Los siete contra Tebas

 

Los siete contra Tebas, presentada el 467 a.C., se basa en una leyenda tebana: el conflicto entre los dos hijos de Edipo, Eteocles, y Polinices, por el trono de Tebas. Se cree que es la tercera obra de una trilogía, y que las dos primeras son Layo y Edipo.

El ejército de Argos ( en el que milita Polinices) cerca la ciudad de Tebas, gobernada injustamente por el hermano de Polinices: Etéocles. Un mensajero informa al gobernante de Tebas que la ciudad es asediada por siete capitanes cada uno de los cuales está situada en una de las siete puertas de la ciudad. Etéocles dispone otros 7 capitanes de Tebas para salvaguardar la ciudad. Los dos hermanos, militantes de bandos contrarios, se enfrentarán en la séptima puerta dándose muerte mutuamente.

Los magistrados de Tebas decidirán no dar honras fúnebres al cadáver de Polinices por haber luchando contra su patria y dejar su cadáver a la intemperie para que sea devorado por las aves. Pero Antígona, también hija de Edipo e Yocasta y hermana de Polinices y Etéocles, se pronunciará contra esta decisión de los magistrados. Etéocles se alza como el defensor de la patria. Cuando se dirige a luchar contra su hermano, Etéocles es consciente de la desgracia que se le avecina, pero acepta su sino ya que nada se puede hacer contra el designio divino, es por esto que a Etéocles se le ha considerado el personaje más logrado del teatro griego, en su grandeza.

Polinices, por el contrario, se alza como el traidor, a pesar de lo cual su hermana, Antígona, pretenderá enterrar a su hermano dignamente.

Esquilo

Los siete contra Tebas

ePUB v1.1

Polifemo7
03.11.11

Traducción: José Alsina

Los siete contra Tebas

PERSONAJES DEL DRAMA

ETEOCLES,
hijo de Edipo, actual rey de Tebas

EXPLORADOR

CORO DE MUJERES TEBANAS

(ANTÍGONA),
hermana de Eteocles y Polinices

(ISMENE),
hermana de Eteocles y Polinices

(HERALDO)

La escena, en Tebas.

(El
CORO,
formado por mujeres tebanas, se apiña en la
orquéstra,
que representa el ágora. Aparece
ETEOCLES
con su séquito armado).

ETEOCLES. Palabras muy acertadas ha de decir, ciudadanos de Tebas, quien en la popa del país, la maniobra dirige, timón en mano, sin permitir que sus párpados se cierren para dormirse. Pues si el éxito logramos mérito será de un numen; por el contrario, si ocurre —cosa que el cielo no quiera— un desastre, solamente fuera el nombre de Eteocles el que se pregonaría por toda la ciudad, con injurias y con lamentos, de lo que Zeus Protector, fiel a su nombre, proteja la ciudad de los cadmeos. Y ahora debéis vosotros —al que le falta algún tiempo para alcanzar la sazón, y el que de ella ya ha salido procurando acrecentar todo su vigor y fuerza, y, en fin, cada cual cuidando aquello para que sirve— prestar concurso al estado y a las aras de los dioses de esta tierra, porque nunca sean sus honras borradas; y a los hijos, y a la tierra, nuestra madre y queridísima nodriza. Pues ella, al fin, cuando, de niños, reptabais por su benévolo suelo, tomó sobre sí el trabajo de dar a todos crianza, y os ha ofrecido el sustento para que fuerais, un día, unos ciudadanos que saben portar sus escudos, fieles a su obligación, hasta este día los dioses se han mostrado favorables, que, durante todo el tiempo de este prolongado asedio, la guerra, a los dioses gracias, nos es propicia en gran parte, ahora, dice el profeta que las aves apacienta y que, en su oído y su mente, sin necesidad del fuego, con un arte que no engaña los augurios interpreta, este, pues, con sus oráculos dice que ingente ofensiva por parte de los aqueos, en un consejo nocturno se está planeando, y que van a atacar esta villa. Así que, ¡sus!, a los muros, y a las puertas de las torres, con todo vuestro armamento acudid todos; llenad los parapetos al punto y firmes permaneced en los techos de las torres, y resistid con empuje en las bocas de las puertas sin temer en demasía al ejército invasor. ¡Dios estará a nuestro lado! Por mi parte, ya he mandado exploradores y espías que vigilen esta hueste, y espero que el cometido no van a cumplir en vano. Escuchando sus reportes voy a alejar los temores de que, por medio de engaños, puedan lograr sorprenderme.

