Alice (13 page)

Read Alice Online

Authors: Milena Agus

Tags: #Romántico

Johnson júnior decía que mi tía era un ser divino. En el sentido de que era el Espíritu Gilipollas hecho hombre. No una simple gilipollas, sino la encarnación misma de la Gilipollez y, ante semejante milagro, no nos quedaba otra que rendirnos e ir en peregrinación hasta su casa, o conseguir que nos diera una reliquia o cosas por el estilo.

Un día mi tía se presentó con cara de tener que decirme algo importante y urgente.

—Es un capricho que vivas en Cagliari —dijo— al fin y al cabo, el coche de línea tarda apenas media hora del pueblo a la ciudad. Además, esta casa no es sólo tuya, también es mía, de mis hijos, de mi marido. Este primer año de universidad lo hemos hecho así en nombre de tu infelicidad. Pero esto no puede seguir así.

—Natascia sólo ocupa una habitación. El año que viene vendrán también los primos. ¡Estaremos todos la mar de bien! —casi grité.

—No. Mis hijos no piensan en venir a Cagliari. Por media hora de viaje no hace falta. Tampoco en tu caso haría falta. Lo mejor es vender y darle a cada uno lo que le corresponde. Tú tendrás tu parte.

—¡Pero si esta casa ha estado siempre vacía! Al hacernos mayores dejamos incluso de venir en vacaciones. Sólo alguna vez, cuando había algún trámite que hacer en la ciudad y nos quedábamos medio día. ¿Por qué no la alquilamos a estudiantes? Yo me quedo con mi cuarto, los otros pueden alquilarse, Natascia también pagará algo. ¡Ya me encargo yo de buscar a los inquilinos!

—No. Los estudiantes destrozan las casas y después para reparar los daños se gasta más de lo que se gana. Lo mejor es vender y repartir el dinero. Recibirás tu parte. No tienes que preocuparte. Si te emperras y quieres quedarte en la ciudad, podrás usar el dinero que te toque de la venta y alquilar durante años una habitación en alguna parte.

No le dije a Anna que me iba. Me quería demasiado y a lo mejor le daba un ataque al corazón antes de que la operasen. Tampoco se lo dije a Natascia ni a Johnson júnior. A él por tres motivos: primero, me hubiera echado a llorar y él se habría enfadado y habría dicho que soy una trágica, ni que tuviera que dejar mi tierra en una patera de inmigrantes ilegales; segundo, se habría plantado hecho una furia en casa de mi tía, sin avisarme, y a saber qué habría podido decir o hacer, incluso habría podido pegarle, como amenazaba con hacer con la maestra, con mis padres y mis abuelos y con cuantos no me habían querido; tercero, se disponía a irse de vacaciones con Giovannino y Omar y no quería amargarle el viaje.

De modo que se lo conté a Mrs. Johnson, que me escuchó en silencio, sin hacer comentarios, pero después me acribilló a preguntas.

—Pero, vamos a ver, ¿tus abuelos no compraron la casa para ti? Quiero decir, ¿a nombre de quién está?

—A nombre mío y de mi tía, así que es de todos.

—Un momento, pequeña mía, la mitad de la casa es tuya, imagino que a partir de la mayoría de edad, y la otra mitad es de tu tía. De todos los demás, es decir, de tus primos y compañía, será cuando tu tía se haya muerto.

—Por favor, Mrs. Johnson, no hablemos de muerte.

—De acuerdo, hablemos de los vivos. Ahora tu tía quiere vender, pero ella sólo es dueña de la mitad de la casa, porque la otra mitad es tuya.

—Así es.

—Escúchame bien: si te negaras a vender, tu tía sólo podría vender su mitad. ¿Y quién iba a comprarle un trozo de apartamento con una sola entrada, un pasillo estrecho, un solo baño y media cocina? Niégate a vender y ya verás como se resigna a alquilárselo a los estudiantes, tú podrás quedarte tan ricamente en tu mitad y problema resuelto.

