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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (31 page)

Los grupos tomaron diferentes rutas. Guías ba condujeron a los delegados a una mesa con comida bajo la dirección de un mayordomo ghemlord de mirada digna. La idea era que los invitados descansaran un poco y también que aguardaran hasta que el coro estuviera listo para la siguiente función en la puerta sur. Miles miró ansiosamente las burbujas de las hautladies, que no acompañaron a los delegados ni al coro y se alejaron flotando en una tercera dirección. Se daba cuenta de que el Jardín Celestial lo impresionaba cada vez menos. ¿Era posible que alguien diera por sentado ese sitio? No cabía duda de que los haut ya no se sorprendían.

—Creo que me estoy acostumbrando a este lugar —le confió a Iván, mientras caminaba entre él y Vorob'yev siguiendo el desaliñado desfile de los extranjeros—. Sé que podría.

—Ya —dijo el embajador—. Pero cuando a estos curiosos personajes se les ocurrió soltar a sus mascotas ghemlores para que buscaran propiedades más allá de Komarr, murieron cinco millones de los nuestros. Espero que no se le olvide, milord.

—No —dijo Miles, tenso—. jamás. Pero… ni siquiera usted tiene edad suficiente como para recordar la guerra, señor. Estoy empezando a preguntarme si alguna vez veré un ataque cetagandano semejante.

—Optimista —murmuró Iván.

—No, no, me gustaría explicar lo que quiero decir. Mi madre dice siempre que si un comportamiento recibe recompensa, se repite. Y viceversa. Creo… creo que si los ghemlores no consiguen conquistas territoriales en nuestra generación, tardarán mucho tiempo en intentarlo de nuevo. Después de todo… los períodos aislacionistas que siguen a las expansiones son fenómenos muy conocidos en la historia…

—No sabía que supieras tanto de ciencias políticas —dijo Iván.

Miles se encogió de hombros.

—Es sólo una intuición. Si me das un año y un departamento, tal vez pueda ofrecerte un análisis razonado con gráficos y todo.

—Admito que es difícil imaginarse a… digamos, lord Yenaro, conquistando algo —aceptó Iván.

—No es que no fuera capaz de hacerlo, creo yo. Pero cuando se le presentara la oportunidad, sería demasiado viejo y estaría demasiado desinteresado. No sé… Claro que cuando termine el período aislacionista este razonamiento perderá validez. Cuando los haut decidan dejar de manipularse a sí mismos, dentro de diez generaciones…, no sé en qué se habrán convertido. —Y pensándolo bien, ellos tampoco lo saben. Eso sí que es interesante. ¿Nadie está a cargo aquí?—. La conquista del universo parece un juego de niños después de eso… O tal vez… tal vez entonces nadie pueda detener el ataque —agregó con amargura.

—Bonita idea —gruñó Iván.

Se había organizado un delicado desayuno en un pabellón cercano. Al otro lado esperaban autos de superficie tapizados de blanco para llevar a los enviados dos kilómetros más allá, hasta el Portal del Sur, cuando terminara la comida. Miles tomó una bebida caliente, rechazó con asco una bandeja de dulces —tenía un nudo en el estómago— y miró los movimientos de la multitud ba con ojos de halcón. Tiene que ser hoy, hoy. Ya no queda tiempo. Vamos, Rian… ¿Y cómo diablos iba a recibir el informe de Rian con Vorreedi pegado a sus talones como una lapa? El hombre tomaba nota de cada uno de sus gestos. Miles ya se había dado cuenta.

