Read Sakamura, Corrales y los muertos rientes Online

Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (7 page)

—De acuerdo —dijo—: si de aquí a tres días no hemos encontrado una solución ya veremos de dónde le sisamos al presupuesto.

—Mmmm: te llamaré. Cómo dices que se llama ese caballero japonés... —dijo la Agente 69, tras exhalar una larga bocanada.

El
President
le tendió la foto hecha aquella misma mañana en la que aparecía el inspector Sakamura caminando por la calle Mayor de Calabélla junto a Corrales, que parecía adelantarse hacia el fotógrafo para decirle algo.

—Se llama Sakamura, es un inspector de la Interpol enviado a investigar a Calabella. Digamos que no nos interesa que tenga mucho tiempo para husmear por el pueblo, ¿me explico? Y de paso, nos gustaría saber qué ha averiguado hasta ahora... El que lo acompaña es un cabo de la Guardia Civil, se llama Corrales...

—Oh: ¿y hay que entretener también al cabo Corrales?

—No, éste es un zoquete que le hace de guía, nos interesa sólo el japonés... A menos que el otro te sirva para acercarte a él, claro. Te advierto que no creo que sea fácil: además de policía es monje budista...

—Oh: adoro a los monjes budistas, son tan tan dulces...

—Ya, pero al parecer hacen voto de castidad... La Agente 69 exhaló otra larga bocanada de humo echando la cabeza atrás antes de susurrar con los ojos entornados:

—Y son tan tan apasionados cuando lo rompen... —Estupendo, estupendo... —murmuró el
President
, impresionado—. Pero necesito que te pongas a la labor hoy mismo, ¿crees que podrás conseguirlo...?

—Bueno elijo la Agente 69 tomando la foto—, ¿crees que puedes firmarme un cheque ahora mismo? —¿Andorra, Zurich, Caimán...?

—Oh: Andorra queda tan tan cerca... —dijo la Agente 69 aplastando su largo cigarrillo en un plato votivo de la Virgen de Montsecret que también le quedaba muy muy cerca.

El
President
hurgó en sus cajones hasta dar con lo necesario para firmar el talón.

—¿A tu nombre? —dijo el
President
, con la secreta esperanza de que le fuera revelado ese dato esquivo. —Oh: temo que nunca uso el mismo nombre demasiado tiempo... ¿Te importaría extenderlo al portador?

—Como quieras: al portador, con fecha de... —contó tres días con los dedos— 25 de julio. Ten cuidado de dónde lo llevas porque no se puede anular, es como dinero andorrano en metálico...

—Mmmm, lo guardaré en el más inaccesible de mis rincones.

—Ah: y eso dónde está... —preguntó el
President
, permitiéndose esta vez un punto de picardía en el tono mientras tendía el cheque por encima de la mesa.

—Oh: en la guantera de mi preciosa Porsche, naturalmente.

—No sabía que hubiera porches hembra... —Mmmm, pues la mía es toda una señorita.

Poco antes de las once de la mañana, hora del hamaiketako, la célula de los seis Innombrables se hallaban en Can Fanga, concretamente en el centro geométrico de la plaza Universidad.

—Joder, ¿y esto es Barcelona?, pues no es poco más majo Bilbao... —dijo la Encapuchada n.° 1, que al igual que sus cinco compañeros había cambiado su habitual capucha negra por gorra de visera, gafas de sol y barba postiza, lo que le daba al grupo un vago aspecto de roqueros al estilo ZZ Top.

—Pues habrá que comer algo, ¿no? —dijo el Encapuchado n.° 5.

No hubo discusión sobre este extremo; sin embargo, después de que los seis giraran la vista 36o grados desde el centro de la plaza, comprendieron que no iba a ser tan fácil.

—Joder, si estos catalanes no tienen casi bares: son todo bancos.

—Allí veo uno grande —dijo el Encapuchado n.° 4, señalando a lo lejos.

Se dirigieron al lugar cruzando la Gran Vía en fila de a uno.

—Universitat de Can Fanga —leyó el Encapuchado n.° 3—. ¿Quién coño es Can Fanga?

—Es el verdadero nombre de Barcelona en catalán —contesto el Encapuchado n.° 5, que era el encargado de documentarse en el Google—. Es como lo de vuestro pueblo, que se llama Pronosti pero los invasores españoles lo llaman Tan Tarantán... —Bué: pues no es poco más grande la universidad de Deusto... —valoró la Encapuchada n.° 1. Entraron en un bar esquinero de la calle Aribau y ocuparon un gran pedazo de barra bajo la que, incomprensiblemente, no encontraron ni servilletas arrugadas, ni palillos usados, ni cabezas de gamba chupadas.

—Oyes, ponte unos chacolís y algo pa picar —le dijo en castellano la Encapuchada n.° 1 al camarero. —¿Chaco qué cosa dijo? —preguntó el camarero, que era colombiano.

—Chacolí, joder, chacolí...

—Aquí no se estila el chacolí —explicó en euskera el Encapuchado n.° 5, consultando sus notas en el ordenador portátil—. Al vino blanco aquí le llaman Penedés, que es la comarca donde lo producen...

