98% sexo

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Authors: Alberto Olmos

 

 

ALBERTO OLMOS

 

 

98 % SEXO

 

 

 

 

 

 

 

98% sexo

 

1.

Marta lleva gafas de sol de rockera. Se lo he dicho para resumirla. Marta, tienes pinta de rockera con esas gafas de sol. Ella se ha alzado un momento las Ray-Ban, me ha dejado ver sus ojos azules, de iris estriados y párpados color tabaco, y me ha sacado la lengua. Luego ha vuelto el rock, y me he visto dos veces en los cristales de sus gafas.

Estamos en una terraza, en una calle que va de Callao a Ópera. Fumamos. Bebemos cervezas. A nuestro lado hay cuatro extranjeros mirando el menú. Dos son negros, hablan en inglés, otros dos no son negros, hablan en inglés, tienen sobre la mesa una guía de Madrid.

—¿Has visto el menú? —Marta—. ¡Qué horror!

El menú es un librito con tapas de punto de cruz, flores bordadas, en papel papiro con precios altos.

—¿Quieres comer algo aquí? —yo.

—No, es carísimo. —Marta ve pasar a la camarera—. Por favor, dos cañas más.

Seguimos fumando. Marta tiene sobre la mesa el libro que le acabo de devolver.
Intimidad
, de Hanif Kureishi.

—Sabía que no te iba a gustar.

—Es una puta mierda. Si eso es un drama matrimonial... No sé. No he visto nunca en mi vida tantas gilipolleces escritas y publicadas y traducidas.

Me hago con el libro y leo un párrafo.

—Es para vomitar. —Lo dejo—. Ah, mira. —Abro mi bolso—. Te he traído un libro.

Marta lo coge.

—Ah, qué bien. Por fin me lo dejas. Me encanta el título.

—Es de un cuento de Bukowski.

—¡Sales muy guapo en la foto!

—Gracias.

—Totalmente follable.

—...

—Hummm.

Tengo cara de mala hostia en esa foto. También tengo veintidós años.

—Estoy deseando leerlo.

De pronto, algo hace
plash
sobre mi paquete de tabaco. La camarera, casualmente, estaba sirviendo la mesa vecina.

—Joder —yo.

—¡Qué asco! —Marta.

—¿Qué ha sido? —la camarera.

—Parece... de una paloma —Marta—. Qué asco.

Yo estoy tapando la excrecencia, verde, con servilletas de papel. He puesto como cuatro, porque la deposición colombina ha sido poco precisa. Más bien, profusa.

—¿Y si nos vamos?

 

2.

Bajamos Gran Vía, hacia plaza de España. Le hablo a Marta de restaurantes tailandeses. Hay dos, en la parte de atrás del gran hotel que ahora está cerrado. Uno no tiene nombre, es sencillo, poco exótico. El otro se llama Siam, es muy exótico. Le digo a Marta que decida. Marta mira la puerta del Siam.

—Claramente, el otro.

En la puerta había un cartel que prohibía fumar.

Entramos en el otro. Hay mucha gente. Sobre todo, progres, hippies e izquierdistas. Junto a nuestra mesa hay una pareja muy progre, muy hippie y muy izquierdista. Ella tiene piercings por toda la cara y la melena lacia, negra, conquistada por la canicie. Sujeta entre los brazos a un niño negro. Su pareja, un hombre barbudo, con rastas, lleva contra el pecho otro niño negro, sujeto a su cuerpo por una tela naranja, sabiamente atada.

Pedimos el menú Tailandés, para dos. Comemos. Hablamos.

Yo le llevo comentando hora y media la encuesta Durex sobre hábitos sexuales de los españoles. La nueva encuesta dice que la media nacional
ha subido
a 118 coitos al año.

—Es mentira —yo.

—Es verdad —Marta—. No sé con qué gente te juntas, David, pero yo y todas mis amigas subimos esa media. Somos bastante... guarras.