El día prosiguió con una repetición del ciclo de música, comida y transporte. Había una cantidad de delegados con cara de fatiga después de varias comidas y hasta Iván había dejado de aceptar bocados en un gesto de autodefensa después de la tercera mesa. Cuando llegó el contacto, durante la comida que siguió a la cuarta y última actuación del coro, Miles apenas se dio cuenta. Estaba charlando con Vorreedi sobre la cocina del distrito Keroslav y preguntándose cómo conseguiría distraerlo y engañarlo cuando llegara el momento. Había llegado a un punto tal de desesperación que incluso consideraba la posibilidad de administrar un vomitivo al embajador Vorob'yev y ponerlo en manos del oficial de protocolo cuando vio por el rabillo del ojo que Iván hablaba con Ba No Sé Qué en tono grave. No reconoció a la criatura; no era la favorita de Rian porque era joven y tenía una leve capa de pelo rubio. Las manos de Iván giraron en el aire con la palma hacia arriba, se encogió de hombros y siguió al servidor por el pabellón, extrañado. ¿Iván? ¿Para qué diablos quiere a Iván?

—Discúlpeme, señor —Miles interrumpió bruscamente a Vorreedi y pasó por su lado como una flecha. Para cuando el jefe se volvió, Miles ya había pasado junto a otra delegación y estaba a medio camino de la salida, detrás de Iván. No cabía duda de que Vorreedi lo seguiría, pero Miles se preocuparía por eso más tarde.

Emergió, parpadeando, a la iluminación vespertina de la cúpula justo a tiempo para ver cómo desaparecían la sombra oscura y el brillo de las botas de Iván tras un arbusto florido, frente a un espacio abierto con una fuente en el centro. Trotó para alcanzarlo; las botas se le resbalaban sobre las piedras irregulares que enlosaban el camino.

—¿Lord Vorkosigan? —llamó Vorreedi desde atrás.

Miles no se volvió pero levantó la mano sin detenerse. Vorreedi era demasiado educado para maldecir a gritos, pero Miles podía imaginar los tacos sin dificultad.

Los arbustos, altos como una persona, se abrían hacia grupos artísticos de árboles, no exactamente un laberinto pero casi. La primera elección de Miles lo llevó a una especie de prado desierto, con un arroyo que brotaba en la fuente y corría como una filigrana de plata por el centro del terreno. Miles volvió atrás, maldiciendo sus piernas y su cojera, y se dirigió hacia otro conjunto de arbustos.

En el medio de un círculo de bancos bajo la sombra de los árboles, había una silla-flotante cuya ocupante daba la espalda a Miles, con la pantalla activada. Ba Rubio ya no estaba. En ese momento, Iván se inclinaba hacia la ocupante de la silla, con la boca abierta en una expresión fascinada, las cejas levantadas y llenas de sospecha. Un brazo cubierto de blanco se levantó en el aire. Una nube leve de niebla iridiscente golpeó la cara sorprendida de Iván, quien puso los ojos en blanco y cayó sobre las rodillas de la ocupante de la silla. La pantalla de fuerza se cerró sobre él, opaca y blanca. Miles aulló y corrió hacia la pareja.

Las sillas-flotantes de las hautladies no eran coches de carrera ni nada parecido, pero podían desplazarse a mayor velocidad que Miles. En dos vueltas por los arbustos desapareció por completo y cuando Miles salió del último macizo de flores, se vio frente a uno de los caminos principales del Jardín Celestial, tallados en jade blanco. Flotando en ambas direcciones por el sendero había media docena de hautburbujas y todas avanzaban a la misma velocidad digna y tranquila. Miles se había quedado sin aliento y le asaltó un torbellino de negros temores.

Giró sobre los talones y se tropezó de bruces con el coronel Vorreedi.

La mano de Vorreedi bajó hasta el hombro de Miles y lo agarró con una fuerza decidida y firme.

—¿Qué diablos está pasando aquí, Vorkosigan? ¿Y dónde está Vorpatril?

—Eso quiero descubrir… señor, si me lo permite.

—Seguridad de Cetaganda tiene que saberlo. Voy a colgarlos de un árbol si…

—No… no creo que Seguridad pueda ayudarnos esta vez, señor. Creo que tengo que hablar con ba… con alguien. Enseguida.

Vorreedi frunció el ceño, tratando de procesar la información. Obviamente no le resultaba fácil. Miles no lo culpaba. Una semana antes, él también habría supuesto que Seguridad Imperial Cetagandana se ocuparía. Pueden solucionar algunos problemas, sí. Pero no todos.

