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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin (4 page)

Caminaron alrededor del castillo hacia el otro lado de la isla.

En efecto, había allí una gruta que en ocasiones les había servido de cobijo. Podía llegarse a ella desde la orilla del mar, como había dicho Julián, o sea trepando por el exterior por el escurridizo acantilado. O bien se podía entrar, sirviéndose de una cuerda, a través de un boquete que se había formado en el techo.

Encontraron el agujero medio oculto por la maleza. Julián tanteo y se cercioro de que la cuerda aún estaba allí.

—Me deslizare para echar una mirada —decidió.

Y acto seguido bajo. La cuerda estaba anudada de trecho en trecho, de tal manera que los pies iban encontrando apoyo en el descenso. Así se evitaba resbalar con excesiva rapidez y despellejarse las manos.

Pronto llegó al fondo. Una luz tenue penetraba desde el mar. Julián echo una ojeada a su alrededor. Allí no había nada en absoluto, excepto una caja que se les habría quedado olvidada a ellos mismos la última vez que habían estado en la cueva. Trepó cuerda arriba y su cabeza asomó por encima del agujero. Dick le tendió la mano para ayudarle a salir.

—¿Qué pasa? ¿No hay rastro de tío Quintín?

—No —contestó Julián—. Ni siquiera hay señales de que haya estado nunca aquí. ¡Es un misterio! ¿Dónde se habrá metido? Y si es cierto que está haciendo algún trabajo importante, ¿en dónde guarda sus instrumentos? Sabemos que se trajo mucho material. Lo dijo tía Fanny:

—¿Y por qué no puede estar en la torre? —preguntó Ana de repente—. Es posible que este allá arriba, en la glorieta de cristal que hay en la cima.

—Si estuviera allí, ya nos habría visto —objetó Dick, molesto—. Por lo menos, hubiera oído nuestros gritos. Sin embargo, no estará de más que echemos un vistazo.

Dicho y hecho. Regresaron al castillo y se encaminaron sin demora hacia la extraña torre. Su tía los descubrió al pasar y los llamó.

—La merienda esta lista, niños. No esperaremos más. Vuestro tío ya vendrá cuando le parezca oportuno.

—Muy bien, tía Fanny, pero… ¿dónde está? —preguntó Ana muy intrigada—. Hemos mirado por todas partes.

Su tía no poseía un conocimiento tan perfecto de la isla como los chicos. Por ello, se imaginaba que existían muchos lugares en los cuales era posible encerrarse y trabajar con toda tranquilidad.

—No importa —replicó imperturbable—. Ya vendrá más tarde. Vosotros venid a merendar. Ya lo tengo todo preparado.

—Preferimos antes subir a la torre —insinuó Julián—. A lo mejor el tío está tan ocupado que no se ha enterado nuestra llegada.

Los cuatro niños se dirigieron al patio central del castillo. En él se alzaba la moderna torre de material traslúcido. Acariciaron los paneles, acoplados unos a otros en pulimentadas curvas.

—¿Qué material será este con el que han edificado la torre? —preguntó curioso Dick.

—Algún nuevo material plástico —aseguro Julián—. Parece muy ligero y, en cambio, muy resistente. Además es facilísimo de montar, como una construcción mecánica de juguete.

—Sin embargo, yo no estoy segura de que un vendaval no pueda volcarlo —opinó Jorge con aire crítico.

—También yo me temo algo por el estilo —asintió Dick—. Mirad, aquí se ve la entrada.

La puerta era pequeña y curvada y la llave aparecía colocada en el cerrojo. Julián la hizo girar y tiró de la puerta. Ésta se abría hacia fuera, no hacia dentro. Metió la cabeza para echar una ojeada preliminar. No había mucho espacio disponible en la base de la torre. Una escalera de caracol, construida con el mismo material brillante del exterior, se extendía en espiral hacia arriba. En un lado descubrió una serie de curiosos objetos, que parecían de acero, unidos entre si por alambres.