—Pero entonces mi tía dejará de quererme, me odiará.

—Y en caso contrario, tú la odiarás a ella.

—No, yo nunca odiaré a nadie. Haré lo que me pide mi tía.

—Has tratado demasiado a mi marido y a mi hijo y te han influenciado. Tú también te has convertido en una alienígena.

Me dieron incluso ganas de reír, pero me volví para mi casa desconsolada.

Al día siguiente me telefoneó.

—Sube, que he hecho una
tarte tatin
, así te doy la receta y se la pasas a los extraterrestres que te han mandado aquí para comprender los secretos de este mundo.

Subí al piso de arriba. En el fondo era amable y el problema no era asunto de ella.

—Come, pequeña mía, que estás adelgazando demasiado —dijo en francés, como siempre que quería mostrarse amable y misteriosa.

—No volveré a comer en la vida y me moriré.

—Morir, morir, en cuanto hay alguna dificultad a todos nos entra esa obsesión con la muerte. ¿Tan importante es seguir viviendo aquí? ¿En este edificio de locos?

—Aquí vive mi familia.

—¿Y yo quién sería, tu abuela?

—Sí. Mi abuela. La verdadera. La única.

—Yo no soy la abuela verdadera de nadie.

—¿Reniegas de Giovannino?

—No. Lo adoro. La cuestión es que yo no soy la verdadera madre de mi hijo. Como no podíamos tenerlos, lo adoptamos. Pero nadie lo sabe. Ni siquiera él lo sabe. Lo hicimos todo en Estados Unidos. Fuimos a recogerlo a Brasil, era recién nacido, y después vivimos un año en Nueva York; yo quería que fuese neoyorquino, qué contenta estaba. Si hubiese sabido que era gay, lo habría dejado en el cubo de la basura, donde lo encontraron.

—No me lo creo. Quiero decir, me creo que no es hijo vuestro, pero no que hubierais sido capaces de dejarlo en el cubo de la basura.

—Por fin me tuteas. Entonces soy tu abuela de verdad.

—¿Y el parecido? ¿Nadie ha notado nada?

—Nadie. Todos decían que, al ser hijo de una sarda, era normal que fuese tan moreno.

—Las famosas cosas normales.


Très bien
… Ahora que Levi se ha ido al piso de abajo, su habitación está libre para ti, aquí en el piso de arriba. Finjamos que soy tu abuela de verdad.

—¿Y Natascia? ¿Puede venir también Natascia?

—No me siento la abuela de Natascia. Me cae fatal.
Impudente, sfaccía
, una descarada. Pero de acuerdo, haré como que es una judía a la que hay que esconder, que estamos en los años cuarenta, en París, después de la ocupación nazi. Lo hago en memoria de mi suegra. Mi hijo no te ha dicho nada para no arruinarte las vacaciones, pero ¿sabías que para el nuevo curso se vuelve a París?

—¿Y Giovannino?


Mon dieu!
Giovannino se queda aquí.

—¡Gracias a Dios! Siempre ha dicho que se quedaría, que no renunciaría nunca al mar dentro de Cagliari.

—Su padre le ha dado libertad para elegir. Lo admiro por eso. Le explicó cómo serían las cosas en París. Le dijo que ese tal Omar viviría con ellos.

—¿Y Giovannino?

—Dijo que quiere a Omar, pero que no puede estar siempre cambiando de sitio y que Cagliari es lo más hermoso del mundo.

—Si Dios quiere,
insha’Allah
, al menos nosotros seguiremos juntos. Por lo demás, ¿cómo se las arreglaría sin el mar? Casi todos los días vamos a la playa, haga el tiempo que haga.


Ma petite fille
, tú no sabes qué alivio sentí cuando el niño dijo que se quedaba, y seguro que no fue por el mar. Ni por egoísmo. Me comprendes, ¿no? Un padre es importante, pero también lo es una vida normal. Giovannino ha resultado ser el más sabio de todos. ¡Por una vez, Dios me ha concedido una gracia y al menos me ha dado un nieto que no es una excepción!

