Alicia ANOTADA (30 page)

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Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner

Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico

Te narraré lo que pueda,

hay muy poco que decir.

A un viejo viejo, sentado

en una cerca vi.

«¿Quién es usted?», pregunté,

«¿qué hace para vivir?».

Su voz cruzó mi cabeza

como agua por tamiz.

Dijo: «Busco mariposas

que duermen en los trigales;

Las hago pastel de cordero,

y lo vendo por las calles.

Lo voy vendiendo a los hombres

que navegan por los mares.

Así me gano mi pan;

poca cosa, como sabes».

Pero yo pensaba un plan:

teñir los bigotes de verde

y usar un gran abanico

a fin de que no se viesen
[10]
.

Sin saber qué contestar

a lo que el viejo dijese, grité:

«¡Cuénteme cómo vive!»,

con un coscorrón bien fuerte.

Su voz reanudó el relato.

Dijo: «Por los caminos voy;

y cuando encuentro un arroyo,

le prendo fuego con calor

para hacer ese ungüento que llaman

Rowland's Macassar Oil
[11]

aunque dos peniques y medio

me dan por eso hoy».

Yo, que pensaba una forma

de alimentarme de berza

para ir día tras día

engordando a mi manera,

le zarandeé con gana,

hasta ver su cara azulenca.

«¡Cuente ahora lo que hace»,

grité, «y de qué se alimenta!».

«Busco ojos de abadejo»,

dijo, «entre brezales y matas,

para hacer botones de chaleco

en las noches más calladas.

No los cambio por oro

ni por monedas de plata:

medio penique de cobre,

me dan por una caja.

Saco rollitos del suelo,

cazo cangrejos con liga
[12]

busco en las lomas herbosas

ruedas de coche amarillas.

así (haciéndome un guiño)

muy bien me gano la vida.

y brindo, de mil amores,

por su salud, señoría».

Aquí le oí; pues acababa

de pensar un plan divino:

evitar que se oxidase el Menai
[13]

haciéndolo cocer en vino.

Le di las gracias por contarme

cómo se había hecho rico,

y más al ver su deseo

de brindar por mi destino.

Y ahora, si por azar

me pringo de pegamento,

o meto mi pie derecho

en el zapato siniestro,

o se me cae en un pie,

algún objeto de peso,

lloro a todo rabiar,

porque me acuerdo del viejo,

de voz dulce y ojos buenos,

de cabellos como la nieve

y cara como de cuervo,

de pupilas encendidas

y expresión de desconsuelo,

que se mecía y mecía,

y murmuraba muy quedo,

como con la boca llena

y mugía como un reno…

sentado en aquella cerca,

aquel verano, ya lejos.

Cuando el Caballero terminó de cantar las últimas frases de la balada, cogió las riendas, e hizo volverse al caballo en la dirección por la que habían venido. «Sólo tienes que andar unas yardas —dijo—, hasta el pie de la colina; luego pasas ese arroyo, y ya eres Reina… Pero aguarda aquí a verme marchar, ¿quieres? —añadió, cuando Alicia se volvió con mirada ansiosa hacia donde él le señalaba—. No tardaré. ¡Aguarda, y dime adiós con el pañuelo cuando llegue a aquel recodo del sendero! Creo que eso me dará aliento.»

—Por supuesto que aguardaré —dijo Alicia—: y muchísimas gracias por haber venido tan lejos… y por la canción: me ha gustado muchísimo.

—Eso espero —dijo el Caballero dubitativo—; pero no has llorado como yo creía.

Así que se dieron la mano, y luego el Caballero se internó lentamente en el bosque. «No tardaré en
perderle
de vista, espero —se dijo Alicia, mientras le observaba—. ¡Allá va! ¡De cabeza, como de costumbre! Sin embargo, se vuelve a poner de pie con bastante facilidad; eso le pasa por llevar tantas cosas colgando alrededor del caballo…» Así siguió hablando consigo misma, mientras observaba cómo el caballo caminaba sosegadamente por el sendero, y se caía el caballero, primero por un lado y luego por el otro. Después de la cuarta o quinta caída llegó al recodo; entonces agitó ella el pañuelo, y aguardó a que se perdiera de vista
[14]
.

