Harry Potter. La colección completa (69 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry y Ron se alejaron, sin atreverse a creer que se hubieran librado del castigo. Al doblar la esquina, oyeron claramente a la profesora McGonagall sonarse la nariz.

—Ésa —dijo Ron emocionado— ha sido la mejor historia que has inventado nunca.

No tenían otra opción que ir a la enfermería y decir a la señora Pomfrey que la profesora McGonagall les había dado permiso para visitar a Hermione.

La señora Pomfrey los dejó entrar, pero a regañadientes.

—No sirve de nada hablar a alguien petrificado —les dijo, y ellos, al sentarse al lado de Hermione, tuvieron que admitir que tenía razón. Era evidente que Hermione no tenía la más remota idea de que tenía visitas, y que lo mismo daría que lo de que no se preocupara se lo dijeran a la mesilla de noche.

—¿Vería al atacante? —preguntó Ron, mirando con tristeza el rostro rígido de Hermione—. Porque si se apareció sigilosamente, quizá no viera a nadie...

Pero Harry no miraba el rostro de Hermione, porque se había fijado en que su mano derecha, apretada encima de las mantas, aferraba en el puño un trozo de papel estrujado.

Asegurándose de que la señora Pomfrey no estaba cerca, se lo señaló a Ron.

—Intenta sacárselo —susurró Ron, corriendo su silla para ocultar a Harry de la vista de la señora Pomfrey.

No fue una tarea fácil. La mano de Hermione apretaba con tal fuerza el papel que Harry creía que al tirar se rompería. Mientras Ron lo cubría, él tiraba y forcejeaba, y, al fin, después de varios minutos de tensión, el papel salió.

Era una página arrancada de un libro muy viejo. Harry la alisó con emoción y Ron se inclinó para leerla también.

De las muchas bestias pavorosas y monstruos terribles que vagan por nuestra tierra, no hay ninguna más sorprendente ni más letal que el basilisco, conocido como el rey de las serpientes. Esta serpiente, que puede alcanzar un tamaño gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo de gallina empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más extraordinario, pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el basilisco mata con la mirada, y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de sus ojos han de sufrir instantánea muerte. Las arañas huyen del basilisco, pues es éste su mortal enemigo, y el basilisco huye sólo del canto del gallo, que para él es mortal.

Y debajo de esto, había escrita una sola palabra, con una letra que Harry reconoció como la de Hermione: «Cañerías.»

Fue como si alguien hubiera encendido la luz de repente en su cerebro.

—Ron —musitó—. ¡Esto es! Aquí está la respuesta. El monstruo de la cámara es un basilisco, ¡una serpiente gigante! Por eso he oído a veces esa voz por todo el colegio, y nadie más la ha oído: porque yo comprendo la lengua
pársel
...

Harry miró las camas que había a su alrededor.

—El basilisco mata a la gente con la mirada. Pero no ha muerto nadie. Porque ninguno de ellos lo miró directo a los ojos. Colin lo vio a través de su cámara de fotos. El basilisco quemó toda la película que había dentro, pero a Colin sólo lo petrificó. Justin... ¡Justin debe de haber visto al basilisco a través de Nick Casi Decapitado! Nick lo vería perfectamente, pero no podía morir otra vez... Y a Hermione y la prefecta de Ravenclaw las hallaron con aquel espejo al lado. Hermione acababa de enterarse de que el monstruo era un basilisco. ¡Me apostaría algo a que ella le advirtió a la primera persona a la que encontró que mirara por un espejo antes de doblar las esquinas! Y entonces sacó el espejo y...

Ron se había quedado con la boca abierta.

—¿Y la
Señora Norris
? —susurró con interés.

Harry hizo un gran esfuerzo para concentrarse, recordando la imagen de la noche de Halloween.

—El agua..., la inundación que venía de los aseos de Myrtle
la Llorona
. Seguro que la
Señora Norris
sólo vio el reflejo...

Con impaciencia, examinó la hoja que tenía en la mano. Cuanto más la miraba más sentido le hallaba.

—¡El canto del gallo para él es mortal!
—leyó en voz alta—. ¡Mató a los gallos de Hagrid! El heredero de Slytherin no quería que hubiera ninguno cuando se abriera la Cámara de los Secretos.
¡Las arañas huyen de él!
¡Todo encaja!

—Pero ¿cómo se mueve el basilisco por el castillo? —dijo Ron—. Una serpiente asquerosa... alguien tendría que verla...

Harry, sin embargo, le señaló la palabra que Hermione había garabateado al pie de la página.

—Cañerías —leyó—. Cañerías... Ha estado usando las cañerías, Ron. Y yo he oído esa voz dentro de las paredes...

De pronto, Ron cogió a Harry del brazo.

—¡La entrada de la Cámara de los Secretos! —dijo con la voz quebrada—. ¿Y si es uno de los aseos? ¿Y si estuviera en...?

—... los aseos de Myrtle
la Llorona
—terminó Harry.

Durante un rato se quedaron inmóviles, embargados por la emoción, sin poder creérselo apenas.

