Havana Room (28 page)

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Authors: Colin Harrison

Tags: #Intriga

—No sea ridículo, señor Wyeth.

—La llamaré mañana para ver si tiene alguna idea de cómo puede solucionarse este problema.

—Puede que siga viva para atender su llamada.

No me gusta enfadarme con ancianas; por lo general ya tienen bastantes problemas; pero ella no se había mostrado muy dispuesta a cooperar. Nos miramos con hostilidad y me fui.

Al salir de la agencia vi a Pamela.

—Gracias —dije.

Ella me miró por encima del hombro.

—Dudo que lo diga en serio.

—Un caso difícil.

—De todos modos, ¿hay alguna propiedad que le interese? —Se quitó los auriculares—. Aunque supongo que ésa no es la razón por la que ha venido.

—No. —Puse una mano en la puerta—. ¿Algún consejo?

—Podría intentar localizar a su sobrino. Él suele saber lo que pasa.

Eso no me interesó demasiado, pero me mostré educado.

—¿Quién es?

Pamela frunció la nariz.

—Un hombrecillo desagradable. Me pone los pelos de punta. Todo el mundo lo llama Poppy.

* * *

De nuevo en la ciudad, devolví la furgoneta y de camino al restaurante pasé por delante de un tipo que pregonaba contratos con móviles. Entré en la tienda y firmé el contrato más barato que tenían.

—He oído decir que estos trastos provocan cáncer cerebral —dije bromeando mientras acariciaba el pequeño aparato.

El empleado, un negro bajo de mirada triste, consideró la afirmación.

—Creo que es cierto —dijo—. Ceo que con el tiempo lo descubrirán.

—Probablemente no debería decírmelo.

—Si quieren que mienta deberían pagarme más.

En el restaurante había poco movimiento. Había terminado el ajetreo de las comidas del mediodía y el personal pasaba el aspirador por la moqueta. Como siempre, la mesa 17 estaba vacía.

—¿Está Allison por aquí? —pregunté a la camarera.

—Le ha dejado una nota por si venía.

La abrí: «reúnete conmigo en el havana room».

En lugar de pedir algo para comer, me levanté y encontré la pequeña puerta del vestíbulo abierta. La escalera curva estaba oscura.

—¿Hola? —llame—. ¿Allison?

La larga estancia estaba en penumbra y persistía el olor a puros. No había luz natural sobre los cuadros, el suelo era de baldosas negro y blanco. Encima de la barra había un escurridor lleno de vasos sucios. Allison estaba sentada en el reservado más alejado.

—Hola, Bill —le oí decir.

A un lado tenía un montón de papeles del restaurante, y al otro, un vaso y una botella de Maker’s Mark. Me sonrió intranquila, avergonzada de su vulnerabilidad.

—¿Estás trabajando o bebiendo? —pregunté.

—Bebiendo.

—Y sola, además.

—No te vi anoche —se atrevió a decir. Pensé en hablarle de la noche anterior, de Jay y el partido de baloncesto, el pleito.

—Me retuvieron.

Allison sonrió.

—¿Contra tu voluntad?

—La verdad es que sí.

Pero ella no me creyó.

—Bueno, creo que he sido una estúpida —anunció—. Una tonta y estúpida.

—¿Jay?

—Sí. Quiero decir que probablemente esperaba demasiado, ya sabes. —Cogió su vaso—. Vino anoche… le dije que prepararía algo para cenar, a eso de las diez y media… que pasaríamos una agradable velada. De modo que me fui de aquí a las nueve. Y apareció, tal como esperaba.

Eso significaba que Jay se había marchado del partido de baloncesto para ir al apartamento de Allison, y no porque me hubiera visto a mí o a los hombres de H. J. buscándole.

—Se quedó en la sala de estar mientras yo preparaba la cena y le vi dejar su maletín en la cocina, y… —Se encogió de hombros—. Dentro había papeles, ya sabes, cosas interesantes.

—No pudiste contenerte.

