A saber si habrá visto mi gesto suspendido, si se habrá dado cuenta. Quiero decir que, no sé por qué, me esperaba más de ella. Clod es muy buena con el ordenador, pero, sin embargo, se trata de un CD hecho en serie. O sea, ¡que se lo ha grabado a todos, no sólo a mí! Es como esa gente que manda los mismos mensajes de felicitación a todos sus amigos. ¡Los odio! Bueno, este año Clod se ha gastado mucho dinero, pero ¿por qué ahorra justamente conmigo? En mi opinión, es en el preciso momento en que estás a punto de comprar un regalo cuando de verdad te das cuenta de lo mucho que quieres a una persona. ¡Cuanto más la quieres, menos ahorras! ¡Sea como sea, tengo miedo de no haber sabido fingir!
—¿Qué pasa? ¿No te ha gustado?
—¿Bromeas? Es que no veo nada de Elisa… Algo del estilo
Un senso di te
.
—Oh, ¿sabes que pensé que te gustaría? ¡El problema es que la bajé tarde y ya no cabía!
—No importa, ¡es precioso de todos modos!
Clod vuelve a sonreír ufana y acaba de desenvolver el suyo.
—¡Nooo! ¡Es genial! ¡
Chocolat
, me encanta! He querido verla muchas veces y jamás he conseguido ir al cine. Mi madre asegura que se engorda viendo esta película.
Suelto una carcajada.
—¿Y esto qué es? —Lee la tarjeta—: «En lugar de las palomitas, para saborear bien la película». —Acaba de abrirlo—. ¡Bombones! ¡Mmm, qué ricos! —Gira la caja entre las manos—. Chocolate negro fondant, setenta por ciento de cacao. ¡¡¡¡Deben de ser una bomba!!!! ¡Esta noche los devoraré mientras la veo! ¡Gracias!
Y me abraza y me besa. Es tan blandita y huele tan bien…, me refiero a Clod, que parece un peluche viviente. Le devuelvo contenta el abrazo pensando que me gustaría sentir el mismo entusiasmo por su CD. Pero, aun a mi pesar, no lo logro. ¿Qué puedo hacer? Bueno, al menos no soy una hipócrita.
—Gracias…, tu CD también me ha gustado mucho. —Antes de acabar de formular un pensamiento ya me estoy contradiciendo a mí misma.
En cualquier caso, he de decir que los regalos que he recibido en los días sucesivos de Gibbo, de Filo, e incluso de Alis, algo increíble, tampoco han sido nada del otro mundo. Parece ser que a todos les ha dado por apretarse el cinturón. Por ejemplo, Gibbo me ha regalado un pequeño álbum fotográfico con una vieja foto de nosotros en clase, durante el primer año. Una fotografía triste a más no poder, para más inri. Filo me ha obsequiado con un pasador para el pelo, y Alis con una pequeña bolsa con cremallera que, la verdad, no sé para qué me podrá servir. Me ha sentado mal, en serio, tremendamente mal, y no sé hasta qué punto he sabido disimularlo. Creo que se han dado cuenta. En parte porque, cuando he abierto el regalo de Alis, que era sobre el que más expectativas tenía, debo de haber puesto una cara increíble, y me ha dado la impresión de que Filo, Gibbo y Clod, que estaban presentes, se reían incluso de mí. Después, todos han recuperado la compostura.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta?
—No, no, es muy mona…
Y así, todo ha vuelto a la normalidad. Sin embargo, no sé cómo, notaba que me miraban de una manera extraña. Debo de haber puesto una cara de absoluta decepción, porque se han percatado con mucha facilidad. No obstante, la verdad es que se trataba de otra cosa: se reían por otra razón.