—Pues vaya una puta mierda —protestó la Encapuchada n.° 1.

—Allá adonde fueres, haz lo que vieres —sentenció el Encapuchado n.º 2.

—Claro, joder: si estás en Cataluña tendrás que beber vino catalán, o qué —apoyó el Encapuchado n.º 3, el del mismo pueblo.

—Pues ponte un Pichadés d'esos —volvió a pedir la Encapuchada n.° 1 en castellano—; y, oye, de hamaiketako, qué nos das...

Tras varios minutos de malentendidos euskocolombianos sobre comida catalana, los seis Innombrables se encontraron ante un plato de butifarra amb monjetes y varias rebanadas de pa amb tonzáquet que la cocinera dominicana tuvo que improvisar para ellos siguiendo las indicaciones del Google.

—¿Y esto es la famosa butifarra con monchetas? dijo la Encapuchada n.° 1—, pues si es una salchicha gorda con alubias, joder, y están más secas que Dios. Esto lo sirves en Bilbao y te lo tiran a los putos morros...

Cerca de mediodía salieron al fin del bar en busca de una furgoneta o monovolumen que cumpliera tres requisitos básicos: tener capacidad para seis viajeros, buen espacio de carga atrás y estar aparcada en un lugar sin vigilancia. Aunque, visto el bochorno que hacía en aquel polvoriento rincón de la península, el aire acondicionado era también un extra valorable, de modo que les costó casi dos horas dar con el vehículo adecuado, orientarse en la maraña indiferenciada del Ensanche, y terminar saliendo de Can Fanga hacia el norte por la avenida Meridiana.

Dada la libertad con que Corrales traducía del catalán, de haber existido alguna relación de significado entre las distintas palabras subrayadas en los periódicos de los extranjeros muertos, lo más probable es que el inspector Sakamura jamás la hubiera encontrado. Pero como tal relación de significado no existía, el inspector pudo valerse de una información errónea para sacar una conclusión correcta, lo cual le habría parecido una peripecia sumamente
Zen
de haber sido consciente de ella.

Y esa conclusión correcta era, en las precisas palabras del Maestro Sakamura, la siguiente:

—Tres muerto quiere aprender español catalán en mismo profesor de escuela.

—Qué —preguntó Corrales, degustando ya el Napoleón y el grueso Cohiba a los que tan amablemente invitaba la Interpol.

—Muerto estudia idioma con periódico, así marca palabra difícil... Ahora yo lava escudilla dijo el maestro, y se marchó hacia el lavabo con sus cubiertos y el plato en el que habían quedado las peladuras de la fruta española de bola no tan roja, denominación que finalmente, y gracias al esfuerzo de varios empleados del restaurante, se descubrió que se refería a una naranja.

—Adónde va, Maestro, que los platos ya los lavan ellos dijo Corrales, en vano.

Cuando el inspector regresó del lavabo, traía el servicio limpio y seco y lo volvió a dejar en la mesa. —Ahora tú y yo visita yate alemán... —dijo.

—¿Ahora?, ¿no sería mejor acercarse mañana con la fresca? —dijo Corrales, envuelto en humo de Cohiba.

—Ah: no mañana: ahora pronto —insistió el Maestro siempre de pie.

—No joda, Maestro, ¿a la hora de la siesta quiere que vayamos hasta los amarres, con to'l Lorenzo que está cayendo?

—Aaaah sí, pronto: puede peligro más extranjero muerto...

—Claro: como usté namás se ha comido la fruta de bola y no tiene que digerir... Total pa que al final sea cosa de las medusas...

Tres

Como la Ministra de Igualdad se hallaba de viaje oficial para afearles a unos ayatolás que no otorgaran a sus mujeres la libertad de convertirse en objetos sexuales al estilo cristiano, el Presidente se vio obligado a inaugurar él mismo un Museo del Vino en el Campo de Borja, provincia de Zaragoza.

Terminado el acto, el Presidente, ya un poco mareado, se dejó conducir hasta el Mesón de la Dolores, sito en la hospitalaria localidad de Calatayud, cuyo comedor se hallaba rebosante de los más altos cargos del Partido Socialista de la Pilarica, todos ellos impacientes por darle cariñosos papirotazos al mandamás nacional de la coalición y sacarse numerosos retratos «con flas» que inmortalizaran el evento. Cuando al fin los ochenta y pico comensales se sentaron a la enorme mesa dispuesta para el encuentro, varios camareros con fajín y cachirulo sirvieron descomunales raciones de migas tropezadas con abundante colesterol del malo, y el Presidente no se atrevió a rechazarlas a pesar de la dieta estricta que estaba siguiendo a causa de sus problemas con las transaminasas. De modo que pasó varios minutos escarbando tímidamente en el plato mientras el Presidente de Aragón —Nicolás para los amigos, sentado a su diestra— le detallaba su nuevo proyecto para explotar el indudable potencial turístico de los Monegros, cosa que hizo sin necesidad de dejar de comer migas y alzando la voz sobre las alegres jotas de picadillo que propalaban los altavoces. Se trataba, someramente explicado, de construir un río navegable desde Bujaraloz a Fraga, así como sus correspondientes puentes de Calatrava, un parque temático de Rafael Moneo dedicado a cada época de Goya —antes y después de la sordera—, varios campos de petanca in door de Frank Gehry, y un aeropuerto transcontinental de Norman Foster para facilitar el acceso del turismo asiático y norteamericano. Todo ello, naturalmente, doblemente rotulado en habla castellana y fabla aragonesa, para no ser tenidos en menos que los vecinos ricos.

