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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (30 page)

Camina despacio, disfrutando de la vida. Se siente mejor. No quiere recordar las lágrimas ni las tristes letras de todas las canciones que ha escuchado en las últimas semanas. Tampoco quiere pensar en aquellas malditas flores ni en el beso que Paula se dio con aquel tipo tan guapo. Lleva mucho tiempo sufriendo en silencio, se merece su oportunidad. Necesita seguridad en sí mismo, algo que le falta casi siempre, pero para lo que ahora está preparado.

—¡Eh! ¿En qué piensas? —una voz femenina le sorprende.

Diana está a su lado. Ni se ha dado cuenta de que lleva caminando unos segundos detrás.

—¡Ah! Hola. En nada.

—Pues parecías concentrado en algo. Tienes una cara muy rara. ¿Estás enfermo?

"¿Qué pretende la salida esta?", se pregunta Mario. Es la primera vez que coinciden en la salida del instituto. Normalmente, ella es de las primeras en huir de clase mientras Mario se toma siempre su tiempo: coloca los libros en orden, examina que no se le ha olvidado nada y entonces, cuando la mayoría se ha marchado, es cuando sale del aula.

¿Qué hace acompañándole hoy?

—No. Estoy algo cansado —contesta tratando de ser educado.

—¿No has dormido bien?

—Casi ni he dormido, para ser más exactos.

—A saber qué habrás estado haciendo —dice ella, burlona.

Mario no entiende nada. ¿Desde cuándo se toma aquella chica tantas confianzas con él? No le hace ninguna gracia, pero se reprime. No le va a aguar su momento. Nada ni nadie van a importunarle. ¡Falta tan poco para su cita con Paula!

—Nada interesante.

—¡Huy, chico, qué soso estás!

Diana lo mira de perfil mientras andan juntos. Es cierto, es mono. Claramente se está haciendo el interesante con ella. Típica postura de algunos chicos que no quieren reconocer lo que sienten. Se hace el duro.

"¿Y esta, de qué va? Seguro que tiene ganas de bronca o de meterse con alguien y me ha tocado a mí", piensa Mario.

—Ya te he dicho que estoy un poco cansado. Además, yo soy soso de por sí.

—¡Venga ya! No eres tan soso. Tienes tu tipo de humor. Es complicado seguirte, pero bueno…

La chica se ríe. Mario sigue sin comprender. ¿Aquello era un piropo?

—No sé.

—Oye, ¿qué se siente al ser tan listo?

—¿Perdona?

—Pues eso. Creo que eres el tío más listo de la clase. Sacas unas notazas increíbles. Yo, por el contrario, estaré contenta si paso de curso. No soy nada inteligente. Me pregunto qué se siente al sacar esas notas.

—No creo que sea cuestión de ser listo o no. Tiene más que ver en el tiempo que le dedicas a estudiar. Hay que currárselo un poco, tampoco es tan complicado.

—¡Qué dices! Es dificilísimo todo lo que damos. No me entero de nada.

Mario sonríe. Diana asumiendo una debilidad… No había hablado nunca mucho con ella, pero era la primera vez que aquella chica no parecía una hormona con vaqueros.

—Eso es porque no prestas mucha atención en clase. Siempre estáis haciendo el tonto en la esquina.

—¡Ah! Así que te fijas en nosotras, ¿eh?

Diana sonríe picara. Mario está punto de contestarle que cada día sus ojos están clavados permanentemente en una de las cuatro alborotadoras de la clase.

—Es que montáis unos escándalos…

—Somos las Sugus. Es nuestra misión: ser difíciles de tragar.

Sin darse cuenta, ambos han caminado parte de su recorrido juntos. Han intercambiado sonrisas, pero llega el momento en el que se tienen que separar. Mario la mira. Sí, definitivamente, esa chica parece otra cuando se toma las cosas más o menos en serio. Diana nota cómo la mira. Cada vez está más segura que aquel chico siente algo.

—Bueno, me voy por ahí —dice él señalando una bocacalle que se desvía del camino de ella.

—Y yo sigo por aquí.

La situación es incómoda para los dos. Deben despedirse y ninguno sabe cómo hacerlo. No existe la confianza suficiente para darse dos besos, pero se han acompañado mutuamente durante buena parte del trayecto de vuelta a casa.

—Pues mañana nos vemos en clase.

—Vale. No estudies demasiado.

—Y tú estudia algo.

Ambos ríen. Diana como pocas veces, con inocencia. Ha dejado a un lado su coraza de tía dura. Mario ha cambiado un poco su concepto sobre ella. No es tan desagradable como creía.

Sin decir nada más, cada uno sigue su camino despidiéndose con la mano tímidamente.

Capítulo 35

Esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

—¿Lo besaste? ¿Y qué más?

—Nada más.

—¿Cómo que nada más? ¿Y él, cómo reaccionó?

—No reaccionó. Estaba dormido.

