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Authors: Paul Watzlawick

Cambio. (17 page)

Ello nos conduce a la
etapa cuarta
. Las tres primeras etapas eran preliminares necesarios que en la mayoría de los casos pueden llevarse a cabo bastante rápidamente. El proceso actual de cambio tiene lugar en la cuarta etapa. Nos ocuparemos primeramente de algunas estrategias de índole general y luego, en el capítulo x, presentaremos algunas de las tácticas específicas, a fin de ilustrar cómo puede ser puesta en práctica nuestra teoría del cambio

Conocemos ya dos de los principios generales que rigen aquí: el objeto del cambio es la solución intentada, pero equivocada, la táctica elegida ha de ser traducida al propio «lenguaje» de la persona, es decir, le ha de ser presentada en una forma que utilice su propio modo de conceptualizar la «realidad».

Otro principio general ha surgido ya en varios de los ejemplos presentados hasta ahora. Es el hecho de que la
paradoja
desempeña un papel tan importante en la solución como en la formación de un problema. Puesto que ya hemos examinado con gran detalle dicho papel en otro lugar (96), podemos limitarnos aquí a una breve recapitulación:

Todos los problemas humanos contienen algo de ineluctable, ya que de lo contrario no serían problemas. Éste es especialmente el caso en aquellos problemas que son designados habitualmente como
síntomas
. Nos referiremos una vez más al sujeto con insomnio: recordemos que intentando forzarse a dormir, se está situando a sí mismo en una paradoja del tipo «¡sé espontáneo!», y ya hemos indicado que resulta preferible enfocar este síntoma de modo igualmente paradójico, es decir, forzando al individuo a permanecer despierto. Pero esto es meramente un modo más complicado de decir que le hemos «prescrito» así su síntoma; es decir, lo hemos inducido a manifestarlo activamente en vez de exhortarle a que lo combata. La prescripción del síntoma, o bien en un sentido más amplio y no clínico, el cambio 2 mediante una paradoja, es indudablemente por lo que sabemos el modo más poderoso y más elegante de resolver un problema.

La aplicación práctica de estos principios generales nos ha conducido a desarrollar una variedad de intervenciones, y el próximo capítulo está dedicado a presentar ejemplos de las mismas. Ya que cada una de estas intervenciones ha de ser, desde luego, proyectada e instrumentada para ajustarse a un problema específico, es lógico que no podamos presentar un «catálogo» exhaustivo de las mismas y que los ejemplos contenidos en las siguientes páginas no constituyan ni las únicas, ni forzosamente las mejores intervenciones que pueda inventar un solucionador de problemas dotado de imaginación y familiarizado con los fundamentos racionales de estas soluciones. Al presentarlas nos damos plenamente cuenta de que técnicas similares han sido descritas por otros, sobre todo por Erickson (43) y Frankl (36). Queremos subrayar también que no es nuestro propósito presentar historias completas de casos, en el sentido ortodoxo, ni tampoco describir «tratamientos», sino sencillamente ilustrar cómo se aplican en la práctica nuestros principios teóricos del cambio
[4]
.

Hemos de decir también unas palabras acerca de nuestros
fallos
. Mientras que consideramos que nuestros principios generales son de útil aplicación a toda la gama de problemas que se dan en la práctica clínica y asimismo a mucho otros de carácter no clínico, no afirmamos que la aplicación práctica de estos principios y las intervenciones basadas en ellos conduzca automática e invariablemente a una solución completamente satisfactoria
[5]
. Existen desde luego numerosas posibilidades de fracaso. Puede originarlo el planteamiento de una meta no realista o inadecuada.

En no pocas ocasiones hemos visto que nuestra meta original tenía que ser revisada, al disponer de más información o al tener lugar un cambio parcial durante el tratamiento. Una segunda razón de dificultad o fracaso consiste en la índole de la intervención elegida. Si un paciente lleva a cabo nuestras instrucciones y no tiene lugar ningún cambio positivo, la falta reside obviamente en las instrucciones. Con frecuencia, una cuidadosa exploración de dicho error revelará los defectos y nos permitirá establecer un plan más adecuado.

Sin embargo, el más importante talón de Aquiles de estas intervenciones reside en la necesidad de convencer al paciente de que lleve a cabo nuestras instrucciones. El paciente que en un principio está de acuerdo con una prescripción de comportamiento y que vuelve luego diciendo que no ha tenido tiempo para realizarla o que la ha olvidado o que, al recapacitar sobre ella la ha encontrado disparatada o inútil, etc., ofrece malas perspectivas de éxito. Así pues, una fuente potencial de fracaso es la incapacidad para presentar la intervención en un «lenguaje» que convenza a nuestro cliente y que por tanto le haga aceptar y cumplir gustosamente nuestras instrucciones. En el capítulo precedente hemos señalado ya la importancia de la reestructuración en conexión con ello. En el siguiente capítulo, y bajo el título de
«El pacto con el diablo»
, presentaremos otro método para enfrentarse con esta dificultad.