—Esto quiere decir —añadió Harry— que no debo de ser el único que habla
pársel
en el colegio. El heredero de Slytherin también lo hace. De esa forma domina al basilisco.

—¿Qué hacemos? ¿Vamos directamente a hablar con McGonagall?

—Vamos a la sala de profesores —dijo Harry, levantándose de un salto—. Irá allí dentro de diez minutos, ya es casi el recreo.

Bajaron las escaleras corriendo. Como no querían que los volvieran a encontrar merodeando por otro pasillo, fueron directamente a la sala de profesores, que estaba desierta. Era una sala amplia con una gran mesa y muchas sillas alrededor. Harry y Ron caminaron por ella, pero estaban demasiado nerviosos para sentarse.

Pero la campana que señalaba el comienzo del recreo no sonó. En su lugar se oyó la voz de la profesora McGonagall, amplificada por medios mágicos.

—Todos los alumnos volverán inmediatamente a los dormitorios de sus respectivas casas. Los profesores deben dirigirse a la sala de profesores. Les ruego que se den prisa.

Harry se dio la vuelta hacia Ron.

—¿Habrá habido otro ataque? ¿Precisamente ahora?

—¿Qué hacemos? —dijo Ron, aterrorizado—. ¿Regresamos al dormitorio?

—No —dijo Harry, mirando alrededor. Había una especie de ropero a su izquierda, lleno de capas de profesores—. Si nos escondemos aquí, podremos enterarnos de qué ha pasado. Luego les diremos lo que hemos averiguado.

Se ocultaron dentro del ropero. Oían el ruido de cientos de personas que pasaban por el corredor. La puerta de la sala de profesores se abrió de golpe. Por entre los pliegues de las capas, que olían a humedad, vieron a los profesores que iban entrando en la sala. Algunos parecían desconcertados, otros claramente preocupados. Al final llegó la profesora McGonagall.

—Ha sucedido —dijo a la sala, que la escuchaba en silencio—. Una alumna ha sido raptada por el monstruo. Se la ha llevado a la cámara.

El profesor Flitwick dejó escapar un grito. La profesora Sprout se tapó la boca con las manos. Snape se cogió con fuerza al respaldo de una silla y preguntó:

—¿Está usted segura?

—El heredero de Slytherin —dijo la profesora McGonagall, que estaba pálida— ha dejado un nuevo mensaje, debajo del primero:
«Sus huesos reposarán en la cámara por siempre.»

El profesor Flitwick derramó unas cuantas lágrimas.

—¿Quién ha sido? —preguntó la señora Hooch, que se había sentado en una silla porque las rodillas no la sostenían—. ¿Qué alumna?

—Ginny Weasley —dijo la profesora McGonagall.

Harry notó que Ron se dejaba caer en silencio y se quedaba agachado sobre el suelo del ropero.

—Tendremos que enviar a todos los estudiantes a casa mañana —dijo la profesora McGonagall—. Éste es el fin de Hogwarts. Dumbledore siempre dijo...

La puerta de la sala de profesores se abrió bruscamente. Por un momento, Harry estuvo convencido de que era Dumbledore. Pero era Lockhart, y llegaba sonriendo.

—Lo lamento..., me quedé dormido... ¿Me he perdido algo importante?

No parecía darse cuenta de que los demás profesores lo miraban con una expresión bastante cercana al odio. Snape dio un paso hacia delante.

—He aquí el hombre —dijo—. El hombre adecuado. El monstruo ha raptado a una chica, Lockhart. Se la ha llevado a la Cámara de los Secretos. Por fin ha llegado tu oportunidad.

Lockhart palideció.

—Así es, Gilderoy —intervino la profesora Sprout—. ¿No decías anoche que sabías dónde estaba la entrada a la Cámara de los Secretos?

—Yo..., bueno, yo... —resopló Lockhart.

—Sí, ¿y no me dijiste que sabías con seguridad qué era lo que había dentro? —añadió el profesor Flitwick.

—¿Yo...? No recuerdo...

—Ciertamente, yo sí recuerdo que lamentabas no haber tenido una oportunidad de enfrentarte al monstruo antes de que arrestaran a Hagrid —dijo Snape—. ¿No decías que el asunto se había llevado mal, y que deberíamos haberlo dejado todo en tus manos desde el principio?

Lockhart miró los rostros pétreos de sus colegas.

—Yo..., yo nunca realmente... Debéis de haberme interpretado mal...

—Lo dejaremos todo en tus manos, Gilderoy —dijo la profesora McGonagall—. Esta noche será una ocasión excelente para llevarlo a cabo. Nos aseguraremos de que nadie te moleste. Podrás enfrentarte al monstruo tú mismo. Por fin está en tus manos.

Lockhart miró en torno, desesperado, pero nadie acudió en su auxilio. Ya no resultaba tan atractivo. Le temblaba el labio, y en ausencia de su sonrisa radiante, parecía flojo y debilucho.

—Mu-muy bien —dijo—. Estaré en mi despacho, pre-preparándome.