Precisamente por ahí rondaban: mientras Miles y Vorreedi se volvían para retroceder hacia el pabellón, un guardia de uniforme rojo, con el maquillaje a rayas, avanzó rápidamente hacia ellos. Un perro pastor, juzgó Miles, cuya misión era buscar a las ovejas perdidas y devolverlas al rebaño de enviados galácticos. Un hombre rápido, aunque no lo suficiente.

—Milores. —El guardia, que no tenía un rango muy alto, hizo un gesto de respeto—. Les ruego que vuelvan al pabellón. Los autos los llevarán al portal sur.

Vorreedi tomó una decisión rápida.

—Gracias. Pero me temo que hemos perdido a un miembro de nuestra delegación. ¿Haría el favor de buscar a lord Vorpatril?

—Claro. —El guardia tocó un comu de muñeca y transmitió la información en tono neutral, mientras conducía a Miles y a Vorreedi hacia el pabellón como un ovejero. Evidentemente, suponía que Iván era un huésped perdido; debía de ser un hecho bastante frecuente: el jardín estaba diseñado para distraer a los visitantes con sus delicias. Le doy diez minutos a Seguridad de Cetaganda para darse cuenta de que Iván ha desaparecido en pleno Jardín Celestial. Después, todo se irá al diablo.

El guardia se separó de ellos cuando avanzaban hacia el pabellón. Miles buscó con la mirada en la multitud de ba que poblaba el pabellón.

—Discúlpeme, ba —dijo con respeto a la criatura de mayor edad. Ba Como Se Llamara levantó la vista. Le sorprendía que alguien hubiera notado su existencia—. Debo ponerme en contacto inmediatamente con la haut Rian Degtiar. Una emergencia. —Abrió las manos y dio un paso atrás.

La criatura asimiló la información, se inclinó e hizo un gesto a Miles para que lo siguiera. Vorreedi fue con ellos. Al otro lado del pabellón, en la intimidad que ofrecía un área de servicio, el comu de muñeca de Ba Mayor empezó a transmitir una serie incomprensible de palabras y códigos. La frente de Ba Mayor se arrugó de sorpresa al oír el mensaje. Tomó el comu, se lo sacó y se lo pasó a Miles con una reverencia. Se retiró prudentemente. Miles hubiera querido que Vorreedi hiciera lo mismo —lo tenía pegado al hombro—, pero el coronel no se dio por aludido.

—¿Lord Vorkosigan? —llegó la voz de Rian desde el comu, sin filtro. Seguramente hablaba desde dentro de su burbuja.

—Milady. ¿Ha enviado a alguien de… de su gente a… para que recogiera a mi primo Iván?

Hubo una corta pausa.

—No.

—Yo lo vi.

—Ah. —Se produjo otra pausa, mucho más larga. Cuando la voz volvió a surgir, sonó mucho más baja y temerosa—. Ya sé lo que está pasando.

—Me alegro de que alguien lo sepa.

—Ahora mismo le envío a mi criado.

—¿Y qué pasa con Iván?

—Nosotras nos ocuparemos de eso. —La comu se cortó.

Miles tuvo deseos de sacudir el aparato, frustrado; en lugar de eso, se dominó y lo devolvió a Ba Mayor, que lo tomó, se inclinó y finalmente se alejó.

—¿Qué fue lo que vio, lord Vorkosigan? —exigió Vorreedi.

—Iván… se ha ido con una dama.

—¿Qué? ¿Otra vez? ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Qué le pasa a ese chico, no tiene sentido del tacto? ¿No sabe dónde está? Mierda, esto no es la fiesta de cumpleaños del emperador Gregor…

—Creo que podré recuperarlo con discreción, señor, si usted me permite. —Miles sintió un escozor de culpa por la acusación a Iván, pero la culpa se perdió en el miedo que le atenazaba el corazón. El aerosol, ¿habría sido una droga para dormirlo o un veneno letal?

