Cartas Marruecas (16 page)

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Authors: José Cadalso

Tags: #Ensayo,Clásico

Carta LXI

Del mismo al mismo.

En esta nación hay un libro muy aplaudido por todas las demás. Lo he leído, y me ha gustado sin duda; pero no deja de mortificarme la sospecha de que el sentido literal es uno, y el verdadero es otro muy diferente. Ninguna obra necesita más que ésta el diccionario de Nuño. Lo que se lee es una serie de extravagancias de un loco, que cree que hay gigantes, encantadores, etcétera; algunas sentencias en boca de un necio, y muchas escenas de la vida bien criticada; pero lo que hay debajo de esta apariencia es, en mi concepto, un conjunto de materias profundas e importantes.

Creo que el carácter de algunos escritores europeos (hablo de los clásicos de cada nación) es el siguiente: los españoles escriben la mitad de lo que imaginan; los franceses más de lo que piensan, por la calidad de su estilo; los alemanes lo dicen todo, pero de manera que la mitad no se les entiende; los ingleses escriben para sí solos.

Carta LXII

De Ben-Beley a Nuño, respuesta de la XLII.

El estilo de tu carta, que acabo de recibir, me prueba ser verdad lo que Gazel me ha escrito de ti tan repetidas veces. No dudaba yo que pudiese haber hombres de bien entre vosotros. Jamás creí que la honradez y rectitud fuese peculiar a éste o a otro clima; pero aun así creo que ha sido singular fortuna de Gazel el encontrar contigo. Le encargo que te frecuente, y a ti que me envíes una relación de tu vida, prometiéndote que te enviaré una muy exacta de la mía, pues a lo que veo somos tales los dos, que merecemos mutuamente tener un perfecto conocimiento el uno del otro. Alá te guarde.

Carta LXIII

Gazel a Ben-Beley.

Arreglado a la definición de la voz política y su derivado político, según la entiende mi amigo Nuño, veo un número de hombres que desean merecer este nombre. Son tales, que con el mismo tono dicen la verdad y la mentira; no dan sentido alguno a las palabras Dios, padre, madre, hijo, hermano, amigo, verdad, obligación, deber, justicia y otras muchas que miramos con tanto respeto y pronunciamos con tanto cuidado los que no nos tenemos por dignos de aspirar a tan alto timbre con tan elevados competidores. Mudan de rostro mil veces más a menudo que de vestido. Tienen provisión hecha de cumplidos, de enhorabuenas y de pésame. Poseen gran caudal de voces equívocas; saben mil frases de mucho boato y ningún sentido. Han adquirido a costa de inmenso trabajo cantidades innumerables de ceños, sonrisas, carcajadas, lágrimas, sollozos, suspiros y (para que se vea lo que puede el entendimiento humano) hasta desmayos y accidentes. Viven sus almas en unos cuerpos flexibles y manejables que tienen varias docenas de posturas para hablar, escuchar, admirar, despreciar, aprobar y reprobar, extendiéndose esta profunda ciencia teórico-práctica desde la acción más importante hasta el gesto más frívolo. Son, en fin, veletas que siempre señalan el viento que hace, relojes que notan la hora del sol, piedras que manifiestan la ley del metal y una especie de índice general del gran libro de las cortes. ¿Pues cómo estos hombres no hacen fortuna? Porque gastan su vida en ejercicios inútiles y vagos ensayos de su ciencia. ¿De dónde viene que no sacan el fruto de su trabajo? Les falta, dice Nuño, una cosa. ¿Cuál es la cosa que les falta?, pregunto yo. ¡Friolera!, dice Nuño: no les falta más que entendimiento.

Carta LXIV

Gazel a Ben-Beley.

A muy pocos días de mi introducción en algunas casas de esta corte me encontré con los tres memoriales siguientes. Como era precisamente entonces la temporada que los cristianos llaman carnaval o carnestolendas, creí que sería chasco de los que acostumbran en semejantes días en estos países, pues no pude jamás creer que se hubiesen escrito de veras semejantes peticiones. Pero Nuño las vio y me dijo que no dudaba de la sinceridad de los que las formaban; y que ya que las remitía a su inspección, no sólo les ponía informe favorable de oficio, sino que como amigo se empeñaba muy eficazmente para que yo admitiese el informe y la súplica.

Si te cogen de tan buen humor como cogieron a Nuño, creo que también las aprobarás. No se te hagan increíbles, pues yo que estoy presenciando los lances aun más ridículos, te aseguro ser muy regulares. Te pondré los tres memoriales por el orden que vinieron a mis manos.

Primer memorial. «Señor Moro: Juana Cordoncillo, Magdalena de la Seda y compañía, apuntadoras y armadoras de sombreros, establecidas en Madrid desde el año de 1748, en el nombre y con poder de todo el gremio, con el mayor respeto decimos a usted: que habiendo desempeñado las comisiones y encargos así para dentro como para fuera de la corte, con general aprobación de todas las cabezas de nuestros parroquianos, en el arte de cortar, apuntar y armar sombreros, según las varias modas que ha habido en el expresado término, están en grave riesgo de perder su caudal, y lo que es más, su honor y fama, por lo escaso que está el tiempo en materia de invención de nueva moda en su facultad, el nobilísimo arte de la sombreripidia.