Y salió de la sala.

—Bien —dijo la profesora McGonagall, resoplando—, eso nos lo quitará de delante. Los Jefes de las Casas deberían ir ahora a informar a los alumnos de lo ocurrido. Decidles que el expreso de Hogwarts los conducirá a sus hogares mañana a primera hora de la mañana. A los demás os ruego que os encarguéis de aseguraros de que no haya ningún alumno fuera de los dormitorios.

Los profesores se levantaron y fueron saliendo de uno en uno.

Aquél fue, seguramente, el peor día de la vida de Harry. Él, Ron, Fred y George se sentaron juntos en un rincón de la sala común de Gryffindor, incapaces de pronunciar palabra. Percy no estaba con ellos. Había enviado una lechuza a sus padres y luego se había encerrado en su dormitorio.

Ninguna tarde había sido tan larga como aquélla, y nunca la torre de Gryffindor había estado tan llena de gente y tan silenciosa a la vez. Cuando faltaba poco para la puesta de sol, Fred y George se fueron a la cama, incapaces de permanecer allí sentados más tiempo.

—Ella sabía algo, Harry —dijo Ron, hablando por primera vez desde que entraran en el ropero de la sala de profesores—. Por eso la han raptado. No se trataba de ninguna estupidez sobre Percy; había averiguado algo sobre la Cámara de los Secretos. Debe de ser por eso, porque ella era... —Ron se frotó los ojos frenético—. Quiero decir, que es de sangre limpia. No puede haber otra razón.

Harry veía el sol, rojo como la sangre, hundirse en el horizonte. Nunca se había sentido tan mal. Si pudiera hacer algo..., cualquier cosa...

—Harry —dijo Ron—, ¿crees que existe alguna posibilidad de que ella no esté...? Ya sabes a lo que me refiero. —Harry no supo qué contestar. No creía que pudiera seguir viva—. ¿Sabes qué? —añadió Ron—. Deberíamos ir a ver a Lockhart para decirle lo que sabemos. Va a intentar entrar en la cámara. Podemos decirle dónde sospechamos que está la entrada y explicarle que lo que hay dentro es un basilisco.

Harry se mostró de acuerdo, porque no se le ocurría nada mejor y quería hacer algo. Los demás alumnos de Gryffindor estaban tan tristes, y sentían tanta pena de los Weasley, que nadie trató de detenerlos cuando se levantaron, cruzaron la sala y salieron por el agujero del retrato.

Oscurecía mientras se acercaban al despacho de Lockhart. Les dio la impresión de que dentro había gran actividad: podían oír sonido de roces, golpes y pasos apresurados.

Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la puerta se entreabrió y Lockhart asomó un ojo por la rendija.

—¡Ah...! Señor Potter, señor Weasley... —dijo, abriendo la puerta un poco más—. En este momento estaba muy ocupado. Si os dais prisa...

—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—. Creemos que le será útil.

—Ah..., bueno..., no es muy.. —Lockhart parecía encontrarse muy incómodo, a juzgar por el trozo de cara que veían—. Quiero decir, bueno, bien.

Abrió la puerta y entraron.

El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo había dos grandes baúles abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche, dobladas con precipitación; el otro, libros mezclados desordenadamente.

Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban ahora guardadas en cajas encima de la mesa.

—¿Se va a algún lado? —preguntó Harry.

—Esto..., bueno, sí... —admitió Lockhart, arrancando un póster de sí mismo de tamaño natural y comenzando a enrollarlo—. Una llamada urgente..., insoslayable..., tengo que marchar...

—¿Y mi hermana? —preguntó Ron con voz entrecortada.

—Bueno, en cuanto a eso... es ciertamente lamentable —dijo Lockhart, evitando mirarlo a los ojos mientras sacaba un cajón y empezaba a vaciar el contenido en una bolsa—. Nadie lo lamenta más. que yo...

—¡Usted es el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras! —dijo Harry—. ¡No puede irse ahora! ¡Con todas las cosas oscuras que están pasando!

—Bueno, he de decir que... cuando acepté el empleo... —murmuró Lockhart, amontonando calcetines sobre las túnicas— no constaba nada en el contrato... Yo no esperaba...

—¿Quiere decir que va a salir corriendo? —dijo Harry sin poder creérselo—. ¿Después de todo lo que cuenta en sus libros?

—Los libros pueden ser mal interpretados —repuso Lockhart con sutileza.

—¡Usted los ha escrito! —gritó Harry.

—Muchacho —dijo Lockhart, irguiéndose y mirando a Harry con el entrecejo fruncido—, usa el sentido común. No habría vendido mis libros ni la mitad de bien si la gente no se hubiera creído que yo hice todas esas cosas. A nadie le interesa la historia de un mago armenio feo y viejo, aunque librara de los hombres lobo a un pueblo. Habría quedado horrible en la portada. No tenía ningún gusto vistiendo. Y la bruja que echó a la
banshee
que presagiaba la muerte tenía un labio leporino. Quiero decir..., vamos, que...

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