—Será mejor no tocarlos —ordenó Julián, contemplándolos con curiosidad—. ¡Hay que ver! ¡Me recuerda las torres de los cuentos de hadas! Bueno, voy a subir hasta el mirador.

Comenzó a trepar por la escalera de caracol. Los peldaños eran muy empinados y pronto advirtió un ligero mareo, a causa de tantas vueltas como tenía que dar.

Los demás le siguieron. Unos ventanillos, estrechos como ranuras, dejaban penetrar alguna luz de trecho en trecho. Julián se detuvo a mirar por uno de ellos y gozó de una espléndida vista de mar y tierra firme. Después, continuó subiendo.

Al finalizar el ascenso se encontró en una habitación redonda, cuyas paredes eran de vidrio grueso y pulimentado. Gran cantidad de alambres atravesaban el vidrio y se proyectaban hacia el exterior. Aquellos extraños hilos se agitaban con el viento que silbaba alrededor de la torre.

El centro del cuarto aparecía vacío. Y, desde luego, el tío Quintín no estaba allí. Se comprendía que el destino de la torre no era otro sino proteger los cables que subían por los extraños objetos hasta el fin del torreón y extender sus extremos al viento. ¿Para qué? ¿Se trataría de antenas para enviar ondas hertzianas? ¿Tendrían algo que ver con el radar? Julián se extrañaba de cuanto veía y se sentía muy intrigado acerca del significado de la torre, de los objetos raros y los alambres al aire libre.

Los demás habían ido alcanzando por turno la pequeña habitación redonda. También lo había logrado
Tim,
a pesar de que paso mil apuros para subir la escalera.

—¡Dios mío! ¡Que sitio más raro! —exclamó Jorge—. Pero ¡que vista tan estupenda se disfruta desde aquí! Pueden verse kilómetros y kilómetros de mar por un lado y, por el otro, toda la extensión de la bahía, con las montañas al fondo.

—Sí, es precioso —confirmó Ana—. Pero… ¿
dónde está el tío Quintín?
Todavía no lo hemos encontrado y sabéis muy bien que no ha salido de la isla.

—Claro que no. Su bote estaba varado en la ensenada —aceptó Jorge—. Todos pudimos verlo.

—Por tanto, en algún sitio tiene que haberse escondido —dijo Dick—. No está en el castillo, no está en los sótanos, no está en la cueva y tampoco está aquí arriba. ¡Es un misterio de primera clase!

—¿En dónde está el tío perdido? —canturreó Julián—. Mirad allá abajo. La pobre tía Fanny está esperándonos con la comida preparada. Es mejor que bajemos. Nos está haciendo señas.

—Tienes razón. Además yo no quiero quedarme aquí más tiempo —dijo Ana—. Se tiene una impresión desagradable aquí arriba. ¿No oís como arremete el viento contra la torre, como si quisiera volcarla? Me voy abajo a toda prisa, antes de que se derrumbe todo.

Y empezó a descender las espirales de la escalera, agarrándose al pasamanos. Los escalones eran tan empinados que temía caerse. Y estuvo a punto de rodar hasta abajo cuando
Tim
paso corriendo entre sus piernas como un meteoro.

Pronto estuvieron todos reunidos. Julián volvió a cerrar con llave.

—No sé para que puede servir una cerradura si se deja puesta —observó—. En fin, la dejare como estaba.

Regresaron adonde les aguardaba tía Fanny.

—¡Vaya! Por fin estáis aquí —dijo—. Creí que ya no vendríais. ¿Descubristeis algo interesante allá arriba?

—Solo una vista maravillosa —contestó Ana—. Verdaderamente de ensueño. Pero no hemos logrado localizar al tío Quintín. Es un asunto muy misterioso, tía Fanny. De verdad te lo digo. Hemos buscado en todos los rincones de la isla y no esta en ninguna parte.

—Sin embargo, su bote sigue en el puerto —observó Dick—. Así que no puede haberse marchado.

