Alicia ANOTADA (44 page)

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Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner

Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico

[9] La canción del Caballero Blanco es una versión ampliada y revisada del siguiente poema de Carroll, aparecido anónimamente en 1856 en una revista llamada
The Train
:

EN EL MARJAL SOLITARIO

Vi a un viejo muy viejo

en un marjal desierto;

me tuve a mí por caballero,

y a él por un paleto

Me paré y le pregunté de repente:

«¡Diga!, ¿cómo se gana la vida?»

Pero menos efecto hicieron sus palabras a mi oído

que si éste fuese una criba.

Dijo: «Busco burbujas de jabón

que hay entre los trigales

para hacer pastel de cordero

y venderlo por las calles.

Se lo vendo a los hombres

que navegan por los mares;

así me gano mi pan,

poca cosa, como sabes».

Pero yo pensaba un medio

de multiplicar por diez,

y siempre, en respuesta, le hacía

la misma pregunta otra vez,

No le oí lo que decía;

le di un buen puntapié

y le dije: «¡Vamos!, ¿cómo se gana la vida?»,

y le pellizqué en la piel.

Su voz reanudó el relato.

Dijo: «Por los caminos voy;

y cuando encuentro un arroyo

le prendo fuego con calor

para hacer ese ungüento que llaman

Rowland's Macassar Oil;

aunque cuatro peniques y medio

me dan por eso hoy».

Pero yo tramaba una idea:

pintar las polainas de verde,

del color de la yerba

para que no se distinguiesen.

Le di una buena bofetada;

a fin de que me respondiese,

y le mesé los cabellos,

haciendo que sufriese.

«Busco ojos de abadejo»,

dijo, «entre brezales y matas,

para hacer botones de chaleco

en las noches más calladas.

No los cambio por oro,

ni por minas de plata,

sino medio penique de cobre

me dan por una caja.»

«Saco rollitos del suelo,

cazo cangrejos con liga,

busco en las lomas floridas

ruedas de coche amarillas;

y así (haciéndome un guiño)

me gano aquí la vida.

Y brindo por su salud,

con cerveza, señoría.»

Aquí le oí, pues acababa

de pensar un plan divino:

evitar que se oxide el Menai

haciéndolo cocer en vino.

Le agradecí, antes de irme,

la historia que ahora escribo

y sobre todo el deseo

de beber cerveza conmigo.

Y ahora, si por azar

me pringo de pegamento,

o meto mi pie derecho

en el zapato siniestro,

o hago una confesión

de la que no estoy muy cierto,

pienso en aquel vagabundo

que vi en el marjal desierto.

Carroll evoca aquí el tema del poema de Wordsworth sobre el viejo buscador de sanguijuelas,
Resolution and independence
. Reproducimos completo el poema de Wordsworth, a fin de que se pueda apreciar exactamente qué toma y cómo lo toma Carroll. Se trata de un poema precioso en términos generales; y lo digo a sabiendas de que una parte de él ha sido incluida en
The Stuffed Owl
, esa divertida antología de verso malo recopilada por D. B. Wyndham y Charles Lee. El «Él» de la estrofa 7 es Robert Burns:

El viento rugió toda la noche;

la lluvia cayó como un espeso torrente;

pero ahora el sol se eleva radiante y sereno;

los pájaros cantan en el lejano bosque;

por encima, arrulla la Paloma torcaz;

el Grajo responde al parloteo de la Urraca,

y el aire está lleno de rumores de aguas.

Salen los seres que aman el sol;

el cielo se alegra con el nacer de la mañana;

la yerba brilla goteante; en los marjales,

la liebre da carreras de alegría;

y su pezuña, del suelo fangoso

levanta una bruma que, reluciendo al sol, corre tras ella.

Yo iba viajero por el páramo;

observaba a la liebre corriendo de alegría;

oía el bosque, y el rugir lejano de las aguas;

o no lo oía, feliz como un chiquillo:

la estación agradable me llenaba el corazón;

los viejos recuerdos me habían dejado totalmente,

y todos los hábitos del hombre, tan triste y tan vanos.

Pero, como a veces sucede, de la plenitud

del gozo, al espíritu incapaz de seguir,

tal como nos hemos elevado en el encanto

así nos hundimos en el abatimiento.

Y eso me ocurrió aquella mañana,

asaltándome en tropel quimeras y temores,

vagas tristezas…, pensamientos ciegos que no podría nombrar.

