Harry Potter. La colección completa (471 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Snape fingió no haberla oído. Seguía escudriñando el entorno de la profesora, y poco a poco iba acercándose más, como si no lo hiciera intencionadamente.

—No sabía que esta noche te tocaba vigilar los pasillos, Minerva.

—¿Tienes algún inconveniente?

—Me pregunto qué te habrá hecho levantarte de la cama a estas horas.

—Me pareció oír ruidos.

—¿En serio? Pues yo no he oído nada.

La miró a los ojos.

—¿Has visto a Harry Potter, Minerva? Porque si lo has visto, te ordeno que…

La profesora actuó mucho más deprisa de lo que Harry habría imaginado: su varita hendió el aire y por una fracción de segundo Harry creyó que Snape se derrumbaría, pero la rapidez del encantamiento escudo del profesor fue tal que McGonagall perdió el equilibrio. Entonces ella apuntó hacia una antorcha de la pared, y ésta se desprendió de su soporte. Harry estaba a punto de arrojarle una maldición a Snape, pero tuvo que tirar de Luna para que no la alcanzaran las llamas. El fuego formó un aro que ocupó todo el pasillo y voló como un lazo en dirección a Snape…

El lazo de fuego se convirtió en una gran serpiente negra que McGonagall redujo a humo; el humo volvió a cambiar de forma y, en pocos segundos, se solidificó y se transformó en un enjambre de dagas. Snape se protegió colocándose detrás de la armadura y las dagas se clavaron en el peto con gran estrépito.

—¡Minerva! —exclamó una voz temblorosa.

Harry, aún protegiendo a Luna de los hechizos, vio a los profesores Flitwick y Sprout, en pijama, corriendo por el pasillo hacia ellos. El corpulento profesor Slughorn iba detrás, rezagado y jadeante.

—¡No! —gritó Flitwick alzando la varita mágica—. ¡En Hogwarts no volverás a matar!

El hechizo de Flitwick dio también en la armadura, que cobró vida. Snape forcejeó para librarse de los brazos que intentaban aplastarlo, y les arrojó la armadura a sus agresores. Harry y Luna tuvieron que lanzarse a un lado para esquivarla, y la armadura se estrelló contra la pared y se hizo añicos. Cuando Harry volvió a mirar, vio a Snape corriendo, y a McGonagall, Flitwick y Sprout persiguiéndolo sin parar de gritar. Snape se coló por la puerta de un aula y, momentos después, Harry oyó a McGonagall gritar:

—¡Cobarde! ¡¡Cobarde!!

—¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? —preguntó Luna.

Harry la ayudó a ponerse en pie y, arrastrando la capa invisible, echaron a correr por el pasillo. Entraron en el aula, donde encontraron a los profesores McGonagall, Flitwick y Sprout de pie junto a una ventana rota.

—Ha saltado —les dijo la profesora.

—¿Está muerto? —Harry corrió hacia la ventana, ignorando las exclamaciones de asombro de Flitwick y Sprout ante su repentina aparición.

—No, no lo está —dijo McGonagall con amargura—. A diferencia de Dumbledore, él llevaba su varita… Y por lo visto ha aprendido algunos trucos nuevos de su amo.

Harry sintió un estremecimiento al distinguir, a lo lejos, una gran figura que parecía un murciélago volando por el oscuro cielo hacia el muro de los jardines.

Entonces oyeron pasos y unos fuertes resoplidos. Slughorn, vestido con un pijama de seda verde esmeralda, acababa de alcanzarlos.

—¡Harry! —exclamó, jadeando y masajeándose el enorme pecho—. Hijo mío… qué sorpresa… Minerva, explícame, por favor… Severus… ¿Qué ha sucedido?

—Nuestro director se ha tomado unas breves vacaciones —explicó McGonagall señalando el agujero que Snape había dejado en la ventana.

—¡Profesora! —llamó Harry mientras se llevaba ambas manos a la frente. Se deslizaba por el lago lleno de inferí… La fantasmagórica barca verde alcanzó la orilla, y Voldemort saltó de la barca, sediento de sangre—. ¡Tenemos que fortificar el colegio, profesora! ¡Llegará en cualquier momento!