—¡Sí que es raro! —asintió tía Fanny repartiendo los bocadillos—. Bueno. Vosotros no conocéis a vuestro tío tanto como yo. Siempre reaparece sano y salvo cuando menos se le espera. Ha olvidado que veníamos, eso es todo. En caso contrario, seguro que ya estaría aquí. De manera que es posible que no le veamos, si realmente se ha olvidado por completo de nuestra visita. Si se acuerda, llegara de repente.

—Pero, ¿de dónde vendrá? —insistió Dick, mientras daba un mordisco al bocadillo de carne en lata—. Ha puesto en escena un buen truco de desaparición. ¡Parece obra de magia!

—Ya os digo que aparecerá cuando lo crea oportuno. No lo dudéis —dijo tía Fanny, y añadió—: ¿Otro bocadillo, Jorge? No, tu no,
Tim,
ya te has zampado tres. Por favor, Jorge, aparta a
Tim
de la comida.

—Es que esta hambriento —protestó Jorge.

—Pues si esta hambriento, que se dedique a la comida especial que he traído para él, bizcochos de perro.

—¡Vamos, mama! Como si
Tim
se contentara con esas galletas perrunas pudiendo comer un bocadillo. Únicamente cuando no dispone de otra cosa y tiene mucha hambre acepta bizcochos de esa clase.

Así transcurrió la merienda, al cálido sol de abril. Todos hicieron gala de un excelente apetito. Para beber había naranjada fresca y deliciosa.

Tim
corrió hacia una hendidura de la roca en donde quedaba recogida el agua de la lluvia y se le oyó beber.

—¿No tiene una memoria prodigiosa este perrito mío? —alabó Jorge orgullosa—. Han pasado varios meses desde la última vez que estuvo aquí y, sin embargo, ha encontrado en seguida el charco en cuanto ha sentido sed.

—Es raro que hasta el mismo
Tim
haya fracasado en hallar al tío Quintín —observó Dick—. ¿No os parece? Lo lógico hubiera sido que si, al buscarle, nos hemos acercado a algún sitio «caliente», el perro ladrase o hiciese algo raro. Pero no hizo nada.

—Creo que tienes razón. Es muy extraño que no hayamos encontrado a papá por ninguna parte —dijo Jorge—. La verdad, no entiendo como tú te lo tomas con tanta tranquilidad, mama.

—Verás, Jorge, como dije antes, conozco a tu padre mejor que tú —contestó su madre—. No dará señales de vida hasta que se le antoje. Recuerdo una vez en que llevaba a cabo un trabajo en la cueva de estalactitas de Cheddar y desapareció por más de una semana, sin que ninguno supiéramos nada de él en aquellos días. Volvió a aparecer tan tranquilo cuando hubo terminado sus experimentos.

—Es curioso… —empezó a decir Ana. Se detuvo de pronto. Un ruido extraño había llegado a sus oídos. Era como un crujido o como el gruñido de un perro gigantesco y furioso, escondido en algún lugar.

Luego se oyó una especie de aullido que partía de la torre y los alambres que colgaban de lo alto se iluminaron, soltando chispas tan fuertes como relámpagos.

—¿Veis? Ya sabía yo que vuestro tío estaba ocupado —comentó satisfecha tía Fanny—. Oí este mismo ruido otra vez que estuve aquí, aunque no pude averiguar de donde procedía.

—¡Es verdad! ¿De dónde venía? —preguntó extrañado Dick—. A mí me pareció como un trueno subterráneo.

—Pero eso no puede ser. ¡Santo Dios! ¡Que cosa más misteriosa!

No se oyó ningún ruido más por el momento. Siguieron comiendo bocadillos con jamón, hasta que Ana soltó un chillido que los hizo ponerse en pie de un brinco.

—Mirad, ¡allí está el tío Quintín! Esta allí, ¿no lo veis? Junto a la torre. Está contemplando los grajos. ¿De dónde ha salido?

