Amanecer contigo (21 page)

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Authors: Linda Howard

Tags: #Romántico

Dione suspiró y sacudió su larga melena negra. Blake nunca entendería algo que ni siquiera ella entendía. Sólo sabía que, según su experiencia, el amor llevaba al dolor y al rechazo. Lo que quería de él no era tanto una distancia física como emocional, antes de que se apoderara de todo cuanto tenía y dejara sólo un cascarón vacío e inútil. Pero había algo que sí podía entender, y al fin lo miró a los ojos.

—Lo de anoche no volverá a ocurrir —dijo con voz baja y clara—. Soy fisioterapeuta, y tú eres mi paciente. Ésa es la única relación que puede haber entre nosotros.

—Estás cerrando la puerta del establo cuando ya ha salido el caballo —dijo él con exasperante regocijo.

—No. Dudabas de tus capacidades sexuales después del accidente, y eso interfería en tu rehabilitación. Lo de anoche eliminó esas dudas. Fue el principio y el fin de nuestra relación sexual.

El semblante de Blake se ensombreció.

—Maldita sea —gruñó sin asomo de regocijo—. ¿Me estás diciendo que lo de anoche fue un polvo terapéutico?

Su crudeza hizo que los labios de Dione se tensaran.

—Premio —dijo, y salió de la habitación cerrando con firmeza la puerta a su espalda.

Regresó a la cama; sabía que era inútil intentar dormir, pero se esforzó de todos modos. Tenía que marcharse. No podía quedarse hasta principios de año, tal y como estaban las cosas. Blake se había recuperado casi por completo; el tiempo y la práctica harían el resto. Ya no la necesitaba, y había otras personas que sí.

La puerta de su dormitorio se abrió y apareció Blake sin el andador; cerró la puerta despacio y cruzó la habitación cuidadosamente.

—Si quieres huir, no puedo alcanzarte —dijo con voz plana.

Ella lo sabía, pero aun así se quedó donde estaba, con los ojos fijos en él. Estaba desnudo; exponía sin sonrojo su cuerpo alto y esbelto a su mirada. Mientras lo observaba, Dione no puedo evitar sentir un arrebato de orgullo por la elegancia fluida de su cuerpo y la tensión de su musculatura. Era un hombre muy bello, y ella le había creado.

Blake levantó la sábana y se metió en la cama a su lado. Un instante después la envolvió en el calor de su cuerpo. Ella deseaba sumergirse en su carne, pero hizo un último esfuerzo por protegerse.

—Esto no puede funcionar —dijo con la voz quebrada por el dolor.

—Ya funciona; pero tú no lo has admitido aún —le puso la mano sobre la cadera y la atrajo hacia sí, acurrucándola a lo largo de su cuerpo. Dione suspiró; su aliento suave agitó el vello de su pecho. Su cuerpo se relajó, presa de un placer traicionero.

Blake le levantó la barbilla y la besó; sus labios eran suaves, su lengua se hundió en la boca de Dione un instante para saborearla y luego se retiró.

—Vamos a dejar clara una cosa ahora mismo —murmuró—. Te he estado mintiendo, pero me parecía lo mejor para impedir que te asustaras. Te deseaba desde… demonios, parece que desde la primera vez que te vi. Definitivamente, desde que te tiré el desayuno y soltaste la risa más hermosa que había oído nunca.

Dione frunció el ceño.

—¿Me deseabas? Pero no podías…

—Sobre eso es sobre lo que te he mentido —reconoció él, y la besó de nuevo.

Ella se echó hacia atrás bruscamente, y sus mejillas se pusieron de color escarlata.

—¿Qué? —exclamó, avergonzada al pensar en los esfuerzos que había hecho para excitarle y en el dinero que se había gastado en ropa seductora.

Él observó con expresión irónica su semblante furioso, pero se enfrentó a sus garras de gata salvaje y volvió a estrecharla entre sus brazos.

—Algunas cosas que hacías me hicieron pensar que quizás habías sido maltratada —explicó.