X. Ejemplos
Menos de lo mismo

Permítasenos comenzar nuestros ejemplos con una situación que en sí misma y por sí misma no es quizás demasiado frecuente, pero que tiene la ventaja de permitirnos una exposición bastante clara de nuestro procedimiento en cuatro etapas.

1. El problema.
Una joven pareja acude a la psicoterapia conyugal, debido a que la esposa siente que no puede aguantar más la dependencia y sumisión excesiva que muestra su marido con respecto a sus padres. (Él es hijo único, de 30 años de edad, profesionalmente exitoso y, por tanto, independiente desde el punto de vista financiero) El marido está de acuerdo con esta definición del problema, pero añade que no ve modo de resolverlo. Explica que, durante toda su vida, sus padres no solamente le han atendido en todas sus necesidades, sino que le han ayudado de todas las formas imaginables (dinero, ropas, coches, una excelente educación, viajes prolongados, etc.). Afirma que ha llegado a un punto en el que cualquier regalo o don adicional que recibe de ellos viene a sumarse a una carga, ya intolerable, de deuda de agradecimiento a su respecto, pero que sabe que el hecho de rechazar sus constantes y no solicitadas ayudas sería aquello que más les heriría, ya que el dar constantemente es la idea que ellos tienen acerca de lo que deben hacer unos buenos padres. Estos últimos no vieron con mucho agrado su elección de esposa, pero el matrimonio les ofreció inmediatamente una justificación adicional para intervenir masivamente en la vida de los cónyuges. Fueron ellos los que eligieron el hogar de la pareja y lo pagaron, a pesar de que los novios hubieran preferido una casa más pequeña y menos cara en un barrio diferente. Los padres asimismo decidieron todo lo relativo a la decoración interior e incluso los arbustos y los árboles que debían plantarse en el jardín. Proporcionaron además la mayor parte del mobiliario (muy caro), sin dar lugar al matrimonio a que arreglasen su casa a su gusto. Los padres, que viven en una ciudad situada a 2.500 kilómetros de distancia, efectúan cuatro visitas anuales, de tres semanas de duración, que el matrimonio ha acabado por contemplar con vivísimo temor. Los padres toman literalmente posesión de la casa; la joven esposa es desterrada de la cocina, ya que es la madre quien prepara todas las comidas y compra montañas de provisiones; lava cuanto hay de lavable en la casa y reordena la decoración, mientras que el padre limpia y arregla los dos coches, recoge las hojas secas, corta el césped, poda, arranca las malas hierbas, etc. Cuando salen juntos, el padre paga invariablemente todos los gastos.

2. Las soluciones intentadas.
El matrimonio se siente al borde de la desesperación. Han intentado con todas sus fuerzas, pero inútilmente, establecer un mínimo de independencia, pero incluso la más leve tentativa de protegerse contra el dominio de los padres es interpretada como signo de ingratitud, que provoca profundos sentimientos de culpa en el marido y una rabia impotente en la mujer. Estas tentativas dan también lugar a ridiculas escenas en público, por ejemplo, cuando tanto la madre, como la nuera implora al cajero del supermercado que acepte su dinero, y no el de la otra, o cuando el padre y el hijo luchan literalmente por la cuenta del restaurante en cuanto el camarero la trae. A fin de aliviar algo sus sentimientos de deuda, los jóvenes han intentado también remitir a sus padres un costoso regalo tras su visita, con lo que tan sólo logran recibir otro más costoso aún a vuelta de correo. Desde luego, se sienten luego en la obligación de colocar el regalo en un destacado lugar en su hogar, aun cuando les fastidia verlo. Cuanto más intentan lograr un mínimo de independencia, tanto más sus padres intentan «ayudarles». Así pues, los cuatro se hallan encerrados en un típico callejón sin salida del tipo «más de lo mismo».

3. El objetivo.
En este caso, la tarea de formular un objetivo concreto, que con frecuencia resulta difícil, fue relativamente fácil. Deseaban que sus padres dejasen de tratarles como si fuesen niños, que les reconociesen el derecho de adoptar sus propias decisiones, incluso durante sus visitas, de elegir su propio estilo de vida y de llevar a cabo todo esto sin sentirse culpables por ofender a los viejos.

Sin embargo, para el propósito de proyectar una intervención óptima, esta formulación resultaba aún demasiado general. Preguntamos por tanto al marido qué era lo que tenía que suceder, en especial, para demostrarle tangiblemente que habían logrado dicho objetivo. Inmediatamente replicó que tal sería el caso cuando el padre le dijese espontáneamente: Ahora ya eres lo suficientemente mayor como para que los dos os cuidéis por vosotros mismos y no esperar que mamá y yo os mimemos indefinidamente. La manifestación de este cambio específico en la actitud del padre fue aceptada como objetivo del tratamiento.

