Havana Room (36 page)

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Authors: Colin Harrison

Tags: #Intriga

—Pero tú estás establecido allí, ¿no?

—Tienen que comprarme para que me vaya, todo, hasta mis zapatos.

Nos quedamos ahí sentados mientras Dan revolvía con una cuchara su humeante sopa.

—He oído por ahí que no estás haciendo gran cosa —añadió en voz baja.

—¿Yo? —dije—. No.

—¿Ni un caso pequeño?

—Pocos, muy pocos.

—¿Te has metido en algo más?

Sacudí la cabeza.

—Lo que te hicieron fue un crimen, Bill.

Me encogí de hombros.

—Tenían buenos abogados.

—Sí. —Dan se inclinó hacia mí—. Escucha, voy a decirle a Kirmer que me quite la mano del culo.

—¿Te vas a ir?

—¿Irme? Voy a salir por piernas, amigo. Que esos cabrones se pudran con su dinero. Tengo unos dólares ahorrados y mi parte de las acciones, y cuento con el padre de Mindy.

—No lo entiendo.

Dan se recostó y se frotó el pecho, lo que, recordé, significaba que tenía una larga historia que contar.

—Bueno, sabes que soy un mal tipo, que siempre ando metido en algún chanchullo.

—Siempre me lo imaginé —dije.

—En cambio tú siempre has tenido las manos limpias.

—Soy un conformista —dije—. Soso como el aguachirle.

Él gruñó.

—En fin, el padre de Mindy.

Estaba impaciente por hablar de ello, me di cuenta.

—Es un disparate, Bill. Algo que nunca esperarías. El padre de Mindy me llama hace tres semanas y me dice que quiere jugar al golf. Acepto, y vamos al National de East Hampton. Precioso. Él es un tipo bastante distinguido, hizo mucho dinero en los años setenta con las líneas aéreas. Debe de tener una fortuna de unos doscientos millones de dólares. Puede permitirse vivir del interés del interés.

—¿Va a parar algo a Mindy?

—Sí, algún día, pero este tipo va a vivir hasta los noventa, como mínimo. Su pulso en reposo es de cuarenta y cuatro, y su tensión arterial de noventa y cuatro sobre setenta.

—¿Es un buen tipo?

—No. Para nada. Un cabrón. Un manipulador. No sabe qué hacer consigo mismo. Su mujer murió hace diez años, y ahora vive con una atractiva japonesa. Hay objetos japoneses por toda la casa. Alfombras de bambú, objetos de jade. Por no hablar de que cenan pescado con arroz todas las noches. Él tiene un aspecto fabuloso, se le ve relajado. Apuesto a que ella se ocupa de todo. Todo el rollo de la mujer asiática sumisa no es más que una sandez. Ella es la que controla todo. Él ha renunciado al control.

—Bueno, todavía controla doscientos millones de dólares.

—De modo que jugamos un par de hoyos. Yo sigo esperando. Nada. Él está jugando bien y yo, de pena. No doy ni una.

—Estás nervioso.

—Totalmente. Cerca del punto de salida del sexto hoyo hay un banco y él propone que nos sentemos.

—Ha llegado el momento.

—Sí. —Dan asintió mientras llegaban los primeros platos—. Nos sentamos. Él se quita los guantes de golf y los deja sobre su regazo, y me dice: Oye, sé que estás follando con otra mujer aparte de mi hija, puede que con más de una.

—¿Utilizó esa palabra?

—Sí, follar, lo que es mala señal, por supuesto. Porque está cargada de cólera. Le di la razón.

—Es visceral.

—Yo estoy pensando: Oh, no, está furioso y me va a golpear con su palo de hierro. Pero él me dice: No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé. El mundo es pequeño.

—¿Y era verdad? —pregunté. Dan alzó una mano.

—Me acojo a la quinta, senador.

—De acuerdo.

—Entonces él dice: «Sé que Mindy lo está pasando mal. Yo la crié y sé cómo es. Pero tú no puedes dejarla». En ese momento estoy a punto de cagarme encima. Digo: «Ya». Él dice: «No, hablo en serio. Sé que ha ganado demasiado peso». Bueno, en realidad dijo que estaba demasiado gorda. ¡Utilizó esa palabra para referirse a su hija! Yo hice un ademán, ya sabes, como para restarle importancia. Yo también estoy gordo, por supuesto. Pero ella se ha puesto realmente gorda. A efectos prácticos incluso. Me refiero a que eso crea un impedimento copulatorio. Una desventaja sexual. Con franqueza, lo único que funciona es hacerlo por detrás.