—Sé que estuvo mal. Pero vi su agenda y la abrí. —Levantó el vaso y se bebió de golpe el último medio dedo de whisky que le quedaba—. Sólo tenía curiosidad, esperaba conocerlo mejor, eso es todo. Nunca me cuenta nada.

—A diferencia de los demás tipos.

Allison asintió.

—Ellos me cuentan demasiado.

—Cada relación humana tiene su estructura de poder.

—Bueno, pues Jay tiene demasiado poder.

—¿Y eso te gusta?

—Me irrita.

—Y te excita.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Cómo no voy a saberlo?

Allison asintió.

—Bueno, sobre todo me irrita. Quiero decir ahora.

—¿Qué quiere de ti?

Eso la detuvo. Levantó la vista.

—No tengo ni idea.

—¿Te hace preguntas? ¿Quiere saber cosas sobre ti?

—¿Como qué?

—Bueno, si yo tuviera una relación sentimental contigo…

—Lo que realmente no te convendría.

—… te preguntaría por qué trabajas tanto cuando no tienes por qué hacerlo, por qué vives donde vivió tu padre y por qué nunca mencionas a tu madre, o dónde creciste, o si tu padre volvió a casarse, o por qué eres tan leal a Lipper aun cuando finges estar enfadada con él, y, veamos… eso es lo primero que me viene a la cabeza, y está bien, por qué estás crónicamente insatisfecha cuando con quien más dura eres en realidad es contigo misma, y…

—Basta.

—… y luego te preguntaría si no es cierto que quieres que te conozcan y sin embargo tienes miedo a que lo hagan, a que te rechacen cuando vean la verdad, de modo que te llenas la cabeza del agotador torbellino de gente y trabajo para no tener nunca…

—¡Basta! Por favor. ¡Por favor, Bill!

—Está bien.

—Eso ha sido un poco cruel.

Yo no podía negarlo.

—Pero demuestra algo… —añadió.

—Demuestra que te he interrumpido.

—¿Por dónde iba…? ¡Ah, la agenda! No estaba recelosa ni nada parecido. Pero admito que lo hice a hurtadillas y que eso está mal. Él estaba viendo las noticias, no se dio cuenta de nada. Pasé cinco minutos mirándola. No tengo vergüenza. —Los ojos de Allison brillaron con picardía—. Prácticamente me la aprendí de memoria.

—¿Estaba muy ocupado?

—Bueno, tenía lo típico: ir al dentista, llevar el coche al taller, esa clase de cosas, además de otras… —Allison levantó la mirada con los ojos llorosos—. Hay otra mujer.

—Bah. No lo creo.

—¡Es cierto! Sale con ella con regularidad. —Se apretó las pestañas con una uña—. Yo tengo que suplicarle para verlo y es porque, por supuesto, tiene una novia formal. ¡Lleva meses saliendo con ella! Miré todas las semanas, ¡todas las de este año!

—¿Cómo se llama?

—¡No lo sé! ¡Y eso también me molesta! Empieza por O. No escribe el nombre completo sino sólo una O para recordárselo. Olivia u Olympia u Orgasmia, o lo que sea, mierda.

Si Jay tenía una novia, su conducta en el partido de baloncesto, su interés por Sally Cowles, parecía aún más extraño. Un tipo corpulento y bien parecido con novia formal, además de un poco de marcha con una mujer como Allison, no parecía la clase de hombre que acecharía a una adolescente. No sabía encajar las piezas.

—¿La ve a menudo?

—Continuamente. —La amargura de Allison se intensificó—. Como si yo no me hubiera enterado de nada si no hubiera visto su agenda por casualidad. Vamos, no ha engañado a nadie. —Pero entonces su voz se suavizó, como si lamentara no haberse dejado engañar, como si hasta lo hubiese preferido.

—¿Hay alguna posibilidad de que dejara el maletín allí a propósito para que tú le echaras un vistazo?

—Tal vez. Parecía más absorto que otra cosa. Lo que me preocupa es la O, Bill. La O es una letra muy sexy, si te paras a pensarlo. —Me miró con conmiseración—. O de orificio. Se abre y deja entrar cosas. Quiero decir que ella se abre y él mete en ella su miembro.