(Llega corriendo un
EXPLORADOR).

EXPLORADOR. Noble señor de Tebas, Eteocles, vengo del campamento con noticias fidedignas: yo mismo he contemplado lo que está sucediendo: siete jefes, valerosos caudillos de la hueste, han degollado un toro sobre un negro escudo, y han tocado con sus manos la sangre de aquel toro, y han jurado por Ares y Enió, y por el sangriento miedo que una de dos: o aniquilaban nuestra ciudad, y luego, por la fuerza, saqueaban la ciudad de los cadmeos, o morían, con su sangre empapando esta tierra. Como recuerdo suyo que enviar al hogar, junto a sus padres, con sus manos guirnaldas en el carro de Adrasto colocaban, sollozando, pero sin que saliera de sus labios ni una queja. Su corazón de hierro exhalaba un espíritu fogoso, cual leones con Ares en los ojos. No ha de tardar la prueba de mi informe: los dejé echando suertes a qué puerta cada cual apostarse debería, según el orden del sorteo. Aposta, por tanto, a los guerreros más estrenuos, de la ciudad la flor y nata, frente las bocas de las puertas. Que, muy cerca, la hueste argiva, totalmente armada, avanza ya, levanta el polvo y cubre el llano todo con la blanca espuma que segrega el pulmón de los corceles. Tú, pues, cual buen piloto de una nave, la ciudad fortifica, antes de que de Ares lleguen los embates. Porque ruge la ola terrestre de la hueste. Toma la precaución más rápida que puedas; yo, mientras tanto, mi ojo bien abierto, vigía fiel, tendré, y así, sabiendo lo que ocurre allí fuera exactamente, te podrás mantener sin riesgo alguno.

ETEOCLES. ¡Oh Zeus y Tierra, oh dioses de mi patria! ¡Oh Maldición y Erinia poderosa de mi padre! No arranquéis de raíz, aniquilada por el enemigo, a esta ciudad, que habla la lengua griega, y unas casas que tienen sus hogares. No sometáis jamás al yugo esclavo esta tierra de Cadmo, un país libre. Sed nuestra fuerza. Nuestra causa, creo, es la misma: que una ciudad que vive en la prosperidad honra a sus dioses.

CORO. Lanzo ingente y terrible griterío. Se ha soltado la hueste. Dejando el campamento, corre hacia aquí una enorme vanguardia de jinetes. Una nube de polvo me convence que se eleva hasta el cielo, mudo, claro, seguro mensajero. El fragor de las armas los llanos de mi tierra está atronando; se acerca, vuela y ruge a la manera de un torrente impetuoso que cae desde el monte. ¡Io, io, dioses y diosas! apartad esa peste que me asalta. ¡Un grito en las murallas! Con sus blancos escudos, bien dispuesta, sobre nuestra ciudad avanza la hueste. ¿Qué dios o diosa va a salvarme? ¿Cuál me dará protección? ¿Debo postrarme quizá ante las estatuas de los dioses?

¡Io, io, felices, de seguro asiento, ha llegado la hora de abrazar las estatuas! Mas, ¿por qué esa tardanza entre gemidos? ¿Oís o no el fragor de los escudos? ¿Cuándo, si no es ahora, vamos a revestirnos con vestes y coronas suplicantes? Percibo ya el estrépito. No es el fragor de pica sólita ¿Qué vas a hacer? ¿A traicionar, acaso, Ares, antiguo dios de estas regiones, a esta tierra que es tuya? ¡Oh dios del casco de oro, vuelve tus ojos, vuelve, a esta ciudad que, un día, tan querida te fuera!

ESTROFA 1.ª
¡Oh dioses, de esta tierra protectores, contemplad esta tropa de doncellas que os pide que evitéis su servidumbre! De la ciudad en tomo, ola guerrera de penacho oblicuo hierve encrespada por el soplo de Ares. Mas, oh Zeus, padre, ¡oh, oh!, que cumples todo, impide, como sea, que de mí se apodere el enemigo. Los argivos rodean la ciudad
de Cadmo, y el horror de las armas enemigas de mí se ha apoderado. Mordidos por quijadas de caballos, muerte cantan los frenos. Siete soberbios jefes de la hueste contra las siete puertas, que en suerte les tocaran, con arneses que salvan de la pica, ya se van apostando.

