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Authors: Javier Negrete César Mallorquí

Tags: #Colección NOVA 83

Premio UPC 1995 - Novela Corta de Ciencia Ficción (3 page)

(Cuando se hagan mayores puede que descubran que todos acabamos yendo a Marte, ese planeta frío y desolado en el interior de nuestros corazones, y que todos los que han hecho el amor lo hacen con un extraño
(alien).
Pero ése es un trabajo para el doctorado.)

Lo que sucede realmente, a veces, es que la ciencia ficción actúa
en contra
de la creatividad, porque la mayor parte de los jóvenes han tenido más contacto con películas y programas televisivos de ciencia ficción que con las obras escritas. Si leen libros con naves espaciales en la portada, suele tratarse de adaptaciones o novelizaciones de cosas que aparecieron en la pantalla grande o en la pequeña. No es ciencia ficción de verdad (lo sé; en tiempos de necesidad escribí dos de ellas) y merece la pena reflexionar unos minutos por qué no lo es, y qué impacto tiene esa diferencia en la educación, así como en el entretenimiento.

Me parece que hay dos modos de entretenimiento y que ambos pueden practicarse en todos los géneros y formas. Son los modos de la repetición y la novedad. Casi todo el mundo responde a ambos en alguna medida.

Muchos programas comerciales de televisión actúan en el modo de repetición: ves un programa que tiene aproximadamente los mismos personajes y situaciones semana tras semana, y te entretiene que tus ideas preconcebidas queden confirmadas. Si un personaje habitual comienza a actuar de un modo inconsistente con su comportamiento establecido, al final del episodio recupera lo habitual, y eso nos gusta. Es interesante que sintamos satisfacción ante una estructura tan simple y, a primera vista, juvenil. Pero por supuesto, aquí hay algo muy profundo: ese miedo a lo imprevisible que todos llevamos dentro desde que aprendemos a caminar o a hablar. Es el instinto de supervivencia más primitivo. Ya está en el recién nacido que se resiste a dejar el útero.

No soy inmune a ese tipo de entretenimiento, incluso en televisión, y no defiendo que sea necesariamente para idiotas. Ésa es la estructura subyacente en la mayor parte, o quizás en toda, de la música clásica: se establece un tema que se ve «amenazado» por algún desorden o intrusión y que finalmente se resuelve cómodamente.

Incluso puedo entretenerme con lecturas de ese tipo en un ámbito ajeno al de la ciencia ficción. Para un viaje largo en avión me gusta coger una novela de misterio de un escritor como Raymond Chandler, John D. McDonald o Karl Hiaassen: gente que escribe siempre sobre el mismo tipo duro, oscuro, hombre de mundo, que se mete en problemas terribles y que se abre camino peleando. Ver cómo resuelve su problema (aunque siga una estructura tan predecible e inevitable como la de un canon de Bach) me mantiene lo suficientemente ocupado para no preocuparme por lo que mantiene al avión en el aire.

Pero en la ciencia ficción prefiero la otra forma de entretenimiento, la novedad. Éste es un tipo de diversión que también tiene raíces juveniles: juguetes, como las cajas de sorpresa agradan a los niños que todavía no tienen edad suficiente para hablar. En la literatura y el teatro, sin embargo, este modo parece más adulto, ya que implica una disposición, incluso un deseo, de enfrentarse a lo desconocido.

Hay que admitir que en la literatura americana la forma más extrema de ese tipo de historias se considera juvenil: la llamada historia «O'Henry» (por su autor más famoso del siglo XIX), en la que una narración corta se resuelve con un suceso rápido y normalmente absurdo; se trata más de un chiste que de una obra de ficción. Y esas cosas tienen su lugar en la ciencia ficción —los escritores americanos Fredric Brown y Ray Bradbury se especializaron en ellas— pero considero el modo de novedad en un sentido más amplio y quizá más interesante.

Lo que diferencia la ciencia ficción de otras formas de ficción es su falta de límites; el hecho de que cualquier cosa puede suceder y hacerse creíble, al menos temporalmente, si el autor es hábil y tiene los conocimientos suficientes. Eso lo conecta curiosamente con el «realismo mágico» sudamericano, y de hecho sé que la mayor parte de los lectores americanos de ciencia ficción que comienzan a leer a Borges o a García Márquez lo hacen con entusiasmo. Ambas formas comparten un «sentido de la maravilla»: la creencia de que hay más cosas en el universo de las que parece. Por supuesto, la ciencia ficción tiende a racionalizar sus maravillas —intenta explicar el universo—, mientras que el realismo mágico utiliza lo extraño en formas más poéticas y misteriosas. El escritor de ciencia ficción dice: «Deja que te muestre cómo vamos a buscar hielo en Mercurio para que sea posible vivir allí», y el escritor de realismo mágico dice: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.» Aun a riesgo de pasarme intentando conectar dos formas literarias que normalmente no se discuten juntas, déjenme decir que la forma en que
aprendemos
por medio de la ciencia ficción es similar a la forma en que aprendemos, o crecemos, por medio del realismo mágico. Su visión de lo extraño. Su voluntad de ver el mundo de forma nueva cada vez que abres un libro. En algunas ocasiones el libro es divertido o irónico. En ocasiones es una caja de sorpresas.

