Harry Potter. La colección completa (67 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Llegaron a la cabaña de Hagrid, que parecía muy triste con sus ventanas tapadas. Cuando Harry abrió la puerta,
Fang
enloqueció de alegría al verlos. Temiendo que despertara a todo el castillo con sus potentes ladridos, se apresuraron a darle de comer caramelos de café con leche que había en una lata sobre la chimenea, de tal manera que consiguieron pegarle los dientes de arriba a los de abajo.

Harry dejó la capa sobre la mesa de Hagrid. No la necesitarían en el bosque completamente oscuro.

—Venga,
Fang
, vamos a dar una vuelta —le dijo Harry, dándole unas palmaditas en la pata, y
Fang
salió de la cabaña detrás de ellos, muy contento, fue corriendo hasta el bosque y levantó la pata al pie de un gran árbol. Harry sacó la varita, murmuró:
«¡Lumos!»
, y en su extremo apareció una lucecita diminuta, suficiente para permitirles buscar indicios de las arañas por el camino.

—Bien pensado —dijo Ron—. Yo haría lo mismo con la mía, pero ya sabes..., seguramente estallaría o algo parecido...

Harry le puso una mano en el hombro y le señaló la hierba. Dos arañas solitarias huían de la luz de la varita para protegerse en la sombra de los árboles.

—Vale —suspiró Ron, como resignándose a lo peor—. Estoy dispuesto. Vamos.

De esta forma penetraron en el bosque, con
Fang
correteando a su lado, olfateando las hojas y las raíces de los árboles. A la luz de la varita mágica de Harry, siguieron la hilera ininterrumpida de arañas que circulaban por el camino. Caminaron unos veinte minutos, sin hablar, con el oído atento a otros ruidos que no fueran los de ramas al romperse o el susurro de las hojas. Más adelante, cuando el bosque se volvió tan espeso que ya no se veían las estrellas del cielo y la única luz provenía de la varita de Harry, vieron que las arañas se salían del camino.

Harry se detuvo y miró hacia donde se dirigían las arañas, pero, fuera del pequeño círculo de luz de la varita, todo era oscuridad impenetrable. Nunca se había internado tanto en el bosque. Podía recordar vívidamente que Hagrid, una vez que había entrado con él, le advirtió que no se saliera del camino. Pero ahora Hagrid se hallaba a kilómetros de distancia, probablemente en una celda en Azkaban, y les había indicado que siguieran a las arañas.

Harry notó en la mano el contacto de algo húmedo, dio un salto hacia atrás y pisó a Ron en el pie, pero sólo había sido el hocico de
Fang
.

—¿Qué te parece? —preguntó Harry a Ron, de quien sólo veía los ojos, que reflejaban la luz de la varita mágica.

—Ya que hemos llegado hasta aquí... —dijo Ron.

De forma que siguieron a las arañas que se internaban en la espesura. No podían avanzar muy rápido, porque había tocones y raíces de árboles en su ruta, apenas visibles en la oscuridad. Harry notaba en la mano el cálido aliento de
Fang
. Tuvieron que detenerse más de una vez para que, en cuclillas, a la luz de la varita, Harry pudiera volver a encontrar el rastro de las arañas.

Caminaron durante una media hora por lo menos. Las túnicas se les enganchaban en las ramas bajas y en las zarzas. Al cabo de un rato notaron que el terreno descendía, aunque el bosque seguía igual de espeso.

De repente,
Fang
dejó escapar un ladrido potente, resonante, dándoles un susto tremendo.

—¿Qué pasa? —preguntó Ron en voz alta, mirando en la oscuridad y agarrándose con fuerza al hombro de Harry.

—Algo se mueve por ahí —musitó Harry—. Escucha... Parece de gran tamaño.

Escucharon. A cierta distancia, a su derecha, aquella cosa de gran tamaño se abría camino entre los árboles quebrando las ramas a su paso.

