Read Sakamura, Corrales y los muertos rientes Online

Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (10 page)

—¿Ve usted?, es cuestión de habilidá: hay que darle al contacto sin pisar el acelerador... Ahora lo aparcamos donde usted indique y aquí no ha pasado nada.

Rodeó el morro del coche y abrió la portezuela del acompañante:

—Maestro —dijo dirigiéndose al inspector, que se había mantenido observando con las manos a la espalda—, ¿le importa ir detrás, que como es usté más japonés cabe mejor?

De modo que los tres dejaron plantado en la acera al recepcionista —con su botella de Agua del Carmen y sus esparadrapos— y se incorporaron al tráfico en dirección a la playa para dar la vuelta a la manzana y alcanzar el acceso al parquin del hotel. —Mmmm: han sido ustedes tan tan amables... ¿Cómo podría yo compensarles?

—Bueno..., si insiste ya verá usté cómo se me ocurre algo —dijo Corrales.

—Insisto... Oh, ya sé: permítanme invitarlos a cenar.

—De ninguna manera —zanjó terminantemente el cabo—, la cena de hoy la paga la Interpol, faltaría más...

—Mmmm: es usted tan tan encantador... Sólo denme veinte minutos para sentarme a practicar mi meditación del crepúsculo.

El inspector Sakamura, que asomaba la cabeza desde el angosto espacio que quedaba detrás de los asientos, dio un respingo:

—Aaaah..., ¿tú practica mucho za
Zen
?

—Oh, tiene usted que probarlo: el budismo me ha procurado tanta tanta serenidad desde que murió mi tercer marido... —dijo Jazmín cuando Corrales maniobraba ya para aparcar en L en la plaza del hotel.

Anochecía cuando el
President
de la Generalitat decidió repasar algunos de los periódicos de más tirada para asegurarse de que, al menos por el momento, todo seguía en orden.

La Vanguardia no traía nada. El Periódico tampoco. Ni El País, ni el ABC, ni Público ni El Mundo... Sin embargo, en el amarillista El Globo encontró un titular que daba grima a primera vista:

«Tres extranjeros mueren misteriosamente en Cataluña».

Merda —exclamó el
President
de la Generalitat golpeando ligeramente su mesa de despacho con la caja de Aeroret.

Pero el subtitular era todavía más inquietante:

«¿Casualidad o relación oculta?: según testigos presenciales, al menos dos de los tres cadáveres aparecieron en la pequeña localidad costera de Calabella con un horripilante rictus en el rostro»

—Horripilante tu puta madre, malparit —exclamó el
President
, indignado ya antes de empezar a leer el cuerpo de la noticia:

«... La policía autonómica catalana, bien conocida por la brutalidad de sus métodos, se niega a informar a la prensa del resultado exacto de las autopsias...»

«...Importante accionista del grupo Volkswagen...»

«... Ante el secretismo de la Generalitat y la inacción del Ministerio del Interior, la Interpol se ha visto obligada a intervenir enviando a varios agentes especiales para investigar los oscuros sucesos acaecidos... »

Para cuando el
President
terminó la lectura completa, la caja de Aeroret se había convertido en poco más que un posavasos. Ciertamente no aparecía por ninguna parte la palabra «radiación», pero aun así, esos malditos periodistas se las apañaban para que ni una sola de las frases que escribían sonara bien.

Y sin duda todavía sonarían peor al día siguiente, cuando dieran noticia de la aparición del cuarto cadáver en pleno semáforo y el resto de los periódicos y las cadenas de televisión se unieran al coro de las especulaciones.

Dado que el presupuesto de la célula no daba para seguir con el marisco, el komando de IKEA terminó el piscolabis de gambas de Calabella y su jefe decidió ir a cenar a un local más barato.