—Espero que esto le haya animado —dijo, volviéndose y echando a correr cuesta abajo—; y ahora, al último arroyo, ¡y a ser Reina! ¡Qué solemne suena eso! —unos cuantos pasos la llevaron al borde del arroyo—. «¡Al fin la Octava Casilla!», exclamó saltando y tumbándose a descansar en un

césped blando como el musgo, con pequeños macizos de flores diseminados aquí y allá.

«¡Ay, qué contenta estoy de haber llegado aquí! ¿Qué
es
esto que tengo en la cabeza?», exclamó consternada, llevándose las manos a algo pesadísimo que tenía ajustado alrededor de la cabeza.

—Pero, ¿cómo puede habérseme puesto sin que yo lo haya notado? —se dijo, mientras se lo quitaba y lo colocaba en su regazo para ver de qué se trataba.

Era una corona de oro
[15]
.

CAPÍTULO IX

Alicia Reina

—¡Bueno, esto sí que es estupendo! —dijo Alicia—. No me esperaba ser Reina tan pronto… pues os voy a decir una cosa, Majestad —prosiguió en tono severo (era bastante aficionada a regañarse a sí misma)—. No está bien andar tumbándose en la hierba de esa manera! ¡Las Reinas deben comportarse con dignidad!

Así que se levantó y echó a andar… un poco tiesa al principio, ya que tenía miedo de que se le cayese la corona; aunque se animó al pensar que no la veía nadie; «si soy realmente una Reina», dijo sentándose otra vez, «conseguiré comportarme como tal con el tiempo».

Todo estaba ocurriendo de una forma tan extraña que no le sorprendió lo más mínimo descubrir sentadas junto a ella a la Reina Roja y a la Reina Blanca, una a cada lado
[1]
; le habría gustado preguntarles cómo habían llegado, pero pensó que quizá no fuese muy educado hacerlo. En cambio, no había nada malo, pensó, en preguntar si había terminado la partida. «Por favor, ¿podríais decirme…», empezó, mirando tímidamente a la Reina Roja.

—¡Habla cuando te dirijan la palabra! —la interrumpió bruscamente la Reina.

—Pero si todo el mundo observara esa regla —dijo Alicia, dispuesta siempre a discutir un poco—, y vos hablaseis sólo cuando se os dirigiese la palabra, y la otra persona esperase a que empezaseis vos, nadie diría nada, así que…

—¡Ridículo! —gritó la Reina—. ¿Es que no ves, niña…? —aquí se interrumpió frunciendo el ceño, y tras meditar un minuto, cambió súbitamente de conversación—. ¿Qué quieres decir con eso de «si eres realmente una Reina»? ¿Qué derecho tienes a llamarte así? Sabrás que no puedes ser Reina mientras no apruebes el correspondiente examen. Y cuanto antes empecemos, mejor.

—¡Yo sólo he dicho «si»! —se quejó la pobre Alicia con tono lastimero.

Las dos Reinas se miraron mutuamente, y la Reina Roja comentó, con un pequeño estremecimiento: «
Dice
que sólo ha dicho "si"…».

—¡Pero ha dicho muchas más cosas! —gimió la Reina Blanca, retorciéndose las manos—. ¡Muchísimas más!

—Efectivamente, así es —le dijo la Reina Roja a Alicia—. Di siempre la verdad, piensa antes de hablar, y escríbelo después.

—Os aseguro que no era ése mi sentido… —empezó Alicia, pero la Reina Roja la interrumpió impaciente.

—¡De eso es precisamente de lo que me quejo! ¡
Deberías
tener sentido! ¿Para qué crees que sirve una niña sin sentido? Hasta un chiste tiene que tener sentido…, y una niña es más importante que un chiste, creo yo. Eso no me lo puedes negar, aunque lo intentes con las dos manos.

