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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

A por todas (22 page)

La caja está llena de papeles timbrados. Bonos, fondos de inversión, de alta rentabilidad… Productos financieros para dar y tomar. Y todo por cantidades que no son nada despreciables a pesar de no ser astronómicas.

—Barbarella, S.A., Waterloo, S.A., Gaynor, S.A., Stonewall, S.A., Foucault, S.A… —leo según Alicia me va pasando documentos—. No sé quién estará detrás de todo esto pero que es un marica de la vieja escuela es algo de lo que no tengo la menor duda… Como decías antes, Ali, o son muy chapuzas o muy confiados.

—Me alegra que me des la razón —contesta ella complacida.

—Tampoco te acostumbres, ¿eh, bonita?

—En fin… —Alicia hace un gesto con la mano como si borrara mi último comentario—. Creo que ya tenemos suficiente. Vamos a fotocopiar esto y luego recogemos este desastre.

—¿Y de qué nos sirve todo esto? —le espeto—. Tenemos un montón de sociedades anónimas pero nada más, no sabemos a nombre de quién están.

—Pero podemos averiguarlo —salta Juanjo de repente. Todos clavamos la mirada en él.

—Yo tengo un amigo, bueno, un ex novio que trabaja en el Registro Mercantil —explica—. Y con la experiencia que ha tenido con los colectivos, creo que no le importará en absoluto echarnos un cable…

—¿Ves, Ruth? —exclama Alicia triunfal—. Siempre tan negativa. Vamos a ir a por ellos. Y ahora, venga, a dejar esto como si nunca hubiéramos estado aquí —dice levantándose del suelo.

Dejar el despacho tal y como nos lo hemos encontrado nos lleva más de una hora. Por fortuna, la presencia de Diego y Juanjo nos ayuda a que el resultado sea óptimo.

—Tampoco os preocupéis, yo seré el primero en llegar el lunes. Si algo no queda en su sitio, ya lo colocaré —nos dice Juanjo.

Son más de las seis cuando vemos por fin la oficina recogida. Vamos saliendo de ella lentamente para desandar nuestros pasos hasta la puerta de salida. Juan está a punto de encender el interruptor que ilumina el siguiente tramo del camino y Alicia, detrás de mí, también está a punto de apagar la luz del despacho cuando oímos un ruido de llaves.

—¡Viene alguien! —dice Alicia entre susurros apagando rápidamente la luz.

En medio de la oscuridad nos chocamos los unos con los otros atolondradamente. Alicia, cual perrita pastora, nos empuja a un rincón.

—¡Estaos quietos y callados! —grita susurrando, si es que eso es posible—. ¿Quién podrá ser…? —murmura para sí misma.

Escuchamos voces. Dos hombres riendo entran en la sede del colectivo y encienden algunas luces. De las risas y el tono de voz deduzco que han estado de juerga y han pensado acabarla aquí.

—Creo que es Mario, el coordinador de salud —susurra Juanjo.

—¿Y qué hace aquí? —pregunta Pilar.

—¿Tú qué crees, bonita? El Strong cierra a las seis y él aún vive con sus padres… —le contesta con acritud.

—Pues que se vaya a una sauna —murmuro yo fastidiada.

—Así que vamos a tener que esperar a que esos dos echen el polvo y se larguen, ¿no? —apunta Juan.

—Eso parece —dice Alicia encogiéndose de hombros y sentándose sobre la moqueta—. Pues nada, a esperar.

Imitamos a Alicia y nos sentamos también en el suelo. En la otra sala, los dos tortolitos comienzan con los menesteres causantes de su sorpresiva visita. Vislumbrando nuestras caras en la penumbra, nos miramos divertidos los unos a los otros con cara de circunstancias. Todos menos Alicia que tiene la nariz pegada en las fotocopias que nos hemos llevado.

Veinte minutos es lo que tardan los segundos intrusos de la noche en acabar. Aún esperamos diez minutos más, por si las moscas.