Capítulo 4

Un día, antes de que terminara el verano, Natascia me dijo:

—Estoy embarazada. Si tengo que suicidarme, debo darme prisa y conseguir esa cápsula de cianuro, pero parece ser que el veneno para ratas también funciona.

—¡Natascia! ¡Pero si es estupendo! Tu novio te quiere y no te traiciona y se pondrá contento con lo del niño.

—Ésos son puros cuentos. Mejor un suicidio preventivo. Morir y ya está, basta de movimiento, de resistencia, de control de las situaciones, de miedo a los adioses. Que todo siga como tenga que seguir, total, yo no estaré.

—¿Y el niño?

—Mejor para él si no nace. Sería mejor para todos si no hubiésemos nacido.

—Pero la vida también está llena de cosas bonitas, ¿o no? Si estás embarazada, quiere decir que has hecho el amor con tu novio. ¿No es maravilloso hacer el amor?

—¡Ya, el amor! Relaciones sexuales sí, muchas. En el coche, porque no tenemos adónde ir y ya sabes que no quiero que suba a tu casa. Él está loco por mí. Tú nunca has visto la ropa que me pongo cuando salgo con él.

—¿Qué ropa te pones?

—Si no te has fijado, dejémoslo estar.

—¿Qué tal se te da el sexo, eres muy buena?

—Siempre tengo ganas. En cuanto me toca me humedezco. Él dice que soy una máquina de guerra del sexo.

—¡Una máquina de guerra del sexo! Entonces no tienes nada que temer. Nunca te dirá adiós. Y se alegrará por lo del niño.

—Yo, al menos en mi maldita familia, quería hacer las cosas como es debido, rescatar a mi abuela, a mi madre, salir de esta maldición de hacer las cosas al revés de como deben hacerse.

—¿Y qué es eso de hacer las cosas como es debido?

—Pues hacerlas en el momento adecuado. Por ejemplo, primero te casas y después tienes hijos.

—Giovannino y Johnson júnior están a punto de regresar. Johnson júnior tiene que recoger sus cosas. Hablaremos con él, él sabrá qué es lo mejor, ya lo verás. Lo sabe siempre, aunque digas que lo que hizo él con Giovannino es contrario a la naturaleza. La contraria a la naturaleza eres tú, que te quieres morir estando embarazada.

Telefoneé a Johnson júnior y le pedí que viniera enseguida, sin esperar al final del verano, porque él era el único que podía hablar con Natascia y convencerla de que no se suicidara, y a lo mejor también podía hablar con el novio, en caso de que no quisiera al niño, y convencerlo de lo bonito que es tener hijos con quien se ama, porque hay casos en que no es posible. Pero, sobre todo, hablar con Annina, sin que le dé un ataque al corazón antes de que la operen.

Capítulo 5

Íbamos a disfrutar de la playa del Poetto con Giovannino antes de que terminara el verano, antes de que empezaran las clases, antes de que yo hiciera el equipaje para mudarme al piso de arriba, antes de que a Natascia le creciera la barriga, antes de que metieran las manos en el corazón de Anna.

En septiembre el Poetto está precioso. Más que en el resto de las estaciones. A veces tengo la impresión de que las olas son más leves, aunque con un sonido más decidido y terco. Tal vez porque en septiembre el verano ya es viejo y tiene que disfrutar de lo que le queda por disfrutar, con obstinación.

Mrs. Johnson también venía con nosotros, en autobús, ella que siempre había ido en taxi. Pero ya no era lo bastante rica como para ir en taxi a todas partes. Cogíamos el autobús en la parada de la plaza Matteotti, en la cabecera de línea, hasta nuestro sitio, mío y de Giovannino, donde no hay quioscos pero sí una fuente de esas antiguas, de hierro verde, para beber agua.