Afortunadamente, para cuando el Presidente Nicolás iniciaba el tema de la financiación estatal que precisaría un proyecto de tal envergadura, al Presi dente Paquito empezó a sonarle el móvil de las llamadas importantes:

Saliste a la arena del Night Club...

De modo que se disculpó ante el Presidente Nicolás y se levantó de la mesa para ir a hurgarse la nariz mientras contestaba la llamada en un rincón discreto del comedor.

«Alberto», decía la pantalla.

—Berto... ¿alguna novedad de los catalanes? —preguntó instintivamente el Presidente.

—No exactamente... —contestó el Ministro de Interior—. Aunque tampoco lo descarto. Se trata de los Innombrables...

El Presidente se sobresaltó visiblemente:

—Qué pasa... Hazme el favor de tenerme vigilados los Ministerios, a ver si nos la van a liar otra vez con los chicles...

—Tranquilo: esta vez han enviado a una célula activa a Cataluña. Los teníamos vigilados desde hacía semanas, para que luego te quejes de que no manejamos información de primera... Son seis individuos, cinco hombres y una mujer vestida de tío; generalmente se reúnen a conspirar en tabernas de las suyas, pero esta madrugada se han encontrado en la terminal de autobuses de Bilbao disfrazados con barbas postizas. Luego se han subido a un coche de línea directo a Barcelona, allí han robado una furgoneta grande, y han salido conduciendo por la AP7 en dirección Gerona... A partir de ese punto sólo los hemos podido controlar con las cámaras de Tráfico; la última imagen es de un peaje que da salida a la Costa Brava...

—Bueno, y dónde están ahora...

—Pues no sé: por allí arriba, en el Ampurdán... —¿Cómo por allí arriba?, ¿no los habéis seguido?

—Joder, Paquito, en Barcelona siempre hay algún Nacional trabajando en algo, pero más arriba ya no tenemos policía permanente...

—Y no podríamos haber enviado a alguien del Ministerio?, tenemos una brigada entera dedicada a eso...

—Si tuviéramos que enviar a alguien detrás de todos los Innombrables que se desplazan íbamos a necesitar ocho brigadas... Lo mismo se han ido a la Costa Brava de vacaciones.

—¿Los seis miembros de un comando juntos, en una furgoneta robada, disfrazados con barbas postizas...?

—Vale, sería raro, pero por algo te estoy llamando, ¿no?

El Presidente, nervioso, catapultó con los dedos la pelotilla que había estado redondeando mientras hablaba. Por un lado algo tramaban los catalanes; por otro los vascos sabían de qué iba; y, justamente en ese momento, un comando de Innombrables se internaba por primera vez en la provincia de Gerona... ¿Podía ser casualidad?

Podía serlo, desde luego, pero algo le decía al Presidente que valía la pena seguir la pista, por inconsistente que fuera.

—Si enviamos ahora a alguien desde Madriz perderemos unas horas preciosas... Mijo—. ¿No tenemos por allí a nadie que nos pueda mantener informados?

—Psss... Como no avisemos a la Guardia Civil de Aduanas que está en los puertos: desde el último traspaso de competencias son los únicos que nos que dan... El otro día ya mandamos a uno para que acompañara a un japonés de la Interpol...

—¿Un japonés de la Interpol?

—Sí: un tal comisario FréreJacques llamó al Ministerio desde Lyon y los atendió mi secretario. Se ve que esta semana pasada han aparecido tres muertos extranjeros en no sé qué pueblo de la costa; uno de ellos era un traductor holandés de la Interpol que se murió de risa, el otro un accionista importante del grupo Volkswagen, también muerto de risa, y luego una inglesa que teníamos fichada por tráfico de hachís...

El Presidente se colapsó por un momento: —Berto, coño, no me líes... Vamos a centrarnos un poco en lo que estamos...

Corrales y el inspector Sakamura fueron recibidos en la escalerilla del yate alemán por el personal de a bordo, en concreto un tipo con gorra, camisa engalonada, calzones cortos, zapatos acordonados y calcetines, todo ello en blanco nuclear. A requerimiento de Corrales, usó el transmisor que llevaba en la cinturilla para comunicarse con alguien en su idioma y, tras unos minutos de espera a pleno sol, recibió respuesta y les pidió a los visitantes que lo acompañaran.

La viuda del capitoste de la Volkswagen los recibió en la misma cubierta de popa en la que había aparecido el cadáver sobre la tumbona. Vestía un pa reo sobre el bikini y aparentaba tener menos de treinta años, aproximadamente la mitad que su difunto cetáceo.

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