Aleación de ley (14 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

—Yo iré a por las muchachas. Tú mantén a los bandidos a raya. Nuestra prioridad es mantener a la gente con vida.

—Con mucho gusto.

—Treinta seis malos armados, Wayne. En una sala llena de inocentes. Esto va a ser duro. Concéntrate. Intentaré despejar el espacio cuando empecemos. Puedes seguirme, si quieres.

—Perfecto —dijo Wayne, girando y dándole la espalda a Waxillium—. ¿Quieres saber por qué vine realmente a buscarte?

—¿Por qué?

—Te imaginaba feliz en una cama cómoda, descansando y relajándote, pasando el resto de tu vida bebiendo té y leyendo periódicos mientras te traían comida y las doncellas te hacían masajes en los pies y todo eso.

—¿Y…?

—Pues que no podía dejar que te entregaras a un destino como ese —Wayne se estremeció—. Soy demasiado buen amigo para dejar que un colega mío muera en esa terrible situación.

—¿De comodidad?

—No. De aburrimiento —volvió a estremecerse.

Waxillium sonrió, luego puso los pulgares en los percutores y amartilló sus pistolas. Cuando era joven y se marchó a los Áridos, acabó estando donde era necesario. Bueno, tal vez había vuelto a suceder.

—¡Vamos! —gritó, apuntando con sus armas.

6

Wayne soltó la burbuja de velocidad.

«Primer paso —pensó Waxillium mientras apuntaba—, atraer su atención.» Empezó a empujar suavemente para crear una burbuja de acero que interfiriera con las balas. No lo protegería por completo, pero ayudaría. A menos que dispararan balas de aluminio.

Era mejor tener cuidado. Y disparar primero.

Los ladrones alzaban ansiosamente sus armas. Pudo ver el ansia de destrucción en sus ojos. Estaban armados hasta los dientes, pero hasta ahora sus robos se habían producido sin disparar un solo tiro.

En vez de matar a un montón de gente, la mayoría de ellos probablemente solo querían pegar unos cuantos tiros y sacudir un poco el lugar, pero estas situaciones se volvían fácilmente más violentas de lo esperado. Si no se les detenía, los desvanecedores dejarían a su paso algo más que ventanas destrozadas y mesas rotas.

Waxillium eligió rápidamente a un bandido que llevaba una escopeta y lo abatió de un tiro a la cabeza. Lo siguió un segundo. Esas escopetas eran menos peligrosas para Waxillium, pero serían letales para los asustados inocentes.

Sus disparos resonaron en la cavernosa sala y los invitados gritaron. Algunos aprovecharon la oportunidad para correr hacia los lados de la sala. Casi todos se echaron al suelo junto a sus mesas.

En la confusión, los bandidos no localizaron a Waxillium al principio.

Abatió a otro hombre de un tiro en el hombro. Lo inteligente ahora habría sido agacharse junto a una mesa y continuar disparando. Los bandidos tardarían unos instantes preciosos en descubrir quién los atacaba en una sala tan grande y abarrotada.

Por desgracia, los hombres que tenía detrás abrieron fuego, aullando de placer. No habían advertido lo que estaba haciendo, aunque los tipos que tenía delante al otro lado del salón habían visto caer a sus amigos y se dispersaban para ponerse a cubierto. En unos instantes, la sala sería una tormenta de plomo y pólvora.

Tras inspirar profundamente, Waxillium avivó su acero y escanció su mente de metal de hierro. Llenarla lo hacía más liviano, pero escanciarla lo hacía más pesado… mucho más pesado. Aumentó su peso cien veces. Había un aumento proporcional en la fuerza de su cuerpo, o eso suponía, que no se aplastaba con su propio peso.

Alzó las pistolas por encima de su cabeza para mantenerlas fuera del radio y luego se impulsó hacia fuera empujando un anillo. Empezó con cuidado, aumentando gradualmente su fuerza. Cuando empujabas, era tu peso contra el del objeto; en este caso, los tornillos y clavos de metal de las mesas y sillas, que se alejaron de él.

Se convirtió en el epicentro de un anillo de fuerza en expansión. Las mesas volcaron, las sillas se arrastraron por el suelo, y la gente gritó sorprendida. Algunos fueron capturados por el movimiento y salieron despedidos. No con tanta fuerza para ser lastimados, esperaba, pero era mejor sufrir unos cuantos moratones que quedarse en el centro de la sala con la que se avecinaba.