El Poetto, ese septiembre, fue nuestro escondite. En la playa el tiempo tenía su propio ritmo, independiente del de la vida cotidiana. En días despejados, los rayos de sol le daban al agua una transparencia total y un tono esmeralda. Alrededor de nuestros pies bailaban sin miedo pequeñas mabras. Si llegábamos temprano, el promontorio de la Sella del Diavolo surgía en medio de una levísima niebla matutina. Para nosotros pasar allí unas horas era como regresar al mundo perfecto, divino, del que todo ser humano sabe que procede y por el que siente nostalgia.

Tres generaciones de náufragos, la vieja, la joven y el niño. Fondeados en una playa de arena suave y blanca, ya no tenían problemas. Realmente mis padres habían sido dos jovencitos inmaduros. Me entraban ganas de hacer que viesen el mar con mis nuevos ojos.

Sentadas cada cual en su toalla, mientras Giovannino corría feliz con esa manera que él tiene, como si persiguiera algo bonito que merece la pena ser alcanzado, Mrs. Johnson se me quejaba de las familias ruidosas y no me dejaba pedirle a nadie que nos vigilara las bolsas para poder bañarnos los tres juntos, porque según ella era gaggio, o sea, hortera. Me confesaba que a ella también, que se consideraba una vieja bruja, le habría gustado echarse un novio, porque lo único que quieren nuestros corazones es amor. Y pensándolo bien, la mejor edad para enamorarse es justamente la vejez.

—¿Por qué? —le preguntaba.

—Porque a vuestra edad, la tuya y la de Natascia, tarde o temprano el amor se termina.

—¿Se terminará para Natascia y su novio?

—Creo que sí.

—¿Y entre Johnson sénior y Anna?

—Que quede entre nosotras, pero ¿a ti te parece de veras que a Anna le gusta tanto el jazz?

—Johnson sénior seguro que le gusta con locura. El jazz, no lo sé. A ella le encantan las canciones de la iglesia, la música de los Beatles, las arias de las operetas. Me he fijado en que antes nunca cerraba la puerta cuando Johnson sénior tocaba. Ahora sí que la cierra. Cuando le pregunté por qué, me contestó que lo hace porque así él se concentra mejor.

—Sabemos perfectamente que no es verdad.

—¿Para ellos también se terminará?

—No. Pero será porque no les dará tiempo a cansarse el uno del otro. Se morirán antes. Ésa es la única ventaja auténtica de la vejez. A mí también me gustaría aprovecharla. Pero para que la cosa acabe con un broche de oro, elegiré a un señor respetable, sensato, de esta tierra, en una palabra, completamente distinto a Levi, y a lo mejor, por qué no, rico, para ir otra vez en taxi a todas partes y renovarme el guardarropa. Con todo este desbarajuste a mí también me han entrado ganas de rarezas. Yo, que siempre he sido normal.

—¿Para Natascia y su novio se terminará aunque ella sea una máquina de guerra del sexo?


Ma petite fille
, ¡tanta obsesión con las máquinas de guerra del sexo y vas y te cortas al cero esa preciosa cabellera!

—Quiero convertirme en chico.

—¿Para conquistar a mi hijo?
Malheureuse!
¡Pobrecilla! De todos modos, con el tiempo, terminamos cansándonos hasta del sexo. Y si Natascia decide tener a ese niño, el novio se le irá incluso antes.

—Seguro que Johnson júnior la convence de que lo tenga, está en ello y algo inventará.

—Ah, claro, para él todo es fácil. ¿Qué quieres que invente? ¿Precisamente él, que tuvo un hijo para echarlo a perder? ¿Sabías que el niño ha decidido irse a París con su padre y el Omar ese?

Entonces Giovannino también se marchaba, todas las personas que quería en mi vida se marchaban.

Other books

Party Princess by Meg Cabot
The River Flows On by Maggie Craig
Bishop's Road by Catherine Hogan Safer
El universo elegante by Brian Greene
A Light in the Wilderness by Jane Kirkpatrick
The Homecoming by M. C. Beaton, Marion Chesney
Lionheart's Scribe by Karleen Bradford
Lift by Kelly Corrigan