Aleación de ley (27 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

¿Dónde podría estar escondido Miles? La mente de Waxillium trazaba círculos. La Ciudad ofrecía demasiados sitios donde ocultarse, y Miles no era un delincuente típico. Era un antiguo vigilante de la ley. Los instintos normales de Waxillium estaban fuera de juego.

«Querrá dar un paso atrás —decidió Waxillium—. Es cuidadoso. Juicioso. Pasó meses entre el robo del aluminio y su siguiente golpe.»

Miles había perdido hombres y recursos. Se escondería durante un tiempo. ¿Pero dónde? Waxillium se apoyó contra la pared del pasillo. Este vagón de primera clase estaba compuesto por compartimentos privados. Podía oír débilmente a la gente hablar en el que tenía al lado. Niños. Había atravesado seis vagones hasta llegar a uno con cuarto de baño. Wayne y Marasi estaban en un compartimento varios vagones más allá.

Si Marasi tenía razón respecto a la función para la que querían a las mujeres secuestradas, entonces les esperaba un sombrío destino. Miles podía permitirse esperar, dejar que la pista se enfriara. Cada hora retrasada haría que fuese mucho más difícil de encontrar.

«No —pensó Waxillium—. Necesitará un golpe más.» Uno más, quizá sin rehenes, para conseguir más aluminio. Waxillium había examinado los informes sobre los robos originales, y había conseguido valorar la cantidad de aluminio que Tekiel había estado contrabandeando. Apenas habría sido suficiente para equipar a treinta o cuarenta hombres. Eso hacía que Miles necesitara un golpe más antes de desaparecer; de esa forma, podría usar el periodo de inactividad para conseguir más armas y munición.

Eso le concedía a Waxillium una oportunidad más para capturarlo. Si jugaba bien sus cartas. Le…

El grito fue débil, pero Waxillium se había entrenado para estar atento a estas cosas. Siempre alerta, sobre todo cuando estaba ocupado pensando. Inmediatamente se hizo a un lado, lo cual le salvó la vida cuando la bala atravesó el cristal de la ventana del fondo del vagón.

Waxillium se giró, desenfundando un revólver. Una figura de negro se alzaba en el siguiente vagón, mirando a través de la ventana rota. Llevaba máscara de nuevo, los ojos al descubierto, la lana cubriendo el resto de sus rasgos. Sin embargo, la constitución era adecuada, y la altura, incluso la forma que empuñaba su arma.

«¡Idiota!», pensó Waxillium. Sus instintos estaban jugándole una mala pasada. Un criminal corriente se habría ocultado. Pero no Miles. Era un antiguo vigilante de la ley, acostumbrado a cazar y no a ser cazado.

Y si alterabas sus planes, venía a buscarte.

13

Waxillium no tuvo tiempo de alzar su arma. Aumentó al instante su peso y avivó su acero mientras empujaba las puertas entre los vagones. Las ventanas de cristal explotaron mientras las puertas se combaban y se soltaban, bloqueando las balas mientras Miles disparaba tres veces en rápida sucesión.

El coche se estremeció cuando el tren empezó a tomar una curva. En los compartimentos asomaron cabezas, y ojos espantados buscaron la causa del ruido. Miles apuntó de nuevo a Waxillium. Los niños empezaron a llorar.

«No puedo poner en peligro a los inocentes —pensó Waxillium—. Tengo que salir.»

Mientras el arma disparaba, Waxillium se lanzó hacia delante. Una bala rebotó cerca de su cabeza, levantando chispas. No pudo sentirla con la alomancia. Era aluminio.

Waxillium salió al espacio entre los vagones, donde el viento rugía y le tiraba de las ropas. Mientras Miles disparaba su sexto tiro, Waxillium empujó los acoples de abajo y se lanzó hacia arriba.

Se alzó en el aire por encima de los vagones. El viento lo capturó, empujándolo hacia atrás mientras caía. Aterrizó con un golpe en un vagón más atrás, se apoyó en una rodilla y se reafirmó con la mano libre; el viento le revoloteaba el pelo y agitaba su chaqueta. Alzó su revólver.

Miles estaba aquí. En el tren.

«Podría detenerlo ahora. Acabar con esto.»

El siguiente pensamiento fue inmediato. ¿Cómo demonios iba a detener a Miles Cienvidas?

Una figura enmascarada se alzó entre los vagones ante él, tal vez apenas a tres metros de distancia, empuñando una gran pistola. Miles siempre había preferido la potencia de fuego a la precisión. Una vez dijo que prefería fallar unas cuantas veces sabiendo que cuando diera en el blanco la persona a la que le disparara no volvería a levantarse.