Levanté las manos.

—Eh, no es necesario que entres en detalles… no es precisamente fascinante.

—Tranquilo, no se acaba ahí. De hecho, está relacionado con tu futuro.

—¿La postura que utilizas con tu mujer obesa afecta a mi futuro?

—Bueno, en cierta medida. Tú sólo escucha. De modo que el padre de Mindy me mira y dice…

En ese momento sonó mi móvil.

—Rápido, contesta. —Dan estaba irritado—. No los miran con buenos ojos aquí.

—¿Martha? —respondí, adivinando—. ¿Has cambiado de opinión?

—Eh, cabrón —llegó una voz masculina—. ¡Se ha equivocado de número!

—¿Perdone?

—Estoy buscando a un tipo que me dio este número. En Brooklyn.

Dan me observaba.

—¿Casquete? —pregunté.

—Sí. Tengo la dirección de la que estuvimos hablando. Rainey ha vuelto a aparecer esta mañana, le ha dado al bate durante una hora. Lo he seguido hasta su casa. Quiero mis trescientos dólares.

—¿Cuál es la dirección?

—¿Por quién me ha tomado? —gritó a mi oído—. ¡Deme los trescientos primero!

—Quedemos en alguna parte —sugerí.

—Dentro de media hora delante de las cajas de bateo.

—No puedo.

—¿Qué coño?

Me preocupaba que Dan oyera la voz que gritaba a mi oído.

—¿Qué tal a las tres de esta tarde?

—Será mejor que se presente o se lo diré a Rainey.

Colgué.

—¿Quién era? —preguntó Dan.

—Un tipo que probablemente me va a traicionar.

Él asintió cansinamente.

—De acuerdo, ¿por dónde iba? El padre de Mindy, sí. Estamos sentados en el banco junto al sexto hoyo y dice: «Sé todo lo que estás pensando o lo que pensarás. Lo sé». De modo que me quedo allí sentado. Soy
shish kabob
. Soy yerno cocinado. Entonces él dice: «Te entiendo».

—¿Cómo?

Dan asintió con vigor, con la boca llena de comida.

—Dice: «Te entiendo. Pero no puedes dejarla». Yo digo: «No tengo previsto dejarla, los niños sufrirían demasiado». Él no se deja engañar. Dice que con los años ha oído decir lo mismo a veinte o treinta amigos. Siempre acaban dejando a sus mujeres, en cuanto los hijos se van de casa. «Mindy nunca te dejará», dice. «No se le pasaría por la cabeza, aunque quisiera. Es débil». Eso era cierto. «Además, te quiere demasiado», dice. «Por no hablar de los niños». Me siento como un cerdo al oír eso. Tiene razón, por supuesto. La estoy viendo, con sus ojos redondos, yendo detrás de mí para asegurarse de que estoy contento, de que tengo una bebida. Hará cualquier cosa por mí, Bill, chuparme los jodidos dedos de los pies, lo que sea… y no lo soporto, por supuesto. Ha perdido todo su amor propio, sólo quiere que la quieran, que la llenen, como el nuevo depósito de gasolina de mil setecientos cincuenta litros que tengo en el sótano por si hay carestía. ¡Enorme, con capacidad extra! Mindy es así, se tumba en la cama con sus gruesas piernas abiertas y me llama: «Ven aquí y quiéreme, por favor». Agita los brazos y gime: «Oh, dime que todo va bien». Y eso me rompe el corazón, pero también me hace odiarla. —Llegados a ese punto. Dan hizo una pausa y entornó los ojos, asomándole una sonrisa maliciosa a los labios—. Me gustan las chicas delgadas que se hacen las duras, amigo… las chicas malas y astutas que tienes que abrir de golpe.

Exhaló pesadamente y apuró la copa de un trago.

—Eh, Dan —dije—. Todavía vamos por la sopa.

—Luego él dice: «Quiero hacerte una oferta». «De acuerdo, ¿de qué se trata?», digo yo. Y él dice: «Si no la aceptas, nunca volverás a recibir esta oferta. Nunca».

—¿Y?

—Dice; «Dos millones de dólares y la promesa de que nunca dejarás a mi hija».

—¿Dos millones?