En aras de mostrarse respetuosos con la cultura autóctona, desestimaron un DónerKebab, una pizzería, un mejicano y dos chinos, y se obligaron a pedir salchicha gorda con alubias en una cafetería donde se servían platos combinados para turistas, siempre con abundante guarnición de lechuga pocha y patatas fritas congeladas.

Aprovecharon el momento de tomar la Ratafia —que según había consultado en el Google el Encapuchado n.° 5, era algo así como el Patxarán local para exponer el plan al detalle. Después, aunque apenas había anochecido, se retiraron al hotel con intención de dormir algunas horas antes de entrar en acción.

Tanto por afinidad personal como por razones operativas, compartían habitación los Encapuchados 5 y 6 fue habían leído a Engels y a Sabino de Arana—, los 2 y 3 —que eran los chicarrones de Pronosti Tan Tarantán—, y la Encapuchada n.° 1 y el Encapuchado n.º 4 —que quedaban sueltos—. A las diez de la noche se había hecho la oscuridad y el silencio en las tres habitaciones y, vencidos por el cansancio del viaje y las peripecias del día, casi todos dormían. Sin embargo, hacia las diez y media sonó un tremendo bofetón en uno de los dormitorios: plaf.

—Como te vuelvas a meter en mi cama te corto la picha a rodajas, desgraciao —exclamó la Encapuchada n.° 1, por si el bofetón no había sido suficiente medida disuasoria.

Dada la ocasión, a Corrales le pareció poco El Llamántol d'Or donde habían almorzado y se decidió a dar el salto hasta La Llagosta de Platí Iridiat, que era la marisquería más elegante y cara de Calabella.

Sentados en una de las mejores mesas gracias a una oportuna mención a la Interpol, Corrales, la Agente 69 y el inspector Sakamura se hallaban ante una cazoleta de angulas, una tarterita de caviar Beluga y un bol de arroz hervido respectivamente. —Mmmm, debe de haber tenido usted una vida tan tan fascinante... decía Jazmín, paladeando una cucharadita de huevas oscuras—, estoy segura de que podría enseñarme tantas tantas cosas... —Ah, no: no mucho bueno maestro dijo el inspector Sakamura, poniéndose de un intenso color Gouda.

—Oh: no debe ser usted tan modesto... Estoy segura de que ha alcanzado el satori: ¿no es así como le llaman ustedes al Despertar de Buda bajo el árbol Bodhi?

—Ah, no, ji, ji, si yo digo tengo satori, yo no tengo satori. Mejor lava escudilla y friega suelo... —Mmmm, que gran gran koan... ¿Lo aprendió usted cuando estuvo en ese Templo de Kyoto...? —Ah, no: yo joven monje en Kyoto, después gran viaje travesía Yokohama, Senda¿, camina descalzo con escudilla.

—Oh: Japón debe de ser un país tan tan excitante... —Pues aquí donde me ve, yo soy del mismo Carabanchel —terció Corrales, que desde hacía un buen rato notaba con fastidio cómo iba quedando desplazado de la conversación.

—Mmmm... ¿Y tienen ustedes algún dojo
Zen
en Carabanchel? —preguntó encantadoramente la Agente 69, que llegados a este punto ya no necesitaba a Corrales para nada.

—Mismamente de esa raza no, pero un vecino tenía un pedazo de Red Bull que no había quien se acercara al bloque...

—Qué lástima —dijo Jazmín sonriendo un momento y volviéndose de nuevo hacia su presa—. Y dígame, Maestro: ¿cree usted que sería posible hacer algo con mi mal karma? Temo haber llevado una vida tan tan disipada...

—Ah, sí: mucho hielo derrite, mucha agua obtiene. Mal karma, gran Despertar. Lava escudilla y friega suelo: olvida satori.

—Sin embargo, me gustaría tanto tanto que me enseñara algo al respecto...

—Ah, no: no aprende satori. Gato no aprende: gato es Buda. Rata no aprende: rata es Buda. Hombre es Buda, después hombre aprende, entonces hombre olvida. Gran koan —sentenció el Maestro haciendo un gracioso gesto con las manos.

