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Authors: Pablo Tusset

Tags: #humor

Sakamura, Corrales y los muertos rientes (8 page)

—Buenas —dijo Corrales, que sudaba copiosamente y no estaba de humor para hacer imitaciones del FBI—, aquí el inspector Sakamura que s'ha empeñao en molestarla a estas horas...

—Entschuldigung —contestó la viuda en pareo—, Ich spreche nicht Spanisch.

—La jodimos, Maestro —dijo Corrales—, ésta namás habla extranjero. Y es extranjero de lejos porque no se le entiende nada. Mejor nos vamos a echar la siesta y volvemos mañana con un traductor...

El inspector Sakamura, que una vez había tenido acceso al libro de instrucciones de una taladradora Bosch, saludó en gasso y se aventuró a comunicarse sin la mediación de Corrales:

Eine Frage Allein: Ehemann studieren Catalan Sprache auf Leher Schule?(
Una cosa sola: ¿su marido estudia catalán en escuela profesor Calabella?
) —preguntó, tratando de confirmar sus sospechas.

Dado que el librito de instrucciones de una taladradora siempre es bastante más breve que el de un televisor de pantalla plana, el alemán del inspector era incluso peor que su español; pero la viuda logró captar el significado básico de la pregunta.

—Ta, ja —contestó.

—Aaaah —exclamó el inspector, haciendo que sus ojos fueran, por un momento, casi visibles—. Welcher Schule? (¿En qué escuela?)

La viuda no tenía ni idea. Pidió que la esperaran unos momentos y desapareció hacia el interior del barco.

Poco después volvió con una tarjeta que le tendió al inspector Sakamura.

«Académia d'Idiomes Costa Brava —decía la tarjeta—. Anglés, alemany, italiá, francés. Catalá intensiu pera estrangers.»

Debajo, en letra pequeña, venía un teléfono y una dirección:

«Carrer de la Gallineta, n.º28, 180796 Calabella (Girona).»

A la hora de los telediarios, el
President
de la Generalitat pulsó el botón correspondiente a la emisora pública catalana, afecta al Govern de la Generalitat hasta el punto de que sus locutores jamás pronunciaban la palabra «chotis» sino que, sistemáticamente, la sustituían por el eufemismo «baile tradicional de la capital administrativa del Estado español».

Coincidiendo con la sección de deportes, los estudios centrales de la emisora conectaron en directo con la sala de prensa del Fútbol Club Can Fanga, donde todo estaba dispuesto para que Ricardinho Betancourt, flamante fichaje del equipo, respondiese a las preguntas de los periodistas y expresara lo feliz que se sentía, a poder ser, sin mencionar en ningún momento que iba a ganar el triple que en su anterior equipo.

La primera pregunta se la formuló un avispado periodista de La Vanguardia:

—¿Qué ha sentido Ricardinho al ponerse por primera vez una camiseta blaugrana con su nombre escrito a la espalda?, ¿se considera ya un poco canfangarí?

La pregunta parecía inocente y tópica pero, al contener la expresión canfangarí, distinta de canfangarés, que era el gentilicio correcto de Can Fanga, ponía a prueba el conocimiento de la idiosincrasia del equipo que tenía el track brasileño, extremo sobre el que los socios canfangarins eran especialmente susceptibles.

—Ben, eu so¿ muito contento de iogar en el Can Fanga, e prometo trabajarr muito perr marrcarr goles, 1 eu so¿ seguro que eu voi a celebrrarr bailando muita samba con a galera —contestó Ricardinho, superando la prueba sin problemas en su carioca españolizado.

Mientras tanto, varios caricaturistas de los principales periódicos esbozaban en sus cuadernos unas orejas de soplillo asomando a través del peinado de inspiración africana que lucía el jugador, y otros tantos caricatos de la televisión buscaban amaneramientos gestuales y de dicción que les sirvieran para componer sus hilarantes imitaciones.

Otro periodista, esta vez del As, se saltó desconsideradamente el turno para preguntar con mucho retintín si Ricardinho creía posible ganar algún título en la próxima temporada o pensaban seguir dejando que el Real Madriz acaparara, como de costumbre —añadió con lacerante malicia—, los trofeos importantes.

—Eu so¿ muito segurr de ganarr muitas copas este año, e eu sé que Rreal Madrrit e un equipo muito potente, mais eu voi a tenerr muita consentra jao e eu voi a ganarr muita gloria porr eu meu equipo —fue la respuesta del crack, que ya puso a los caricatos alerta sobre la gran cantidad de veces que pronunciaba la palabra «muito». Bastaría embadurnarse la cara con maquillaje oscuro, encasquetarse una peluca con trencitas y decir tres veces «muito» en cada frase para tener una imitación perfecta del nuevo delantero centro.

