Canciones para Paula (15 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

—Entremos allí —propone el chico señalando un gran edificio.

Entran en la FNAC. Álex le propone dejar un cuadernillo en cada planta. Será difícil que no los vean porque hay muchos dependientes por todas partes, pero eso no es impedimento para ellos.

En la zona de música Paula se coloca los cascos para oír uno de los CDs que están de promoción. Es una recopilación de bandas sonoras. Tras saltar varias, se detiene en la de Philadelphia. Bruce Springsteen conquista sus oídos. Álex, a su lado, trata de colocar uno de los cuadernos sin que nadie lo vea. Ella lo tapa con su cuerpo mientras él disimula que busca un CD en uno de los estantes. Tras comprobar que no es observado, lleva a cabo su cometido. Conseguido.

El chico le guiña el ojo y sonríen cómplices.

Alguien, en algún momento, encontrará ese cuadernillo si busca uno de aquellos compactos. Luego tendrá que decidir si sigue las instrucciones indicadas por el autor o no. Quizá el fin de aquella fina plastificación sea la papelera de alguna esquina o el

contenedor de basura de alguna calle. Solo el destino sabe lo que ocurrirá y a quién asignará ese ejemplar.

Los chicos llegan a la zona de los DVDs. Hay más gente que en la planta reservada a la música.

Álex tiene claro dónde va a soltar el próximo cuadernillo. En voz baja se lo comenta a Paula para que busque y se separan.

La chica vuelve a abrir el bolso: no hay ninguna novedad en su móvil. Esperar llamadas de Ángel, que luego no llegan, empieza a convertirse en costumbre. Cierra el bolso y se centra en encontrar lo que Álex le ha indicado.

Sin embargo, es el joven el que da con el CD junto al que tiene previsto dejar el próximo dosier. Álex coge el DVD de El secreto de Thomas Crown, una de sus películas preferidas. Aquella escena en la que el protagonista devuelve el cuadro le parece sublime. Recuerda a los hombres de traje con el sombrero y el maletín. El director no podía haber elegido mejor melodía para el final que aquel Sinnerman. Lo que ellos están haciendo con los cuadernillos en la FNAC se parece en cierta manera a lo que hace Pierce Brosnan en esa secuencia: colocar delante de todo el mundo algo sin que nadie se dé cuenta.

Paula llega hasta el joven, que sigue recordando fragmentos de la película. Álex le muestra la carátula.

—¿La has visto? —le pregunta a la chica mientras saca disimuladamente de su mochila otro cuaderno.

—No, pero si tú crees que es buena, la veré.

El chico sonríe. Nunca olvidará aquel día. ¿Qué será de ellos cuando la historia de los cuadernillos de
Tras la pared
haya terminado? ¿Cuál será su relación? Desea conocerla más, saber todo de ella. Pero es mejor no pensar en eso de momento. Aún queda jornada por delante y trabajo por hacer.

Álex y Paula repiten el procedimiento anterior. Ahora es él quien la cubre. La chica comprueba que no mira nadie e introduce el DVD junto al cuaderno dentro de la estantería. Nuevo éxito.

—Muy bien, uno menos —dice el joven mientras se dirigen hacia la escalera mecánica—. Subamos a los libros.

Álex también tiene claro el siguiente paso y se lo cuenta a Paula en el trayecto.

Los dos van juntos esta vez. Caminan dejando atrás diferentes apartados. No hay demasiadas personas. La más visitada es la zona reservada para literatura extranjera.

Por fin llegan a la sección que buscaban. Entre los dos examinan cada estantería hasta que Paula ve el libro en el que van a esconder el próximo cuadernillo.

—Está ahí, arriba del todo —señala ella sonriente.

Álex ya lo ha visto. Se pone de puntillas para cogerlo. Primero lo roza con sus dedos, luego consigue sacar un poco de la cubierta de la novela. Casi lo tiene ya, pero, cuando va a atraparlo, el libro cae.

Paula pone las manos para impedir que choque con el suelo; en el intento, su cara y la de Álex quedan a pocos centímetros. Sus ojos están cerca. Tanto como sus labios. Casi pueden sentir la respiración agitada del otro. El pelo de ella toca la camiseta de él. El tiempo se para por unos instantes para los dos.

—Perdona, casi te doy con el libro en la cabeza —se disculpa por fin Álex apartándose torpemente.

—Se hubiera hecho daño el libro. Mi madre dice que tengo la cabeza muy dura.

Sonríen. Existe cierto nerviosismo entre ambos. Incluso cuando Paula le da
Perdona si te llamo amor
al chico, para que esconda el cuadernillo dentro, sus manos se tocan. Piel con piel. Más tensión acumulada, más tensión contenida.

Álex coloca la novela de Moccia en su lugar.

—Espero que no nos haya visto nadie.

—Seguro que no —confirma la chica.

Las mochilas se han ido vaciando, pero ahora pesan otras cosas. Paula y Álex siguen subiendo plantas en la FNAC y escondiendo cuadernillos en cada una de ellas. No conversan tanto. Lo cierto es que apenas cruzan una palabra y, cuando sus ojos se encuentran, procuran apartarlos rápidamente.