—Está bien, está bien. El-que-no-debe-ser-nombrado está a punto de llegar —explicó a los otros profesores. Sprout y Flitwick dieron gritos de asombro; Slughorn emitió un débil gemido—. Potter tiene que realizar una misión en el castillo para cumplir las órdenes de Dumbledore; por tanto, hemos de proteger el colegio con todos los medios de que dispongamos mientras Potter hace su trabajo.

—Supongo que eres consciente de que nada que hagamos impedirá indefinidamente que Quien-tú-sabes entre en el colegio, ¿no? —comentó Flitwick con voz aguda.

—Pero podemos retrasarlo —observó la profesora Sprout.

—Gracias, Pomona —dijo McGonagall, y las dos brujas se lanzaron una mirada de complicidad—. Propongo que establezcamos una protección básica alrededor del castillo, y luego reunamos a nuestros alumnos y nos encontremos todos en el Gran Comedor. Habrá que evacuar a la mayoría, aunque si alguno de los que son mayores de edad quiere quedarse y luchar a nuestro lado, creo que deberíamos permitírselo.

—Estoy de acuerdo —dijo Sprout, que ya se dirigía hacia la puerta—. Me reuniré con vosotros en el Gran Comedor dentro de veinte minutos, con los alumnos de mi casa.

Echó a correr y se perdió de vista, pero los demás alcanzaron a oírla murmurar:


Tentácula
, lazo del diablo y vainas de
snargaluff
… Sí, ya me gustará ver cómo combaten eso los
mortífagos

—Yo puedo actuar desde aquí —intervino Flitwick, y apuntó con la varita a través de la ventana rota, aunque apenas veía por ella, y se puso a murmurar conjuros muy complejos.

Harry oyó un extraño susurro, como si Flitwick hubiera desatado la fuerza del viento en los jardines del castillo.

—Profesor —dijo acercándose al bajito profesor de Encantamientos—, perdone que lo interrumpa, pero esto es importante. ¿Tiene idea de dónde está la diadema de Ravenclaw?

—…
Protego horribilis
… ¿Has dicho la diadema de Ravenclaw? —se asombró Flitwick—. El conocimiento nunca está de más, Potter, pero no creo que eso sirva de mucho en la actual situación.

—Sólo le preguntaba si… ¿Sabe usted dónde está? ¿La ha visto alguna vez?

—¿Si la he visto? ¡Nadie que viva todavía la ha visto! ¡Esa diadema se perdió hace mucho tiempo, muchacho!

Harry sintió una terrible mezcla de pánico y decepción. Entonces ¿qué podría ser el otro
Horrocrux
?

—¡Nos encontraremos contigo y tus alumnos de Ravenclaw en el Gran Comedor, Filius! —acordó McGonagall, y les indicó a Harry y Luna que la siguieran.

Cuando ya estaban en la puerta, Slughorn arrancó a hablar.

—¡Caramba! —dijo resoplando, pálido y sudoroso, al tiempo que su bigote de morsa oscilaba—. ¡Menudo jaleo! No estoy seguro de que todo esto sea prudente, Minerva. Sabes que hallará la manera de entrar, y quienes hayan intentado impedírselo correrán un grave peligro…

—A ti y a los miembros de Slytherin también os espero en el Gran Comedor dentro de veinte minutos —lo interrumpió McGonagall—. Si quieres marcharte con tus alumnos, no te lo impediremos. Pero si alguno de vosotros intenta sabotear nuestra resistencia, o alzarse en armas contra nosotros dentro del castillo, entonces, Horace, te retaré a muerte.

—¡Minerva! —exclamó Slughorn, perplejo.

—Ha llegado la hora de que la casa de Slytherin decida a quién quiere ser leal —añadió la profesora—. Ve y despierta a tus alumnos, Horace.