—Y decidiste demostrarme lo que me había estado perdiendo —estalló ella, empujándole por el pecho—. ¡De todas las serpientes astutas y egoístas del mundo, tú eres la que se lleva la palma!

Blake se echó a reír y la sujetó suavemente, usando la fuerza que ella le había devuelto.

—Nada de eso. Te deseaba, pero no quería asustarte. Así que fingí que no podía hacerte el amor. Lo único que quería era que llegaras a conocerme, que aprendieras a confiar en mí, para tener al menos una oportunidad. Luego empezaste a ponerte esas camisetitas y esos pantalones cortos, y pensé que iba a volverme loco. ¡Casi me matas! —dijo con aspereza—. Me tocabas constantemente, me excitabas tanto que estaba siempre a punto de estallar, y tenía que disimular delante de ti. ¿Te has preguntado alguna vez por qué me esforzaba como un maníaco?

Ella exhaló un suspiro tembloroso.

—¿Era por eso?

—Claro que sí— respondió, y le tocó los labios con un dedo—. Intentaba que te acostumbraras a mis caricias, y eso sólo empeoró las cosas. Cada vez que te besaba, cada vez que te tocaba las piernas, me volvía loco.

Dione cerró los ojos y recordó las veces que Blake la había mirado con aquella expresión extraña y ardiente. Una mujer experimentada se habría dado cuenta inmediatamente de que Blake no era impotente, pero ella era la prima perfecta para aquella estafa.

—Te habrás partido de risa a mi costa —le dijo con tristeza.

—No estaba en condiciones de reírme, aunque hubiera sido cosa de risa. Que no lo era —contestó él—. La idea de que alguien te hubiera hecho daño me ponía tan furioso que me daban ganas de hacerle pedazos. Fuera quien fuese, era la razón de que me tuvieras miedo, y no podía soportarlo. Habría hecho cualquier cosa para que confiaras en mí, para que me dejaras amarte.

Dione se mordió el labio. Deseaba poder creerle, pero ¿podía? Blake daba la impresión de estar muy preocupado por ella, y en realidad sólo le importaba su propio apetito sexual. Ella sabía que, cuando todavía no estaba en forma, no soportaba que le viera ni siquiera su hermana; no querría hacerle el amor a una mujer que pudiera sentir lástima por el esfuerzo que le costaba andar o, peor aún, que lo deseara únicamente por mórbida curiosidad. Dione era la única mujer fiable que conocía, la única que ya lo sabía todo sobre él y a la que no impresionaba su estado, ni sentía curiosidad o lástima por él.

—Lo que estás diciendo es que querías sexo, y yo estaba a mano —dijo con acritud.

—¡Dios mío, Di! —parecía perplejo—. No me estás entendiendo, ¿verdad? ¿Tanto te cuesta creer que te deseaba a ti, que no quería sólo sexo? Hemos pasado por muchas cosas juntos. Tú me has sostenido cuando me dolía tanto el cuerpo que ya no podía mantenerme en pie, y yo te abracé anoche cuando, a pesar de tener miedo, confiaste en mí. No eres un simple desahogo sexual para mí. Eres la mujer que quiero. Te quiero entera: temperamental, contradictoria, fuerte, incluso arisca, porque también eres una mujer increíblemente cariñosa.

—Está bien, te absuelvo —dijo ella con desgana—. No quiero hablar de eso ahora. Estoy cansada y no puedo pensar con claridad.

Él la miró y un destello de impaciencia cruzó su cara.

—Contigo no valen razones, ¿verdad? —preguntó despacio—. No debería haber perdido el tiempo hablando. Debería habértelo demostrado, y eso pienso hacer.

Capítulo 10

Dione retrocedió bruscamente. Sus ojos dorados centelleaban.

—¿Es que todos los hombres usan la fuerza cuando una no está dispuesta? —dijo con los dientes apretados—. Te lo advierto, Blake. Me resistiré. Tal vez no pueda detenerte, pero puedo hacerte daño.