Una vez que completan su propósito, salen a la calle.

El sol ya no ilumina tanto. Hay más sombras en la calle. Hasta hace un poco de fresco. La tarde está avanzando irremisiblemente. La aventura de los cuadernillos pone su punto y final, al menos de momento.

—Tengo que irme ya. Si no vuelvo pronto a casa, mis padres…

—Entiendo. ¿Quieres que te acompañe?

—¡Qué va!, no te preocupes. Aún te quedan algunas carpetas por dejar. Ya cojo yo el metro.

Álex se viene abajo, pero no se lo dice. Quizá con el final de aquella curiosa historia también terminaba su relación. Si por él fuera, mañana volvían a repetir la experiencia.

—Ha sido divertido —comenta él, esperando su sonrisa.

La obtiene. Paula afirma con la cabeza y muestra una dulce sonrisa.

El momento de la despedida es incómodo. Ni uno ni otro saben qué hacer ni cuándo será la próxima vez que se vean.

—Bueno, me voy. Imagino que seguiremos en contacto.

—Eso espero. Gracias por tu ayuda… Adiós.

Álex se acerca para darle dos besos. Está tenso, nervioso. Ella también.

Entre la torpeza de uno y otro, giran la cara para el mismo lado, y el beso de Álex termina casi en los labios de Paula.

Es lo último que hacen. La chica se gira y elige la calle de la derecha. El chico la mira hasta que desaparece y se va hacia la izquierda. ¿Y ahora?

Álex no quiere pensar. Quiere saborear lo que ha vivido; quiere disfrutar con el recuerdo de ese día; quiere sonreír. Pero es imposible. Imposible no buscar más allá. El pecho le late deprisa y eso es un problema, un gran problema.

¿La quiere? Eso no puede ser. Se acaban de conocer. Además, es muy difícil que vuelvan a coincidir.

Necesita evadirse. Piensa en su saxo y solo desea llegar a casa para descargar en la música toda la intensidad del día.

Paula está a punto de entrar en el metro cuando en su bolso comienza a sonar
Don't stop the music
. Es Miriam. En el instante que tarda en contestar se piensa lo peor. ¡Sus padres han llamado a su amiga!

—Dime, Mir —responde temblorosa.

—¡Cariño!, pero ¿dónde te metes?

—Pues…

—Ya me avisó mi hermano de todo. No te preocupes, tus padres no han llamado.

Paula resopla aliviada.

—Menos mal porque, si no, menudo marrón.

—Les habría dicho cualquier excusa por la que no te podías poner al teléfono. Te habría llamado inmediatamente y luego tú les habrías llamado a ellos. Sin ningún problema.

—Veo que pensaste en todo. Muchas gracias por cubrirme.

—De nada, cariño. Espero que lo hayas pasado muy bien con Ángel.

¡Ups, Ángel! ¿Se lo decía? ¿Le contaba a su amiga que en realidad con quien había pasado toda la mañana era con Álex?

—La verdad es que…

—Nos tienes que contar los detalles. ¡Qué historia tan bonita…! Ojalá tuviera algo yo como lo vuestro.

—Verás, Miriam, lo cierto es…

Se oye un grito de fondo. Es la madre de Miriam que llama a su hija para que recoja algo que ha dejado tirado en alguna parte.

—Cariño, te tengo que dejar. Espero que salgas con nosotras esta noche y nos des envidia de tu romance. Un besoooo.

Y con ese largo beso Miriam cuelga.

Es verdad. Es sábado, lo que significa salida con las Sugus. Pero después de la paliza que se ha dado con los cuadernillos le quedan pocas ganas de fiesta.

Tiene que pensarlo. Eso y otras cosas.

Su amiga había nombrado varias veces a Ángel. ¿Se sentía culpable de haber pasado todo el día con Álex? Es solo un amigo, ¿no?

Antes de entrar en el metro, Paula mira su móvil. Está indecisa. Quizá sea hora de llamar a Ángel. Busca su número en la guía de contactos, un número que solo tiene desde hace dos días, cuando se conocieron en persona. ¡Dios, es que solo hace dos días que se conocen! ¿Y ya está detrás de él? Ayer, ¿cuántas veces lo llamó?

Paula rápidamente encuentra el teléfono del chico. Le apetece muchísimo hablar con él, escuchar su voz, pero ¿y si vuelve a no encontrarlo? ¿Y si no lo coge? Además de ansiosa, parecerá una pesada. Duda unos instantes para finalmente guardar el móvil en el bolso y entrar en el metro.

Sí, es él el que tiene que llamar.

Sobre esa hora de ese mismo día de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Han pasado varias horas. Paula no ha llamado.

Ángel no puede quitarse de la cabeza la voz de aquel chico que le cogió el teléfono cuando la llamó.