—No puedo ni abrir la boca. Recuerda que no es mucho dinero para él. Dice; «Sé que quieres saber dónde está la trampa, cuáles son las condiciones». Y yo le digo; «Sí, claro». Trato de relajarme al decirlo, pero suelto un gallo. Él dice; «Nunca se me ocurriría exigir a otro hombre que no se acueste con otras mujeres. Es poco realista. Tienes que dejar cazar al gran perro y demás. De modo que mis condiciones son las siguientes. Primero, no dejar nunca a Mindy. Nunca. Así de sencillo. Un poco aterrador. Segundo, someterte a una vasectomía. De ese modo, cuando folles por ahí, no dejarás a ninguna embarazada, y tercero, hacer con el dinero exactamente lo que yo te diga».

—No compres un viñedo.

—Un viñedo, un castillo en Escocia, lo que sea.

—¿Y bien?

—Y añade: «Piensa en ello mientras doy el primer golpe. Después volveré a sentarme en el banco para que me respondas. Si no tienes nada que responder, asumiré que no hay trato. Si dices que no, nunca volveré a hacerte la oferta. Nunca».

—Y tú te lo crees.

—Totalmente.

—¿Va a decirte cómo tienes que utilizar el dinero antes de aceptarlo?

—Se lo pregunto y dice que no.

—Eso es lo que llamo jugar duro.

Dan asintió, pero no sin cierta admiración hacia el anciano.

—Luego dice; «Si dices que sí, te extenderé un talón dando por hecho que vas a cumplir tu palabra. Y me enviarás una copia de la factura de la vasectomía». —Dan alargó las manos en el aire, levantando el tenedor por encima de la cabeza—. ¡Bill! ¡Quiere pruebas de cómo me cortan los huevos! Luego se acerca al hoyo y coloca su pelota de golf, y saca su madera del número uno.

—Te está obligando a responder.

—Sí, y estoy un poco cabreado además de sorprendido.

—Una auténtica humillación.

—Y que lo digas.

—Es bastante castrante que tu suegro insista en que te den el tijeretazo.

—A quién se lo vas a decir. —Dan apartó su plato vacío—. De modo que coloca la pelota, coge bien el palo y le da un buen golpe. La pelota desaparece. Luego coge el tee y vuelve al banco. Yo sigo sentado en él. No me he movido.

—Has decidido decir que sí.

—He decidido decir que no.

—¿En serio? —Eso no era propio del Dan Tuthill que yo conocía, siempre buscando la próxima fuente de dinero que succionar.

—Sí, quiero decir que a mí no se me compra de ese modo. ¡Que se joda! Mindy tiene un culo como un balón de playa arrugado. Trata de esconderlo, pero yo lo veo de todos modos. Además, follar baja mi testosterona. De modo que estoy pensando: Unos años más, hasta que los niños acaben el colegio, y entonces me separaré e iré a la caza de esas gachís que veo a todas horas en los bares. —Volvió a inclinarse hacia mí con mirada soñadora—. ¿Tienes idea de lo mucho que se folla por ahí, Bill? Hasta los viejos gordos como yo. ¡Déjanos embarazadas, déjanos embarazadas, haz algo con todo este estrógeno!, gritan los ovarios como trompetas de las montañas. No pueden evitarlo, Bill. Es algo innato, biológico. ¿Esas casas de pisos llenas de mujeres solteras? ¡Palacios de estrógeno! —Se señaló el pecho—. Yo soy perfecto, ¿comprendes? Soy rico y físicamente poco atractivo, y no tengo madera de casado. Es totalmente contraintuitivo, y la mayoría de las mujeres nunca lo admitirían. ¡Soy perfecto para la mujer que necesita sexo de cualquier clase, pero que no quiere liarse con nadie con quien pueda liarse de verdad! ¿Entiendes? Se trata de una especialidad altamente especializada. Todas dicen que están buscando a un buen tipo o a un tipo con madera de casado, pero en realidad esa clase de tipos les dan pavor. Con los hombres como yo saben a qué atenerse, ¿comprendes? Unas risas, unas copas, yo te follo, tú me follas, y hasta la vista, he perdido tu tarjeta de visita, pero ¿y qué?, aquí no ha pasado nada, nadie se ha portado mal, ¿de acuerdo?

—Caray.

Por alguna razón esas palabras me sonaron duras, a pesar de mi desastrosa salida del apartamento de Allison por la mañana.

—¡Las chicas están desesperadas, amigo! Odian admitirlo y no lo harán, pero es un hecho. De modo que calculo que a los cincuenta años, soltero de nuevo y con treinta kilos menos, tendré unos diez años de gachís por delante.