Justo al lado vio a Wayne, que se había estado dirigiendo cuidadosamente hacia la parte trasera de la sala, saltar sobre una mesa volcada, agarrarse a su borde y sonreír mientras la lanzaba hacia los bandidos de aquel lado.

Waxillium suavizó el empuje. Se encontraba solo en un gran espacio vacío en el centro del salón, rodeado de zonas de vino y comida derramados y platos caídos.

Entonces empezó el tiroteo. Los bandidos que tenía delante lo acribillaron. Waxillium recibió la andanada de balas con otro fuerte empujón. Las balas se pararon en el aire, repelidas en una ola. Dada su velocidad, solo podía detener las balas de esa forma si las esperaba.

Dejó que las balas volaran de vuelta a sus propietarios, pero no empujó con demasiada fuerza, no fuera a alcanzar a algún invitado inocente. Sin embargo, fue suficiente para dispersar a los bandidos, quienes empezaron a gritar que había un lanzamonedas en la sala.

Ahora Waxillium corría serio peligro. Rápido como un parpadeo, pasó de decantar su mente de metal a llenarla, haciéndose mucho más liviano. Apuntó al suelo con su revólver y disparó una bala tras él y la empujó, lanzándose al aire. El viento sonó en sus oídos cuando se abalanzó por encima de la barricada de muebles que había hecho, donde algunos de los invitados se escondían todavía. Por suerte, muchos se estaban dando cuenta de que los perímetros de la sala serían mucho más seguros, y corrían hacia allí.

Waxillium cayó justo entre los bandidos, que habían empezado a ponerse a cubierto detrás de la pila de mesas y sillas. Los hombres maldijeron cuando extendió los brazos, apuntando con sus armas en direcciones opuestas, y empezó a disparar. Giró, abatiendo a cuatro hombres con una rápida andanada de balas.

Algunos bandidos le dispararon, pero las balas se desviaron y se alejaron de su burbuja de acero.

—¡Las balas de aluminio! —gritaba uno de los hombres—. ¡Sacad vuestro maldito aluminio!

Wax giró y le disparó dos tiros al pecho. Entonces saltó a un lado y rodó hacia una mesa que se hallaba más allá de su impulso inicial. Un rápido empujón contra los clavos de la superficie la volcaron, dándole cobertura mientras los bandidos abrían fuego. Captó las líneas azules en algunas de las balas, moviéndose demasiado rápidamente para que las apartara empujándolas.

Otros bandidos recargaban sus armas. Tuvo suerte: por las maldiciones del jefe de los bandidos parecía que los hombres debían tener las balas de aluminio cargadas ya, al menos en algunos cargadores. Sin embargo, disparar aluminio era como disparar oro, y muchos de los bandidos parecían llevar el aluminio en los bolsillos en vez de en las armas, donde podrían acabar disparándolas por accidente.

Un bandido asomó por el lado de la mesa, apuntando con una pistola. Waxillium reaccionó por reflejo, empujó el arma y le golpeó con ella en la cara. Lo abatió de un tiro en el pecho.

«Vacío», se dijo, contando las balas que había disparado. Le quedaban dos en la otra pistola. Miró por encima de su refugio, advirtiendo las localizaciones de dos bandidos que se habían escondido detrás de las mesas volcadas para recargar sus armas. Apuntó rápidamente, aumentó su peso, y entonces disparó y empujó con todo lo que tenía la bala que salía de su pistola.

La bala hendió el aire, impulsada hacia la mesa donde se refugiaba el bandido. La atravesó y alcanzó al hombre. Waxillium repitió la maniobra, abatiendo al otro bandido, que se quedó estupefacto al ver que la gruesa mesa de roble era perforada por una simple bala de revólver. Entonces Waxillium se lanzó por encima de su propia mesa y llegó al otro lado justo cuando los hombres que tenía detrás rodeaban a los heridos y empezaban a dispararle.

Las balas se estamparon contra su refugio, que aguantó. Esta vez, ninguna de las balas mostró líneas azules. Aluminio. Inspiró profundamente, soltó sus revólveres y sacó la Terringul 27 que llevaba atada al interior de su muslo. No era un arma del calibre más grande, pero su largo cañón la hacía precisa.

Dirigió una mirada a Wayne, y contó cuatro desvanecedores caídos. Su amigo saltaba alegremente por encima de una mesa para lanzarse contra un hombre con una escopeta. Los dos se convirtieron en un borrón cuando Wayne soltó una burbuja de velocidad. En un instante estuvo en un lugar diferente (las balas zigzaguearon en la zona donde estaba antes), oculto tras una mesa volcada, el bandido de la escopeta flácido en el suelo.