Le explico a Marta que la encuesta debe de haber tomado en cuenta a personas de entre dieciocho y, por ejemplo, cincuenta años. Que habla, además, de doce meses, no de periodos fogosos de un trimestre vernal. Que los matrimonios, y las parejas estables, son los únicos que pueden, de hecho, aspirar a follar una vez cada tres días. Que, también de hecho, los matrimonios y las parejas estables, con el tiempo, lo último que quieren hacer es, no ya follar con la otra persona una vez cada tres días, sino
ver
a la otra persona una vez cada tres días. Que se tienen hijos y se tiene mucho trabajo; que siempre hay un montón de gente por ahí a la que follar no le vale una higa; no le interesa, no le incita. Le explico a Marta, también, que, bajo mi punto de vista, la gente sin pareja folla aún menos. Que muchas personas follan una vez cada tres meses, con alguien distinto, un ligue, y se sienten muy felices. Que los tíos, en general, valoran más haberse follado a veinte chicas en un año que la cara B de ese dato: haber follado
veinte veces
en un año. Que todo lo que puede pasar en ese sentido sólo puede pasar un sábado, un viernes, y que la semana tiene sólo un fin de semana. Ya que estamos, le digo que la gente, cuando habla de sexo, no habla de lo mismo. A veces, la gente habla de sexo, todos hablan de sexo, opinan sobre sexo y las palabras que se utilizan son exactamente las mismas pero, realmente, no están hablando de lo mismo y, en cierto sentido, es como si unos estuvieran hablando de filatelia y otros de javascript. También le digo que no entiendo los encuentros casuales, el "una persona, un polvo"; que ése es un sexo de poca calidad, que nunca en la primera vez se pueden hacer las cosas que realmente hacen del sexo algo que entusiasme. Le digo, para terminar, que la gente, en la primera vez, no se corre en la cara de la chica, por ejemplo.

—Eso es verdad —Marta.

 

3.

El Café la Palma está vacío. Tiene fotos en las paredes. Fotos de estilo anglosajón: un taxi amarillo, asfalto, mujeres sofisticadas, césped con sombras, mobiliario urbano. Nos sentamos en un rincón y pedimos dos mojitos.

Hablamos un poco de música. Marta tiene un iPod nano con pocas canciones, muchas de ellas repetidas.

—Soy un desastre.

Me pasa un auricular y ella se queda con el otro, que tiene un montón de cinta adhesiva negra en el cabo del cable. Está roto.

—Mira a ver si te parece Michael Stipe, el que hace los coros.

—A ver.

La canción se llama «Your Ghost»
,
y la canta Kristin Hersh. El tipo me parece Michael Stipe.

—Yo creo que no es —digo—. No, se parece, pero porque me lo has dicho. Yo creo que no es.

Es Michael Stipe.

—Michael Stipe —digo— me parece realmente sexy.

—A mí, para nada.

Empezamos a dar nombres de actores que nos parecen sexys. Llegan los mojitos. A Marta le parecen sexys Leonardo Sbaraglia y Clive Owen.

—¿Qué es lo más raro que has hecho, en sexo? —Marta.

—No te lo voy a decir. Porque es realmente raro.

—Ya me picaste. ¿Qué has hecho?

—No te lo voy a decir. Bueno, en realidad, nada es raro. ¿Qué es raro?

—Para tus amigos, follar parece bastante raro. Te has liado con otro tío.

—No. Pero me da curiosidad.

—Curiosidad. ¿Y las drogas no te dan curiosidad? No te entiendo.

—No me interesan nada las drogas. Pero, de sexo, creo que tengo todas las perversiones. Vi en la Wikipedia la lista, y las tenía todas.

—Cuáles.

—Bueno, veamos. Sexo, claro; sexo oral, claro; sexo en lugares públicos; cines, baños de bares; voyeurismo; exhibicionismo; sexo por teléfono; onanismo; sexo con mujeres mayores; niñas...

—...

—Sí, de cinco años sobre todo.

—...

—Es broma, joder.

       Marta me miraba acojonada. Luego, en otro momento que no voy a narrar en este relato, me dirá: «No me extrañaría que sacaras un cuchillo y me descuartizaras».

—Es increíble la capacidad que tienes para decir cosas durísimas, cosas que nadie se atreve a decir.

—Me da igual. Sigo: adolescentes, vamos, no seamos pacatos... Trece años.

—Sí, yo con trece años ya me di cuenta de que podía poner nervioso a mi profesor.

—Pues ya está. A ver, qué más: que me aten; atar, que me peguen; pegar; morder; en el cine, en el coche; en un parque. En las escaleras de los portales. En el vagón del metro.

—A mí eso también me encanta.

—Y ya está.

 

4.

Hemos pagado seis mojitos. Vamos a la tetería de la calle Minas. Abajo se puede fumar.

