NORA
.—¡Ya lo verá, ya lo verá!
KROGSTAD
.—¿Debajo del hielo quizá? ¿En el fondo frío y sombrío?… Y más tarde, por la primavera, volver a la superficie, desfigurada., desconocida, sin cabello…
NORA
.—No me asusta usted tampoco.
KROGSTAD
.—Ni usted a mí. Esas cosas no se hacen, señora Helmer. Además, ¿para qué?… De todos modos, la tengo en mi bolsillo.
NORA
.—¿Después, cuando yo ya no…?
KROGSTAD
.—Olvida usted que su memoria estará entonces en mis manos.
(Nora le mira, atónita.)
Oiga; ya se lo he advertido. ¡Nada de tonterías! En cuanto Helmer reciba mi carta, espero tener noticias de él. Y recuerde que es su propio esposo quien me ha obligado a dar este paso. No se lo perdonaré nunca. Adiós, señora.
(Vase por la puerta de la antesala.)
NORA
.—
(Que entreabre la puerta y escucha.)
Se va. No ha dejado la carta. No, no sería posible…
(Abriendo la puerta poco a poco.)
¿Qué es eso? Se ha detenido. No se va. ¿Será que se arrepiente? ¿O será…?
(Se oye caer una carta en el buzón, y luego, los pasos de Krogstad que se pierden por la escalera. Nora, tras de ahogar un grito, vuelve corriendo al velador. Pausa corta.)
En el buzón.
(Se acerca sigilosamente a la puerta de la sala.)
¡Ahí está!… ¡Torvaldo, Torvaldo… no hay salvación para nosotros!
SEÑORA LINDE
.—
(Entrando con el vestido por la puerta de la izquierda.)
No se puede arreglar más. ¿Quieres probártelo?
NORA
.—
(Con voz ronca.)
Cristina, ven aquí.
SEÑORA LINDE
.—
(Dejando el vestido en el sofá.)
¿Qué te pasa? Pareces trastornada…
NORA
.—Ven aquí. ¿Ves esa carta?… Ahí; mira por la abertura del buzón.
SEÑORA LINDE
.—Sí, ya la veo.
NORA
.—Esa carta es de Krogstad.
SEÑORA LINDE
.—¡Nora!… ¿Fue Krogstad quien te prestó el dinero?
NORA
.—Sí. Y a la postre Torvaldo va a enterarse de todo.
SEÑORA LINDE
.—Créeme, Nora; es lo mejor para vosotros dos.
NORA
.—Pero hay más aún: he falsificado una firma…
SEÑORA LINDE
.—¡Por amor de Dios!… ¿Qué dices?
NORA
.—Ahora sólo voy a decirte una cosa, Cristina: quiero que me sirvas de testigo.
SEÑORA LINDE
.—¿De testigo? ¿Qué es lo que…?
NORA
.—Si me volviera loca… lo cual muy bien puede acontecer…
SEÑORA LINDE
.—¡Nora!
NORA
.—O si sobreviniese alguna desgracia que me impidiera estar presente…
SEÑORA LINDE
.—Nora, Nora, ¿has perdido la razón?
NORA
.—Si hubiese alguien que quisiera cargar con toda la culpa, ¿comprendes?…
SEÑORA LINDE
.—Sí; pero ¿cómo se te puede ocurrir…?
NORA
.—Entonces actúa de testigo de que no es verdad, Cristina. No he perdido la razón; estoy en mi pleno juicio. Te digo que nadie ha sabido nada. Yo sola lo hice todo. Acuérdate bien.
SEÑORA LINDE
.—Descuida. Pero no comprendo…
NORA
.—¿Cómo has de comprenderlo? Va a realizarse un milagro.
SEÑORA LINDE
.—¿Un milagro?
NORA
.—Sí, un milagro. Pero es tan terrible… No debe suceder eso por nada del mundo.
SEÑORA LINDE
.—Voy a hablar con Krogstad sin demora.
NORA
.—No vayas; es capaz de hacerte cualquier canallada.
SEÑORA LINDE
.—Hubo un tiempo en que habría hecho por mí lo que fuese.
NORA
.—¿Eh?
SEÑORA LINDE
.—¿Dónde vive?
NORA
.—¡Oh, yo qué sé!… ¡Ah, sí!
(Buscando en el bolsillo.)
Aquí tengo su tarjeta. Pero la carta… ¡la carta!
HELMER
.—
(Llama a la puerta de su despacho.)
¡Nora!
NORA
.—
(Con un grito de espanto.)
¿Qué pasa? ¿Qué quieres?
HELMER
.—Bien, bien; no te asustes. Si no vamos a entrar; has cerrado la puerta… ¿Estás probándote?
NORA
.—Sí… sí, estoy probándome. Ya verás qué bien voy a resultar, Torvaldo.