Nochebuena. Estamos todos sentados a la mesa. Han venido también Rusty James, los abuelos Luci y Tom y mi abuela paterna, Virginia. Además están mis padres, y Ale. Estamos cenando de maravilla. Mi madre ha preparado unos platos fantásticos: pasta al horno, gambas y pescados de todo tipo, y una lubina grande aderezada con una mayonesa que está para chuparse los dedos. La ha hecho mi madre, con sal y mucho limón, y lo que cuenta es que no la ha comprado. En fin, ¿sabes cuando comes tanto que mientras lo haces piensas ya en el ejercicio que te tocará hacer para perder los kilos que te estás echando encima? Pues bien, peor aún. De repente, llaman a la puerta. Mi madre parece muy sorprendida.
—¿Quién será?
—¿Qué hora es?
—Es casi medianoche.
Ale, como de costumbre, genio y figura hasta la sepultura:
—Entonces será Papá Noel.
Rusty James esboza una sonrisa.
—Yo no espero a nadie.
Intervengo divertida:
—Yo tampoco. —Sin saber hasta qué punto me estoy equivocando.
Mi padre va a abrir y pasado un segundo los veo entrar en nuestro pequeño salón. Están todos: Gibbo, Filo, Clod y Alis. Y, de repente, Gibbo se hace a un lado y él aparece tambaleándose ligeramente.
—¡No me lo puedo creer!
Me levanto de la silla con un grito.
—
¡Joey!
Me acerco a mis amigos corriendo y abrazo al pequeño perro, regordete y asustado.
—¡Chiquitín! —Lo aprieto contra mi pecho y le revuelvo el pelo de la cabeza resoplando, abrazándolo aún más fuerte—, ¿Qué ha pasado? ¿Se ha escapado de casa de tu prima y ha venido a la mía? ¡Ha querido venir justamente aquí! —Lo aparto un poco para mirarlo—. ¡Pero si es que no se puede ser más mono!
Mis amigos sonríen al comprobar el enorme entusiasmo que siento, esta vez de verdad. Y luego me lo dicen todos al unísono:
—¡Feliz Navidad, Caro!
De repente lo entiendo.
—¿De verdad? ¡No me lo puedo creer!
Gibbo lo acaricia.
—Qué prima ni qué ocho cuartos, si ni siquiera tengo apenas relación con ella… Lo compramos para ti. Feliz Navidad, Caro.
—Sí, feliz Navidad.
—Felicidades a nuestra Caro. —Filo me abraza, y después Clod y, al final, Alis se acerca a mí. Me sonríe, se encoge ligeramente de hombros, parece un poco cohibida, pero después me abraza con todas sus fuerzas y me susurra al oído—: De parte de todos nosotros, te queremos mucho.
Y casi me echo a llorar. Me arrodillo junto a
Joey
. Es mi sueño, es justo lo que deseaba. Por fin estás aquí,
Joey
. Y él, como si entendiese cuánto tiempo lo he deseado, apoya su patita sobre mi rodilla. Y casi me avergüenzo de la emoción que siento. Lo sabía, las lágrimas empiezan a deslizarse por mis mejillas… Mi madre se da cuenta y, como de costumbre, corre en mi ayuda.
—Chicos, ¿queréis algo? No sé, puedo ofreceros una Coca-Cola, o algo de comer. Hay galletas…
—No, no, gracias, señora, tengo que volver a casa.
—Yo también.
—Y yo, mis padres me están esperando abajo para ir a misa.
Y del mismo modo que han aparecido, guapos y risueños, mis amigos se marchan por la escalera, corriendo, empujándose de vez en cuando, armando un poco de jaleo. Gibbo me hace una última advertencia.
—Trátalo bien, te lo ruego. Necesitará una semana más o menos para adaptarse a tu casa. Y al principio los perros, para ubicarse, se mean en todas las esquinas!
Y él también escapa por la escalera. Pues sí. Mi casa es tan pequeña que se acostumbrará en seguida. Son encantadores.
La abuela Luci y el abuelo Tom me miran mientras sigo estrechando a
Joey
entre mis brazos. Ale también se acerca y lo acaricia.
—Hay que reconocer que es precioso— Pero ¿lo elegiste tú?
