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Authors: Bartolomé de las Casas

Tags: #Historia

Brevísima relación de la destrucción de las Indias (3 page)

Las ideas a desarrollar han sido volcadas por el Protector de los Indios en un texto de 1537:
Del único modo de atraer todas las gentes a la religión verdadera,
donde expone su convicción en la eficacia del adoctrinamiento por medios pacíficos. Los misioneros obtuvieron un contrato que excluía del territorio a toda persona no integrante de la orden y prohibía la presencia de hombres armados durante un plazo de cinco años. No existe casi información sobre el desarrollo de este plan evangelizador, pero los dominicos de Las Casas obtuvieron la confianza de los caciques, y durante más de un decenio convirtieron a los indios, al tiempo que transformaban sus costumbres. Así, la región recibió un nombre que coronaba la utopía:
Vera Paz.

El autor del proyecto no permaneció en la misión demasiado tiempo. Sabe que su presencia en España tiene mayor incidencia sobre las propuestas reformistas, y pronto intervendrá en la preparación de las
Leyes Nuevas,
sobre la base del prestigio que le otorgaba el éxito del proyecto en Guatemala, admitido por el mismo Pedro de Alvarado. Poco más tarde también se frustrará esta utopía, pese a todo. El antagonismo de los colonos hacia una experiencia poco favorable a la permanencia de su tutela sobre los indios pronto originó choques. Una revuelta de los caciques, no muy alejados de sus divinidades tradicionales pese al celo de los sacerdotes, culminó en una masacre de misioneros en 1550. Era el fin de la segunda experiencia lascasiana.

Las Leyes Nuevas

El momento parecía favorable para abogar por la causa de los indios, pues las protestas llegaban hasta Carlos V desde altas investiduras, como el obispo de México Juan de Zumárraga, o Marroquín, el obispo de Guatemala. Paulo III hacía conocer su opinión sobre la naturaleza humana y libre del indígena americano en la bula
Sublimis Deus,
de 9 de junio de 1537; en tanto, Francisco de Vitoria abordaba desde Salamanca, en 1539, el tema de la legitimidad de la conquista. Por otra parte, no sólo Bartolomé de Las Casas y los dominicos elevaron sus propuestas para suprimir la
encomienda;
también los franciscanos enviaron a la corte al sacerdote francés Jacques Testera con idénticos planteamientos.

Las ideas de Vitoria sobre el problema de la evangelización y la justicia en el Nuevo Mundo, esbozadas en
De Indis
y en
De Jure,
se aproximaban a las tesis lascasianas. Siguiendo la posición tomista, los indios no podían considerarse infieles antes de conocer la verdadera fe; no se trata de una ignorancia culpable, y no puede, por tanto, ser perseguida por la guerra. Los señoríos indígenas son dignos de respeto y el rey de España tiene el papel, en las Indias, de emperador sobre esos reyes y señores naturales, que deben conservar su poder.

En esta etapa histórica de transición, cuando la conquista española se ha extendido sobre las grandes culturas americanas —México y Perú— y, por consiguiente, se inicia una mutación de las iniciales estructuras políticas y económicas de la dominación, se ha de resolver el enfrentamiento de dos partidos imperiales: eclesiásticos y conquistadores proponen la doctrina que consolidaría uno u otro predominio.

La
encomienda
había recibido, en 1536, una cierta ratificación que alentó las aspiraciones de convertirla en un sistema a perpetuidad. De tal modo, pronto se anudaron intrigas entre algunos capitanes de la conquista —Lewis Hanke nos menciona a Cortés, Pizarro y Almagro— y ciertos miembros del Consejo de Indias, para impedir la derogación de la
encomienda.
Carlos I, sin embargo, demostró su firmeza ante estos hechos removiendo algunos de los integrantes del organismo, y se dispuso a escuchar las demandas de los religiosos reformistas. En parte, esto obedecía a sus compromisos en la cristianización de las Indias, pero no debe olvidarse que América se estaba convirtiendo en el último reducto de un feudalismo cuyos rebrotes la Corona esperaba impedir. Las Casas denuncia esta situación en su
Octavo remedio,
el año 1542, apuntando las dificultades que tendría el rey para mantenerlos bajo su control:

«Y a nadie haga Vuestra Majestad merced de hoy en adelante de título de conde ni de marqués ni duque, ni sobre indios ni sobre españoles, más de los que hasta aquí ha hecho (...) puesto que los hombres aun siendo pobres se hacen de grandes corazones e tienen pensamientos altos e desproporcionados, e siempre anhelan subir; y de aquí se engendran los atrevidos; cuanto más dándoles de golpe señoríos y jurisdicción sobre indios ni sobre españoles. Y en verdad que creemos que en breves años hombres hubiese que les pasase por pensamiento ser reyes.»