—¡Joder, qué mal lo he pasado! —dice Pilar cuando al fin pisamos la calle.

—¿Por qué? —le pregunto yo.

—¡Por Dios, Ruth! ¿Es que no les oías? «Así, mi torito bravo, así… Oooh, sí, empálame, empálame como tú sabes» —dice imitándolos.

El resto echamos a reír todo lo que también nos hemos estado aguantando arriba.

—¿Nos tomamos un café? —propongo.

—Sí —responde rápidamente Alicia—. Así planeamos lo que vamos a hacer ahora —añade echando a andar.

Nos metemos en la primera cafetería que encontramos abierta, donde nos mezclamos con otros grupos que están acabando la noche de fiesta o, algunos, incluso prolongándola.

—A ver, Juanjo —comienza Alicia tomando la palabra— . Dices que conoces a alguien en el Registro Mercantil…

Juanjo asiente.

—Sí, un noviete que tuve hace un tiempo. Él estaba metido en el GYLIS coordinando el programa de radio. Hasta que se hartó de ver tanto mamoneo como había allí y acabó dejándolo para ver cómo ocupaba su lugar un niñato tartaja que sólo sabía hablar de triunfitos y de lo buenísimos que estaban los actores y cantantes que le gustaban…

—O sea que es otro damnificado de la causa gay —apostillo yo entre risas—. Él del GYLIS y tú del GYLA. ¿Y no os comparaban con los Montesco y los Capuleto? A Olga y a mí nos lo decían…

Juanjo se echa a reír mientras me dice que sí con la cabeza.

—Pues habla con él a ver qué puede averiguar. Y tanto Diego como tú estad atentos cuando estéis en la oficina por si os enteráis de algo más… —ordena Alicia.

El camarero viene a tomarnos nota. Extenuados, los seis permanecemos callados. Alicia no deja de estudiar los papeles, nada que ver con los demás, que estamos muertos de sueño. No los deja ni cuando el camarero le pone el café delante. Echa el azúcar en él y lo remueve sin mirarlo.

Me enciendo un cigarro y veo que Pilar abre la boca para hablar. Antes de que haya pronunciado una sola palabra ya sé que va a meter la pata.

—Bueeeeno… —dice—. ¿Y qué tal Sandra, Ali? ¿No salió anoche? —pregunta mirando a la aludida candorosamente.

Alicia levanta la cabeza de las fotocopias con cara de pocos amigos y taladrando a Pilar con la mirada.

—Ya no estamos juntas —contesta—. Si eso es lo que te interesa saber —añade retomando su atención sobre los documentos.

Pilar se sonroja súbitamente y esconde su cara como puede, dándole un sorbo al café. Los demás aprovechamos para reírnos por lo bajo y yo para propinarle unas amistosas palmadas en el muslo.

—No tienes remedio —le susurro al oído.

INTERLUDIO

—¿Y de qué te extrañas, Ruth? Tú misma has dicho siempre que las directivas de las ONG's eran pandas de mañosos.

—Si no me extraño, Pedro, si chanchullos ya sé que se hacen. Pero una cosa es cenar a cuenta de la asociación y otra no cotizar a los trabajadores para desviar el dinero…

—¿Y sabéis ya a nombre de quién están esas empresas?

—Aún no. El administrativo iba a hablar con un rollete suyo que trabaja en el Registro Mercantil.

—¿Y qué vais a hacer cuando lo sepáis?

—Pues supongo que denunciarlos. A menos que a Alicia se le ocurra otra genial idea.

—Oye, ¿esa no es la tía del GYLA que te cae tan mal?

—Esa misma. Y cada día la aguanto menos. Vino por casualidad con nosotros y parecía que había sido ella quien lo había organizado todo…

—Me recuerda a alguien…

—¡Pedro! Espero que no estés insinuando lo que creo que estás insinuando…

—¿Yooo? ¡Qué va!

—… porque te equivocas de medio a medio. ¡Yo nunca he sido tan metomentodo!