»Cuando nuestro ejército volvió de Italia, se introdujo el sombrero a la chamberí con la punta del pico delantero tan agudo que a falta de lanceta podría servir para sangrar aunque fuese a una niña de poca edad. Duró esta moda muchos años, sin más innovación que la de algunos indianos que aforraban su sombrero así armado con alguna especie de lanilla del mismo castor.

»El ejercicio a la prusiana fue época de nuestro gremio, porque desde entonces se varió la forma de los sombreros, minorando en mucho lo agudo, lo ancho y lo largo del dicho pico.

»Continuó esto así hasta la guerra de Portugal, de cuya vuelta ya se innovó el sistema, y nuestros militares llevaron e introdujeron otros sombreros armados a la beauvau. Esta mutación dio nuevo fomento a nuestro comercio.

»Estuvimos todas a pique de hacer rogativas porque no se divulgase la moda de llevar los sombreros debajo del brazo, como intentaron algunos de los que en Madrid tienen votos en esta materia.

»Duró poco este susto: volvieron a cubrirse en agravio de los peinados primorosos; volvimos a triunfar de los peluqueros, y volvió nuestra industria a florecer. Quisimos celebrar solemnemente esta victoria conseguida por esta revolución favorable; no se nos permitió; pero nuestro secretario la señaló en los anales de nuestra república sombreril y, señalada que fue, la archivó.

»Cayó esta moda, y se introdujo la de armarse a la suiza, con cuyo producto creímos que en breve circularía tanto dinero físico entre nosotras como puede haber en los catorce cantones; pero los peluqueros franceses acabaron con esta moda con la introducción de otros sombreros casi imperceptibles para quien no tenga buena vista o buen microscopio.

»Los ingleses, eternos émulos de los franceses, no sólo en armas y letras, sino en industria, nos iban a introducir sus gorras de montar a caballo, con lo que éramos perdidas sin remedio; pero Dios mejoró sus horas y quedamos como antes, pues vemos se perpetúa la moda de sombreros armados a la invisible con una continuación y una, digámoslo así, inmutabilidad que no tiene ejemplo, ni lo han visto nuestras antiguas de gremio. Esta constancia será muy buena en lo moral; pero en lo político, y particularmente para nuestro ramo, es muy mala. Ya no contemos con este oficio. Cualquiera ayuda de cámara, lacayo, volante, sabe armarlos, y nos hacemos cada día menos útiles; así llegaremos a ser del todo sobrantes en el número de los artesanos, y tendremos que pedir limosna. En este supuesto, y bien considerado que ya se hacía irremediable nuestra ruina, a no haber usted venido a España, le hacemos presente lo triste de nuestra situación. Por tanto:

»Suplicamos a V. se sirva darnos un cuadernillo de láminas, en cada una de las cuales esté pintado, dibujado, grabado o impreso uno de los turbantes que se usan en la patria de V., para ver si de la hechura de ella podemos tomar modelo, norma, figura y molde para armar los sombreros de nuestros jóvenes. Estamos muy persuadidas que no les disgustarán sombreros a la marrueca; antes creo que los paisanos de V. serán los que tengan algún sentimiento en ver la menor analogía entre sus cabezas y las de nuestros petimetres. Gracia que esperamos recibir de las relevantes prendas de V., cuya vida guarde Dios los años que necesitamos».

Segundo. «Señor marrueco: los diputados del gremio de sastres con el mayor respeto hacemos a V. presente, que habiendo sido hasta ahora la novedad lo que más nos ha dado de comer; y que habiéndose acabado sin duda la fertilidad del entendimiento humano, pues ya no hay invención de provecho en corte de casacas, chupas y calzones, sobretodos, redingotes, cabriolés y capas, estamos deseosos de hallar quien nos ilumine. Los calzones de la última moda, los de la penúltima y los de la anterior ya son comunes; anchos, estrechos, con muchos botones, con pocos, con botoncillos, con botonazos, han apurado el discurso, y parece haber hallado el entendimiento su non plus ultra en materia de calzones; y por tanto:

»Suplicamos a V. se sirva darnos varios diseños de calzones, calzoncillos y calzonazos, cuales se usan en África, para que puestos en la mesa de nuestro decano y examinados por los más antiguos y graves de nuestros hermanos, se aprenda algo sobre lo que parezca conveniente introducir en la moda de calzones; pues creemos que volverán a su más elevado auge nuestro crédito e interés si sacamos a la luz algo nuevo que puede acomodarse a los calzones de nuestros europeos, aunque sea sacado de los calzones africanos. Piedad que desean alcanzar de la benevolencia de V., cuya vida guarde Dios muchos años».

Tercero. «Señor Gazel: los siete más antiguos gremios de zapateros catalanes, con el mayor respeto puestos a los pies de V., en nombre de todos sus hermanos, incluso los de viejo, portaleros y remendones, le hacemos presente que vamos a hacer la bancarrota zapateril más escandalosa que puede haber, porque a más del menor consumo de zapatos, nacido de andar en coche tanta gente que andaba poco ha y debiera andar siempre a pie, la poca variedad que cabe en un zapato, así de corte como de costura y color, nos empobrece.

