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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (34 page)

—Ahí está —dijo Wayne—. Es un poco bobo, señor. Su padre le dejó el puesto, pero uno podría golpear su acero contra pedernal toda la noche y no arrancaría ni una chispa, si entiende lo que quiero decir.

—Bien, quédense aquí —replicó el capitán—. Vigilen este puesto. No dejen que nadie se acerque al vagón, no importa el aspecto que tengan.

Se marchó corriendo hacia el grupito de nobles.

—Hola, Wax —dijo Wayne, llevándose una mano al sombrero—. ¿Dispuesto a dejarte engullir?

Waxillium se volvió a mirar hacia el edificio de la estación. Los civiles se dispersaban todavía. El suelo estaba cubierto de sombreros y pañuelos.

—Tienes que asegurarte de que el tren salga, Wayne. Pase lo que pase, tiene que partir.

—Creí que habías dicho que les avergonzaría demasiado no hacerlo.

—Para la primera parte, sí. No estoy tan seguro con la siguiente. Encárgate, Wayne.

—Pues claro, socio —Wayne comprobó su reloj—. Ella se retrasa….

Una súbita serie de estampidos hendió el aire. Disparos. Aunque Wayne los esperaba, le hicieron dar un respingo. Los guardias alrededor gritaron, dispararon, buscaron la fuente de los disparos. Waxillium cayó, gritando, la sangre manando de su hombro. Wayne lo atendió mientras otro guardia divisaba los destellos que asomaban en lo alto de un edificio.

Los guardias abrieron fuego mientras Wayne arrastraba a Waxillium para ponerlo a salvo. Miró alrededor, y entonces, haciéndose el frenético, empujó a Waxillium por la puerta abierta del vagón. Varios de los guardias lo miraron, pero ninguno dijo una palabra. Los ojos de Waxillium miraban ciegos al aire. Los otros guardias probablemente habían perdido compañeros ante los bandidos y las escaramuzas entre las casas, y sabían lo que sucedía. En el calor de la batalla, ponías a los heridos en lugar seguro, y no importaba una mierda dónde.

Los disparos cesaron desde lo alto del edificio, pero empezaron de nuevo desde otro tejado cercano. Unas cuantas balas arrancaron chispas en lo alto de una viga cercana. «Demasiado cerca, Marasi», pensó molesto Wayne. ¿Por qué todas las mujeres que conocía intentaban dispararle? Sólo porque podía curarse. Era como beberse la cerveza de un hombre sólo porque podía pedir más.

Wayne adoptó una expresión de preocupación.

—¡Vienen a por el cargamento! —gritó. Luego agarró la puerta del gran vagón de carga, le dio una patada a la palanca de contrapeso, y echó a correr. Cerró la puerta del
Inexpugnable
, dejando a Wax dentro mientras él se quedaba fuera, antes de que nadie pudiera detenerlo.

Los disparos cesaron. Cerca de Wayne, los guardias que se habían puesto a cubierto lo miraron con expresión horrorizada. La puerta del tren encajó en su sitio, cerrándose.

—¡Herrumbre y Ruina, tío! —dijo uno de los soldados cercanos—. ¿Qué has hecho?

—¡Proteger la carga! —respondió Wayne—. ¡Mira, se han detenido!

—¡Se suponía que tenía que haber soldados ahí dentro! —dijo el capitán, corriendo hacia él.

—Intentaban entrar antes de que la cerráramos —replicó Wayne—. Ha visto lo que estaban haciendo —miró la puerta—. Ahora no pueden conseguir la carga. ¡Hemos vencido!

El capitán parecía preocupado. Miró a los nobles que se levantaban del suelo. Wayne contuvo el aliento al verlos correr en tromba hacia el capitán. Este, sin embargo, repitió sus mismas palabras.

—Pero los hemos detenido —explicó el capitán, sabiendo que él, y no Wayne, cargaría con las culpas si se decidía que habían cometido un error—. Detuvieron su ataque. ¡Hemos vencido!

Wayne dio un paso atrás, relajándose contra una columna mientras enviaban a un grupo de guardias a averiguar quién había disparado. Volvieron con un gran número de casquillos de bala encontrados en diversos lugares, aunque la mayoría de los cartuchos eran salvas. Habían pagado a los chicos mendigos de la calle para que dispararan salvas al aire, y luego contaran historias de hombres que subieron a carruajes de caballos y se dieron rápidamente a la fuga.

En menos de una hora, el tren se puso en marcha… con todos los miembros de la Casa Tekiel convencidos de que habían impedido un importante golpe de los desvanecedores. Incluso se habló de darle a Wayne una medalla, aunque él desvió la gloria al capitán y se escabulló antes de que nadie pudiera empezar a preguntar qué señor lo tenía a su servicio como guardaespaldas.