—Los tíos hacen esas cosas —dije.

—¡Ya lo sé, Bill! Pero no me lo hacen a mí. Entonces se me ocurrió preguntárselo. Seré valiente y saldré allí, apagaré el televisor y se lo preguntaré sin rodeos, me dije. Estaba preparando una paella buenísima. ¡Quería arrojársela a la cara! —Sonrió—. Hasta me puse las manoplas y levanté la paellera para ver cuánto pesaba, pero luego caí en la cuenta de que dejaría la alfombra hecha un asco.

—¿No notó que estabas furiosa?

—No… Me limité a llevar la cena al comedor. Él ni siquiera miraba el televisor, estaba de pie junto a la ventana, pensando en Ophelia o como se llame.

—Eso no lo sabes.

Allison bebió otro trago generoso de whisky por toda respuesta, y cuando dejó el vaso, había cambiado algo en la expresión de su rostro, su amarga decepción había dado paso al deseo. Me llamó la atención lo silenciosa que estaba la habitación; todos los ruidos normales del restaurante, el aspirador y el parloteo, habían dejado de oírse.

—Oh, Bill —susurró ella apartándose el pelo de la cara—. No lo sé.

Comprendí que era una de esas mujeres que no se avergonzaban de su sexualidad. El hecho de que hablara de un hombre con otro no significaba que prefiriera a cualquiera de los dos o a uno en particular. El hombre, quienquiera que fuese, era transitorio; el deseo, permanente; el vacío, intolerable. El hombre era algo que encajaba un tiempo: una noche, un mes, una autopercepción variable. Eso es peligroso y atractivo en una mujer. Como hombre, ves que es capaz de olvidar rápidamente al último ligue, lo que es alentador. Es capaz de abandonarse a una pasión ciega, una pasión capaz de hacerla olvidar la superficialidad de ésta. Por supuesto, eso significa que tú también serás olvidado fácilmente, pero eso ocurre más adelante, después. Ojalá pudiera decir que en ese momento tuve las cosas tan claras. Pero no fue así. En lugar de eso vi cómo Allison volvía a clavar en mí la mirada, casi desafiante, y su deseo difuso se transformaba en una especie de deseo furioso, lo que en sí mismo podía convertirse en cualquier cosa, y torció la boca, en una mueca un poco cruel, un poco desagradable incluso, pero luego cerró los ojos y suspiró. Abrió los labios y respiró hondo.

—¿Bill? —susurró. Arqueó las cejas, expectante—. Ven aquí.

Me acerqué a ella y ella levantó una mano, que cogí. Ella la apretó con suavidad, con una sonrisa en los labios. Echó la cabeza hacia delante y el pelo le cayó como una cortina sobre la cara, e interpreté ese gesto como una invitación para que la tocara, y así lo hice, acariciándole su liso y firme cuello. Dejé que mis dedos se deslizaran detrás de su oreja. Ella suspiró y levantó la mirada hacia mí, y fue la misma mirada que le había lanzado a Jay Rainey unas noches atrás, no una copia sino la original, la lasciva, tierna y anhelante, y en su aliento olí el whisky, la dulzura de su embriaguez. Ella no me deseaba a mí en particular, y yo lo sabía, ella no deseaba a nadie, ni a Jay, ni necesariamente a un hombre, sólo deseaba. Como hacemos todos. Deseaba y necesitaba, y yo daba la casualidad que estaba allí. Ella estaba dispuesta a entregarse a quien fuera o a lo que fuera que la deseara. El requisito era un olvido mutuo. Ella había llegado a ese momento en que todo es posible. Había pasado antes por eso y sin duda volvería a hacerlo, muchas veces, y el verdadero arco de su vida estaba construido de esos puntos, Cerro los ojos y abrió la boca, esperando, y a pesar de mí mismo, a pesar de todo lo que sabía y lo que ahora me preocupaba, llevaba tanto tiempo sintiéndome solo, había pasado tantísimo tiempo desde la última vez que una mujer había querido mi afecto, que me incliné despacio y apreté la boca contra la de ella.