—Gibbo me lo hizo elegir en la perrera fingiendo que era para su prima. ¡Y yo me lo tragué!
Mi padre dice entonces la cosa más terrible que se le podría haber ocurrido.
—Bueno, sea como sea, yo no quiero aquí dentro a ese bastardo.
—¿Cómo que no, papá? Es mi regalo.
—Sí, pero acabas de decir que lo han sacado de la perrera. Podría estar enfermo.
Mi madre interviene.
—Lo llevaremos a un veterinario, le pondremos las vacunas que haga falta.
—Aun así, aquí ya estamos como sardinas en lata, sólo nos faltaba un perro.
Me entran ganas de echarme a llorar, pero no quiero que me vean, de manera que huyo a mi habitación con
Joey
. Y desde allí los oigo discutir. Alguno lo hace a voz en grito. Oigo a mis padres, también a Rusty James, todos hablan pero no entiendo lo que dicen. De repente me siento sola, de una manera muy extraña. Abrazo a
Joey
y mi sentimiento es entonces de felicidad, sólo que a la vez apenas puedo contener el llanto. Me gustaría ser ya mucho mayor y tener una casa para mí sola, lejos de aquí, donde poder hacer lo que me viniese en gana, invitar a mis amigos y poder quedarme con
Joey
. Jamás invitaría a mi padre. Jamás. Lo odio. ¿Cómo se puede ser tan malvado? Me quedo dormida mientras pienso en eso.
Cuando me despierto a la mañana siguiente estoy en pijama. Mi madre debió de ponérmelo. Yo no me acuerdo de nada. Sin perder un segundo me pongo a buscar desesperadamente por la habitación y por suerte él está ahí, en un rincón, dentro de una pequeña cesta, encima de una manta celeste que, según recuerdo, yo también usaba cuando era niña.
Joey
duerme todavía o, mejor dicho, dormita, porque ha abierto un ojo y me ha mirado.
He hablado con mi madre. Mi padre es muy estricto. Ha dicho que no quiere ver a
Joey
por casa cuando vuelva.
—¿Tengo que devolverlo a la perrera, mamá? ¡Pero si es un regalo de mis amigos! Incluso hicieron una donación por él.
Mi madre sonríe mientras friega los platos.
—Quizá haya una solución. Rusty James me ha dicho que lo llames, que él se lo quedará. ¿Te parece bien?
No, no me parece bien. En cualquier caso, es mejor que nada, pero no se lo digo. Permanezco en silencio y me voy a mi habitación.
Hoy es el primer y el último día de
Joey
en casa y quiero pasarlo a solas con él.
Por la tarde. He estado en casa de R. J. Ha comprado una caseta fantástica, y encima de ella ha escrito el nombre de
Joey
con unas letras de madera rojas con los bordes azules. Ha puesto una manta dentro y un cuenco fuera. Ha comprado varios paquetes de galletas para perros. En fin, que ha pensado en todo. O, al menos, en casi todo. Aun así, yo no quiero abandonar a
Joey
.
—Pero, Caro, podrás venir cuando quieras, él siempre estará aquí conmigo. Aquí tiene más espacio, puede pasear cuando quiera ahí fuera, en el prado; en casa se habría sentido agobiado. Tienes que convencerte de que aquí estará mucho mejor…
—Puede, pero ya lo echo de menos.
Rusty me sonríe, coge el móvil y pulsa una tecla.
—Hola, mamá, ¿puede quedarse Caro a cenar conmigo? —dice en cuanto le responde mi madre. Pausa—. Sí, claro…, yo la acompañaré… Vale… Sí… No… No llegaremos tarde…
Después cuelga y sonríe. En ocasiones, Rusty tiene la capacidad de hacer que las cosas parezcan muy sencillas. Se arrodilla y acaricia a
Joey
, le revuelve el pelo y a éste parece divertirle. Ya está, lo sabía, se han hecho amigos en un abrir y cerrar de ojos. Me siento un poco celosa. Pese a ello, quizá R. J. sea la persona más adecuada para hablar. Lo intentaré, venga.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
R. J. deja de acariciar a
Joey
y me mira.