En consecuencia, los informes de dominicos y franciscanos, denunciando los abusos sobre la población indígena, permitían actuar debilitando los privilegios amenazadores. Durante este período, el Protector de los Indios redacta dos textos que destina a las autoridades. Uno de ellos, el
Memorial de remedios;
el otro, la
Brevísima relación de la destrucción de las Indias,
cuya influencia sobre los integrantes del Consejo de Indias y el propio rey tiene gran importancia en las resoluciones. Las
Leyes Nuevas,
que surgen de las discusiones propiciadas por Carlos V, serán promulgadas en noviembre de 1542. Prohíben toda concesión de indios en beneficio, y reducen a una vida las encomiendas vigentes, por lo cual no son transmisibles y, una vez muerto el titular, los naturales revierten a la tutela de la Corona. No se atacaba la propiedad vigente, sin duda en un gesto apaciguador para con los protagonistas de la empresa americana; pero se decretaba la progresiva desaparición de un instrumento jurídico que permitía a los colonos explotar la fuerza de trabajo de los indígenas. Esta decisión despertó la resistencia de quienes anhelaban no sólo disfrutar de una vida señorial, sino también transmitirla a sus descendientes.

Los reductos coloniales donde la minería cobraba importancia se prepararon a librar batalla. En Perú se produjo una revuelta que no logró apaciguar el virrey, destituido finalmente por los sublevados. Desde España llegó entonces el licenciado La Gasea con la misión de poner término a los conflictos. Incluso en México, donde la administración era más estable, los conatos de protesta no dejaron de insinuarse. Justamente, eran las regiones donde Las Casas había previsto que podrían surgir dificultades como consecuencia de la aplicación de las
Leyes Nuevas.
Escribía, en 1542, en su
Representación
al emperador Carlos V:

«...decimos que en dos partes o reinos no más en estos tiempos de agora podría haber peligro en todas las Indias de inobediencia, o motín o rebelión: el uno es la Nueva España y el otro en las provincias o reinos del Perú...»

Demasiados problemas para una monarquía que se enfrentaba a una ampliación de los frentes de conflicto, dada la coyuntura internacional. El contenido de las
Leyes Nuevas
no había alcanzado aún resultados importantes en la práctica, cuando Carlos V, atendiendo a sus consejeros y ante la presión ejercida por los acontecimientos del Nuevo Mundo, decidió revocar en 1545 las cláusulas que impedían la transmisión de la
encomienda.

Las Casas, investido por la Corona como obispo de Chiapas en México y con jurisdicción sobre la
Vera Paz,
se enfrentó muy pronto a unos colonos que, por lo demás, no le ocultaron su hostilidad. Las exigencias de restituir la libertad a los indios bajo pena de no conceder los sacramentos a los encomenderos, y la difusión de su
Confesionario,
que contenía reglas destinadas a los clérigos en el mismo sentido, le obligaron a buscar refugio en Nicaragua durante algún tiempo. En 1547 embarca hacia España para no regresar a territorio americano, pero no claudicará en su empeño por liberar a los indios de la explotación colonial.

Un libro militante

En La España del siglo XVI, que proyecta sobre la conquista el formalismo jurídico, la
Brevísima relación de la destrucción de las Indias
configura un alegato a modo de inventario notarial, incluso por su estilo descriptivo, que recoge datos de todo el territorio del Nuevo Mundo. Pero no sólo eso; deja a la vez constancia del estado de cada zona antes de la llegada de los españoles, de la población y de las cualidades de sus gentes. Afirmaciones exageradas, sin duda, que harán más dramático el cuadro de destrucción y despoblamiento esbozado a continuación. Pero aun careciendo de la indignada vehemencia del dominico, no son menos acusatorias las denuncias en informes, relaciones y memoriales de otros religiosos, e incluso en las crónicas de Motolinia, Cieza de León y Fernández de Oviedo. El propio Hernán Cortés no deja de apuntar la cuota de atropellos que comporta la conquista; así lo hace en su cuarta
Carta de relación
a Carlos V, al informar de la resistencia que oponen los colonos a trabajar sus propiedades:

«...Porque todos, o los más, tienen pensamientos de hacerse con estas tierras como se han habido con las islas que antes se poblaron, que es esquilmarlas y destruirlas y después dejarlas.»