Él se echó a reír suavemente.

—Lo sé —levantó uno de los puños de Dione y se lo llevó a los labios para besarle los nudillos uno a uno—. No voy a forzarte, cariño. Voy a besarte y a decirte lo bella que eres, y haré todo lo que se me ocurra para darte placer. La primera vez fue para mí, ¿recuerdas? Pero la segunda es para ti. ¿No crees que pueda demostrártelo?

—Intentas seducirme —le espetó ella.

—Mmm. ¿Y funciona?

—¡No!

—Maldita sea. Entonces tendré que probar con otra cosa, ¿no? —volvió a reírse y le besó la muñeca—. Eres tan dulce hasta cuando te enfadas conmigo…

—¡No estoy enfadada! —protestó ella, casi ofendida por su cumplido—. Yo no tengo nada de dulce.

—Tienes un olor dulce —repuso él—. Y un sabor dulce. Y tu tacto es un dulce tormento. Deberías llamarte Champán en vez de Dione, porque me embriagas tanto que apenas sé lo que hago.

—Embustero.

—¿Qué hacía para divertirme antes de conocerte? —preguntó con sorna—. El escalar montañas no es nada comparado con pelearse contigo.

Ella no podía soportar el regocijo de su voz. Estaba confusa y angustiada, pero a él todo aquello parecía hacerle gracia. Giró la cabeza para ocultar sus lágrimas.

—Me alegro de que todo esto te divierta tanto —masculló.

—De eso hablaremos luego —dijo Blake, y la besó.

Ella permaneció rígida entre sus brazos. Se negó a permitir que su boca se ablandara y se amoldara a la de él, y al cabo de un momento Blake se apartó.

—¿No me deseas ni un poquito? —musitó mientras frotaba la nariz contra su pelo—. ¿Te hice daño anoche? ¿Es eso lo que pasa?

—¡No sé lo que pasa! —gritó ella—. No entiendo lo que quiero, ni lo que quieres tú. Estoy fuera de mi elemento, y no me gusta —la frustración que sentía, tanto consigo misma como con él, afloró burbujeando. Pero sólo era la verdad. Estaba tan confundida que nada la complacía. Acumulaba agresividad, pero no tenía una espita para darle salida. Había sido violada y maltratada, y aunque habían pasado muchos años, sólo ahora empezaba a aflorar la ira que había mantenido congelada en su interior. Quería hacerle daño, golpearle, porque era un hombre y simbolizaba lo que le había ocurrido, pero sabía que era inocente, al menos de eso. Blake, sin embargo, la había dominado la noche anterior, la había manipulado con sus mentiras y sus verdades, y ahora intentaba doblegarla de nuevo.

Le apartó furiosamente de un empujón, tumbándolo de espaldas. Antes de que pudiera reaccionar, se montó a horcajadas sobre él. La fuerza de sus emociones daba a su rostro una expresión pagana.

—Si se trata de seducir, seré yo quien lo haga —le dijo con rabia—. Maldita sea, no te atrevas a moverte.

Los ojos azules de Blake se agrandaron, y una profunda comprensión atravesó su rostro.

—No me moveré —prometió con cierta aspereza.

Dejando escapar un gemido sensual, ella lo asaltó usando sus manos, su boca, todo su cuerpo. Siempre se le había negado la sexualidad de un hombre, pero ahora aquel hombre se ofrecía con los brazos en cruz, como un sacrificio, y ella exploró su cuerpo con voracidad. Conocía ya casi todo su cuerpo; la tersa fortaleza de su musculatura bajo los dedos; la aspereza del vello de su pecho y sus piernas; el olor masculino que saturaba su olfato. Le mordisqueó las orejas, la barbilla, la boca, y conoció también su sabor; apretó los labios contra la suavidad de su frente y sintió el loco golpeteo de su pulso. Le besó los ojos, la recia columna del cuello, la ladera de los hombros, el hueco sensible del codo.

Las manos de Blake temblaron cuando le lamió las palmas, y dejó escapar un gemido cuando le chupó los dedos.