17

Waxillium viajaba solo en el frío vagón de carga, el hombro mojado de sangre falsa, escuchando las ruedas resonar contra las vías bajo él. Una lámpara oscilante colgaba del gancho del techo donde la había colocado, cerca de una esquina. También había asegurado la telaraña de redes en el techo, sujetas por ganchos especiales fijados con cinta adhesiva. Se alegraba de haberse quitado todo aquello de las piernas, los muslos y la barriga falsa. Su uniforme de guardia, ahora demasiado grande para él, yacía amontonado en un rincón, y llevaba en cambio puestos unos cómodos pantalones y una ligera camisa negra.

Se hallaba sentado en el suelo, la espalda contra el costado del contenedor de carga, las piernas extendidas. Empuñaba a
Vindicación
, y hacía girar ausente el tambor y pulsaba el interruptor para detenerlo en las recámaras especiales. Tenía en el bolsillo dos de cada tipo de bala mataneblinos, y había cargado una para lanzamonedas y otra para brazos de peltre en las recámaras especiales.

Todavía tenía el pendiente puesto.

«Querías que hiciera esto —pensó, dirigiéndose a Armonía. ¿Contaba una acusación como oración?—. Bien, aquí estoy. Esperaré un poco de ayuda, si le viene bien a tu plan inmortal, y todo eso.»

Tenía al lado la caja del cargamento. Comprendía por qué la Casa Tekiel estaba tan orgullosa del trabajo que habían hecho: la caja fuerte soldada sería enormemente difícil de robar. Sacarla del vagón requeriría horas para librarla con un soplete de gas o una gran sierra eléctrica. Eso, más la inteligente puerta y la supuesta existencia de guardias, haría que el robo fuera difícil, quizás imposible.

Sí, los Tekiel habían sido astutos. El problema era que se estaban planteando todo esto mal.

Waxillium sacó un paquete de debajo de su chaqueta. La dinamita y el detonador que Wayne había encontrado. Colocó el paquete junto a él en el suelo, luego miró el reloj de bolsillo. «Más o menos ahora…»

El tren de repente empezó a frenar.

—Sí —dijo Wayne, mirando por el catalejo mientras se agazapaba en la colina—. Tiene razón. ¿Quieres mirar?

Marasi cogió el catalejo, nerviosa. Los dos se encontraban situados en posición tras una veloz galopada para salir de la ciudad. Se sentía desnuda vistiendo los pantalones que le había prestado Ranette. Eran completamente impropios. Todos los hombres que pasaran le mirarían las piernas

«Tal vez eso impida disparar a los desvanecedores —pensó con una mueca—. Estarán demasiado distraídos.» Se llevó el catalejo al ojo. Wayne y ella se encontraban en lo alto de una colina en la ruta del ferrocarril, lejos de la Ciudad. Era casi media noche cuando el tren llegó resoplando.

Ahora reducía velocidad, y los frenos chirriaban y lanzaban chispas a la noche. Por delante del tren, una aparición fantasmal se acercaba en dirección contraria, una resplandeciente luz que brillaba delante de él. Marasi se estremeció. El tren fantasma.

—Wax estará contento —dijo Wayne.

—¿Qué? —preguntó ella—. ¿Por el tren fantasma?

—No. Hay bruma esta noche.

Ella se sobresaltó al ver que se estaba formando en el aire. La bruma no era como la niebla normal: no venía rodando desde el océano. Crecía en el aire, formándose como escarcha en un frío trozo de metal. Marasi se estremeció cuando empezó a envolverlos, dando a los faros de bajo un tono espectral.

Concentró el catalejo en el tren que venía de frente. Como ya sabía lo que tenía que buscar, y debido a su ángulo, pudo ver fácilmente la verdad. Era un señuelo. Una vagoneta manual tras una fachada de madera que simulaba una máquina.

—¿Cómo hacen que funcione la luz? —preguntó.

—No lo sé. ¿Magia?

Ella bufó, tratando de echar un buen vistazo a lo que había detrás del armazón.

—Debe de ser algún tipo de batería química. He leído al respecto… pero, Herrumbre y Ruina, es una luz potente. Dudo de que puedan mantenerla encendida mucho tiempo.

Mientras el tren verdadero se detenía, unos hombres saltaron de sus lados. La Casa Tekiel había enviado guardias. Eso hizo sonreír a Marasi. Tal vez el robo no tendría lugar después de todo.

La parte frontal del tren fantasma cayó.

—Oh, demonios —dijo Wayne.

—¿Qué es…?

Una fuerte serie de disparos, increíblemente rápidos, la interrumpió. Marasi dio un salto hacia atrás por reflejo y se agachó, aunque no los estaban apuntando. Wayne recogió el catalejo.

A través de la oscuridad y las brumas Marasi no pudo distinguir qué sucedió a continuación. Y se alegró. Los disparos continuaron, y oyó a hombres gritar.