En el resto de la comparecencia, se sucedieron varias preguntas y respuestas bastante anodinas, hasta que un periodista del Avui se levantó y, después de carraspear y probar el micro repetidamente para llamar la antención de toda la sala, con voz alta y clara, preguntó:

—Senyor Ricardinho, podría dirnos si és vosté conscient de que el Futbol Club Can Fanga es mes que un club, la qual cosa vol dir que representa per a nosaltres, els catalans, un sfmbol de la lluita per assolir el ple reconeixement de la nostra identiat nacional... (
Señor Ricardinho, ¿podría decirnos si es usted consciente de que el Futbol Club Can Fanga es más que un club, lo cual quiere decir que representa para nosotros, los catalanes, un símbolo de la lucha para conseguir el pleno reconocimiento de nuestra identidad nacional...?
)

De pronto se hizo el silencio en la sala de prensa. El representante del jugador, un ex manager de boxeo que se había hecho inmensamente rico a resultas de especializarse en cazar brasileños para el Can Fanga, estaba a punto de traducir la pregunta a un castellano ligeramente abrasileñado cuando Ricardinho Betancourt, con marcado acento gerundense, concretamente de entre La Bisbal y Cassá de la Selva, se adelantó para contestar:

Bé: no cal dirho, oi? altrament no gosaria d'ésser portador dels colors canfangarins a la samarreta... Tanmateix, a fi 1 efecte de deixar ben galesa la meva fer vent adscripció a la justa causa catalanista, us voldria manifestar que faré tant com pugui per tal de donar a conéixer la cultura l els fets diferencials d'questa terra que avui m'acull amb tanta generositat. Així doncs. visca el Can Fanga l visca Catalunyal (
Ni qué decir tiene, ¿verdad? De otro modo no me atrevería a ser portador de los colores canfangarins en la camiseta... En cualquier caso, a fin de dejar constancia de mi ferviente adscripción a la justa causa catalanista, os quiero manifestar que haré lo que esté en mi mano para dar a conocer la cultura y los rasgos diferenciales de esta tierra que hoy me acoge con tanta generosidad. Así pues: ¿viva el Can Fanga y viva Cataluña!
)

Y terminó alzando un puño por encima de sus trencitas negro azabache. La reacción ante tamaño alegato no fue inmediata, pero poco a poco creció un rumor sordo en la sala de prensa.

La mayor parte de los periodistas extranjeros y españoles no supieron ni qué había dicho Ricardinho ni en qué idioma lo había dicho, aunque desde luego no les había sonado ni a medio brasileño.

Los representantes de la prensa catalana se miraban unos a otros con estupor y, aunque sí habían entendido las palabras, lo mismo hacían gestos de incomprensión.

Sólo el periodista del Avui que había hecho la pregunta y, en el centro de la mesa ponente, Josep Maria Finestrals 1 Capcusí, conocido financiero y presidente del club, sonreían de oreja a oreja ante el desconcierto general.

Y a pocos kilómetros de allí, ante la pantalla de su televisor, el
President
de la Generalitat dejó derramar gran parte de la cucharada de vichisuá que estaba a punto de llevarse a la boca. Acto seguido se le cayó la cuchara misma en el centro del plato y, por último, se le escapó una larga y sonora ráfaga de gas intestinal:
prrrrrrrrrrp
.

El cuarto cadáver fue el de un suizo ginebrino, y apareció sonriendo aquella misma tarde en Calabella, sentado en un Volkswagen Escarabajo que se quedó al ralentí en un semáforo de la avenida.

El caos circulatorio que se organizó con el taponamiento del semáforo, la llegada de varios coches patrulla cuando los otros conductores vieron que el suizo no se movía por mucho que se le insultara en todos los idiomas de la Confederación Helvética, la ambulancia que apareció poco después con todas sus sirenas aullando, el inspector de los
Mossos
que llegó en coche, los fotógrafos y analistas de la brigada científica en su furgoneta, y por último el juez de guardia que tuvo que acudir a levantar el cadáver en su propia Vespino para sortear el colapso, paralizó durante más de dos horas la zona comercial cercana a la playa.

Sin embargo, el inspector Sakamura y el cabo Corrales, que se hallaban en ese momento perdidos en la maraña de callejas en cuesta del casco antiguo, no tuvieron noticia inmediata del hecho. Ambos andaban buscando la dirección de la escuela de idiomas a la que había asistido el alemán del yate y, previsiblemente, también la inglesa y el holandés.

Resultó que el Carrer de la Gallineta empezaba su incomprensible numeración en el 7, continuaba hasta el a 1, allí saltaba alla y seguía con pares hasta el 26; mientras que, en la acera de enfrente, empezaba con el z y se detenía en ello, justo donde tanto pares como impares quedaban interrumpidos por la verja de un viejo cementerio, cerrada con cadena y candado.

—Maestro, como no aparezca pronto el 28 voy a potar los chipirones aquí mismo, delante de to los difuntos —advirtió Corrales, mientras se secaba el sudor que le escocía en los ojos.