Katia hace un gesto de fastidio. Su hermana la contempla pensativa. Sabe perfectamente lo que está sintiendo. Al final ha sido peor el remedio que la enfermedad. Ella había provocado que Ángel pasara la noche en el hospital con buena intención para que se quedaran a solas, de noche, en la misma habitación. Creía que la atracción que aparentaban tener el uno por el otro haría el resto. Y sin embargo, se equivocó, y su hermana está más decaída ahora.

Las dos caminan juntas. Alexia ha ido a buscarla cuando le han dado el alta. Con la ayuda de los gerentes del hospital han conseguido salir sin levantar demasiada expectación y esquivar a los medios de comunicación que esperaban en la puerta principal.

—¿Y ahora qué vas a hacer?

—Olvidarme de él. Está claro que ese chico no es para mí.

—¿Te vas a rendir tan pronto?

—No es que me rinda, Alexia. Es que él no siente nada por mí.

—¿Cómo sabes eso? Yo creo que le gustas. Si no, ¿por qué acudió al hospital interesándose por ti?

—Porque es un buen chico. Pero nada más.

—Si hacéis muy buena pareja… No pierdas la esperanza tan pronto.

Katia suspira. Su intención es la de no volver a ver a Ángel. No puede dejarse llevar por todo ese conglomerado de sentimientos.

—Está decidido. Lo mejor tanto para él como para mí es que no nos volvamos a ver.

—No seas tan radical, hermana.

—En estos temas hay que serlo. Solo es un chico. Uno más. Vendrá otro.

Aunque intenta convencerse a sí misma, sus palabras van acompañadas de tristeza y melancolía. Quiere creer lo que dice, dejar de pensar en él, pero no es tarea fácil. Desde hace cuatro días, él es su vida. ¿Cómo ha podido llegar a eso? No lo entiende. Es incapaz de comprender cómo Ángel la ha conquistado de tal manera que no existe nada más en el mundo. Eso tiene que acabar.

Alexia está preocupada. Su hermana es dura, pero la ve titubear. Está pasándolo mal. Lo sabe. Son hermanas y nadie mejor que ella puede adentrarse en sus sentimientos y comprenderlos.

Aquel chico no es uno cualquiera, no es uno más, como quiere hacerle creer Katia. Quizá en esta ocasión sí sea lo mejor cortar por lo sano.

Sin embargo, ni una ni otra sospechan lo que sucederá más adelante.

Esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Pasea su lengua por la comisura de los labios rebañando una traviesa gota de mayonesa que se ha extraviado en el anterior mordisco al sándwich vegetal. El hombre que está enfrente la mira disimuladamente. En realidad, no ha dejado de observarla en toda la mañana. Es su profesor. Cuando le anunciaron que tenía que dar clases en aquel aburrido curso sobre liderazgo en la empresa, jamás pensó que se encontraría con una alumna como esta. Tres meses con aquella jovencita espectacular sentada en primera fila… Y, si iba así vestida en marzo, con el frío que hacía todavía, cómo iría en junio, con el verano a la vuelta de la esquina…

Irene está terminando de comer en una cafetería cercana al aula donde tiene las clases. Deja el pequeño trozo de sándwich que le queda sobre el envoltorio de plástico, agarra su vaso y absorbe delicadamente la Coca Cola por una pajita verde. Sabe que la miran, pero le da igual. Está acostumbrada a levantar expectación. Además, ese tipo cincuentón que no le quita ojo es su profesor. Si juega bien sus cartas, tendrá una gran calificación cuando acabe el curso.

Está en el descanso del mediodía. Aún le quedan otras tres horas de clase por la tarde. Así, de lunes a viernes durante noventa días. Pero merecerá la pena. Todo lo que sea por estar cerca de Álex.

Descruza las piernas y las cruza hacia el otro lado. La izquierda sobre la derecha. Oye toser y sonríe. El profesor se ha atragantado. Igual ha visto algo que no esperaba.

¿Cuál puede ser la clave para seducir a su hermanastro?

Hasta el momento solo ha tonteado y flirteado con él, pero quiere más. Quiere que sea suyo, desea que se enamore perdidamente de ella y haga caso omiso de cualquier tipo de comentarios que puedan surgir alrededor. No tienen la misma sangre aunque pertenezcan a la misma familia.

Debe tener paciencia. A Álex las cosas no le gustan demasiado precipitadas. Irá actuando poco a poco, cociendo a fuego lento sus planes hasta que el chico no pueda más y se lance a sus brazos, y no se detenga ahí sino que necesite más.

Irene se estremece con la idea. Incluso se retuerce en la silla por un escalofrío. Lo conseguirá, no tiene dudas, aunque tenga que pasar por encima de cualquiera que se interponga en su camino.

Da el último bocado al sándwich vegetal. El profesor continúa disimulando, pero sus ojos se pierden en sus piernas y su escote. Irene vuelve a sonreír para sí. Lentamente, se sacude con cierta gracia las manos y chupa la yema de su dedo índice eliminando el último rastro de mayonesa, regalándole a aquel hombre unos segundos que no olvidará. La chica espera que tampoco se olvide de aquel instante a la hora de puntuarle en junio.