—¡Silencio! —dijo con fiereza, inclinándose sobre él. No quería que rompiera su concentración.

Mientras aprendía a conocerlo, su cuerpo comenzó a cobrar vida, a entibiarse y a refulgir como si hubiera permanecido largo tiempo helado y empezara un lento deshielo. Se desplazó hacia arriba, le lamió la clavícula, pasó la lengua por los rizos de su vello hasta que encontró sus pequeños pezones. Estaban tensos, duros como diamantes, y cuando los mordió él se estremeció incontrolablemente.

Su estómago plano, en el que sobresalían los músculos que se tensaban bajo sus caricias, parecía llamar a su errática boca. Trazó la flecha de vello suave, entabló con su ombligo una húmeda partida de ataque y retirada, y luego se deslizó más abajo.

Su pelo sedoso caía sobre Blake mientras le besaba las piernas desde el muslo hasta el pie, mordiéndole las corvas, agitando la lengua sobre su empeine para luego volver a subir.

Blake temblaba, estaba tan tenso que sólo con los talones y los hombros tocaba la cama. Se agarraba a los postes y se retorcía en un éxtasis atormentado.

—¡Por favor… por favor! —suplicaba con voz ronca—. ¡Tócame! ¡Maldita sea! ¡No puedo más!

—¡Sí puedes! —replicó ella, jadeante. Le tocó, su mano recorrió su forma hasta conocerla por entero, la acarició, y algo parecido a un aullido escapó de la garganta de Blake.

De pronto, Dione lo comprendió. Para una energía tan vital, para un poder tan tierno, sólo había un lugar de descanso, y era la hondura misteriosa de su feminidad. Hombre y mujer, habían sido creados para unirse, eran las dos mitades de un todo. Se sentía sin aliento, atónita, como si de pronto el mundo se hubiera movido de su eje y nada fuera lo mismo.

El cuerpo de Blake era un arco tenso y doliente.

—¡Tómame! —jadeó en un tono al mismo tiempo suplicante y autoritario, y Dione esbozó una sonrisa misteriosa y radiante cuyo gozo casi le cegó.

—Sí —dijo, y con minuciosa ternura se movió sobre él.

Su cuerpo lo aceptó fácilmente. Él dejó escapar un grito, pero permaneció quieto, dejando que ella se moviera a su antojo. Dione lo miró; sus ojos, dorados los de uno, azules los del otro, se encontraron y se comunicaron sin necesidad de palabras. A ella la maravillaba la pureza de su unión, las ardientes oleadas de placer que atravesaban su cuerpo. Todas las barreras habían desaparecido; los miedos y las pesadillas que le habían impedido disfrutar de la magia de entregarse al hombre al que amaba se habían desvanecido. Era sensual por naturaleza, pero los acontecimientos la habían enseñado a renegar de esa parte de su ser. Pero ya no. Cielo santo, ya no. Blake la había liberado, no sólo permitiéndole ser ella misma, sino gozar de su feminidad. Era evidente en su mirada extraviada y extática, en la salvaje ondulación de su cuerpo.

Dione se deleitaba en él. Lo adoraba, lo usaba, se hundía profundamente en aquel torbellino de placeres en el que se ahogaba de buen grado. Se quemaba viva en el calor de su propio cuerpo a medida que el placer se iba intensificando y se hacía insoportable, pero aun así no podía detenerse. Los gemidos y los jadeos que escapaban de la garganta de Blake mientras intentaba dominarse eran semejantes a los que profería ella. Después, el placer se convirtió en un fuego desbocado y se sintió consumida por él. Oyó un grito inarticulado que quedaba suspendido en el aire nocturno y no reconoció su propia voz, ni se dio cuenta de que un grito más profundo se unía al suyo cuando Blake se liberó por fin de su dulce tormento. Le pareció que caía desde muy alto y se desplomó sobre él, exhausta. Blake la rodeó con los brazos y la abrazó con fuerza.

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