Por unos demonios más (57 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

—Oh, Dios mío —susurré. Él levantó la cabeza mientras yo giraba el coche para dejarlo orientado hacia a la salida y aparcaba pisando las líneas desdibujadas. Sus ojos estaban totalmente negros y llenos de furia… un odio supremo mezclado con la traición y la frustración.

—Rachel, quizá deberías quedarte en el coche.

Con el corazón a mil, busqué la manilla de la puerta y Jenks salió disparado delante de mí, agresivo y desconfiado. Kisten se puso de pie y, sin apagar el coche, miré el oscuro restaurante y las ventanas superiores que daban al aparcamiento. Lo único que se movía era un trozo de papel clavado en la puerta. Preocupada, me acerqué a él con mis botas de patear culos taconeando al caminar.

—¿Kisten?

—¿Qué estás haciendo aquí? —me espetó, y yo me detuve en seco, confundida.

Me quedé allí de pie durante un momento viendo los coches pasar, intentando ordenar mis ideas.

—Piscary nos ha desahuciado —dije. Jenks hacía ruido con las alas mientras revoloteaba—. ¿Qué ha ocurrido? —dije señalando su club, que ahora estaba sobre la acera.

—¿¡Y tú qué crees que ha ocurrido!? —me gritó mientras miraba el silencioso restaurante—. El muy hijo de puta me ha largado. Me ha largado y le ha dado mi última sangre a alguien.

Que Dios nos proteja
. ¿Su última de sangre? ¿En plan: «Aquí lo tienes, diviértete chupándole toda la sangre hasta matarlo»?

Con el pulso cada vez más rápido, me eché hacia atrás cuando Kisten se abalanzó sobre los fragmentos de su club de baile. Con su fuerza vampírica, lanzó una silla contra la puerta principal y el metal fue dando tumbos y se detuvo cerca de la entrada. El viento del río cercano me movía la trenza y sentí frío a pesar de las dos camisas que llevaba puestas.

—Kisten —dije asustada—, todo irá bien.

Pero mi confianza se desvaneció cuando se giró hacia mí con los hombros hundidos y un miedo y un odio oscuros como la boca del lobo en los ojos.

—No —dijo con un tono áspero—. No irá bien. Me ha regalado a alguien para darle las gracias por algo. Para que me mate. Por diversión. ¡Y nadie lo detendrá porque es un puto dios!

La corriente que levantaron las alas de Jenks me hizo cosquillas en el cuello, y sentí como me atravesaba el corazón una sensación de miedo. En los ojos de Kisten había muerte.

La muerte le estaba esperando, allí bajo el sol. Di otro paso hacia atrás sintiendo que se me secaba la boca. Kisten metió la mano en un bolsillo de cuero de la mesa de billar y sacó la bola del cinco.

—Cuando Ivy dice que no, la alaban por su fuerza de voluntad —dijo con un tono amargo, levantándola a modo de experimento—. Cuando yo digo que no, ¡me echan a la puta calle de una patada! —Y tras emitir un gruñido, lanzó la bola, que cruzó a toda velocidad el aparcamiento casi sin ser vista—. ¡Que te den por culo, cabrón! —gritó, y se rompió una ventana en el piso superior.

Jenks me dio un susto al posarse en mi hombro.

—¿Rachel? —dijo, vertiendo polvo dorado sobre mí—. Márchate. Por favor, métete en el coche y márchate.

Tragué saliva y di un paso dubitativo hacia delante mientras Kisten buscaba otra bola de billar.

—¿Kisten? —susurré, asustada al ver su estado de ánimo. Nunca lo había visto tan mal—. Vamos —dije, estirando el brazo para agarrarle el suyo—. Tenemos que irnos.

Jenks se apartó de mí y Kisten se quedó inmóvil cuando tiré de él. Con una cara inexpresiva, se dio la vuelta congelándome con sus ojos negros que brillaban bajo su flequillo teñido de rubio. Lo solté sintiendo que había cometido un error.