4. La intervención.
A partir de toda esta información colegimos claramente que para que una intervención tuviera éxito, habría de ser realizada en el único «lenguaje» que los padres podían comprender, es decir, la suprema importancia de ser buenos padres. Ya que era inminente una de las mencionadas visitas trimestrales, se le dijo a la pareja lo siguiente: hasta la última visita habían intentado hacer cuanto podían para que los padres tuviesen que limpiar, arreglar y corregir lo menos posible. Ahora tenían que dejar de limpiar la casa varios días antes de la visita, dejar que se acumulase un máximo de ropa sucia, dejar de lavar los coches y dejar también casi vacíos los depósitos de gasolina, descuidar el jardín y vaciar la cocina de toda clase de reservas alimenticias. Deberían dejar sin arreglar cuanto hubiese de estropeado en la casa (bombillas fundidas, grifos goteantes, etc.). No sólo no tenían que impedir a los padres pagar las cuentas de víveres, restaurantes, las entradas a espectáculos, la gasolina, etc., sino esperar tranquilamente a que vaciasen sus bolsillos abonando todos estos gastos. En la casa, la esposa debería dejar que se acumulase la vajilla sucia en la cocina y esperar que la madre la fregase; el marido debería leer o mirar la televisión mientras que el padre permanecía trabajando en el garage o en el jardín. Cada cierto tiempo había de asomar la cabeza por la puerta, mirar cómo progresaban los arreglos y preguntar cariñosamente:
«¡Eh, papá!, ¿cómo va eso?»
Pero, sobre todo, se les prohibió realizar cualquier tentativa para hacer saber a sus padres que ellos (el joven matrimonio) tenían derecho a su independencia. Tenían que aceptar cualquier cosa que sus padres hiciesen por ellos como algo natural y lógico, y darles negligentemente las gracias por ello.

Si ambos jóvenes no hubiesen estado tan preocupados por la situación, habría sido probablemente imposible «venderles» tal idea, ya que, superficialmente considerada, parecía que en lugar de liberarlos, iba a hundirlos más profundamente en aquello que deseaban evitar. Sin embargo, llevaron a cabo, al menos en parte, nuestras instrucciones y cuando volvieron a la próxima sesión, dos semanas más tarde, informaron que sus padres habían terminado muy pronto su visita. Antes de marcharse, el padre había tomado aparte a su hijo para decirle en términos cariñosos, pero nada dudosos, que tanto él (el hijo) como la esposa habían estado demasiado mimados, que se habían habituado mucho a recibir cuidado y ayuda de los padres y que ya era hora de que se comportasen de un modo más adulto y menos dependiente de ellos- Como puede verse por lo que hemos expuesto, no se realizó tentativa alguna para incluir a los padres en las sesiones y para llegar a una mutua comprensión del problema y de todas sus ramificaciones. En lugar de ello, la intervención se concentró sobre la joven pareja y la solución intentada por ella, siendo proyectada de un modo que permitiese a los padres continuar desempeñando el papel de «buenos padres», papel al cual no habrían renunciado en modo alguno. En lugar de seguir mimando a la joven pareja, se dedicaron ahora a la tarea, no menos propia de padres, de «destetarles».

Descubriendo lo encubierto

Un hombre de mediana edad y su mujer iniciaron conjuntamente una psicoterapia familiar debido a que se enzarzaban constantemente en monótonas peleas verbales, que hacían muy desgraciada a la esposa y la dejaban muy preocupada por las posibles repercusiones sobre sus hijos, aún de corta edad. Se puso muy pronto de manifiesto que sus disputas surgían a través de una especie de «trabajo en equipo»: el marido (el cual admitía que más bien gustaba de pelearse y que, por ejemplo, no perdía jamás ocasión de hacerlo con camareras u otro personal de servicio) utilizaba siempre un modo de provocación sutil, pero eficaz, y la mujer reaccionaba entonces de una manera que le permitía dar rienda suelta a su temperamento y atacarla. No es preciso añadir que ella consideraba su propia reacción como el único modo de defenderse contra las provocaciones de él y de evitar una pelea. Así pues, ambos, pero en especial ella, no se daban cuenta del hecho de que, sin esta reacción específica de evitación, la disputa no podría tener lugar. Mientras estábamos sopesando cuál habría de ser la intervención más adecuada en este caso, un incidente nos proporcionó una excelente ocasión para una prescripción de comportamiento. Lo que sigue es una transcripción del registro magnetofónico de la sesión de psicoterapia familiar consecutiva a la intervención:

PSICOTERAPEUTA

¿Siguió usted el domingo mis instrucciones?

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