—¡Por el amor de Dios, Ruth! ¡Qué poca memoria tienes! ¿Ya no te acuerdas de cuando tenías dieciocho años? Si en la facultad te llamábamos la navaja suiza…

—¿La navaja suiza?

—Sí, porque servías para todo. Tan pronto te metías en el sindicato de estudiantes como preparabas
xm fanzine
contra-cultural. Y eso por no hablar de cuando empezaste a ir al GYLA… Refréscame la memoria, ¿hubo algún equipo por el que no pasaras?

—Sí, el de gays cristianos.

—¡Nos ha jodido! ¡Porque eres atea perdida! ¡Pero bien que te metías con ellos! Tú tampoco has podido mantenerte nunca al margen.

—No me convences, Pedro. Yo era más madura a su edad…

—No seas tan prepotente, cielo. Tú eras tan madura a su edad como ella puede serlo ahora…

—Que no, tío. Además ella es muy radical, menosprecia a los hombres…

—… porque les llama
varoncitos,
ya me lo has dicho. ¿Y tú qué? Hubo una época en la que tratabas de convencer a todos de que la única forma de conseguir la paz mundial era convirtiendo la sociedad al matriarcado…

—Y lo sigo pensando…

—¿Entonces por qué te molesta tanto lo que haga esa chica?

—Pues no lo sé pero me irrita sobremanera…

—A ver si es que te gusta…

—¡Mira, otro como Pilar! ¡Venga, Pedro! Parece mentira que no me conozcáis. Cuando me gusta una chica voy a por ella sin problemas. Además, ¿cómo me iba a fijar yo en una tía a la que saco doce años?

—Pues quizá sea esa la razón.

—¿Cuál?

—Que le sacas doce años y eso te pesa mucho. Además, llevas un par de meses en los que no te he oído hablar de nadie…

—¿Y qué me quieres decir con eso? He tenido mucho curro últimamente.

—Que sí, bonita, lo que tú digas… Oye, ¿y cómo se ha tomado Diego todo este chanchullo? Con lo harto que está del GYLA…

—Pues te puedes imaginar… Como no le habían dado por culo suficiente allí, ahora encima esto. Dice que intentará morderse la lengua hasta que vayamos a la policía pero que después…

—Se lía a hostias con el Teletubby ese, seguro…

—Pues no creo porque Diego no es nada violento pero que le dice cuatro cosas seguro… Por cierto, ya sé que aún es pronto para preguntártelo pero, ¿vendrás este año a la mani del orgullo?

—No puedo, cielo. Me toca pringar todos los fines de semana hasta julio cuando coja las vacaciones.

—Pues ya te podía tocar vigilar la mani…

—Ya pero esto es lo que hay… En fin, cuando sepas algo de lo del GYLA, dímelo, a ver si os puedo echar un cable.

—Vale, te mantendré informado.

—Pues lo dicho. Cuídate. Un besazo, cabra loca.

Tirando de la manta

—S
e ha ido a pasar unos días a casa de Jose y Chus —me cuenta Ángela desde el otro lado de la mesa. Tiene los ojos brillantes y enrojecidos.

—¿Lo habéis dejado? —pregunto poniendo mi mano sobre la suya y apretándola con fuerza.

—Sí… No… No lo sé —responde ella soltando mi mano para frotarse los ojos y masajearse las sienes—. Sólo se ha llevado una bolsa con ropa, el resto de sus cosas siguen en casa.

—¿Y el perro?

—También —contesta encendiéndose un pitillo.

—¿Fuiste tú quien le dijo que se marchara?

—No, fue ella la que quiso irse. Aunque claro, a ver con qué cara se iba a quedar después de haberla pillado con esa zorra…

Por si os lo estabais preguntando, no, no llegué a contarle a Ángela que vi a su novia con otra en la fiesta del Día de la Mujer. Llamadme mala amiga si queréis pero entre el lío que yo he tenido últimamente y lo complicado que es sentar a Ángela en la mesa de una cafetería, no he andado sobrada de oportunidades precisamente. Y tampoco se trataba del tipo de noticia que se pueda dar por teléfono como si tal cosa.