—Tenemos que marcharnos —dije, preocupada porque pudiese salir alguien.

—¿Ir adonde? —dijo con una risa áspera que no era nada propia de él—. Estoy muerto, Rachel. En cuanto se ponga el sol alguien va a matarme. Tan lentamente como aguante. Le he dado todo a ese cabrón y ahora no… —Se le quebró la voz, y el miedo y el dolor atravesaron su rostro—. Lo hice todo por él —dijo, y la traición empañó su ira—. ¡Saqué un montón de beneficio de su bar cuando perdió su LPM y ahora no me quiere ni tocar!

Su ira y su desesperación encontraron liberación en un movimiento de angustia controlada y Kisten lanzó otra bola de billar. Yo retrocedí y casi tropiezo con los restos de su juego de luces.

—¡He hecho más con su maldito negocio después de que perdiese la LPM que él en todo el maldito año pasado! —gritó, y la bola hizo un ruido hueco al impactar a la izquierda de la luna de una ventana—. ¡Ni siquiera ha mirado los libros! —dijo Kisten, lanzando una tercera bola, y a mí se me aceleró el pulso al ver como atravesaba la pared—. ¡No le importa una mierda! —dijo encolerizado, y la bola del ocho golpeó la ventana.

Yo me quedé boquiabierta cuando se deshizo por completo y una sombra se acercó para ver qué estaba pasando.

Kisten se giró y se apoyó sobre la mesa de billar, que formaba un ángulo de cuarenta y cinco grados de inclinación sobre un montón apilado de mesitas redondas. Al otro lado de los escombros, los coches pasaban ajenos a todo.

—No miró los libros —dijo suavemente, como si intentase comprenderlo—. Pensé que eso significaría algo.

El crujido de la puerta del restaurante al abrirse hizo que saltase una alarma en mi interior. El miedo a lo que estaba por venir venció al que me producía el estado de Kisten y le tiré del brazo. El olor a sangre vieja se mezcló con su habitual aroma a cuero.

—Entra en el coche. Kisten, ¡métete en mi coche!

—No miró los libros —repitió Kisten, conmocionado—. Se limitó a darme un ultimátum y luego le regaló mi última sangre al vampiro que consiguió el trato con ese demonio para sacarlo de la cárcel. Alguien a quien no le importo. Yo… yo quería que fuese él.

Aquello era demasiado enfermizo.

—Kisten, ¡tenemos que irnos! —exclamé, mirando asustada a los cinco hombretones que caminaban hacia nosotros con paso lento y agitando sus enormes hombros. Uno dudó ante la silla que Kisten había arrojado y le arrancó una pata de metal antes de seguir caminando.
No, mierda
.

Kisten levantó la cabeza al oír el ruido del metal al partirse. Yo me quedé helada. Estaba muerto por dentro. Aunque respiraba y su corazón latía, Kisten estaba muerto, asesinado por una ira y una traición que yo nunca llegaría a comprender. Conocía a Piscary de toda la vida. Había atado su vida a la de él. Había recibido poder y autoridad sobre terceros a través de él. Había encontrado y se deleitaba con el poder de vivir por encima de la ley gracias a él. Y Piscary había roto todas las promesas y lo había dejado tirado en la calle sin sentir pena ni pensárselo dos veces. Desechado. Se lo había regalado a alguien para que disfrutase matándolo. ¿
Y esta es la persona a la que le quiero comprar protección
?

—Por favor —susurré, deseando y temiendo al mismo tiempo que Kist me mirase con sus ojos negros. Yo tenía la mano en su hombro y los músculos del brazo se le tensaron al cerrar el puño. Vi su determinación antes de que él mismo la expresase.

—Necesito hacerle daño a alguien, Rachel —dijo apartándome la mano de su hombro—. No pares esto hasta que ya no pueda moverme. —Sacó un taco de billar de entre los escombros y lo levantó en el aire.