La táctica favorita de Wayne era acercarse, luego envolver a su enemigo en la burbuja de velocidad y luchar a solas. No podía mover la burbuja de velocidad después de emplazarla, pero sí moverse en su interior. Así que cuando soltó la burbuja después de luchar con el enemigo escogido uno a uno, se encontraba en un lugar diferente de lo esperado. A sus enemigos les resultaba enormemente difícil localizarlo y apuntarle.

Pero en una lucha larga acababan por alcanzarlos y retener el fuego hasta después de que Wayne hubiera soltado una burbuja. Pasaban un par de segundos entre soltar una burbuja y levantar otra, el momento en que Wayne era más vulnerable. Naturalmente, incluso cuando la burbuja estaba emplazada, Wayne no estaba completamente a salvo. Podía ser enervante saber que su amigo luchaba solo, envuelto en una burbuja de tiempo acelerado. Si Wayne tenía problemas dentro, Waxillium no podría ayudarlo. Antes de que la burbuja se colapsara, podría resultar herido.

Bueno, Waxillium tenía sus propios problemas. Con aquellas balas de aluminio, su propia burbuja de protección era inútil. La dejó caer. Más balas rociaron la mesa y el suelo a su alrededor, y los estampidos de los disparos resonaron por todo el salón. Por fortuna, podía ver todavía las líneas azules que apuntaban al acero corriente de las armas de los bandidos, incluyendo las de un grupo de hombres que intentaban flanquearlo.

«No hay tiempo para tratar con ellos», pensó. El jefe de los bandidos había enviado a Steris fuera con uno de sus hombres, pero él se había detenido junto a la puerta. No parecía sorprendido por la resistencia. Algo en la forma en que estaba allí plantado, imperioso y al control… Algo en la forma de sus ojos (la única parte visible de su rostro enmascarado) llamaba la atención de Wax y no lo dejaba en paz. Algo en aquella voz…

«¿Miles?», pensó con sorpresa.

Gritos. Gritos de Marasi. Waxillium se volvió, experimentando una desconocida sensación de pánico. Steris lo necesitaba, pero Marasi también, y estaba más cerca. El hombre de sangre de koloss llamado Tarson la tenía; le sujetaba el cuello con un brazo, empujándola hacia la puerta y maldiciendo. Sus dos compañeros miraban ansiosamente alrededor, como si esperaran que los alguaciles aparecieran de un momento a otro.

Marasi se había quedado flácida. Tarson gritaba, y le apuntó a la oreja con el revólver, pero ella tenía los ojos cerrados y se negaba a responder. Sabía que no era solo una simple rehén: la querían a ella específicamente, y por tanto no le dispararían.

«Buena chica», pensó Waxillium. No podía ser fácil oír al desvanecedor gritar, sentir el cañón en su sien. Unos cuantos invitados se escondían cerca, una mujer bien vestida y su marido, que gemían llevándose las manos a los oídos. Los disparos eran fuertes, caóticos, aunque Waxillium apenas advertía ya estas cosas. De todas formas, tendría que haberse puesto los protectores en las orejas. Ya era demasiado tarde.

Waxillium se lanzó a un lado y disparó dos tiros al suelo de madera para que los que lo intentaban flanquear corrieran a cubierto. El Terringul estaba cubierto con balas de punta hueca, diseñadas específicamente para clavarse en la madera, dándole un buen anclaje cuando lo necesitaba. También se clavaban en la carne, reduciendo las posibilidades de un disparo bien calculado que pudiera herir a los inocentes, cosa que también le venía bien.

Se lanzó hacia delante, encogido, y saltó sobre una gran bandeja de servir. Puso el pie en el borde de la bandeja, y empujó las balas que tenía detrás. La maniobra lo lanzó hacia delante, deslizándose por el suelo de madera pulida. Dejó atrás las mesas y pasó al espacio despejado ante las escaleras que conducían a la salida de la sala, y luego apartó la bandeja de una patada y aumentó su peso, golpeó el suelo y se detuvo.

La bandeja salió volando delante de él, y los sorprendidos bandidos empezaron a disparar. El metal resonó contra el metal cuando algunas balas la alcanzaron; Waxillium respondió, abatiendo a los hombres que acompañaban a Tarson con dos rápidos disparos. Entonces avivó su acero y empujó el arma de Tarson para intentar apartarlo de Marasi.

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