Harry no se quedó para ver cómo farfullaba Slughorn, sino que Luna y él corrieron tras la profesora, que se había colocado en medio del pasillo con la varita alzada.


Piertotum
… ¡Cielos, Filch! ¡Ahora no!

El anciano conserje acababa de llegar, renqueando y gritando:

—¡Hay alumnos fuera de los dormitorios! ¡Hay alumnos por los pasillos!

—¡Es donde tienen que estar, imbécil! —le espetó McGonagall—. ¡Haga algo positivo! ¡Busque a Peeves!

—¿A Pe… Peeves? —tartamudeó Filch, como si jamás hubiera oído ese nombre.

—¡Sí, a Peeves, idiota, a Peeves! ¿No lleva usted un cuarto de siglo despotricando contra él? ¡Vaya a buscarlo ahora mismo!

Era evidente que Filch creía que la profesora había perdido el juicio, pero se marchó cojeando y murmurando por lo bajo.

—Y ahora…
¡Piertotum locomotor!
—gritó Minerva McGonagall.

Y a lo largo de todo el pasillo, las estatuas y armaduras saltaron de sus pedestales. Y a juzgar por el estruendo proveniente de los pisos superiores e inferiores, Harry comprendió que las que se hallaban distribuidas por todo el castillo habían hecho lo mismo.

—¡Hogwarts está amenazado! —les advirtió la profesora—. ¡Cubrid las lindes, protegednos, cumplid con vuestro deber para con el colegio!

Traqueteando y gritando, la horda de estatuas animadas de diferentes tamaños, entre las que también había animales, pasó en estampida junto a Harry; las ruidosas armaduras enarbolaban espadas y cadenas de las que pendían bolas de hierro con pinchos.

—Y ahora, Potter —indicó McGonagall—, será mejor que la señorita Lovegood y tú vayáis a buscar a vuestros amigos y los conduzcáis al Gran Comedor. Yo iré a despertar a los otros miembros de Gryffindor.

Se separaron al final del siguiente tramo de escalera. Harry y Luna regresaron corriendo a la entrada oculta de la Sala de los Menesteres. Por el camino se cruzaron con nutridos grupos de alumnos (la mayoría con una capa de viaje encima del pijama), que profesores y prefectos acompañaban al Gran Comedor.

—¡Ése era Potter!

—¡Harry Potter!

—¡Era él, te lo juro! ¡Acabo de verlo!

Pero Harry no les prestaba atención y ambos no se detuvieron hasta la entrada de la Sala de los Menesteres. Él se apoyó contra la pared encantada, que se abrió para dejarlos entrar, y descendieron a toda prisa la empinada escalera.

—¿Qué es esto…? —exclamó Harry.

La sala estaba mucho más abarrotada que antes y, al verla, el chico se llevó tal susto que tropezó y bajó varios peldaños resbalando. Kingsley y Lupin lo miraban desde abajo, y también Oliver Wood, Katie Bell, Angelina Johnson y Alicia Spinnet, Bill y Fleur, y los señores Weasley.

—¿Qué ha pasado, Harry? —preguntó Lupin recibiéndolo al pie de la escalera.

—Voldemort está en camino, y aquí están fortificando el colegio. Snape ha huido. Pero… ¿qué hacéis vosotros aquí? ¿Cómo lo habéis sabido?

—Enviamos mensajes a los restantes componentes del Ejército de Dumbledore —explicó Fred—. No habría estado bien privarlos del espectáculo, Harry. Y el Ejército de Dumbledore lo comunicó a la Orden del Fénix, y la reacción ha sido imparable.

—¿Por dónde empezamos, Harry? —preguntó George—. ¿Qué está pasando?

—Están evacuando a los alumnos más jóvenes, y van a reunirse todos en el Gran Comedor para organizarse. ¡Vamos a presentar batalla!

Hubo un gran clamor y todo el mundo se precipitó hacia el pie de la escalera. Harry tuvo que pegarse a la pared para dejarlos pasar. Era una mezcla de miembros de la Orden del Fénix, del Ejército de Dumbledore y del antiguo equipo de
quidditch
de Harry, todos varita en mano, dirigiéndose hacia la parte central del castillo.

