Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (36 page)

¿En nombre de qué pacto podría permitirse esto? La fuerza del movimiento campesino era nuestra fuerza. Sus demandas eran justas y no se podía permitir que en territorios controlados por el KMT los latifundistas masacraran a los aldeanos. En nuestro partido, mientras tanto, predominaba una de las líneas más conservadoras que habíamos tenido, aquella que conciliando con el KMT llamaba a dejar entrar en las organizaciones a «los latifundistas buenos». Esta situación estaba generando un fuerte debate. Los consejeros de la Internacional Comunista en China, encabezados por Borodin, llamaron en noviembre a una conferencia a la dirección del partido en Shanghai y se aprobó un plan más radical que los anteriores: incluía la demanda de confiscación de la tierra a los latifundistas «malvados», los
shenshi
malvados que estaban aliados con los militares reaccionarios, y también confiscar las tierras de monasterios y templos; se hablaba por fin de la creación de las milicias campesinas. De cualquier manera el acuerdo fue papel mojado y no circuló por el partido. Donde la organización agraria existía, avanzaba, pero no se promovía su crecimiento. Llegó a decirse en un pleno del PCCH que la demanda del reparto agrario era infantilismo.

Al inicio de 1927, la vanguardia del agrarismo revolucionario estaba en la escuela de cuadros de Cantón, que dirigía un hunanés, el camarada Mao Zedong, con el que yo colaboraba. Estábamos formando a la sexta generación; la quinta, graduada el pasado octubre, había aportado al movimiento 318 cuadros, entre ellos varios que habían nacido en las aldeas. Mao había escrito varios informes en que apoyaba la línea de impulsar la revuelta agraria, pero no habían tenido eco en la dirección partidaria.

Mientras tanto, las tensiones entre el ala derecha del KMT y el partido explotaron; desde la muerte de Sun Yat-sen se habían venido recrudeciendo. El KMT podría querer la unificación republicana de China y su modernidad, pero su idea de la nueva China incluía como actores principales a los grandes comerciantes que estaban en contra de la organización obrera y a los latifundistas que odiaban al movimiento agrario.

El instrumento de la contrarrevolución fue el general Chang Kaishek y su golpe fue dirigido contra los comunistas y las organizaciones populares. La sangre corrió por las calles en Shanghai y Cantón. Nuestros militantes fueron fusilados sin juicio alguno, arrojados los mejores cuadros del movimiento obrero a las calderas hirviendo de las locomotoras, acuchillados por cientos con los sables de los verdugos los sindicalistas y los soldados progresistas. El 12 de abril comenzó la reacción. Y es cierto, lo esperábamos, sabíamos de las tensiones, pero creímos que conciliando podríamos evitar la ruptura, y lo único que hicimos fue fortalecerlos. Creíamos lo que queríamos creer. Millares de militantes pagaron con sus vidas la ingenuidad del partido. Los mejores hijos de China fueron arrojados con la cabeza cortada o el cuerpo lleno de balas por las calles. El partido quedó destruido en las ciudades del sur.

El Comité Central propuso una línea de reorganización tratando de mantener la alianza con los restos de la izquierda del KMT y el 27 abril se celebró el V Congreso del PCCH en Wuhan. Los agraristas, Mao y yo propusimos una línea de alzamientos campesinos, crear un ejército rojo, radicalizar las demandas agrarias. Persistía la alianza con la izquierda del KMT donde ésta existía. Había un estado general de confusión y caos. La derecha del KMT, con el ejército que ayudaron a entrenar los soviéticos, prosiguió la cacería.

¿Deberíamos replegarnos? Un partido de cuadros puede pasar a la clandestinidad, pero ¿cómo se repliegan las organizaciones de masas? La trampa estaba creada, retrocedimos avanzando. Se produjeron alzamientos coordinados y más o menos espontáneos. El primero de mayo se levantaron los campesinos de Haifeng como reacción al golpe. Estaban dirigidos por mi hermano Hai Yuan. Nueve días duró la comuna de Haifeng, luego los hombres se tuvieron que replegar a las montañas dejando detrás una base campesina que sufriría la represión.

Pero nuestro proyecto seguía siendo incoherente y contradictorio. El congreso aprobó contra nuestra opinión un programa agrario moderado para intentar mantener los restos de la relación con la izquierda del KMT, cuando ésta era irrelevante y la mayoría del KMT sólo quería poner los dientes de la fiera en nuestra yugular.

La política de los levantamientos fue un fracaso y desgastamos en ella nuestras mejores fuerzas. Nos alzamos en Nanchang el primero de agosto y a partir del 8 de septiembre se produjeron los levantamientos de la Cosecha de Otoño, descoordinados entre sí, repletos de heroísmo, pero inútiles. Tras las primeras efímeras victorias se producía la brutal reacción del ejército. Dentro de estos alzamientos nos volvimos a levantar en armas: palos, picas, lanzas y piedras en Haifeng con una victoria parcial y una nueva represión.