Sigue sin poder creer todo lo que está pasando: la borrachera, Katia, la noche fuera de casa, la llamada… ¡Cómo le gustaría retroceder un día y volver a La casa del Relax con Paula! O tal vez dos y regresar a la noche en la que se besaron por primera vez. Como en aquella película de Bill Murray y Andie Mac-Dowell, Atrapado en el tiempo, en el que el protagonista siempre le despierta a las seis de la mañana del dos de febrero, el día de la marmota. Ángel pediría empezar la historia desde su llegada al Starbucks y terminarla en la despedida después de aquel baño relajante, y que eso se repitiese una y otra vez, cada día de su Vida.

Pero esas cosas únicamente suceden en las películas y en los sueños, quizá en alguna novela también. Está casi anocheciendo. Lleva todo el día dándole vueltas al asunto. No ha hecho nada de lo que tenía previsto del trabajo para hoy.

¿Y si no le ha llamado porque ha pasado todo el día con ese chico? No, eso no puede ser. Seguro que habrá alguna razón que lo explique. Llamará.

Casi anocheciendo, ese día de marzo, en otro punto de la ciudad.

Paula llega a casa. Se da una palmotada en la frente: ¡no ha llamado ni siquiera para avisar de que no iba a comer! Estaba tan concentrada con los cuadernos y pensativa con el tema de Ángel que se le ha pasado por alto. Se teme otra charla como la de ayer o una bronca como la del jueves.

Pero nada de eso ocurre. Es extraño. Sus padres no la someten a la habitual tanda de preguntas ni le sueltan ningún sermón. Se limitan a sonreírle y a preguntarle qué tal lleva el examen de Matemáticas. La chica contesta sorprendida y después sube a su habitación. Lo que ella no sabe es que minutos antes…

Paco: "¿Dónde se ha metido esta chica? Ni ha llamado para decir que no venía a comer".

Mercedes: "Ha ido a estudiar con Miriam y con su hermano Mario. No te preocupes".

Paco: "¿Mario? ¿Hay un chico de por medio en esto? ¿Tú crees que él puede ser…?".

Mercedes: "No lo sé, quizá. Ya nos lo contará".

Paco: "¿Ufff?"

Mercedes: "No te preocupes, estará al llegar. Llevo todo el día pensándolo y creo que a lo mejor la estamos presionando demasiado".

Paco: "¿Que la presionamos demasiado? Pero si solo tiene dieciséis años… ¡Es una cría!".

Mercedes: "Ya no es tan cría: el sábado cumple diecisiete. Recuerda qué hacíamos tú y yo ya con esa edad…".

Paco lo piensa y se echa las manos a la cabeza.

Paco: "Voy a llamarla ahora mismo".

Mercedes: "No, no lo hagas. Eso será peor. Parecerá que la queremos controlar".

Paco: "Es que tenemos que controlarla un poco. Es una niña. No puede hacer lo que quiera y cuando quiera. También tiene responsabilidades…".

Mercedes. "Paula no es tonta. Y es una buena chica. Pero si estamos todo el día diciéndole lo que tiene o no tiene que hacer, se rebelará más".

Paco: "Y entonces, ¿qué propones tú? ¿Que no le digamos nada?".

Mercedes: "Tampoco es eso. Pero dejemos que tome sus decisiones… Si comete un error grave, pues intervendremos. Quizá nos cuente más cosas si ve que confiamos en ella".

El marido guarda silencio unos segundos. Solo espera que su hija no esté en esos momentos haciendo lo que él hacía con su edad.

Paco: "Está bien. No me gusta demasiado la idea, pero te haré caso".

La mujer se acerca sonriente y besa a su esposo en la comisura de los labios.

Mercedes: "Es lo correcto".

Y, tras besarle de nuevo, sube las escaleras ante la atenta mirada irritada de su marido.

Paula llega a su habitación y lo primero que hace es quitarse los zapatos. Está molida.

"Me parece que el Sugus de piña se queda esta noche en casita", piensa, mientras se mira las plantas de los pies y los talones hinchados.

Sin noticias de Ángel. Suspiros. No debe llamarle, pero está llegando al límite.

Conecta el PC pensando que quizá esté ahí, en el MSN, como los dos últimos meses.

No. Solo están sus amigas. Rápidamente es invitada a una charla múltiple. Acepta.

Es el comienzo de una interesante noche de confesiones.

Capítulo 15

Ese día de marzo, por la noche, en un lugar de la ciudad.

Lleva todo el día dándole vueltas a la conversación telefónica de la mañana. Incluso se ha tenido que convencer de que no había sido un sueño. No. Paula, realmente, le había llamado. De eso no había duda, aunque estaba recién levantado. Sin embargo, Mario no está del todo seguro de si ha interpretado bien lo que la chica le había querido decir al final de la llamada.

¿Realmente van a verse cada día por las tardes durante toda la semana para estudiar Matemáticas? Eso era lo que había dicho ella, ¿no? Sí, era eso, ¿verdad? Pero ¿por qué tenía tantas dudas entonces? Quizá por su falta de seguridad; quizá porque no confía en sí mismo, quizá porque está enamorado de Paula y no podía imaginarse que pudiera pasar algo así… Quizá porque se está volviendo loco.

Su cabeza no puede dejar de pensar, funciona a mil por hora: un millón de imágenes, palabras, hipótesis, conjeturas.

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