—Vamos, Luna —dijo Dean al pasar, y le tendió la mano; ella se la cogió y subieron juntos por la escalera.

El tropel de gente fue reduciéndose, y en la Sala de los Menesteres sólo quedó un pequeño grupo. Harry se acercó a ellos. La señora Weasley estaba forcejeando con Ginny, rodeadas por Lupin, Fred, George, Bill y Fleur.

—¡Eres menor de edad! —le gritaba la señora Weasley a su hija—. ¡No lo permitiré! ¡Los chicos sí, pero tú tienes que irte a casa!

—¡No quiero!

Ginny logró soltarse de su madre, que la tenía sujeta por un brazo, y la sacudida que dio le agitó la melena.

—¡Soy del Ejército de Dumbledore y…!

—¡Una panda de adolescentes!

—¡Una panda de adolescentes que se dispone a plantarle cara a Quien-tú-sabes, cosa que hasta ahora nadie se ha atrevido a hacer! —intervino Fred.

—¡Sólo tiene dieciséis años! —gritó la señora Weasley—. ¡Todavía es una niña! ¿Cómo se os ha ocurrido traerla con vosotros? —Fred y George parecían un poco arrepentidos de lo que habían hecho.

—Mamá tiene razón, Ginny —intervino Bill con ternura—. No puedes participar en esta lucha. Todos los menores de edad tendrán que marcharse. Es justo que así sea.

—¡No puedo irme! —gritó Ginny, anegada en lágrimas de rabia—. ¡Toda mi familia está aquí, no soporto quedarme esperando en casa, sola, sin enterarme de lo que pasa…!

Su mirada se cruzó con la de Harry por primera vez. Ginny lo miró suplicante, pero él negó con la cabeza, y ella se dio la vuelta, disgustada.

—Vale —dijo con la vista clavada en la entrada del túnel que conducía al pub—. Está bien, me despediré de vosotros ahora y…

En ese momento se oyeron pasos y luego un fuerte golpazo: alguien más acababa de salir por el túnel, pero había perdido el equilibrio y se había caído. El recién llegado se levantó agarrándose a la primera butaca que encontró, miró alrededor a través de unas torcidas gafas de montura de concha y farfulló:

—¿Llego tarde? ¿Ha empezado ya? Acabo de enterarme y… y…

Percy se quedó callado. Era evidente que no esperaba encontrarse a casi toda su familia allí reunida. Hubo un largo silencio de perplejidad, que, en un claro intento de reducir la tensión, Fleur interrumpió preguntándole a Lupin:

—Bueno, ¿cómo está el pequeño Teddy?

Lupin la miró parpadeando, atónito. Los miembros de la familia Weasley cruzaban miradas en silencio, un silencio compacto como el hielo.

—¡Ah! ¡Muy bien, gracias! —respondió Lupin en voz demasiado alta—. Sí, Tonks está con él, en casa de su madre.

Percy y los restantes Weasley seguían mirándose unos a otros, petrificados.

—¡Aquí tengo una fotografía! —exclamó Lupin. Y tras sacarla del bolsillo de la chaqueta se la enseñó a Fleur y Harry; en ella, un diminuto bebé con un mechón de pelo azul turquesa intenso miraba a la cámara agitando unos puños regordetes.

—¡Me comporté como un imbécil! —gritó Percy, tan fuerte que a Lupin casi se le cayó la fotografía de las manos—. ¡Me comporté como un idiota, como un pedante, como un…!

—Como un pelota del ministerio, como un desagradecido y como un tarado ansioso de poder —sentenció Fred.

—¡Tienes razón! —aceptó Percy.

—Bueno, no está del todo mal —dijo Fred tendiéndole la mano a su hermano.

La señora Weasley rompió a llorar. Apartó a Fred de un empujón, se abalanzó sobre Percy y le dio un fuerte abrazo, mientras él le daba palmaditas en la espalda mirando a su padre.

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