—¡Ah no! —exclamó Ron—, ¡ah no, no, no...!

—Calla —dijo Harry, desesperado—. Te oirá.

—¿Oírme? —dijo Ron en un tono elevado y poco natural—. Yo sí lo he oído.
¡Fang!

La oscuridad parecía presionarles los ojos mientras aguardaban aterrorizados. Oyeron un extraño ruido sordo, y luego, silencio.

—¿Qué crees que está haciendo? —preguntó Harry

—Seguramente, se está preparando para saltar —contestó Ron.

Aguardaron, temblando, sin atreverse apenas a moverse.

—¿Crees que se ha ido? —susurró Harry.

—No sé...

Entonces vieron a su derecha un resplandor que brilló tanto en la oscuridad que los dos tuvieron que protegerse los ojos con las manos.
Fang
soltó un aullido y echó a correr, pero se enredó en unos espinos y volvió a aullar aún más fuerte.

—¡Harry! —gritó Ron, tan aliviado que la voz apenas le salía—. ¡Harry, es nuestro coche!

—¿Qué?

—¡Vamos!

Harry siguió a Ron en dirección a la luz, dando tumbos y traspiés, y al cabo de un instante salieron a un claro.

El coche del padre de Ron estaba abandonado en medio de un círculo de gruesos árboles y bajo un espeso tejido de ramas, con los faros encendidos. Ron caminó hacia él, boquiabierto, y el coche se le acercó despacio, como si fuera un perro que saludase a su amo. Un perro de color turquesa.

—¡Ha estado aquí todo el tiempo! —dijo Ron emocionado, contemplando el coche—. Míralo: el bosque lo ha vuelto salvaje...

Los guardabarros del coche estaban arañados y embadurnados de barro. Daba la impresión de que el coche había conseguido llegar hasta allí él solo. A
Fang
no parecía hacerle ninguna gracia, y se mantenía pegado a Harry, temblando. Mientras su respiración se acompasaba, guardó la varita bajo la túnica.

—¡Y creíamos que era un monstruo que nos iba a atacar! —dijo Ron, inclinándose sobre el coche y dándole unas palmadas—. ¡Me preguntaba adónde habría ido!

Harry aguzó la vista en busca de arañas en el suelo iluminado, pero todas habían huido de la luz de los faros.

—Hemos perdido el rastro —dijo—. Tendremos que buscarlo de nuevo.

Ron no habló ni se movió. Tenía los ojos clavados en un punto que se hallaba a unos tres metros del suelo, justo detrás de Harry. Estaba pálido de terror.

Harry ni siquiera tuvo tiempo de volverse. Se oyó un fuerte chasquido, y de repente sintió que algo largo y peludo lo agarraba por la cintura y lo levantaba en el aire, de cara al suelo. Mientras forcejeaba, aterrorizado, oyó más chasquidos, y vio que las piernas de Ron se despegaban del suelo, y oyó a
Fang
aullar y gimotear... y sintió que lo arrastraban por entre los negros árboles.

Levantando como pudo la cabeza, Harry vio que la bestia que lo sujetaba caminaba sobre seis patas inmensamente largas y peludas, y que encima de las dos delanteras que lo aferraban, tenía unas pinzas también negras. Tras él podía oír a otro animal similar, que sin duda era el que había cogido a Ron. Se encaminaban hacia el corazón del bosque. Harry pudo ver a
Fang
que forcejeaba intentando liberarse de un tercer monstruo, aullando con fuerza, pero Harry no habría podido gritar aunque hubiera querido: parecía como si la voz se le hubiese quedado junto al coche, en el claro.

Nunca supo cuánto tiempo pasó en las garras del animal, sólo que de repente hubo la suficiente claridad para ver que el suelo, antes cubierto de hojas, estaba infestado de arañas. Estaban en el borde de una vasta hondonada en la que los árboles habían sido talados y las estrellas brillaban iluminando el paisaje más terrorífico que se pueda imaginar.