CAPÍTULO V

Un misterio

Se quedaron mirando atónitos al tío Quintín. Allí estaba tan tranquilo, con las manos en los bolsillos y observando con gran atención las evoluciones de los grajos. No denotaba el menor síntoma de haberse fijado en la presencia de su hija y de sus sobrinos, ni siquiera en la de su mujer.
Tim
fue el primero en reaccionar. De un salto, se lanzó brincando en dirección al tío Quintín, mientras ladraba con fuerza. Solo entonces pareció tío Quintín volver a la realidad. Descubrió primero a
Tim
y después a los demás, que lo miraban realmente asombrados.

Tío Quintín no pareció alegrarse en absoluto de verlos. Se acercó sin prisa a ellos, en tanto fruncía el entrecejo.

—¡Vaya sorpresa! —dijo—. No tenía ni idea de que pensarais venir hoy a visitarme.

—¡Pero Quintín! —exclamó su mujer en tono de reproche—. Yo misma te lo anote en tu diario para que no lo olvidases. Allí quedó apuntado.

—¿De verdad lo hiciste? Puede… He de confesar que no lo he hojeado ni una vez desde aquel día. Es natural que no lo haya leído —contestó tío Quintín malhumorado. Luego besó a su mujer, a Jorge y Ana, y estrecho la mano que le tendían los dos chicos.

—Tío Quintín, ¿puedes decirnos en dónde estabas? —preguntó Dick, que reventaba de curiosidad—. Te estuvimos buscando por todas partes durante muchísimo tiempo.

—Pues…, en mi laboratorio —contestó tío Quintín en tono vago.

—Pero, ¿dónde lo tienes? —volvió a preguntar Dick—. Te aseguro que no tenemos la menor idea de en donde lo escondes. Incluso hemos subido a la torre a ver si estabas en aquella extraña glorieta de vidrio que la remata.

—¿Qué? —estalló su tío en un ataque de ira repentino e inusitado—. ¿Os habéis atrevido a subir allí? Pues habéis pasado por un grave peligro. Precisamente acabo de terminar un experimento y todos aquellos cables estaban conectados con él.

—Si, los vimos moverse de una manera rara —comentó Julián.

—No teníais nada que hacer allí y menos entrometeros en mi trabajo —riñó el tío con severidad—. ¿Cómo conseguisteis entrar en la torre? Yo la cerré con llave.

—Tienes razón, estaba cerrada —confirmó Julián—. Pero dejaste la llave en la cerradura. ¡Mírala! Y claro esto nos convenció de que no te importaría en absoluto que entrásemos.

—¡Al fin apareció mi llave! Y yo que creía haberla perdido —exclamó tío Quintín—. Bueno, ahora ya lo sabéis. No intentéis jamás entrar de nuevo en esa torre. Os advierto que es peligrosísimo.

—Tío Quintín, todavía no nos has dicho donde está tu laboratorio —insistió Dick, que estaba emperrado en averiguarlo—. No podemos imaginarnos de dónde has salido tan de repente.

—Ya les explique que aparecerías, Quintín —observó su esposa—. Estás más flaco, querido. ¿Te has preocupado de hacer tus comidas con regularidad? Te deje más que suficiente e incluso un buen potaje para calentar.

—¿Eso hiciste? —preguntó su marido—. Bien, no sé si he comido o no. Nunca me acuerdo de esos detalles mientras trabajo. Me comeré alguno de esos bocadillos, si es que sobran.

Y empezó a devorar bocadillos, uno tras otro, con gran voracidad. Tía Fanny lo vigilaba disgustada.

—¡Quintín! —exclamó de pronto—, esto no puede seguir así. Estás muerto de hambre. Me trasladare aquí para quedarme y cuidar de que te alimentes como es debido.

Su marido se alarmo y rechazó la idea con rapidez:

—¡No! ¡Ni hablar! Nadie puede venir aquí. No quiero de ninguna forma que nada ni nadie distraiga mi obra. Estoy empeñado en un invento en extremo importante.

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