La
Brevísima relación
coloca en entredicho la empresa colonial, donde Las Casas percibe una sistemática violación de lo que juzga un principio básico de la presencia española en las Indias: colonizar por medios pacíficos para llevar el bienestar a los nuevos súbditos del imperio. Toda la obra del Protector de los Indios gira alrededor de esta tesis, desarrollada en numerosos escritos. El libro se presenta como una crónica de hechos contemporáneos, que el autor:

«...como hombre que por cincuenta años y más de experiencia, siendo en aquellas tierras presente los ha visto cometer.»

Afirmación que se encuentra en el prólogo de la obra, sin duda redactado en 1552, fecha de su edición. El tono fuertemente negativo que preside la redacción del texto no resiste, por cierto, un análisis objetivo; tan sólo se salva la generosa intención de revelar iniquidades y proteger a los indígenas. Pero, al colocar en primer plano los problemas que avivan la polémica doctrinal suscitada por la conquista del Nuevo Mundo, se ha convertido en lectura excepcional para interpretar un período clave.

La estructura narrativa de la
Brevísima relación
sirve fielmente a los objetivos perseguidos por Las Casas en la instancia de su redacción. Presenta una versión amplificada de la realidad, organizada sobre la base de imágenes fuertemente contrapuestas, un discurso que opera en función de hacer más efectista la denuncia. Desarrolla entonces una serie de temas implícitos en el título de la obra:

a)
La destrucción de las Indias
es el tema central, y objeto de un análisis pormenorizado. Aun pasando por el cernidor de la critica sus datos cuantitativos y su valoración cualitativa, el libro conserva su vigencia, no sólo como exponente de la lucha por la justicia, librada sin desfallecimientos por fray Bartolomé de Las Casas, sino también porque es el primer documento que aborda como hecho total el problema de la conquista, la consecuencia del choque de culturas. Se describen los efectos de la guerra y la esclavitud sobre los naturales, la degradación de las comunidades autóctonas y la ruina de sus formas productivas, el hundimiento demográfico y la vulnerabilidad de los indios ante las nuevas condiciones vitales implantadas por los vencedores. Desde el comienzo de la obra afirma:

«Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en extirpar y raer de la haz de la tierra aquellas miserandas naciones. La una por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no deja las guerras a vida sino los mozos y mujeres) oprimiéndoles con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen y se resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias maneras de asolar aquellas gentes, que son infinitas.»

Estas diversas maneras nos las describe el dominico. Ofrece el ejemplo de Cuba, donde el traslado de los naturales, para trabajar en la extracción del oro, produce drenajes en poblaciones que dependen de formas de subsistencia extremadamente precarias:

«En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre por llevarles los padres y las madres a las minas, más de siete mil niños.»

Las cifras se presentan, sin duda, considerablemente abultadas, pero la realidad que denuncia ha quedado suficientemente probada por otros testigos. Las expediciones para capturar esclavos tienen, también, graves consecuencias demográficas:

«Porque es averiguado, experimentado millares de veces, que sacando los indios de sus tierras naturales luego mueren mas fácilmente...»

Las formas de vida, sobre todo en La Española, el punto de referencia más vivo del autor, comportan una alimentación a bajos niveles y, por consiguiente, una débil resistencia para los duros trabajos exigidos por el encomendero:

«Su comida es tal, que la de los Santos Padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre.»

Todo lo anterior explica las fulminantes consecuencias de la agresión biológica inconscientemente trasladada por el conquistador. Al actuar sobre una población no inmunizada ante las nuevas enfermedades, debilitada por las alteraciones en la alimentación y los ritmos de trabajo impuestos por los encomenderos, se puso en marcha un proceso ya conocido por las sociedades rurales de la Edad Media europea. En aquellos casos el encadenamiento era: prolongadas sequías — grandes hambrunas - mortalidad elevada por agresión microbiana. En el Nuevo Mundo, la agresión biológica tuvo efectos más graves, porque se trataba de sociedades que hasta entonces habían vivido en «circuito cerrado», según los antropólogos. La viruela devastó la isla Española, y Gonzalo Fernández de Oviedo escribe que fue «universal en todas las Indias», ya que desde las islas pasó a México. En 1529, el sarampión provocó mortalidad en el Caribe y siguió su marcha hacia Centroamérica; el tifus parece estar identificado en el
matlazahuatl
que asoló Nueva España en 1545, para reaparecer más tarde en Perú. Las Casas menciona en la
Brevísima relación
la vulnerabilidad de unos indios «que más fácilmente mueren ante cualquier enfermedad».

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