—Pues en Carabanchel a las ratas las corríamos a pedradas... —intervino Corrales, que había resuelto todos los koan hacía mucho tiempo.

—Ah, sí: Corrales tiene satori —dijo el Maestro señalando a su cicerone—. Corrales Gran Buda, ji, ji. —Bueno, tanto como Gran Buda... —rechazó el aludido, dándose unos palmetazos en la tripa para demostrar que sonaba a duro.

—Oh, pero estoy aprendiendo tanto tanto esta noche... ¿Cómo puedo escucharle y no aprender?

—trató jazmín de reconducir la conversación con el Maestro.

—Tú aprende si no busca aprender. No objetivo. Tú sigue practica za
Zen
: cada día; tú limpia escudilla: cada día; tú friega suelo: cada día. Mejor no busca para tú encuentra.

Corrales volvió a meter baza:

—Es mayormente como cuando pierdes las llaves y por mucho que las buscas no las encuentras, pero en cuanto haces una copia nueva aparecen las viejas debajo de algo. ¿No es eso, Maestro?

—Ah, sí: satori es vieja llave perdida...

—Lo ve usté, señorita: si no hace falta estudiar pa na... Aquí donde me ve, yo he llegao a donde estoy sin tocar un libro.

—Ah, sí: Corrales mucha sabiduría de gato, ji, ji... De pronto, sobre la suave música de jazz ambiental, sonó un fandanguillo en estridente politono: Por un beso que le di en el puerto / a una dama que no conocía. / Por un beso que le di en el puerto / han querido matar mi alegría...

—Ésta es la parienta dijo Corrales sacando el móvil de la funda que colgaba de su cinturón—. Como le he dicho que tenía una reunión con la Interpol y no se lo ha creído, ahora llama pa controlar si he bebido...

En su ya dilatada carrera, la Agente 69 se las había tenido que ver con eruditos, filósofos y religiosos de toda especie, pero nunca antes se había visto obligada a trabajar estorbada por un guardia civil de Carabanchel. Sin embargo, su cerebro femenino y multifuncional ya había calculado que lo mejor sería esperar la ocasión: tarde o temprano se quedaría a solas con el inspector, aunque fuera al llegar a la recepción del hotel. Y entre ese punto y el momento de abrir la llave de su habitación, había todo un largo recorrido repleto de oportunidades.

—... ni una gota, te lo juro... —dijo Corrales al aparato, mintiendo con todo su aplomo—. ¿Qué?..., `amos, no me jodas, Conchita: dónde coño quieres que compre yo ahora Lasante Salú, no ves que estoy reunido...

Exactamente a la una de la madrugada, los seis Encapuchados del komando IKEA se habían levantado, duchado, y reunido en la recepción del hotel, ya liberados de las urticantes barbas postizas y ataviados con sus confortables capuchas de trabajo.

Pero la reunión duró sólo un momento porque enseguida volvieron a separarse por parejas.

Según los planes, necesitaban, además de la furgoneta que traían de Can Fanga, tomar prestados dos vehículos de alta gama —mucho menos sospechosos a ojos de los cuerpos represivos del Estado Invasor—. De ello se encargaron por un lado los Encapuchados 2 y 3, que eligieron un señorial Jaguar azul marino en el aparcamiento público de la playa, y por otro lado el Encapuchado n.º 4 con la Encapuchada n.° 1, quien se encaprichó de un Porsche color blanco magnolia que había visto en el parquin del mismo hotel.

En el silencio de la noche, fue el Encapuchado n.º 4 —todavía con el moflete derecho dolorido— el encargado de forzar la cerradura e ingeniárselas para anular los sistemas de seguridad del vehículo. Mientras tanto, la Encapuchada n.° 1 se dedicó a hurgar en la guantera en busca de algo que valiera la pena requisar a favor de la causa revolucionaria. Era increíble la cantidad de cosas interesantes que guardaban los sucios capitalistas en las guanteras de sus coches...