Vorreedi se tomó un minuto largo para pensarlo; mientras contemplaba fríamente a Miles. Miles se recordó que Vorreedi pertenecía a Inteligencia, no al servicio de contraespionaje; la fuerza que lo impulsaba era la curiosidad, no la paranoia. Miles metió las manos en los bolsillos de los pantalones y trató de parecer tranquilo, despreocupado, apenas molesto por aquel lío. El largo silencio lo impulsó a añadir:

—Si no confía en lo demás, señor, confíe al menos en mi habilidad. Es lo único que pido.

—Con discreción, ¿eh? —dijo Vorreedi—. Usted tiene amigos interesantes en este lugar, lord Vorkosigan. Me gustaría saber algo más sobre ellos.

—Pronto. Espero que pronto, señor.

—Mmm… De acuerdo. Pero sea rápido.

—Haré cuanto esté en mi mano, señor —mintió Miles. Tenía que ser aquel mismo día. Si conseguía alejarse de su guardián, tenía que aprovechar para hacer el trabajo. Todo el trabajo. O nos iremos todos a pique. Hizo una venia y se alejó antes de que Vorreedi pudiera cambiar de parecer.

Salió por el costado abierto del pabellón y caminó hacia el sol artificial. Justo en ese momento, llegó un auto sin decoraciones fúnebres: una plataforma flotante simple de dos pasajeros con lugar para carga posterior. Esta vez le pareció reconocer al guía: en los controles había una criatura ba de edad avanzada, calva. En cuanto distinguió a Miles, se acercó y detuvo el vehículo. Un vehículo rápido con guardias vestidos de rojo frenó a un costado para interceptar el movimiento.

—Señor. Los invitados galácticos no pueden circular por el Jardín Celestial sin compañía.

Miles abrió palma y señaló a su guía ba.

—Milady requiere y exige la presencia de este hombre. Tengo que llevarlo.

El guardia hizo un gesto. No estaba satisfecho pero asintió de mala gana.

—Mi superior hablará con su ama.

—Por supuesto. —Los labios de su guía se torcieron en lo que Miles interpretó como una mueca de desprecio.

El guardia les dirigió una mueca de furia y se alejó. Buscaba el comu mientras caminaba. Vamos, vamos, pensó Miles mientras subía al vehículo, que afortunadamente arrancó enseguida. Esta vez, el auto tomó un atajo, elevándose sobre el jardín y alejándose hacia el sudoeste en línea recta. Se movían tan rápido que la brisa revolvía el cabello de Miles. Unos minutos después bajaron hacia el Criadero Estrella, que brillaba, pálido, entre los árboles.

Una extraña procesión de burbujas blancas se acercaba a una abertura, evidentemente la entrada trasera. Cinco esferas, dos a cada lado y otra por arriba, estaban… persiguiendo a una sexta que saltaba para escapar. Sin embargo, las otras la empujaron hacia la puerta ancha y alta del compartimiento de embarque. Las burbujas zumbaban como avispas enfurecidas cuando los campos de fuerza se tocaban. El pequeño auto de Miles flotó con calma detrás de la procesión y siguió a las burbujas hacia el interior. La puerta se cerró detrás del grupo y se selló con el chasquido sólido y los chirridos típicos de los instrumentos de alta seguridad.

Excepto por el revestimiento —de piedras pulidas en diseños geométricos en lugar de cemento gris—, el compartimiento de entrada era utilitario y bastante normal. En ese momento estaba vacío excepto por la haut Rian Degtiar, de pie en sus túnicas blancas y holgadas, junto a su propia silla-flotante. La cara pálida estaba tensa.

Las cinco burbujas que habían perseguido a la sexta se acomodaron en el suelo y desconectaron la pantalla de fuerza. Aparecieron cinco de las consortes que Miles había conocido en la reunión nocturna. La sexta burbuja siguió cerrada, blanca sólida, impenetrable.

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