Waxillium maldijo y llenó su mente de metal, reduciendo su peso a casi nada, luego rodó a la derecha, dejando atrás el techo y cayendo por el lado del vagón. Los disparos lo siguieron. Se agarró al borde de una ventana, apretándose contra el vagón, e introdujo un pie en una rendija en la superficie de metal. Su peso reducido le permitió mantenerse allí fácilmente, aunque el viento agitaba su cuerpo.

Por delante, la máquina eructaba cenizas y humo negro; debajo, las vías eran un borrón. Waxillium alzó el revólver que tenía en la mano derecha y esperó mientras se agarraba al costado del vagón con la otra mano y la pierna.

El rostro enmascarado de Miles pronto asomó entre los vagones. Waxillium disparó un rápido tiro, empujando la bala con alomancia para que tuviera velocidad extra contra el ululante viento. Alcanzó a Miles en el ojo izquierdo. La cabeza del hombre dio un tirón hacia atrás, y la sangre manchó el vagón. Se tambaleó, y Waxillium disparó de nuevo, alcanzándolo en la frente.

El hombre alzó una mano y se arrancó la máscara, revelando un rostro aguileño de pelo negro y corto y cejas prominentes. Era él. Miles. Un vigilante, un hombre que tendría que haber actuado de otro modo. Un componedor nacidoble de asombroso poder. Su ojo volvió a crecer, y la herida de la cabeza desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Un metal dorado brillaba en sus brazos, dentro de las mangas. Sus mentes de metal: eran clavos que le atravesaban la piel del brazo, como tornillos. El metal que perforaba la piel era enormemente difícil de tocar con un empujón de acero.

«¡Herrumbre y Ruina!» Ni siquiera un tiro en el ojo lo había frenado mucho. Waxillium apuntó a un árbol que se acercaba y disparó, luego se soltó del tren y se hizo tan liviano como pudo. Voló hacia atrás con el viento, y mientras el árbol pasaba de largo, empujó la bala alojada en él, impulsándose a un lado, entre dos vagones. Se agazapó allí, jadeando, el corazón redoblando mientras otra de las balas de Miles rebotaba en la esquina cerca de él.

¿Cómo se luchaba contra alguien que era virtualmente inmortal?

Sorteando unas colinas bajas, la vía trazaba otra curva. Verdes granjas y plácidos huertos pasaban de largo no muy lejos. Waxillium se agarró a la escalerilla del vagón y se aupó para asomarse con cuidado al borde del techo.

Miles cargaba contra él a toda velocidad por el techo del vagón. Waxillium maldijo, alzando su arma mientras Miles hacía lo mismo. Waxillium disparó primero, y consiguió alcanzar a su enemigo, que estaba ya solo a unos pasos de distancia.

Waxillium apuntó a la mano armada.

La bala desgarró carne y hueso, haciendo que Miles maldijera y soltara la pistola. El arma rebotó una vez en el tejado y desapareció por el lado. Waxillium sonrió satisfecho. Miles gruñó, luego saltó de lo alto del vagón y chocó contra él.

La cabeza de Waxillium golpeó el metal que tenía detrás, lanzando un destello blanco en su visión. Gimió, deslumbrado. «¡Idiota!» La mayoría de los hombres nunca habrían saltado así: era demasiado probable que los dos hubieran caído del tren en marcha. Pero eso no molestaba a Miles.

Los dos habían caído en el espacio entre vagones, conservando un precario asidero. Miles agarró a Waxillium por el chaleco con ambas manos, alzándolo y golpeándolo contra el vagón. Por reflejo, Waxillium disparó una y otra vez a quemarropa, pero las balas salieron por la espalda de Miles sin detenerlo siquiera. Atrajo a Waxillium y le dio un puñetazo en la cara.

El dolor lo atravesó y su visión se nubló. Casi perdió el equilibrio y cayó a las veloces vías de abajo. Desesperado, Waxillium trató de empujarse al aire. Miles estaba preparado y en cuanto empezó a levantarse, enganchó el pie bajo el último peldaño de la escalera y aguantó. Waxillium se abalanzó, todavía sintiéndose mareado, pero no saltó al aire. Empujó con más fuerza, pero Miles resistió, la mirada decidida.

—Puedes desgarrarme los tendones del pie, Wax —gritó Miles por encima del estrépito de las ruedas sobre los raíles y el aullido del viento—, pero volverán a rehacerse rápidamente. Creo que tu cuerpo cederá antes que el mío. Empuja más fuerte. Veamos qué pasa.