Muchos de nosotros recordamos libros que en nuestra infancia ampliaron de pronto aquello que sabíamos del mundo, y para muchos de los que estamos aquí hoy, esos libros eran de ciencia ficción. Espero que no hayamos perdido esa capacidad. Después de haber pasado cuarenta y cinco años leyendo, todavía puedo sorprenderme. En los últimos años, me ha sorprendido la revelación religiosa que brota de la serie del
Sol nuevo
de Gene Wolfe; me he acercado a una nueva forma maravillosa de interpretar la realidad virtual, y por tanto toda la realidad, en
La estación de las mareas
de Michael Swanwick; y he visto una dimensión del terror realmente nueva en
Hyperion
de Dan Simmons.

Como muchos novelistas, no leo tanta ficción como solía; no tanta como me gustaría. Suelo leer cosmología, historia natural, critica, poesía, historia, biografías —¡quizá porque puedo tomar algo prestado de esos libros y eso no es robar de verdad! (Los préstamos tomados de una novela son como un crimen)—. Leer una novela ha dejado de ser para mí simplemente un placer. No puedo evitar analizarla. —«¿Por qué usó un
flash back
aquí?» «¿Por qué no presentó a ese personaje antes?»—. Y como también soy profesor, siempre pienso en la posibilidad de utilizar ese libro como texto el año siguiente.

¿Qué libros eliges para enseñar? Confieso que siempre escojo uno o dos porque su lectura no resulta difícil. Puedo hacer que los estudiantes lean
Tropas del espacio
de Roben Heinlein y sé que discutirán durante horas sin que yo tenga que guiarles. Si lo acompaño con
Bill, héroe galáctico
, ni siquiera tengo que aparecer por clase.

Estos dos libros son de interés cuando tratas la ciencia ficción como una forma de pensar y no como una herramienta para enseñar. No mostraría ninguno de esos libros a un compañero académico para decirle «esto es ciencia ficción de verdad». Ambos libros son pura propaganda, con ideas políticas tan claras como sus títulos, y ninguno de ellos es una obra maestra de la literatura. Como seguramente ya saben, ambos tratan de la guerra en el futuro; el libro de Harrison se escribió como respuesta al de Heinlein.
Tropas del espacio
es un canto a las virtudes militares —
«Dulce et decorum est pro patria mori»
— y
Bill, héroe galáctico
, es exactamente todo lo contrario, la descripción de soldados que son carne de cañón sin cerebro y asesinos sádicos, inmersos en una guerra sin sentido. Ambos libros se escribieron durante la aventura americana del Vietnam, pero no creo que sus mensajes se limiten a esa época.

Podría pensarse que a cualquiera que le gustase uno de esos libros odiaría el otro, pero los lectores de ciencia ficción son sorprendentes. Dicen: «Oh, ahí va Heinlein marcando el paso otra vez», o: «Ahí va Harrison con su sarcasmo de siempre», y disfrutan de ambos libros sin creérselos del todo.

El novelista americano F. Scott Fitzgerald decía que para que una inteligencia sea realmente adulta debe tener la habilidad de mantener dos ideas contradictorias en la cabeza simultáneamente. Me parece que hay algo muy de ciencia ficción en ese concepto. Es, simplemente, estar cómodo con la idea de que la
realidad
es provisional. Hace cuatrocientos años, la física galileana describía por completo el mundo. Hace cien años, bastaba con Newton. Cuando yo iba a la escuela, la relatividad de Einstein nos llevó hasta el octavo decimal de precisión. Y Einstein sabía que algún día él mismo tendría que hacerse a un lado.

Tengo un amigo en Florida, el novelista Robert Mason, con el que me encuentro todos los viernes para almorzar y ver una película. Se graduó en historia del arte, pero posee un profundo y duradero amor, y curiosidad, por la ciencia y la ingeniería.

Fuimos a ver una película de ciencia ficción realmente torpe,
Johnny Mnemonic.
Bob sabía que estaba preparando esta charla y me dijo: «Sabes, hay una forma de utilizar la ciencia ficción para enseñan pones una película como ésta, y cada vez que encuentras un error científico, la paras y preguntas a la clase cuál es el error.»

Le conté que una vez lo intenté, en una charla en Toronto, juntando las peores escenas de mi propia película
Robot Jox
(no fuí responsable ni del título, ni de los errores científicos). Pero ahora descubro que un curso de ese tipo se imparte realmente aquí en la UPC: —Física y ciencia ficción», de Jordi José y Manuel Moreno. Es una coincidencia sorprendente, ya que no conozco ningún lugar en EE.UU. donde se imparta un curso así.