Oí cantar a la alondra en el cielo;

y me acordé de la liebre juguetona:

yo también soy un hijo feliz de la tierra;

yo también gozo como esas criaturas dichosas;

lejos del mundo voy, y de todo cuidado;

aunque puede que otro día me traiga

soledad dolor de corazón, angustia y pobreza.

Mi vida entera he vivido en gratos pensamientos,

como si todo fuese capricho de verano.

Como si las cosas necesarias vinieran sin buscarlas,

a la fe cordial, rica todavía en cordial bondad.

Pero, ¿cómo puede esperar Él que otros

construyan y siembren para él, y a petición suya,

le amen, si no les hace caso?

Pensé en Chatterton, el Niño maravilloso.

El Alma insomne que pereció en su orgullo;

en Él, que andaba en gloria y alegría

con su marcha penosa cuesta arriba:

por nuestros propios espíritus somos deificados;

Nosotros los Poetas empezamos la juventud con alegría;

luego viene un final de desaliento y de locura.

Entonces, ya fuera por una gracia especial,

un mandato de arriba, o algo determinado,

ocurrió que, en este solitario lugar,

yendo yo luchando con estos pensamientos,

junto a una charca abierta al cielo

vi de repente a un Hombre ante mí:

el más viejo que viera jamás, de gris cabello.

Como una roca enorme que a veces,

en la pelada cima de una eminencia,

maravilla a todo el que la ve,

cómo ha llegado allí y por dónde;

y parece un ser dotado de sentido,

un animal marino que sobre un saliente

de arena o de roca, descansa al sol,

así parecía este Hombre: ni del todo vivo, ni del todo muerto,

ni dormido del todo… en su extrema vejez;

su cuerpo doblado en dos, sus pies y su cabeza

juntándose en el peregrinar de la vida;

como si el agobio de un dolor, o el acoso

de una enfermedad sufrida por él en el pasado,

le hubiese cargado con un peso sobrehumano.

Apuntalaba sus miembros, su cuerpo, su pálida cara,

en un largo palo de pelada madera;

y mientras me acercaba con paso demorado

al borde de aquella agua estancada,

el Viejo siguió inmóvil como la nube

que no oye los vientos cuando alzan la voz

y se mueve a la vez, si es que se mueve.

Por último, cobrando vida, las aguas

agitó con su palo, la mirada fija

en el líquido fangoso, estudiándolo

como si leyese un libro:

entonces me tomé el privilegio de un extraño;

y acercándome a él, le dije:

«Esta mañana nos promete un día radiante».

El Viejo me respondió amable,

con palabras lentamente desgranadas;

y volviendo a hablar yo, así le dije:

«¿Cuál es aquí su ocupación?

Éste es un lugar solitario para un hombre como usted».

Antes de replicar, un destello de bondadosa sorpresa

brotó de sus ojos negros y vivaces.

Débiles salieron sus palabras de su débil pecho,

pero cada una en un orden solemne,

y con cierta altivez en el tono:

palabras escogidas, medidas frases, por encima

de los hombres corrientes; de una gran dignidad,

como los graves señores hablan en Escocia,

y los piadosos que dan a Dios y al hombre lo suyo.

Dijo que había venido a estas aguas

a coger sanguijuelas, pues era viejo y pobre:

¡trabajo arriesgado y fatigoso!

mucho era lo que tenía que sufrir;

andar de charca en charca, por todos los marjales,

guarecerse donde a Dios bien le venía,

así se ganaba honradamente el pan.

El Viejo siguió hablando junto a mí;

pero ahora su voz era un flujo

apenas audible; ya no pude separar una palabra de la otra;

y la figura de este Hombre me pareció

haberla visto en sueños,

o que era de alguien venido de alguna remota región

para darme fuerzas con justos consejos.

Volvieron mis anteriores pensamientos: el temor que mata;

la esperanza que no quiere ser alimentada;

el frío, el dolor, el agobio, todos los males de la carne;

y los poderosos Poetas que murieron en su miseria,

perplejos, y anhelando algún consuelo…

Repetí ansiosamente mi pregunta:

«¿Cómo vive, y cuál es su trabajo?».

Entonces, sonriendo, sus palabras repitió,

y dijo que buscando sanguijuelas por los mundos

viajaba; hacía andar sus pies,

por las charcas donde habitan.

«Antes las había en todas partes;

pero han menguado mucho, poco a poco,

aunque yo sigo aún, y las busco donde sea.»