Waxillium se soltó y cayó a la plataforma entre los vagones. Intentó agarrar a Miles en una llave, pero el otro hombre era más joven, más rápido, y mejor luchador cuerpo a cuerpo. Miles esquivó, todavía sujetando el chaleco de Waxillium, y luego tiró. Waxillium se tambaleó, perdido el equilibrio, mientras se lanzaba hacia Miles, que le hundió el puño en el estómago.

Waxillium jadeó de dolor. Miles lo agarró por el hombro y lo empujó hacia delante, disponiéndose a enterrar de nuevo su puño en su vientre.

Así que Waxillium multiplicó su peso por diez.

Miles se tambaleó, lanzado de pronto contra algo increíblemente pesado. Abrió mucho los ojos. Estaba acostumbrado a tratar con lanzamonedas, pues eran los tipos más comunes de alománticos, sobre todo entre los delincuentes. Los feruquimistas eran más raros. Miles sabía lo que era Waxillium, pero saber de un poder y anticiparlo eran cosas diferentes.

Todavía dolorido y sin aliento por el puñetazo, Waxillium clavó su hombro en el pecho de Miles, usando su enorme peso para empujarlo hacia atrás. El hombre maldijo, soltó a Wax y se apartó, subiendo rápidamente la escala para subir al techo del vagón.

Wax dejó de decantar su mente de metal y empujó, lanzándose hacia arriba. Aterrizó en el otro vagón, frente a Miles, al otro lado de la abertura entre ambos. El viento jugaba con sus ropas y los campos pasaban a cada lado. El tren se bamboleó cuando cruzó una intersección, y el inestable pie hizo que Waxillium se tambaleara. Se apoyó en una rodilla, presionó una mano contra el techo y aumentó su peso para reafirmarse. Miles permanecía en pie, obviamente indiferente al tembloroso asidero.

A lo lejos Waxillium podía oír a la gente gritar, probablemente mientras pasaban a otros vagones, intentando escapar de la pelea. Con suerte, el jaleo atraería a Wayne.

Miles echó mano a la otra pistola que llevaba en la cadera. Waxillium buscó también su otra arma: había perdido la primera (la mejor de las dos) en la lucha. Su visión estaba todavía borrosa, el corazón desbocado, pero logró sacar la pistola y apuntar casi al mismo tiempo que Wax. Los dos dispararon.

Una bala rozó el costado de Wax, desgarrándole la chaqueta y haciéndolo sangrar. Su disparo alcanzó a Miles en la rodilla, por lo que perdió el equilibrio y su siguiente tiro salió desviado. Wax apuntó con cuidado, y le disparó a Miles en la mano, destrozando de nuevo carne y hueso. El cuerpo de Miles empezó inmediatamente a regenerarse, los huesos a volver a su sitio, los tendones chasqueando como si fueran de goma, la piel aparecía como hielo en un estanque. Pero soltó el arma.

Miles intentó cogerla. Wax bajó la pistola y le disparó a la otra arma, empujándola hacia atrás y haciéndola caer del tren.

—¡Maldición! —bramó Miles—. ¿Sabes cuánto cuestan estas cosas?

Todavía apoyado en una rodilla, Waxillium alzó la pistola, el viento del movimiento del tren apartaba el humo del cañón.

Miles volvió a ponerse en pie.

—¿Sabes, Wax? —gritó para hacer oír por encima del fragor del viento—. Solía preguntarme si tendría que enfrentarme a ti. Una parte de mí siempre pensó que tu blandura lo causaría: pensaba que dejarías marchar a alguien que no lo mereciera. Me preguntaba si tendría una oportunidad de perseguirte por eso.

Waxillium no respondió. Mantenía la mirada impasible, el rostro inexpresivo. Por dentro, se rebullía, intentando recuperar el aliento por la paliza que estaba recibiendo. Se llevó la mano al costado y presionó la herida. Por suerte, no era demasiado grave, pero sus dedos se mancharon de sangre. El tren se bamboleó, y rápidamente tuvo que bajar la mano para sujetarse.

—¿Qué fue lo que te destruyó, Miles? —preguntó Waxillium—. ¿El ansia de riqueza?

—Sabes muy bien que esto no es por dinero.

—Necesitas oro —gritó Waxillium—. No lo niegues. Lo has necesitado siempre, para tu constante Composición.

Miles no respondió.

—¿Qué pasó? Eras vigilante, Miles. Y jodidamente bueno.

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