Por supuesto, quienes viven de explicar la realidad dirían que no existen las coincidencias y hablarían de «sincronicidad» con una música rara de fondo.

De todas formas, ¿qué es la realidad? La gente habla normalmente de realidad «objetiva», ignorando el hecho de que «realidad subjetiva» es una imposibilidad, un oxímoron, a menos que seas Dios. Si no eres Dios, entonces todas tus percepciones se filtran a través de sentidos imperfectos, y todo lo que piensas sobre ese conjunto de impresiones distorsionadas lo haces con un litro de gelatina con sabor a cerebro por la que corren algunos microvoltios. No.

Con este punto de partida desfavorable, me gustaría demostrar que, en la medida en que toda ficción trata sobre la realidad, la ciencia ficción es la que lo hace mejor, o tiene al menos el potencial más alto.

Lo que la realidad sea o deje de ser con seguridad se reduce a lo que habita en el tiempo y el espacio. Incluso la gente a la que no le gusta la ciencia ficción admite que trata del espacio de un modo más realista que otras formas de ficción (no quiero decir «espacio» como en la
space opera
tonta al estilo de
La guerra de las galaxias
, sino todo el rango, el que va más allá de las galaxias hasta el límite de Hubble; que penetra más allá del átomo hasta los inescrutables quarks).

La ciencia ficción, incluso cuando es mala, se mueve en este vasto territorio. Cuando la ficción literaria se sale un poco del aquí-y-ahora y se va al pasado, al futuro o al espacio exterior, lo hace con incomodidad y disculpándose. Cuando un «verdadero» escritor habla de átomos y galaxias, podemos dar por supuesto que él o ella habla en metáforas. Un escritor de ciencia ficción normalmente sólo está hablando de átomos y galaxias. Un buen escritor de ciencia ficción se ocupa de ambos temas simultáneamente: juega con la metáfora y la mimesis. (Para clarificar, y espero que sin simplificar demasiado:
mimesis
es la imitación o representación del mundo real en el arte. La
metáfora
es una forma literaria indirecta, ya que emplea una cosa para describir otra. Decir «sus cabellos eran tan rubios que parecían brillar» es mimesis; «sus cabellos eran oro trenzado» es metáfora.)

La distancia entre ambas puede producir algunos errores medianamente graciosos cuando un escritor se aventura en la ciencia ficción sin tener en cuenta su carácter ilimitado. «Cuando hacían el amor el universo estalló» podría ser la descripción de un problema muy serio para todos. «Desde la última vez que nos vimos ha crecido un pie» necesitaría algunas explicaciones.

Pero para entender la diferencia más profunda entre la ciencia ficción y otros tipos de ficción, debemos hablar del «tiempo» en lugar del espacio, y sobre sus dos manifestaciones, la historia y la memoria.

Un ejercicio que pongo a mis estudiantes del MIT es hacer que escriban durante cinco o diez minutos sobre el recuerdo más antiguo de su niñez. Les pido que intenten recordar un incidente concreto y no sólo una «sensación de lugar», que es lo que se les ocurre a la mayoría de la gente. Debe haber una razón para que recuerden ese incidente concreto y no otro, algo que sería importante para ellos el resto de sus vidas, por lo que es el punto de partida lógico para una historia. Pero también es una demostración del valor de las experiencias a la hora de escribir ficción.

Después de recoger los trabajos de los estudiantes, les cuento una anécdota sobre «primeros recuerdos». El gran psicólogo infantil Jean Piaget creyó durante años que su primer recuerdo era la experiencia dramática de ser secuestrado de su cochecito. Incluso recordaba que su niñera persiguió al hombre y lo atrapó, pero acabó con la cara llena de arañazos a causa del incidente. Sin embargo, años más tarde, la niñera volvió para visitar a la familia y confesó que se lo había inventado todo: ¡se había arañado en los arbustos donde hacía el amor con su novio! Piaget había escuchado aquella historia tantas veces que se le habían grabado los detalles en la memoria como si fuesen ciertos.

Al discutir sobre la ficción, no es irrelevante destacar que la verdad o falsedad del incidente no tenía importancia al provocar su efecto en la personalidad de Piaget, al pasar de niño a adulto. El «recuerdo» del comportamiento altruista de la niñera debió darle una opinión más alta de la naturaleza humana de la que hubiese.

Un amigo, Michael Reynolds, ha escrito media docena de biografías de Hemingway, y siempre dice que la historia, como todo lo que está
escrito
, es sólo un tipo de ficción. La lista de la compra es ficción: ¿se parece realmente a lo que vas a comprar o compraste? Un cheque personal es ficción, y en ocasiones fantasía.

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