De todas formas, Ángela no tiene un pelo de tonta y Silvia, a tenor de lo visto, no ha demostrado ser muy inteligente. Porque si le vas a poner los cuernos a tu novia y no quieres que se entere, intentas moverte con la mayor clandestinidad posible, no sigues saliendo por los mismos sitios de siempre tentando a la suerte de encontrarte con conocidos de tu novia —como en mi caso, por ejemplo— o con tu propia novia que, harta de tus mentiras, ha tenido que tomar la decisión de seguirte para confirmar que sus sospechas son ciertas.

—Al menos no te diría aquello de «cariño, esto no es lo que parece».

—No, mucho peor, se quedó de piedra primero y se echó a llorar después mientras intentaba abrazarme. Cosa que no le permití, todo hay que decirlo.

—Hiciste bien —hago una pausa—. Pero, ¿piensas seguir aguantando esto?

Su mirada triste y acuosa se clava en la mía. Una mirada desvalida, indefensa, desarmada. Sé lo que me va a decir incluso antes de que empiece a hablar.

—La quiero, Ruth. Creo que nunca he estado tan enamorada de nadie como lo estoy de ella. Además —deja de mirarme y se revuelve nerviosa en su asiento—, a lo mejor yo tengo cierta parte de culpa. Trabajo mucho, estoy muy cansada, nunca tengo ganas de salir y el sexo… Bueno, creo que la vida sexual del perro y su cojín es más animada que la nuestra…

—No puedo creer que me estés diciendo eso, Ángela. No justifiques su comportamiento. Que tú estés pasando por una mala racha no es motivo para que ella se dedique a hacer de su capa un sayo. Puedo entender que quiera salir de fiesta con sus amigas aunque tú te quedes en casa, pero de ahí a dedicarse a coleccionar ligues…

—Dice que sólo ha estado con Raquel…

—¿Y qué mas necesitas? ¿Que se beneficie a la mitad de las bollos de Madrid y periferia? —la miro a los ojos—. Aunque te duela deberías darte cuenta de que lo vuestro está entrando en un callejón sin salida.

Ángela baja la mirada.

—Sí, puede que tengas razón pero no es tan fácil cuando estás dentro…

Asiento levemente con la cabeza y me callo. Ya sé que cuando las cosas se ven desde fuera todo es mucho más fácil. Durante mucho tiempo yo fui incapaz de ver el verdadero rostro de Olga porque la quería y hubiera sido capaz de llegar a las manos con cualquiera que intentara insinuarme que era la hija de puta que luego resultó ser. Quizá ese sea uno de los principales motivos por los que me resisto a que toquen mi corazoncito. Me ha costado mucho hacer de la racionalidad un modo de vida como para echarlo todo a perder por una locura pasajera en forma de una mujer que, muy probablemente, acabará por destrozarme tarde o temprano.

Pero al menos a mí Olga no me ponía los cuernos. No estoy segura de lo que haría en una situación como la de mi amiga. Puedo entender, en un momento dado, lo de «una canita al aire». Algo puntual y aislado. Pero que mi pareja, la persona con la que vivo, se vea continuadamente con la misma persona sólo puede indicar que lo que siente por ella no es una mera atracción sexual. Y lo de estar enamorada —y cuando digo enamorada digo ENAMORADA en mayúsculas y con todas las letras— de dos personas a la vez nunca me ha convencido demasiado.

—Debería dejarla, ¿verdad? —me pregunta Ángela interrumpiendo mis cavilaciones.

Respiro hondo antes de contestar.

—Eso es algo que sólo puedes decidir tú. Sólo tú sabes lo que sientes por Silvia y sólo tú eres quien puede sopesar si te conviene seguir con alguien que te ha engañado continuadamente.

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