El partido me envió a Hong Kong, donde me establecí clandestinamente para crear una red de apoyo con emigrados de Cantón y Shanghai y reconstruir el partido.

VI

La línea de las insurrecciones a toda costa dominaba a un partido disgregado, obligado a la clandestinidad, aisladas sus fuerzas entre sí, ferozmente perseguido.

Así, fui comisionado por la dirección del partido en noviembre de 1927 para preparar un nuevo levantamiento en la zona de Haifeng y Lufeng. Al menos la directriz partidaria permitía llevar a su límite las demandas de los campesinos.

Tras un breve trabajo de organización, por tercera vez se alzaron las asociaciones. Con un rápido golpe de mano destruimos la pequeña base militar del KMT. Pero lo sorprendente fue la iniciativa de las masas agrarias dispuestas a liberarse. Por iniciativa propia, los campesinos se levantaron en armas en toda la zona de Haifeng y Lufeng. Nacieron catorce soviets en otros tantos departamentos de la región. Quedé a la cabeza del gobierno soviético, cuya sede establecimos en un templo budista en las afueras de Haifeng.

El 18 de noviembre, con una inmensa región liberada a nuestras espaldas y bajo los eternos sonidos de los instrumentos de música campesinos y los grandes gongs robados a los templos, iniciamos las sesiones constitutivas del soviet de Hai-Lufeng.

Y entonces, en la primera sesión del soviet, a los cientos de delegados campesinos, les conté el mundo. Un mundo que ellos nunca verían y que yo no habría de conocer. Les hablé de los demonios blancos ingleses, pero no en Hong Kong, en la lejana Inglaterra, y de aquellas máquinas de cosechar que dejaban a los campesinos sin trabajo y de los demonios amarillos japoneses y los enormes barcos de guerra de acero, y de un cine en una ciudad que se llamaba París y de Marx y su discípulo y buen amigo Lenin, y de la red de telaraña del ejército rojo que nacía en Moscú y llegaba hasta nuestras montañas.

Y conseguimos las primeras victorias militares y pusimos a los prisioneros ante la multitud y le preguntamos qué castigo deberíamos darles a los que atentan contra la sagrada propiedad comunal de las tierras. La multitud respondió que les cortáramos las cabezas, y el campesino duda permanentemente de su fuerza, de su habilidad y su destino y, por tanto, les cortamos las cabezas a todos, y la sangre nunca ha sido buena, pero la revolución es también un joven dragón furioso y terrible que en nombre del futuro se come el presente.

Discutíamos con hombres y mujeres que, titubeantes, de manera torpe, estaban ensayando el destino y se preguntaban con nosotros: ¿la tierra confiscada debería repartirse o trabajarse en colectivo? ¿Y los que habían apoyado a las ligas agrarias desde su origen no tenían prioridad en el reparto? ¿Y los que tenían tierra que no podían cultivar no debían ceder esa parte a otros para que la cultivaran? ¿Y las familias que crecían o disminuían no obligaban a una constante redistribución de la tierra? ¿Qué parte de las ganancias de las cosechas debería dedicarse a pagar a jueces, funcionarios, administradores, a los hombres del soviet? ¿Y la tierra no debería medirse por su fertilidad y no por su tamaño? ¿Y no era cierto que un campesino hábil hacía la tierra más fértil?

Y teníamos que organizar la vida y tomamos decisiones sobre las viudas de los enemigos y cómo el soviet debería encontrarles marido y mejoramos las condiciones del ejército rojo, al que había que conseguirle no sólo armas, sino calzado, y decretamos el derecho al divorcio con la oposición de muchos hombres y el apoyo de las nuevas organizaciones de mujeres, y si cuando los latifundistas quemaban las aldeas con los campesinos dentro de las casas, las mujeres morían igual que los hombres, ¿por qué no iban a poder combatir? Y se formó una brigada femenina de trescientas combatientes. Y pusimos nuestro sello a los billetes y organizamos el contrabando de nuestra mayor producción industrial, la sal, a través de las líneas enemigas. Establecimos la jornada de diez horas en el campo y de ocho para mujeres y niños y se procedió al reparto de las tierras y la entrega de tierras colectivas para el trabajo.

En materia de organización traté de simplificar al máximo la administración, centralizando al máximo las decisiones en esta etapa de guerra. Todo ello basado en la democracia de las asambleas.

Fue una época en la que apenas sonreía. Supe por los camaradas del partido que mi esposa había sido muerta por el KMT y mis hijos estaban desaparecidos; no conocía el destino de mi hija con Hsiao. Estaba unido con sangre a los campesinos a los que representaba.