ANTÍSTROFA 1.ª
Y tú, oh hija de Zeus, fuerza guerrera, Palas, protege a nuestra patria; y tú, tú, sí, ecuestre señor que el mar dominas, oh Posidón, con ese ingenio tuyo que da muerte a los peces, la salvación, la salvación te pido de mi infortunio. Y tú, Ares, ¡ay, ay!, protege claramente, presta ayuda a esta ciudad a quien Cadmo diera su nombre,
tú, Cipris, la abuela de mi raza,
danos tu protección, que de tu sangre hemos nacido, al fin, y a ti, con preces que a los dioses invocan, acudimos. T
ú, dios lobo, sé auténtico lobo
, contra nuestro enemigo, y haz que pague nuestros gemidos. Tú, hijo de Letona, apresta bien el arco.

ESTROFA 2.ª
¡Eh, eh!
En torno a la ciudad, el ruido de carros
se escucha. ¡Oh Hera, mi señora!
Al peso de los ejes,
rechinan ya los cubos de los carros.
¡Ártemis bienamada!
Por las picas herido el aire se enfurece.
¿Qué va a ocurrirle a mi ciudad? ¿Qué será de ella?
Y, ¿qué final quiere imponerle el cielo?

ANTÍSTROFA 2.ª
¡Eh, eh!
Una lluvia de piedras viene a herir las almenas. ¡Mi bienamado Apolo!
De broncíneos escudos, fragor ante las puertas. ¡Escucha, hija de Zeus
!, tú, que en la guerra impones santo fin a una batalla; y tú, diosa feliz, Onca, que vives frente a nuestra ciudad, salva esta sede que tiene siete puertas.

ESTROFA 3.ª
¡Io!, dioses que todo lo podéis, perfectos protectores, y perfectas de esta tierra y sus torres, no entreguéis esta villa abrumada a los golpes de la pica, a un ejército que habla otro lenguaje. Escuchad a estas vírgenes, escuchad, como es justo, preces que a mano levantada hacemos.

ANTÍSTROFA 3.ª
Démones bienamados,
que, protectores, envolvéis la villa, mostrad todo el amor que ella os inspira, y cuidad de los templos de este pueblo, y, pues que los cuidáis, dadles ayuda. Recordad los amados sacrificios que esta ciudad os hacía.

ETEOCLES. A vosotras pregunto, insoportables criaturas: ¿Es ese el mejor modo de salvar la ciudad e infundir ánimos a este pueblo, encerrado entre sus muros, caer ante la imagen de los dioses que esta ciudad custodian y dar gritos y voces, actitud que execra el sabio? ¡Jamás, ni en la desgracia ni en la dulce bonanza, con el sexo femenino, deba yo convivir! Cuando triunfa, muestra una audacia insoportable, y cuando le asalta algún cuidado, es una peste mayor para su casa y para el pueblo. Ahora mismo, al correr por las calles, en confusa espantada, habéis sembrado la ignava cobardía en las entrañas de nuestros ciudadanos. De esta forma, prestáis un gran servicio a los de fuera, y, dentro, nos labramos la ruina contra nosotros mismos. ¡He aquí el precio por haberte tratado con mujeres! Si alguien no se somete a mi mandato, hombre o mujer, o un intermedio de ambos, voto de muerte sobre su cabeza, se habrá de decretar. Y no hay cuidado de que evite una muerte lapidaria a manos de la turba. Es cosa de hombres —no intervengan mujeres— lo de fuera. ¡Quieta en tu casa y no me causes daño! ¿Oíste o no me oíste? ¿Hablo a una sorda?

CORO.

ESTROFA 1.ª
Hijo caro de Edipo, me horrorizo al escuchar de los sonoros carros el estrépito, estrépito; y el silbo de los ejes que hacen rodar los carros y el crujir del insomne gobernalle, el freno, hijo del fuego mascado por la boca de corceles.

Other books

Death of a Dreamer by Beaton, M.C.
New Amsterdam: Tess by Ashley Pullo
Dr. Atkins' New Diet Cookbook by Robert C. Atkins
The Proposal by Mary Balogh
Long Shot by Kayti McGee
The Cyberkink Sideshow by Ophidia Cox
Crossroads by K. M. Liss