SEÑORA LINDE
.—
(Después de leer la tarjeta.)
Vive aquí al lado, en la esquina.
NORA
.—Sí; pero es inútil. No hay escape. La carta está en el buzón.
SEÑORA LINDE
.—¿Y tiene la llave tu marido?
NORA
.—Sí, siempre.
SEÑORA LINDE
.—Krogstad ha de buscar un pretexto cualquiera para reclamar la carta antes que sea leída…
NORA
.—Pero da la casualidad de que a esta hora es cuando Torvaldo acostumbra…
SEÑORA LINDE
.—Entretenle mientras voy. Volveré lo antes que pueda.
(Sale a toda prisa por la antesala.)
NORA
.—
(Abriendo la puerta de Helmer y mirando.)
¡Torvaldo!
HELMER
.—
(Desde dentro.)
¡Ya era tiempo de que pudiese uno entrar en su propio salón!… Ven, Rank, vamos a ver…
(A la puerta.)
Pero ¿qué es esto?
NORA
.—¿Qué, Torvaldo?
HELMER
.—Rank me había anunciado una magnífica exhibición del disfraz…
DOCTOR RANK
.—
(A la puerta también.)
Así lo había entendido; pero, al parecer, me he equivocado.
NORA
.—Hasta mañana nadie me verá en todo mi esplendor.
HELMER
.—Querida Nora, ¡qué mala cara tienes! ¿Es que has estado ensayando demasiado el baile?
NORA
.—No, no he ensayado todavía.
HELMER
.—Pues no habrá más remedio…
NORA
.—Sí, Torvaldo, efectivamente. Pero no puedo hacer nada sin tu ayuda: lo he olvidado todo.
HELMER
.—Pronto lo recordaremos.
NORA
.—Oye, Torvaldo: vas a ocuparte de mí. ¿Me lo prometes? Estoy tan inquieta… Esta noche tienes que dedicármela por completo. Nada de negocios, ni siquiera una letra. ¿Eh, Torvaldo?
HELMER
.—Te lo prometo. Esta noche estoy a tu disposición… duendecillo. ¡Hum! el caso es que… antes voy a…
(Se dirige hacia la puerta de la antesala.)
NORA
.—¿Qué vas a hacer?
HELMER
.—Sólo a mirar si han llegado cartas.
NORA
.—No, no, Torvaldo, no vayas.
HELMER
.—¿Por qué?
NORA
.—Por favor, Torvaldo… No hay nada.
HELMER
.—Déjame mirar.
(Intenta salir. Nora se sienta al piano y toca los primeros acordes de la tarantela. Helmer se detiene a la puerta.)
¡Ah!…
NORA
.—No podré bailar mañana si no quieres ensayar conmigo.
HELMER
.—
(Acercándose a ella.)
¿Tanto miedo tienes, querida Nora?
NORA
.—Sí, un miedo atroz. Déjame ensayar al instante; todavía hay tiempo antes de ponernos a la mesa. Siéntate al piano y toca, Torvaldo. Corrígeme y aconséjame como de costumbre.
HELMER
.—Con sumo gusto, ya que es tu voluntad.
(Se sienta al piano.)
NORA
.—
(Saca de la caja una pandereta y un mantón multicolor. Se lo pone nerviosamente y de un salto se planta en medio de la habitación, gritando:)
¡Ahora toca ya! Voy a bailar.
(Helmer toca y Nora baila; el Doctor Rank permanece al lado de Helmer, mirándola.)
HELMER
.—
(Tocando.)
¡Más despacio, más despacio!
NORA
.—No puedo.
HELMER
.—No bailes tan de prisa, Nora.
NORA
.—Así tiene que ser exactamente.
HELMER
.—
(Para.)
No, no; así no.
NORA
.—
(Ríe y agita la pandereta.)
¿No te lo había dicho?
DOCTOR RANK
.—Déjame tocar a mí.
HELMER
.—
(Levantándose.)
Sí, hazlo. Así podré enseñarla mejor.
(El Doctor Rank se sienta al piano y empieza a tocar. Nora baila con creciente excitación. Helmer, junto a la estufa, la corrige a menudo durante el baile; pero ella parece no oír. Se le suelta el cabello, cayéndole por los hombros, mientras sigue bailando sin hacer caso. Entra la Señora Linde.)
SEÑORA LINDE
.—
(Se queda atónita a la puerta.)
¡Ah!
NORA
.—
(Sin cesar de bailar.)
¡Nos sorprendes en pleno jolgorio, Cristina!
HELMER
.—Pero, querida Nora, bailas como si te fuese en ello la vida…
NORA
.—Y así es, ni más ni menos.
HELMER
.—Para, Rank; esto es un frenesí. ¡Para, te digo!