Fue un largo y agradable beso húmedo y con sabor a whisky, que terminé con suavidad. Allison me sonrió y articuló gracias con los labios, luego dejó caer la cabeza hacia atrás y vi que el instante había pasado.

—¿Por casualidad te acuerdas de qué ponía en la agenda de Jay para hoy? —pregunté con toda la naturalidad que fui capaz.

—Sí. Va a un lugar llamado las cajas Red Hook un par de veces a la semana.

—¿Las cajas Red Hook?

—¿No suena fatal? Creo que va a ir esta tarde. Las cajas Red Hook. Lo que me parece bien siempre que no vaya a ver a O. La señorita O, quienquiera que sea, la bruja. Red Hook. Hay un montón de bares en esa parte de Brooklyn, o tal vez es una especie de negocio de la construcción.

Se equivocaba. Yo sabía qué eran las cajas Red Hook porque había estado allí con mi hijo, de hecho, un sábado lluvioso. Allison volvía a encerrarse en sí misma y lo correcto era dejarla sola. Lo correcto era ir inmediatamente a Red Hook.

—Espere, señor Wyeth.

—¿Sí?

Me cogió la mano y me frotó los nudillos.

—Tengo algo que decirte.

Si hubiéramos tenido una cama cerca habríamos estado en ella, tanto si había roto con su novio como si no.

—¿Sí?

—Pero hay un precio.

—¿Cómo?

—Tienes que prometerme que no serás crítico.

—¿Con qué?

—Con lo que hacemos.

—¿Quiénes?

—¿No quieres saber qué?

—Quiénes, qué… Me conformo con cualquiera de los dos.

—Lo averiguarás.

—¿Cuándo?

—Esta noche. —Me sostuvo la mirada—. En el Havana Room.

—¿Esta noche?

—Dice Ha que vuelve a estar preparado.

—¿Tan pronto?

—A veces —dijo Allison despacio, ebriamente divertida— las cosas suceden más deprisa de lo que esperamos.

—¿A qué hora?

—Ven a alrededor de las doce. Prometo estar sobria. —Arqueó las cejas marcadamente—. Estaré en plena forma, señor. Me encontrarás impresionante. —Retorció un dedo hacia mí—. Ah, hay algo más.

—¿Sí?

—¿Te han dicho que besas muy bien?

Sí me lo habían dicho, hacía mucho tiempo.

—Estás borracha, Allison. Tómate un café.

Antes de llegar a la escalera de mármol, me volví para mirar a Allison una vez más. En la oscuridad del reservado del fondo, tenía la cabeza caída, quizá de desesperación. Tal vez besarla había sido un error. Tal vez me había gustado tanto que quería volver a hacerlo. Y tal vez lo haría. Luego subí la escalera, giré el pomo y me dirigí a la puerta del restaurante esperando que nadie me viera salir.

Las camareras estallan sentadas en el fondo del comedor principal, fumando y charlando, mientras varios ayudantes ordenaban la cubertería y doblaban las servilletas. No me vieron. No me vio nadie excepto Ha, con su mono con bolsas en las rodillas, de pie en lo alto de una escalera del vestíbulo, cambiando una bombilla. Me vio salir del Havana Room, me vio esperar a ver si las camareras o los ayudantes me habían visto, y me vio levantar la vista hacia él sorprendido, y cuando se cruzaron nuestras miradas, pareció que sabía todo sobre mí, que era un hombre solitario y disponible que comía demasiado a menudo en el restaurante, que me encontraba en alguna clase de apuro, que acababa de salir del Havana Room, en cuyo reservado del fondo estaba sentada borracha y sola Allison, una mujer a la que él veía todos los días, y que había ocurrido algo entre nosotros allá abajo. Sí, al mirar la cara curtida de rasgos achinados de Ha, los pliegues de la piel, los ojos separados e imperturbables, vi que sabía todas esas cosas sobre mí.

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