—Yo no niego las cosas con las
manos
—objetó Alicia.

—Nadie ha dicho que lo hagas —dijo la Reina Roja—. Lo que he dicho es que no podrías aunque lo intentases.

—Está de un humor —dijo la Reina Blanca— que necesita negar
algo
…, ¡sólo que no sabe el qué!

—Tiene un genio desagradable y antipático —comentó la Reina Roja; y a continuación hubo un silencio incómodo, durante un minuto o dos.

La Reina Roja rompió este silencio diciéndole a la Reina Blanca: «Te invito al banquete que va a dar Alicia esta tarde».

La Reina Blanca sonrió débilmente, y dijo: «Y yo a
ti
».

—No sabía que fuera a dar un banquete —dijo Alicia—; pero si
es
así, creo que soy
yo
quien debería invitar.

—Te hemos dado la oportunidad de hacerlo —comentó la Reina Roja—; pero quizá no te han dado todavía bastantes clases de modales, ¿verdad?

—No se dan clases de modales —dijo Alicia—. Las clases son para enseñar a sumar y cosas por el estilo.

—¿Sabes la Adición? —preguntó la Reina Blanca—. ¿Cuántos hacen uno más uno más uno más uno más uno más uno más uno más uno más uno más uno?

—No lo sé —dijo Alicia—. He perdido la cuenta.

—No sabe la Adición —terció la Reina Roja—. ¿Sabes la Sustracción? Resta nueve de ocho.

—No se puede restar nueve de ocho —replicó Alicia con presteza—: pero…

—No sabe la Sustracción —dijo la Reina Blanca—. ¿Sabes la División? A ver, divide un pan con un cuchillo…, ¿qué resultado te dará?

—Creo… —empezó Alicia, pero la Reina Blanca contestó por ella: «Pan-con-mantequilla, naturalmente. Prueba a calcular otra sustracción. Quítale el hueso a un perro; ¿qué os queda?».

Alicia reflexionó: «El hueso no quedaría, naturalmente, si se lo quito…, y el perro tampoco, porque echaría a correr detrás de mí para morderme… ¡y desde luego,
yo
tampoco!».

—Entonces, ¿crees que no quedaría nada? —dijo la Reina Roja.

—Creo que ése sería el resultado.

—Mal, como siempre —dijo la Reina Roja—: quedarían los estribos del perro.

—Pero no veo cómo…

—¡Pues escucha! —gritó la Reina Roja—: el perro perdería los estribos, ¿no es así?

—Seguramente —contestó Alicia con cautela.

—¡Así que si se fuera el perro, se quedarían los estribos! —exclamó triunfal la Reina.

Alicia dijo lo más gravemente que pudo: «Puede que se fueran en otra dirección». Pero no pudo por menos de pensar: «¡Cuántas tonterías
estamos
diciendo!».

—¡No sabe ni jota de operaciones! —dijeron las Reinas a la vez, con mucho énfasis.

—¿Sabéis vos hacer operaciones? —dijo Alicia, volviéndose de repente hacia la Reina Blanca, ya que no le gustaba que la criticasen tanto.

La Reina abrió la boca y cerró los ojos: «Sé la Adición —dijo—, si me das tiempo…, ¡pero no haré una sustracción bajo
ningún
concepto!

—Naturalmente, sabes el Abecedario, ¿no? —dijo la Reina Roja.

—Claro que sí —dijo Alicia.

—Yo también —susurró la Reina Blanca—: lo recitaremos a menudo juntas, cariño. Y te diré un secreto: ¡sé leer palabras de una letra! ¿No es maravilloso? Pero no te desanimes. Tú también lo harás con el tiempo.

Aquí la Reina Roja empezó otra vez: «¿Sabes responder a preguntas prácticas?», dijo. «¿De qué está hecho el pan?»

—¡
Eso
sí que lo sé! —exclamó Alicia, interesada—. Se pone harina…

—¿Dónde se pone? —preguntó la Reina Blanca—, ¿en el ponedero o en el gallinero?

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