Finalmente, a fuerza de callejear, se dieron cuenta de que la calle Gallineta seguía más allá de la iglesia aneja al cementerio y, desde el otro lado, quedaba muy cerca de la calle Mayor. Allí, para desesperación de carteros, estaba el número 28, justo entre el 26 y el 15, pero todo lo que encontraron bajo el número fue un rótulo sobre la persiana cerrada Académia d'Idiomes Costa Brava— y un cartel pegado con cinta adhesiva en el quicio: Horari d'estiu, de 9 a 13 h. (
Horario de verano: de 9 a 13 h
)

—Lo ve usté, Maestro: en el Japón porque queda apartao y el sol pilla de rasqui, pero en España, que estamos en tol medio del mapamundi, a la hora de la siesta no se mueve ni el reloj del campanario. Y menos por aquí arriba, que ya es Mediterráneo tropical y hace un bochorno que se caga la perra...

—Aaaah, sí: mucha siesta española... —dijo el inspector, contrariado por el horario de la academia—. Yo busca teléfono inglesa holandés —añadió, dándose la vuelta y apresurándose camino al hotel, donde guardaba los informes facilitados por los
Mossos
.

—Joder, Maestro, ¿Usté no suda?, porque a mí la fruta de bola se me habría evaporao ya entera... Pero el inspector, a pesar de sus cortos pasos, se hallaba ya a varios metros calle abajo y a Corrales no le quedó más remedio que dejarse caer tras él. Estaban ya en la avenida, muy cerca del hotel, cuando encontraron el monumental atasco que había producido el muerto suizo en su Escarabajo, aunque el núcleo del colapso no llegaba a verse desde allí. En cualquier caso, Corrales divisó algo más adelante en la acera que le hizo olvidar cualquier consideración acerca del tráfico:

—La madre que me parió: menuda real hembra tenemos justo en la puerta del hotel —le dijo al inspector, pero sólo a medida que se acercaban compren dió que tendría que hacer gala de su verbo más florido para homenajear a un ejemplar como aquél. Llegaron a tan sólo unos pasos y Corrales, estupefacto, todavía no había ensalivado nada apropiado; sin embargo, resultó que aquella conjunción inaudita de todas las virtudes de Afrodita se dirigió directamente a él:

—Mmmm, podría usted hacerme un— favor, caballero —dijo la voz más ronroneante y sensual que Corrales había oído desde que aquella jamona rubia y tetuda le cantó el cumpleaños feliz a aquel tío cabezón con corbata.

—Yo a usted le hacía hasta los deberes, señorita —contestó con su mejor dicción y recibiendo la mano que se le tendía para ser besada—. Se presenta el cabo Corrales de la Guardia Civil: comunique usted sin demora en qué puede servirla este cuerpo benemérito que se pone a sus pies...

—Oh: es usted tan tan atento... Mi nombre es Jazmín —en aquellos labios rojos y pletóricos de colágeno sonó algo así como yashmín—. Me temo que tengo un pequeño problema con mi automóvil...

—Pues está usted a salvo, señorita, ha encontrado a las personas adecuadas. Aquí le presento al inspector Sakamura, de la Interpol.

—Encantada —dijo simplemente Jazmín, sin dejar de mirar a Corrales.

El inspector saludó respetuosamente en gasso y Corrales, con gran satisfacción, comprendió que esta vez le tocaba a él tomar definitivamente la iniciativa:

—¿Se trata tal vez de alguna avería?, con mucho gusto trataremos de ponerle remedio a la mayor brevedad...

—Oh, no: nada de eso... Es que las mujeres somos tan tan torpes aparcando..., y lamentablemente me veo obligada a viajar sin la compañía de ningún caballero... Temo que he quedado demasiado cerca de esas... horribles columnas, y ahora, simplemente, no sé cómo salir de la plaza... Oh: pensará usted que soy tan tan torpe...

—Señorita: la belleza se hizo para ser contemplada, no para aparcar coches... Dígame usted dónde tiene el vehículo y con mucho gusto se lo saco; y si más tarde necesita usted que se lo meta, me tiene igualmente a su servicio...

Ante semejante ofrecimiento, Jazmín creyó llegado el momento de mojarse los labios: —Mmmm, ¿lo dice de verdad?, oh: es usted tan tan amable... Está justo aquí, en el parquin del hotel... siempre después de usted —dijo Corrales, lo que le daba oportunidad de calibrar la portentosa parte trasera de la Agente 69; tan portentosa que, mientras bajaban las escaleras, llamó la atención incluso del inspector Sakamura:

—Ah, ji, ji: mucha mujer española —le dijo discretamente a Corrales, siempre con las manos a la espalda.

El
President
de la Generalitat no pudo terminar la vichisuás: apenas la cadena desconectó el directo con la sala de prensa del Futbol Club Can Fanga, saltó en busca de su teléfono móvil y marcó el número del
Conseller
de Presidéncia:

—¿Tú has visto lo mismo que yo? —preguntó directamente.

—¿Quieres decir lo del Ricardinho? —dijo el
Conseller
, que naturalmente también veía la cadena pública catalana

—Dime que no tiene nada que ver con el Experimento Catalonia: dime que Ricardinho es nieto de un payés de Vic emigrado a Brasil y que de pequeño le enseñó a hablar en catalán su abuelo...

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