—Es discriminatorio —yo— que arriba tengan esos sillones tan fantásticos y aquí nos tengamos que conformar con estos taburetes de mierda.

—Pues sí.

Bebemos mojitos.

—Estás borracho, David.

—Un montón.

Tengo la cabeza hundida. Marta empieza a acariciarme. Tiene unas manos muy calientes, como sanadoras.

—Me encanta —digo.

Estoy mirando el hielo de mi mojito mientras Marta me toca bultos en la cabeza. Luego voy al baño. No hago nada en el baño. Sólo lo miro. Vuelvo.

—El baño es una mierda.

Empiezo a pensar en follar en ese baño. Marta empieza a contarme que hace mamadas en los cines.

—¿Cómo? ¡Te ven!

—No. Para nada.

Me cuenta su técnica, me acuerdo de Alanis Morissette. Chicas malas.

Otro mojito.

—Estás muy borracho, David.

Marta saca su móvil y empieza a hacerme fotos.

—No me hagas fotos.

—¡Qué buena! Mira.

Veo un primer plano de mis ojos.

—Tienes unos ojos muy bonitos —Marta.

—No me hagas fotos.

Marta empieza a tocarbotones.

—Hostia. Casi la borro.

Sigue apretando botones. Veo carpetas digitales en la pantalla de su móvil.

—Guárdala en la que dice «Extorsiones».

Se ríe.

 

5.

—¿Quieres ir al José Alfredo? Es muy chulo —yo.

—Vale.

Echamos a andar. Ya son las ocho.

—¿Sabes? —Marta—, contigo el 98% de la conversación trata de sexo.

—¿Y de qué trata el 2% restante?

—No me acuerdo.

 

6.

Me jode ir al José Alfredo porque está siempre hasta el culo de gente, no hay ni una puta mesa libre y hace un calor insoportable. Esto era metaliteratura. En realidad sí hay mucha gente, pero varias mesas están dispuestas a acogernos y el ambiente es fresco.

—¿Cómo escribe tu amigo Juan?

Le digo cómo escribe Juan; qué escribe.

—¿Cómo escribe David Torres?

Se lo digo.

—Recomiéndame un libro corto y gracioso.

Le recomiendo
Que se mueran los feos
, de Boris Vian.

—¿Cuándo sale tu próxima novela?

Le informo.

2%.

 

7.

Los mojitos en el José Alfredo son mejores que los de la tetería de la calle Minas, que además eran peores que los del Café la Palma que, sin embargo, no pueden competir con los mojitos del José Alfredo.

—Éstos tienen más cuerpo —Marta.

Estamos mirándonos en el espejo que cubre las paredes del pub.

—Este pub está decorado que da asco —yo—. Mira el estampado de piel de leopardo. Jo. Y ese techo blanco con rejillas. Además hoy no hay ni un famoso y no te pierdas a ese tipo que va con camiseta roja.

—Eres insoportable.

—Hazme fotos.

—Vale.

Me levanto los faldones de mi camisa, una de muchas rayas de colorines; y luego la camiseta naranja de Jack and Jones. Asoma mi vientre, el ombligo, todo muy velludo.

Marta me aparta la mano y es ella la que sujeta el telón.

—No veo nada.

—¿No tiene ese móvil opciones de obturador? Modo noche, o algo así.

Marta encuentra el modo nocturno.

—Ah, ya. —Hace clic—. Me queda poca memoria. —Hace clic—. Ya. Dos.

Me las enseña.

—Molan —yo.

—Te las mando por mail.

—Gracias.

 

8.

Nos hemos reído de todos los clientes del José Alfredo. Llegaban, se sentaban, pedían, hablaban y nosotros no dejábamos de señalarlos con el dedo y ponerlos a parir.

Yo odio a todo el mundo, porque nadie es famoso; Marta sólo odia a un tipo que parece «un muñeco de Playmobil». Marta lleva unas Converse y ha puesto los pies sobre el respaldo de un asiento vecino. Es muy rockera. Yo he pasado mi brazo por su espalda y establezco teorías geniales con impertinente facilidad.

—No me das ni un respiro —Marta—. Mira.

Marta baja los pies del respaldo y abre su bolso. Saca un estuche que dice «Vogue». Del estuche saca unas gafas de ver, muy estilosas. Se las pone.

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