»El tiempo que duró el tacón colorado pasó; también pasó la temporada de llevar la hebilla baja, a gran beneficio nuestro, pues entraba una sexta parte menos de material en un par de zapatos, y se vendían por el mismo precio.

»Todo ha cesado ya, y parece haber fijado, a lo menos para lo que queda del presente siglo, el zapato alto abotinado, que los hay que no parecen sino coturnos o calzado de San Miguel. A mas del daño que nos resulta de no mudarse la moda, subsiste siempre el menoscabo de una séptima parte más de material que entra en ellos, sin aumentar el precio establecido; por tanto:

»Suplicamos a V. se sirva dirigirnos un juego completo de botas, botines, zapatos, babuchas, chinelas, alpargatas y toda cualesquiera otra especie de calzamenta africana, para saber de ellas las innovaciones que nos parezcan adoptables al piso de las calles de Madrid. Fineza que deseamos deber a V., cuya vida Dios y San Crispín guarde muchos años».

Hasta aquí los memoriales. Nuño, como llevo dicho, los informó y apoyó con toda eficacia, y aun suele leérmelos con comentarios de su propia imaginación cuando conoce que la mía está algo melancólica.

Anoche me decía, acabando de leerlos: —Mira, Gazel, estos pretendientes tienen razón. Las apuntadoras de sombreros, por ejemplo, ¿no forman un gremio muy benemérito del estado? ¿No contribuye a la fama de nuestras armas la noticia de que los sombreros de nuestros militares están cortados, apuntados, armados, galoneados y escarapelados por mano de Fulana, Zutana o Mengana? Los que escriban las historias de nuestro siglo, no recibirán mil gracias de la posteridad por haberla instruido de que en el año de tantos vivía en tal calle, casa número tantos, una persona que apuntó los sombreros a doscientos cadetes de guardias, cuatrocientos de infantería, veintiocho de caballería, ochocientos oficiales subalternos, trescientos capitanes y ciento y cincuenta oficiales superiores. Pues ¡cuánta mayor honra pasa nuestro siglo si alguno escribiera el nombre, edad, ejercicio, vida y costumbres del que introdujo tal o tal innovación en la parte principal de nuestras cabezas modernas; qué repugnancia hallaron en los ya proyectados; qué maniobras se hicieron para vencer este obstáculo; cómo se logró el arrinconar los sombreros que carecían de tal o tal adorno, etc!

Por lo que toca a los sastres, paréceme muy acertada su solicitud, y no menos justa la pretensión de los zapateros. Aquí donde me ves, yo he tenido algunas temporadas de petimetre; habiéndome hallado en la fuerza de mi tabardillo cuando se usaba la hebilla baja en los zapatos (cosa que ya ha quedado sólo para volantes, cocheros y majos), te aseguro que, o sea mi modo de pisar, o sea que llovía mucho en aquellos años, o sea que yo era algo extremado y rigoroso en la observancia de las leyes de la moda, me acuerdo que llevaba la hebilla tan sumamente baja, que se me solía quedar en la calle; y un día, entre otros, que subí al estribo de un coche a hablar a una dama que venía del Pardo, me bajé de pronto del estribo, quedándome en él el zapato; arrancó el tiro de mulas a un galope de más de tres leguas por hora; y yo me quedé a más de media larga de la puerta de San Vicente, descalzo de un pie, y precisamente una tarde hermosa de invierno en que se había despoblado Madrid para tomar el sol; y yo me vi corrido como una mona, teniendo que atravesar todo el paseo y mucha parte de Madrid con un zapato menos. Caí enfermo del sofocón, y me mantuve en casa hasta que salió la moda de llevar la hebilla alta. Pero como entre aquel extremo y el de la última en que ahora se hallan han pasado años, he estado mucho tiempo observando el lento ascenso de las expresadas hebillas por el pie arriba, con la impaciencia y cuidado que un astrónomo está viendo la subida de un astro por el horizonte, hasta tenerlo en el punto en que lo necesita para su observación.

Dales, pues, a esas gentes modelos que sigan, que tal vez habrá en ellos cosa que me acomode. Sólo para ti será el trabajo: porque si los demás artesanos conocen que tu dirección aprovecha a los gremios que la han solicitado, vendrán todos con igual molestia a pedirte la misma gracia.

Carta LXV

Del mismo al mismo.

—Yo me vi una vez, —decíame Nuño no ha mucho—, en la precisión de que me despreciasen por tonto, o me aborreciesen como capaz de vengarme. No tardé en escoger, a pesar de mi amor propio, el concepto que más me abatía. Humilláronme en tanto grado, que nada me podía consolar sino esta reflexión que hice con mucha frecuencia: con abrir yo la boca, me temblarían en lugar de mofarme; pero yo me estimaría menos. La autoridad de ellos puede desvanecerse, pero mi interior testimonio ha de acompañarme más allá de la sepultura. Hagan, pues, ellos lo que quieran; yo haré lo que debo.

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