Arañas. No arañas diminutas como aquellas a las que habían seguido por el camino de hojarasca, sino arañas del tamaño de caballos, con ocho ojos y ocho patas negras, peludas y gigantescas. El ejemplar que transportaba a Harry se abría camino, bajando por la brusca pendiente, hacia una telaraña nebulosa en forma de cúpula que había en el centro de la hondonada, mientras sus compañeras se acercaban por todas partes chasqueando sus pinzas, emocionadas a la vista de su presa.

La araña soltó a Harry, y éste cayó al suelo de cuatro patas. A su lado, con un ruido sordo, cayeron Ron y
Fang.
El perro ya no aullaba; se quedó encogido y en silencio en el mismo punto en que había caído. Ron parecía encontrarse tan mal como Harry había supuesto. Su boca se había alargado en una especie de grito mudo y los ojos se le salían de las órbitas.

De pronto Harry se dio cuenta de que la araña que lo había dejado caer estaba hablando. No era fácil darse cuenta de ello, porque chascaba sus pinzas a cada palabra que decía.

—¡Aragog! —llamaba—, ¡Aragog!

Y del medio de la gran tela de araña salió, muy despacio, una araña del tamaño de un elefante pequeño. El negro de su cuerpo y sus piernas estaba manchado de gris, y los ocho ojos que tenía en su cabeza horrenda y llena de pinzas eran de un blanco lechoso. Era ciega.

—¿Qué hay? —dijo, chascando muy deprisa sus pinzas.

—Hombres —dijo la araña que había llevado a Harry.

—¿Es Hagrid? —Aragog se acercó, moviendo vagamente sus múltiples ojos lechosos.

—Desconocidos —respondió la araña que había llevado a Ron.

—Matadlos —ordenó Aragog con fastidio—. Estaba durmiendo...

—Somos amigos de Hagrid —gritó Harry. Sentía como si el corazón se le hubiera escapado del pecho y estuviera retumbando en su garganta.

—Clic, clic, clic —hicieron las pinzas de todas las arañas en la hondonada.

Aragog se detuvo.

—Hagrid nunca ha enviado hombres a nuestra hondonada —dijo despacio.

—Hagrid está metido en un grave problema —dijo Harry, respirando muy deprisa—. Por eso hemos venido nosotros.

—¿En un grave problema? —dijo la vieja araña, en un tono que a Harry se le antojó de preocupación—. Pero ¿por qué os ha enviado?

Harry quiso levantarse, pero decidió no hacerlo; no creía que las piernas lo pudieran sostener. Así que habló desde el suelo, lo más tranquilamente que pudo.

—En el colegio piensan que Hagrid se ha metido en... en... algo con los estudiantes. Se lo han llevado a Azkaban.

Aragog chascó sus pinzas enojado, y el resto de las arañas de la hondonada hizo lo mismo: era como si aplaudiesen, sólo que los aplausos no solían aterrorizar a Harry.

—Pero aquello fue hace años —dijo Aragog con fastidio—. Hace un montón de años. Lo recuerdo bien. Por eso lo echaron del colegio. Creyeron que yo era el monstruo que vivía en lo que ellos llaman la Cámara de los Secretos. Creyeron que Hagrid había abierto la cámara y me había liberado.

—Y tú... ¿tú no saliste de la Cámara de los Secretos? —dijo Harry, notando un sudor frío en la frente.

—¡Yo! —dijo Aragog, chascando de enfado—. Yo no nací en el castillo. Vine de una tierra lejana. Un viajero me regaló a Hagrid cuando yo estaba en el huevo. Hagrid sólo era un niño, pero me cuidó, me escondió en un armario del castillo, me alimentó con sobras de la mesa. Hagrid es un gran amigo mío, y un gran hombre. Cuando me descubrieron y me culparon de la muerte de una muchacha, él me protegió. Desde entonces, he vivido siempre en el bosque, donde Hagrid aún viene a verme. Hasta me encontró una esposa, Mosag, y ya veis cómo ha crecido mi familia, gracias a la bondad de Hagrid...