—Dime…
—Si te dijesen que una chica ha besado a cuatro chicos sin que, en realidad, le importase mucho ninguno, ¿tú qué pensarías de ella?
—¿Cuántos años tiene?
—Bueno, es un poco mayor que yo, unos quince.
R. J. esboza una sonrisa. Creo que se lo huele.
—Bueno, digamos que es una chica… un poco fácil.
—¿En serio? ¿De verdad piensas eso? ¿Y sí te dijese que lo hizo como si se tratase de un juego…?
—Con ciertas cosas no se juega.
Me quedo pensativa por un momento.
—Ya. —Me callo, y a continuación le pregunto—: Pero ¿tú te enamorarías de una chica así?
—Espero que no, pero por desgracia son precisamente las chicas como ésa las que luego te hacen perder la cabeza… ¡Venga, vamos,
Joey
! —Echa a correr y cruza la pasarela—. Venga,
Joey
, ven.
Joey
lo sigue por el muelle ladrando, corriendo y saltando detrás de él, dando vueltas a su alrededor. R. J. tiene razón. Creo que ya no besaré a nadie más excepto a Massi, siempre y cuando lo encuentre, claro está. Luego los miro. Parecen dos amigos perfectos. Y a mí me gustaría sentirme feliz por eso, el problema es que ya añoro a
Joey
. ¿Por qué no se puede ser feliz cuando uno es pequeño? ¿Acaso hace falta ser adulto para poder realizar todos tus sueños? ¿Es por eso por lo que incluso mis amigas tienen tanta prisa por crecer? Al final me doy cuenta de que no soy capaz de encontrar ninguna respuesta a todas esas preguntas. De manera que también echo a correr detrás de ellos. Parecemos tres idiotas, pero, por un instante, me siento inmensamente feliz.
—Venga, ven aquí,
Joey
.
Corro, río y salto con
Joey
, nos hacemos fiestas y corremos también con Rusty, y yo me siento tan libre que hasta he dejado de pensar. Quizá los adultos se sientan precisamente así.
Tengo que empezar a hacer los deberes. Comienzo con italiano: comentario sobre la película que vimos antes de las vacaciones.
Persépolis
. Nunca sobre
High School Musical
, ¿eh? Mientras tanto, escucho
La distanza
de Syria, y se la dedico a
Joey
… Luego me toca comentar el soneto
Alla sera
, de Poscolone, como lo llama Gibbo. ¡Yujuuuu! ¡Qué marcha!…
Al final, todo se arregla, sólo que a veces no consigues entender por qué algunas cosas no encajan de ninguna manera. Quiero decir, la historia de Lele sigue siendo un misterio para mí. Después de aquellos besos y del ridículo que hicimos con la señora Marinelli delante del portón, no volvimos a vernos. Y no porque sucediera algo o porque estuviéramos tratando de evitar algún tipo de aclaración. Simplemente porque sus padres son de Belluno y el día de Nochebuena se marcharon todos allí, la familia al completo. Cuando volvió, el 28, me trajo dos regalos preciosos.
—Ten, Caro, ábrelo.
De manera que desenvuelvo sin vacilar el paquete naranja con el lazo de un tono más claro y una bonita estrella de Navidad en lo alto.
—No…, ¡es ideal! —Un vestido para jugar a tenis, le doy vueltas en la mano. Es de la marca Nike, blanco, con rayas azul cielo muy claro en los costados. Me lo apoyo contra el cuerpo—. ¡Es precioso! Y, además, creo que has acertado con la talla.
Miro la etiqueta. ¡Caramba! Ha olvidado quitar el precio y ha pagado una pasta. Pero eso no se lo digo. Sólo tengo una duda, y ésa sí que no logro callármela.
—Pero ¿por qué un vestido para jugar a tenis? ¿No te gusta el que tengo?