Se pone tranquilamente de pie y se recompone el vestido negro. Recoge el envoltorio de su comida y lo arroja a una papelera. Exagerando el contoneo de sus caderas, sale de la cafetería sin que su profesor, ahora ya sin ningún disimulo, pierda de vista aquel último momento de seducción. Solo es un ensayo de la verdadera función reservada para la única persona que le roba el pensamiento.

Capítulo 36

Esa tarde de marzo en algún lugar de la ciudad.

―¿Dónde vas?

Miriam se levanta de la mesa. Ha terminado de comer una ensalada Caesar sin salsa y un vaso de agua. Sus padres no llegarán hasta la noche y han tenido que pedir a domicilio al Foster Hollywood. Mario está dando los últimos mordiscos a uno de esos sándwiches de pechuga de pollo.

―Por ahí, con estas…

―¿Con qué estas?

Por un momento, el chico piensa que Paula también ha quedado con ella y se ha olvidado por completo de su "cita" con él.

Miriam enarca una ceja y sonríe para sí. Le ha dado fuerte con Diana. Cuando ha llegado a casa ha recibido una llamada de su amiga contándole cómo su hermano la había acompañado después del instituto. Es cuestión de tiempo que se conviertan en pareja.

―Pues con quién va a ser… Con Cris y con Diana ―dice, remarcando a propósito el nombre de la segunda.

―Ah. Vale. Bien. Menos mal.

Sus temores se disipan. Claro, ¿por qué Paula se va a olvidar de él? Ella misma fue la que, a la salida de las clases, le recordó que se encontrarían a las cinco para estudiar.

Mira el reloj. Queda poco más de una hora.

―Bueno, hermano, me marcho. Luego vendrá Paula. Ya me contarás lo que le explicas del examen porque yo no tengo ni idea de nada de lo que estamos dando.

―Para variar.

―Qué tontito eres a veces, ¿eh?

―Podrías quedarte si quieres y así también te lo explico a ti.

Mario sabe la respuesta de antemano. Sin embargo, Miriam alza la vista hacia el techo dubitativa. Su hermana es capaz de decir que sí sólo para fastidiar, aunque no

se le pueda estar pasando por la cabeza que él lleva esperando desde el sábado a que llegue ese momento.

―Menor no ―termina contestando, para alivio de su hermano, que disimula su satisfacción. Ha estado a punto de meter la pata.

―Como quiera. Pásalo bien.

―Tú también.

La chica se acerca para darle un beso, pero enseguida se arrepiente al observarle un poco de ketchup en los labios. Sale de la cocina e instantes después se escucha cómo la puerta de la calle se abre y, a continuación se cierra.

Mario está solo. A una hora de su ansiada velada con Paula.

Justo en ese momento, esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Las cuatro.

Está tumbada en la cama. Boca abajo, dando golpecitos con los pies en el colchón. Tiene las manos apoyadas en la barbilla y mira impaciente el teléfono móvil. Ángel podría llamarla para disculparse por ausentarse antes, cuando estaban hablando por el MSN. O Álex, para continuar aquella charla empezada en el ordenador y explicarle algo más sobre el libro y los cuadernillos.

En cierto modo son parecidos: responsables, inteligentes, guapos, maduros. Ninguno de los dos se parece a uno de esos chicos de su edad, que solo piensan en el sexo, que dicen tonterías a todas horas y que presumen de lo que no tiene. Ángel y Álex han pasado ya por esa época. O quizá nunca fueron así. No se imagina ni a uno ni a otro subiéndose por las paredes a los dieciséis años en un ataque de hormona.

Tiene puesta la radio suena
No hay nadie como tú
, de Calle 13. Tatarea el estribillo una y otra vez y nueve sus hombros al son de la música: "No hay nadie como tú, mi amor".

Se pregunta si habrá alguien como Ángel. Su amor. No. Por supuesto que no.

Pero puede que la respuesta no sea tan sencilla. Y no comprende por qué en su mente aparece Álex.

En otro lugar de la ciudad, esa tarde de marzo.

Las manecillas del reloj del salón marcaban las cuatro y cuarto. ¿Por qué le pican tanto los ojos? Mario termina de fregar los vasos, platos y cubiertos de la comida. Si

viene Paula, todo tiene que estar perfecto. Se seca las manos con un trapo y, nervioso, vuelve a comprobar la hora. Aquellos cuarenta y cinco minutos se le harán eternos.

Abre el frigorífico. Bien, hay zumo de naranja, por si le apetece algo fresquito; leche por si quiere un café o un Cola de Cao, y también hay Coca Cola y Fanta de naranja. Todo está controlado por esa parte.

¿Y ahora?

Cambiarse de ropa. No puede recibirla con la misma con la que le ha visto en el instituto.

Sube a su habitación. Abre el armario y examina su vestuario: camisetas, pantalones, camisas, jerséis. ¡Uff! Nada le gusta, todo está anticuado. Eso le pasa por no salir con chicas…

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