Harry reunió todo el valor que le quedaba.

—¿Así que tú nunca... nunca atacaste a nadie?

—Nunca —dijo la vieja araña con voz ronca—. Mi instinto me habría empujado a ello, pero, por consideración a Hagrid, nunca hice daño a un ser humano. El cuerpo de la muchacha asesinada fue descubierto en los aseos. Yo nunca vi nada del castillo salvo el armario en que crecí. A nuestra especie le gusta la oscuridad y el silencio.

—Pero entonces... ¿sabes qué es lo que mató a la chica? —preguntó Harry—. Porque, sea lo que sea, ha vuelto a atacar a la gente...

Los chasquidos y el ruido de muchas patas que se movían de enojo ahogaron sus palabras. Al mismo tiempo, grandes figuras negras parecían crecer a su alrededor.

—Lo que habita en el castillo —dijo Aragog— es una antigua criatura a la que las arañas tememos más que a ninguna otra cosa. Recuerdo bien que le rogué a Hagrid que me dejara marchar cuando me di cuenta de que la bestia rondaba por el castillo.

—¿Qué es? —dijo Harry enseguida.

Las pinzas chascaron más fuerte. Parecía que las arañas se acercaban.

—¡No hablamos de eso! —dijo con furia Aragog—. ¡No lo nombramos! Ni siquiera a Hagrid le dije nunca el nombre de esa horrible criatura, aunque me preguntó varias veces.

Harry no quiso insistir, y menos con las arañas que se acercaban cada vez más por todos lados. Aragog parecía cansada de hablar. Iba retrocediendo despacio hacia su tela, pero las demás arañas seguían acercándose, poco a poco, a Harry y Ron.

—En ese caso, ya nos vamos —dijo Harry desesperadamente a Aragog, al oír los crujidos muy cerca.

—¿Iros? —dijo Aragog despacio—. Creo que no...

—Pero, pero...

—Mis hijos e hijas no hacen daño a Hagrid, ésa es mi orden. Pero no puedo negarles un poco de carne fresca cuando se nos pone delante voluntariamente. Adiós, amigo de Hagrid.

Harry miró a todos lados. A muy poca distancia, mucho más alto que él, había un frente de arañas, como un muro macizo, chascando sus pinzas y con sus múltiples ojos brillando en las horribles cabezas negras.

Al coger su varita, Harry sabía que no le iba a servir, que había demasiadas arañas, pero estaba decidido a hacerles frente, dispuesto a morir luchando. Pero en aquel instante se oyó un ruido fuerte, y un destello de luz iluminó la hondonada.

El coche del padre de Ron rugía bajando la hondonada, con los faros encendidos, tocando la bocina, apartando a las arañas al chocar con ellas. Algunas caían del revés y se quedaban agitando sus largas patas en el aire. El coche se detuvo con un chirrido delante de Harry y Ron, y abrió las puertas.

—¡Coge a
Fang
! —gritó Harry, metiéndose por la puerta delantera.

Ron cogió al perro, que no paraba de aullar, por la barriga y lo metió en los asientos de atrás. Las puertas se cerraron de un portazo. Ni Ron puso el pie en el acelerador ni falta que hizo. El motor dio un rugido, y el coche salió atropellando arañas. Subieron la cuesta a toda velocidad, salieron de la hondonada y enseguida se internaron en el bosque chocando contra todo lo que se les ponía por delante, con las ramas golpeando las ventanillas, mientras el coche se abría camino hábilmente a través de los espacios más amplios, siguiendo un camino que obviamente conocía.

Harry miró a Ron. En la boca aún conservaba la mueca del grito mudo, pero sus ojos ya no estaban desorbitados.

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