(El Doctor Rank deja de tocar y Nora se detiene al punto. Helmer le dice:)
Jamás lo hubiera creído. Has olvidado todo lo que te enseñé.
NORA
.—
(Tirando la pandereta.)
Pues ya ves.
HELMER
.—¡Vaya si necesitas ensayarlo!
NORA
.—¡Claro! Ya has visto si lo necesito. Me enseñarás hasta el último momento. ¿Me lo prometes, Torvaldo?
HELMER
.—Puedes contar con ello, de fijo.
NORA
.—Hoy y mañana no vas a pensar más que en mí. No quiero que abras una carta siquiera… ni aun el buzón.
HELMER
.—¡Vamos! todavía tienes miedo a ese individuo…
NORA
.—Sí; también es algo de eso.
HELMER
.—Nora, lo estoy viendo en tu cara: hay una carta suya.
NORA
.—No lo sé; me lo figuro… Pero no vas a leer una cosa así ahora… Nada desagradable ha de interponerse entre nosotros hasta que todo haya acabado.
DOCTOR RANK
.—
(En voz baja, a Helmer.)
No debes contrariarla.
HELMER
.—
(Abrazando a Nora por la cintura.)
Se hará lo que quiere la niña… Pero mañana por la noche, en cuanto hayas bailado…
NORA
.—Quedarás en libertad.
ELENA
.—
(Desde la puerta de la derecha.)
La señora está servida.
NORA
.—Tráenos champaña, Elena.
ELENA
.—Bien, señora.
(Sale.)
HELMER
.—¡Anda, anda! ¿Conque tenemos gran fiesta, eh?
NORA
.—Fiesta y champaña hasta que llegue la aurora.
(Llamando a la doncella.)
Y unas cuantas almendras, Elena… mejor dicho, muchas… ¡por una vez!
HELMER
.—
(Cogiéndole las manos.)
¡Basta ya de inquietudes! Sé mi alondrita de siempre…
NORA
.—Sí, Torvaldo, sí. Pero sal un momento, y usted también, doctor. Cristina, ¿quieres ayudarme a que me arregle el pelo?
DOCTOR RANK
.—
(Por lo bajo, mientras salen.)
¿No será que esperáis… algo?
HELMER
.—No, no; nada de eso. No es más que el miedo infantil de que te he hablado.
(Vanse los dos por la derecha.)
NORA
.—¿Qué?
SEÑORA LINDE
.—Se ha marchado al campo.
NORA
.—Lo he adivinado en tu cara.
SEÑORA LINDE
.—Vuelve mañana por la noche; le he puesto unas líneas.
NORA
.—Mejor habría sido que no lo hicieses. No hay que evitar nada. En el fondo, es una verdadera alegría esto de estar esperando algo maravilloso.
SEÑORA LINDE
.—¿Qué esperas?
NORA
.—¡Oh! tú no puedes comprenderlo. Ve con ellos. En seguida iré yo.
(La Señora Linde pasa al comedor. Nora hace un esfuerzo para dominarse y mira su reloj.)
Las cinco. De aquí a medianoche quedan siete horas. Y luego, veinticuatro horas hasta la próxima medianoche. Entonces habré terminado de bailar la tarantela… Veinticuatro y siete, treinta y una. Tengo treinta y una horas de vida.
HELMER
.—
(A la puerta de la derecha.)
Pero ¿no viene la alondra?
NORA
.—
(Precipitándose hacia él con los brazos abiertos.)
¡Aquí la tienes!
La misma decoración. La mesa, con el sofá y las sillas ha sido trasladada al centro. Sobre ella, una lámpara encendida. La puerta de la antesala está abierta. Se oye música de baile procedente del piso superior.
La Señora Linde, sentada junto a la mesa, hojea distraídamente un libro. Hace un esfuerzo para leer; pero parece que no puede concentrarse. De cuando en cuando escucha con atención hacia la puerta.
SEÑORA LINDE
.—
(Mirando su reloj.)
Aún no… y ya ha pasado la hora. Con tal que…
(Escucha de nuevo.)
¡Aquí está!
(Sale a la antesala y abre con cuidado la puerta del piso. Se oyen pasos por la escalera. En voz baja.)
Pase. No, no hay nadie.
KROGSTAD
.—
(A la puerta.)
He encontrado una carta suya en casa. ¿Qué quiere decir eso?
SEÑORA LINDE
.—Es indispensable que hable con usted.
KROGSTAD
.—¿Sí? ¿Y tiene que ser en esta casa precisamente?
SEÑORA LINDE
.—Donde vivo es imposible: mi habitación no tiene entrada independiente. Pase usted; estamos los dos solos: las muchachas duermen y los Helmer asisten a un baile en el piso de arriba.