos amigos supo que lo habían entendido.

—¿Qué vamos a hacer, Harry? —preguntó Seamus—. ¿Qué plan tienes?

—Ah, sí, un plan —repitió Harry, empleando toda su fuerza de voluntad para no volver a sucumbir a la ira de Voldemort, con la cicatriz aún doliéndole—. Verás, Ron, Hermione y yo tenemos que hacer una cosa, y luego saldremos de aquí.

Las risas y gritos de alegría se interrumpieron. Neville pareció desconcertado.

—¿Qué quieres decir con «saldremos de aquí»?

—No hemos venido para quedarnos, Neville —dijo Harry frotándose la dolorida frente—. Tenemos que hacer una cosa muy importante…

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