—¡Kisten! —le rogué, pero él me empujó hacia atrás. Yo di un paso en falso e intenté mantener el equilibrio, asustada, y Kisten fue al encuentro de los hombres sin mirar atrás. Atacada por el pánico, hice ademán de seguirlo, pero Jenks se puso en mi camino.

—Déjalo —dijo con las manos en las caderas y una determinación sombría en su semblante.

—¡Van a matarlo! —dije mientras señalaba a los vampiros que avanzaban mientras Kisten se colocaba entre mi coche y yo, pero Jenks sacudió la cabeza.

—No, no lo harán —dijo, sin apartar la mirada de los hombres—. Él pertenece a otra persona. —Entonces me miró con unos ojos repletos de miedo—. Cuando terminen de darle la paliza, tienes que sacarlo de Cincy antes de que lo encuentre quienquiera que sea.

—¡Eso es lo que intento hacer! —grité, casi pataleando. Los hombres eran estúpidos y tontos del culo. ¿Cómo podía darle ahora el foco a Piscary? Pero entonces se me vino una cosa a la cabeza, dolorosa y dura. Si el foco era tan importante como yo creía, quizá también pudiese comprar la seguridad de Kisten junto con la mía. Tenía que dejar que Ivy encontrase su propia salida, pero Kisten…

Me volvió a entrar el pánico y me apoyé en un pie y luego en otro, sintiéndome indefensa al ver acercarse a los hombres a Kisten. Uno de los vampiros se deslizó por encima del capó de mi coche mientras cuatro más seguían avanzando para arrinconarlo contra la basura. Reconocí al que iba delante. Recordé el ángulo de su sonrisa cruel. Era el tío al que Kisten había dado una paliza antes de llevarme a ver a Piscary: Sam.

—Jenks… —dije nerviosa. El bolso con la pistola de bolas estaba fuera de mi alcance, en el coche.

—Todo irá bien ——dijo él en voz alta, pero no lo creía—. Mantente al margen.

—¿Jenks? —dije más alto, y luego salté cuando Kisten agarró el taco con la otra mano e intentó golpear a Sam con él. Sam lo bloqueó sin detenerse y, sonriendo para mostrar los colmillos, contratacó con un salto y una patada lateral en el estómago de Kisten.

Kisten recibió el golpe y se encogió. Su rostro ya no estaba hermoso cubierto de odio. Nunca había visto tanto rencor en él y caminé hacia atrás con la mano en el pecho formando un puño. ¿
De verdad esperan que me quede aquí sin más y les deje darle una paliza
?

Casi demasiado rápido para ser vistos, Kisten y Sam intercambiaron golpes mientras el resto de los vampiros los rodeaban. Nadie me estaba prestando atención, pero no podía ir al coche.

—¡Kisten, detrás de ti! —grité cuando uno de ellos agarró a Kisten cuando este se movió hacia atrás.

Enseñando los dientes, Kisten agarró por el brazo al segundo vampiro. Tiró ligeramente de él, se lo retorció con fuerza y el vampiro emitió un grito de dolor.

Kisten se humedeció los labios antes de golpear al vampiro en el cuello con el extremo del taco de billar. Con sus ojos negros llenos de determinación, gruñó, tiró al suelo al vampiro y lo golpeó mientras se retorcía de dolor e intentaba respirar.

Sam lo atacó y Kisten movió en el aire el taco roto como si fuese un cuchillo. Sam retrocedió, provocándole, hasta que Kisten lo siguió y se alejó del vampiro tumbado. Creo que todavía no respiraba, ya que seguía convulsionando en el suelo.

Entonces se unió a ellos un tercer vampiro que llevaba una gorra hacia atrás, agachado y cauteloso, y con la pata de una silla en la mano. Cegado por las ansias de pelea, Kisten se abalanzó sobre él con los colmillos al descubierto.

El vampiro saltó hacia un lado y Kisten se giró, se tiró al suelo e hizo un barrido con la pierna.