Primero revisó la documentación a nombre de una sociedad con domicilio en Andorra: La Belle Jazmín Societat Limitada. Después sacó un pasaporte también andorrano a nombre de Enrica Bellmunt 1 Somatent, nacida en Andorra la Vella el 17 de mayo de 1967. Y por último encontró algo muchísimo más útil para la causa: un cheque al portador de 100.000 euros contra la Petita Banca Andorrana, con sede central en la misma ciudad.

—Me cagüen Blas: nos ha tocao la lotería —le dijo la Encapuchada n.° 1 a su compañero, que andaba todavía enredando con cables bajo el volante.

Eso a pesar de que todavía no había encontrado ni los cosméticos de marca ni el body de Victoria's Secret, casualmente de su talla, que contenían las bonitas bolsas acharoladas del asiento de atrás.

Cinco minutos después de que los Innombrables salieran del hotel, llegaba a la puerta otro extraño aunque más reducido grupo.

—Qué: vamos a tomar la penúltima por ahí —preguntó Corrales con la voz ya pastosa por efecto del litro y medio de Albariño y los tres güisquis con los que acompañó el Cohiba del que todavía mordía la colilla.

—Oh: temo que estoy tan tan cansada —se excusó jazmín.

—Si beberse un cubatilla no cansa nada, mujer... Qué dice usté, Maestro: ahora invito yo. —Sacó la cartera y, un poco tambaleante, se inclinó para darle verosimilitud a la propuesta mostrando dos billetes de ro euros.

—Ah, no: trabaja mucho mañana.

—Pues yo ya no puedo ir a casa hasta que la parienta se haya dormido... Menuda se pone cada vez que tengo que trabajar de noche... Podríamos ir a al Mojito, o al 5.'Aveni...

Corrales se interrumpió al acordarse de cierto local nocturno en el que no resultaba ni necesario ni conveniente acudir en compañía femenina. Y de pronto pareció entrarle mucha prisa por irse a dormir:

—¿Sabe qué le digo?, que tiene razón, Maestro: mañana hay que madrugar.

Dio las buenas noches, saludó agitando la mano, y se alejó por la avenida en dirección contraria a su casa. «Al fin solos», pensó Jazmín.

Y llegados al ascensor, sin más preámbulos, recurrió a una maniobra de ataque inapelable, fulminante, aprendida durante sus primeros años de lucha en las más humildes trincheras y perfeccionada después entre las más altas instancias:

Se arrimó al inspector Sakamura y le echó mano a la bragueta.

—Aaaah... erijo el Maestro, haciendo alarde de su recién adquirido vocabulario junto a Corrales—: tú chochete quiere chingar con Sakamura...

Todo sucedió con tremenda rapidez, perturbando la paz de la cálida madrugada de julio en Calabella. Primero un Porsche descapotable chocó contra un macetero y quedó atravesado en el acceso a la calle Mayor, desierta a esas horas.

Eso produjo un primer gran estruendo: boooum. Casi inmediatamente después, en la parte cercana al puerto de una calle paralela, un Jaguar azul marino se empotró contra dos grandes contenedores de basura, boooum, creando una verdadera barricada de desperdicios desparramados.

Esos dos aparentes accidentes de tráfico dejaron el casco antiguo de Calabella inaccesible al tráfico rodado.

Enseguida, varios vecinos alarmados por el estrépito salieron a sus ventanas, comprendieron lo ocurrido y llamaron a la patrulla de la Policía Municipal.

El tercer estruendo, boooum, lo produjo la furgoneta conducida por el Encapuchado n.° 5 contra la persiana del número 28 de la calle Gallineta, concretamente bajo el rótulo que decía Académia d'Idiomes Costa Brava.

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