Mientras él hablaba en aquel lugar solitario,

su vieja figura, su voz, todo me turbaba:

con los ojos de la mente me parecía verle andar

por los marjales sin descanso,

vagando solo y en silencio.

Y mientras yo seguía estos pensamientos,

él, tras una pausa, su discurso reanudó.

No tardó en abordar otras cuestiones;

habló alegremente y con amable gesto,

pero solemne en general; y al terminar,

pude reírme de mí, al encontrar

en aquel Hombre decrépito un espíritu firme.

«Dios», dije, «me ayude y me dé firmeza;

¡que siempre recordaré al sanguijuelero del marjal solitario!»

Los versos iniciales de la canción del Caballero Blanco parodian los de Word-sworth: «Te diré cuanto sé», y «te ayudaré en lo que pueda» de la versión original de uno de los esfuerzos menos afortunados del poeta, titulado
The Thorn
. El verso refleja también el título de la canción, «Todo te lo doy que más no puedo», a cuya melodía canta el Caballero Blanco lo del viejo viejo. La letra de esta canción es de Thomas Moore,
My Heart and Lute
, a la que le puso música el compositor inglés sir Henry Rowley Bishop. La canción de Carroll sigue el metro y la rima del poema de Moore.

«El carácter del Caballero Blanco», dice Carroll en una carta, «está concebido acorde con el hablante del poema». Que dicho hablante es el propio Carroll nos lo sugiere su idea de multiplicar por diez, en la tercera estrofa de la primera versión. Es muy posible que Carroll considerase la letra amorosa de Moore como la canción que él, el Caballero Blanco, le habría gustado cantar a Alicia, y no se atrevió. El texto completo del poema de Moore dice:

Todo te lo doy, que más no puedo, aunque es una ofrenda muy pobre:

mi corazón y mi laúd es cuanto tengo, y es lo que te traigo aquí.

Un laúd cuya dulce música revela muy bien el alma enamorada;

y, mucho más, un corazón que siente más de lo que mi laúd proclama.

Aunque el amor y la canción no puedan disipar las nubes de la vida

al menos las harán pasar ligeras o dorarlas si perduran.

Y aunque el Cuidado introduzca una disonancia en la vida,

deja que el amor pulse las cuerdas. ¡Otra vez, volverán a vibrar con armonía!

<<

[10] Bertrand Russell, en
The ABC of Relativity
, cap. III, aplica estos cuatro versos a la hipótesis de la contracción de Lorentz-Fitzgerald, primer intento de explicar el fracaso del experimento de Michelson-Morley para averiguar la influencia del movimiento de la Tierra en la velocidad de la luz Según esta hipótesis, los objetos disminuyen en la dirección de su movimiento, pero puesto que todos los listones de medición se acortan de manera parecida, sirven, como el fuelle del Caballero Blanco, para impedir que descubramos cambio alguno de longitud en los objetos. Estos mismos versos los cita Arthur Stanley Eddington en el cap. II de
The Nature of the Physical World
; pero con un significado metafórico más amplio: la naturaleza evidente del hábito tiende desde siempre a ocultarnos su plan estructural fundamental.
<<

[11] El
Oxford English Dictionary
describe este aceite como «ungüento para el cabello, grandilocuentemente anunciado en el primer período del siglo XIX, y cuyos fabricantes (Rowland & Son) afirman que contiene ingredientes traídos de Macassar». En el canto primero, estrofa 17, de
Don Juan
, dice Byron:

¡En virtudes nada terreno podría superarla

salvo tu «aceite incomparable», Macassar!

El término «antimacassar», aplicado a los paños que se colocan en el respaldo de las sillas y los sofás para evitar que se manche el tapizado con la grasa del pelo, tuvo su origen en la popularidad de este aceite.
<<

[12] Liga es una sustancia pegajosa [generalmente jugo de muérdago], con que se embadurnan ramitas para cazar pájaros.
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[13] El Menai es un famoso puente colgante que cruza los estrechos de Menai, al norte de Gales. Terminó de construirse en 1826. De niño, Carroll, lo había cruzado en una larga excursión con su familia.
<<

[14] El Caballero Blanco regresa a 5AR, casilla que ocupaba antes de capturar al Caballero Rojo.
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[15] Alicia ha saltado el último riachuelo, y se encuentra ahora en 8D, última casilla de la columna de dama. Para los lectores no familiarizados con el ajedrez, hay que decir que cuando un peón llega a la última fila del tablero puede convertirse en la pieza que el jugador quiera. Naturalmente, elige reina, la pieza más poderosa del ajedrez.
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