La pata metálica de la silla resonó al golpear el suelo justo delante del vampiro que la sostenía. Me quedé sin aliento cuando Kisten se movió demasiado rápido y cubrió al hombre en un suspiro. Su grito de dolor se cortó con una rapidez espeluznante y Kisten rodó por el suelo alejándose, ahora con la pata de metal en la mano. Estaba apuntando a Sam, y el vampiro se apartó cautelosamente. Aullando como un loco, Kisten atacó con movimientos rápidos y desdibujados.

El vampiro que Kisten había dejado en el suelo dejó de retorcerse. Sus ojos miraron fijamente, aunque sin ver, al cielo totalmente azul. El viento le movía el pelo, pero estaba claro que el hombre estaba muerto. Y yo ni siquiera había visto lo que le había hecho Kisten.

—¡Kisten, para! —grité, y luego salté hacia un lado cuando el cuarto vampiro cayó sobre la mesa de billar que había a mi lado y la aplastó. Cayó con fuerza; sus ojos se pusieron negros y abrió los brazos como un águila durante un momento intenso antes de deslizarse y chocar contra el suelo.

Me giré hacia Kisten con el corazón a mil por hora. Quería que aquello terminase, pero él estaba descontrolado y yo tenía miedo a interferir. Tenía el rostro retorcido y feo. Sus movimientos eran repentinos y agresivos. Y cuando Sam se le acercó con el mismo aspecto, yo no pude hacer nada.

Gruñendo, Sam se giró con el pelo ondeando al viento mientras golpeaba la cabeza de Kisten con una patada circular.

Kisten se tambaleó y levantó una mano para tocar la sangre que le fluía de un corte debajo del ojo. Como si no lo sintiese, dio una patada hacia atrás y luego otra, acercándolo cada vez más a mí.

A la tercera, Kisten le dio. La cara de Sam se quedó rígida y, con una sonrisa salvaje, Kisten le retorció el tobillo. Sam chilló de cólera y cayó hacia atrás con un movimiento controlado, evitando así que Kisten se lo rompiese. Kisten se dispuso a darle un golpe mortal y Sam cogió impulso balanceándose sobre la espalda y, con su pie sano, golpeó a Kisten en la rodilla con un barrido.

Kisten cayó al suelo con el pie debajo del cuerpo. Yo hice ademán de ayudarlo, pero luego solté un grito ahogado cuando dos de los vampiros a los que él antes había tirado al suelo cayeron sobre él. Los gemidos de dolor y los golpes secos y silenciosos de puños golpeando carne hicieron que se me revolviese el estómago mientras veía como atacaban a Kisten. Kisten podía luchar contra un vampiro, pero ¿contra dos? Aquello se había convertido en una melé espontánea.

Sam consiguió ponerse de pie, tambaleándose, y se limpió un hilillo de sangre que le caía de la barbilla.

—Levantadlo —dijo, respirando con dificultad, y Jenks se puso delante de mí para evitar que interfiriese. Frustrada, retrocedí de repente. Ya era suficiente. ¡Ya había tenido suficiente!

Pero cuando Sam me miró y me señaló con el dedo para que me quedase quieta, lo hice, asustada por la intensidad del odio que irradiaba.

—No te preocupes, bruja insolente —dijo resollando—. Casi hemos acabado. Piscary se lo ha regalado a otra persona para que lo mate, de lo contrario, ya estaría muerto.

Luego se rio y yo sentí un escalofrío que me llegó hasta lo más profundo del corazón. Él conocía al nuevo dueño de Kisten. Me preguntaba si sería quien había convocado a Al para que preparase el timo para sacar a Piscary de la cárcel.

—¿Quién es? —grité yo, pero él se limitó a reírse aún más fuerte.

Apoyándose en mi coche, el vampiro del brazo roto y el otro aturdido por chocar contra la mesa de billar se esforzaban en poner a Kisten de pie. Kisten sangraba por la boca y tenía un corte debajo del ojo, que estaba hinchado y casi cerrado. Su cabellera rubia brillaba bajo los rayos del sol y tenía la cabeza colgando hacia delante. Sam se le acercó más, lo agarró por el pelo y le levantó la cabeza.

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