—Pero tus hijos —dije pensando en mi hijo—. Eso los destrozaría.

Él lo rechazó con una mueca.

—Dejaré que se hagan un poco mayores. Saben que las cosas no son fantásticas, de todos modos.

Yo no quería oír eso.

Él sonrió.

—De modo que el padre de Mindy se acerca y dice: «¿Y bien?». Así, tal cual: «¿Y bien?». «¿Voy a dejar que un tipo, un cabrón que dejó a su mujer, me corte los testículos? ¿Voy a vivir toda la vida con esa mujer que me hace enloquecer? ¡Olvídalo! ¿Qué soy, un mono completamente dominado? ¡Olvida el dinero! ¡Voy a hacer una fortuna! Vete a la mierda. No me puedes comprar, ¿te enteras?».

—Comprendo —dije con falsa solidaridad.

Dan se calmó y se llevó las manos a la barriga, dando el asunto aparentemente por zanjado, como su sopa.

—De modo que levanté la mirada y dije: «¿Has dicho dos millones?». Y él dice: «Sí». Y yo digo: «Que sean tres».

—¿Cómo?

—Y él dice: «¡Sí! ¡Trato hecho!».

—Espera… ¿cómo?

—¡Trato hecho! ¡Tres millones! ¡Nos estrechamos la mano! ¡Lo miré a los ojos! En realidad, los dos estábamos un poco llorosos, Él hasta me abrazó. Y es cosa hecha. Y me siento bien al respecto. ¡Me hace sentirme bien, de hecho me hace sentirme muy bien, Bill! Ahora sé que estoy a salvo. Estoy algo así como muerto en realidad. La verja se ha cerrado y el tren se ha ido de la estación. Pero eso también me hace sentirme bien. ¡Ya no puedo estropearlo todo porque he aceptado el dinero! Lo sé y lo acepto. Y ahora me siento bien, realmente bien.

—¿Entonces te has hecho la vasectomía?

—Fue coser y cantar. Estuve dolorido unos días, eso es todo.

—¿Y qué me dices de todas esas gachís?

Se encogió de hombros.

—Ya no estoy tan interesado.

—¿Es psicológico?

—Probablemente. Lo que sea.

Lo miré fijamente. Dan parecía tener tantos altibajos emocionales en el curso de la conversación que no me atrevía a llevarla mucho más lejos.

—¿Me has pedido que coma contigo para decirme que te han dado tres millones de dólares en un campo de golf para que te desconecten los huevos?

—No, Bill —dijo él—. Te he pedido que comas conmigo porque quiero ofrecerte un trabajo, mamón.

No lo entendí.

—¿Recuerdas que tenía que utilizar el dinero exactamente como él me dijera? Bueno, pues él especificó que lo empleara para abrir mi propia compañía, un bufete con clientela sofisticada. Me soltó todo un discurso, que tenía talento y mucha energía, y que el motivo por el que follaba por ahí era porque estaba perdido, me había engullido una gran compañía donde no podían sobresalir mis talentos. Estaba perdiendo el tiempo con amantes cuando podría estar construyendo algo, algo grande. Dijo que utilizara los tres millones como capital iniciador, que conocía muchos bancos que me ayudarían a empezar. Era una propuesta atractiva. Él es un hombre atractivo, lo admito. Sabio. Muy sabio. De modo que voy a invertir el dinero de mi tijeretazo, el de la venta de mis acciones y unos ahorros. He encontrado un local en la calle Cincuenta y tres, compré lo que quedaba del contrato de arrendamiento de una compañía punto-com. La compañía quebró y el local lleva un año vacío. El corredor de fincas casi lo regalaba, dijo que al arrendatario anterior le había entrado el pánico, y vivía de hojas y ramitas. De modo que se puede decir que lo he robado. Van a seguirme ocho de mis clientes de toda la vida, además de unos cuantos nuevos. Algunos de los jóvenes de la compañía quieren venirse conmigo. Todos ellos pueden hacer llover dinero. Y luego estoy yo. —Hizo una pausa, observándome mientras asimilaba la situación—. Lo que necesito es un tipo que controle todo lo que entre y salga. Los jóvenes no tienen una visión de conjunto. No son capaces de estarse quietos, necesitan acción. Y a mí ya me va bien, porque voy a hacerles correr como si fueran perros de carreras. Pero necesito a alguien en el centro.

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