—Ametralladora —dijo Wayne en voz baja—. Maldición, estos tipos van en serio.

—Tengo que ayudar —dijo Marasi, descargándose del hombro el rifle que Ranette le había dado. Era de marca desconocida, pero la mujer le juró que sería más preciso que ningún otro que Marasi hubiera usado jamás. Alzó el rifle. Si pudiera alcanzar a los desvanecedores…

Wayne cogió el cañón con una mano y lo bajó suavemente. La ametralladora dejó de disparar, y la noche quedó en silencio.

—No hay nada que puedas hacer, socia, y no queremos llamar la atención de esa maldita ametralladora. Además, ¿crees de verdad que podrás darle alguno desde aquí arriba?

—Le doy a un punto rojo a cien pasos.

—¿De noche? ¿Con brumas?

Marasi guardó silencio. Entonces extendió la mano e hizo un gesto impaciente para que le pasara el catalejo. Wayne se lo dio, y ella vio cómo seis hombres saltaban del tren fantasma. Caminaron por los lados del tren real, con las armas preparadas y vigilantes.

—¿Una distracción? —preguntó Wayne, atento.

—Eso pensaba Lord Waxillium. Dijo que… —Marasi se calló.

Dijo que vigilaran el canal.

Se dio la vuelta y escrutó el canal con el catalejo. Algo grande y oscuro flotaba en las aguas. Envuelto en las brumas, parecía una especie de bestia enorme, un leviatán que nadaba silenciosamente. Llegó hasta el centro del tren y se detuvo. Una pata oscura se alzó de la masa negra. «Por el Superviviente —pensó ella, temblando—. Está vivo.»

Pero no… la pata era demasiado tiesa. Se alzó, giró, luego bajó. Mientras la cosa del canal se detenía, la pata halló sitio en la orilla. «Para estabilizarse —advirtió Marasi—. Eso es lo que hizo la depresión en el terreno que vimos antes.»

Una vez la cosa… la máquina, quedó estabilizada, unos hombres se movieron en la oscuridad para dirigirse al vagón blindado. Trabajaron durante unos momentos. Entonces un brazo largo se alzó de la oscura masa del canal. Osciló hacia las vías, luego bajó, agarró todo el vagón blindado, y lo
alzó
.

Marasi se quedó boquiabierta. El vagón se alzó sólo unos palmos, pero fue suficiente. La máquina era una grúa.

Los desvanecedores que habían soltado los acoples empujaron el vagón por la estrecha franja de tierra hacia el canal. La masa negra tenía que ser una gabarra. Marasi hizo rápidos cálculos mentalmente. Para poder izar así el vagón, la gabarra debía ser muy pesada y tener un contrapeso considerable al otro lado.

Alzó el catalejo y le complació poder ver otro brazo de grúa extendiéndose en la otra dirección, sosteniendo algún tipo de carga pesada. La gabarra se hundió un poco en las aguas cuando el vagón se izó, pero no tanto como Marasi había pensado. Probablemente había sido diseñada con algún tipo de asiento sobre el canal, quizás una sección inferior extensible. Eso, más el brazo estabilizador, podría ser suficiente.

—Vaya, vaya, vaya… —susurró Wayne—. Eso sí que es impresionante.

La máquina soltó el vagón entero sobre la gabarra y entonces alzó otra cosa. Algo grande y rectangular. Ella ya había adivinado qué era. Una réplica.

Marasi siguió observando mientras el vagón duplicado era depositado sobre las vías. Los acoples hicieron que fuese muy difícil. Esto podía estropear todo su plan: si el vagón descendía de mala manera y rompía un acople, cuando el tren volviera a arrancar dejaría la mitad trasera en las vías. Así quedaría claro lo que había sucedido. Los desvanecedores que estaban en tierra guiaron el proceso.

Varios desvanecedores más disparaban a través de las ventanillas de un vagón de pasajeros de delante, probablemente para impedir que nadie se asomara. Sin embargo, con la manera en que las vías rodeaban una curva cubierta de árboles, sería muy difícil que nadie pudiera ver bien desde dentro lo que estaba pasando. La luz del tren fantasma se había apagado hacía unos instantes, y Marasi supo que debía estar dando marcha atrás velozmente. ¿Dónde lo escondían? ¿Quizá lo cargaban en otra gabarra después de alejarse lo suficiente para que no los viera nadie?

Los desvanecedores que habían estado trabajando con la gabarra corrían para volver a montarse en su vehículo, que se deslizaba hacia el centro del ancho canal, donde era prácticamente invisible en la noche brumosa. Se movía como una sombra.

—¡Wayne! —dijo ella, incorporándose—. Tenemos que irnos.

Él suspiró y se puso en pie.

—Claro, claro.

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