Levantamos un hospital y una pequeña armería que sólo podía reparar viejos fusiles y organizamos el terror rojo. Los campesinos eran menos crueles que los latifundistas, pero teníamos que eliminar la base de los terratenientes para que no pudieran volver a levantar cabeza. Los jóvenes socialistas iniciaron una campaña contra la religión, pero fueron moderados por los campesinos, que se negaron a que se destruyeran templos venerados por las aldeas; aunque no pusieron inconvenientes en que se destruyeran los ídolos de monasterios o templos de latifundistas. Esta sabiduría de las comunidades campesinas fue apoyada por el soviet.

A fines de enero se produjo la primera ofensiva militar del KMT contra la zona soviética. Nuestras milicias mal armadas pudieron derrotarlos, pero el aislamiento crecía y no había manera de mantener una relación con otras zonas donde el partido era fuerte o reagrupar los restos de los ejércitos rojos de las insurrecciones del otoño pasado, hoy desmembrados y destruidos.

Nuestra suerte estaba sellada por destinos incontrolables. En febrero el ejército avanzó y sus cañones destruyeron a nuestras milicias. El soviet se hundió en nuestra sangre.

Pude huir a Shanghai. Allí, en noches terribles de soledad clandestina, cambiando de nombre y de sentimientos, pude escribir un pequeño libro en que recogía aquellos meses de libertad agraria. Y me entere de que en el VI Congreso había sido nombrado miembro del Comité Central del partido en ausencia.

Regresé clandestinamente a la zona soviética de Hai-Lufeng en 1929 y traté de reorganizar las bases, pero era prácticamente imposible en el clima de terror existente.

VII

Desde el primero de agosto se habían sucedido mítines para conmemorar el alzamiento de Nanchang en Shanghai y los blancos estaban muy inquietos. El 26 de agosto, a causa de una delación, se produjo un raid policíaco en la concesión francesa de Shanghai y fuimos detenidos los miembros del Comité militar. Caí junto a Yang Yin, el dirigente del alzamiento de Cantón.

Fuimos llevados a la oficina de seguridad pública y el 28 a los cuarteles policíacos de Lunghua. Traté de ocultar mi verdadera personalidad con el alias Wang Tzu-an, pero fui descubierto por un soplón. La prensa se alegró de mi captura. El demonio rojo de Haifeng estaba en sus manos.

Tenía esperanzas de que el partido preparara un golpe de mano para liberarnos, pero las esperanzas se iban desvaneciendo conforme pasaban las horas. No sabía que un grupo especial de combate había sido enviado por Zhou Enlai a rescatarnos.

El grupo logró introducirse en Shanghai y tuvieron acceso a un depósito de armas oculto en las cercanías de la puerta norte. Las armas estaban cubiertas de parafina para preservarlas; mientras las limpiaban se perdieron unas horas decisivas.

Descubierto, no tenía sentido simular desconocimiento y no iba a darles el placer de mostrar arrepentimiento. Se vive por lo que se muere. Utilicé el juicio para señalar que el futuro caminaba de la mano del partido comunista, que nuestros muertos serían vengados y nuestras demandas sociales reinarían sobre China. Terminé diciendo que en Hai-Lufeng habíamos llevado ante el sable del verdugo a muchos jueces como los que ahora nos juzgaban, que no tenía caso seguirme interrogando, era una pérdida de tiempo, que me sacaran fuera y me fusilaran de una vez.

El 30 de agosto fui torturado durante cinco horas. Los interrogadores eran muy torpes y no sabían exactamente qué era lo que estaban buscando.

En la soledad de la celda y ayudado por uno de los carceleros pude escribir una nota para Zhou Enlai: «No podemos salvarnos del terror blanco esta vez. Tres de nosotros hemos admitido abiertamente nuestra identidad y hemos hecho el mejor trabajo de propaganda que hemos podido entre los soldados».

Ese mismo día fui sacado al patio del cuartel de policía de Lunghua; dos soldados me llevaban casi cargando porque no podía caminar. Me colocaron de espaldas a una pared blanca. Hacía calor. Hablé con los soldados que iban a fusilarme, les dije que antes de apretar el gatillo pensaran bien lo que estaban haciendo, que ellos eran campesinos. El oficial dio la orden de fuego y los soldados no dispararon. Entonces el oficial le quitó un fusil a uno de los soldados y me apuntó. Traté de gritar «¡Viva la revolución!», pero fue más veloz la bala y la frase quedó incompleta.

Los hombres que se preparaban para asaltar el cuartel, cuando finalmente lograron poner las armas a punto, supieron que yo ya había sido fusilado. El hombre que me delató, Pai Hsin, fue ajusticiado de un tiro por un comunista en las calles de Shanghai días más tarde.

Tiraron mi cadáver en una fosa sin nombre junto al de mis compañeros. No podía aspirar a mejor compañía.

Ésta es mi historia.

De italianos y memorias

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