Cuando la memoria olvida (30 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Marcos se movía con seguridad entre los aparatos, enchufando cables a la red, instalando baterías y objetivos en las cámaras... estaba como pez en el agua. Miraba con los ojos entornados lo que quería fotografiar y luego escogía el material y la cámara adecuados para obtener la foto con la iluminación deseada, De los bolsillos traseros del vaquero le asomaba un cuadernillo, varios lápices de colores y una calculadora, y de vez en cuando paraba su trajinar entre los aparatos, sacaba el papel, mordía los lápices y tecleaba la calculadora. Ya no era el hombre de comportamiento aleatorio y visceral de siempre, sino alguien radicalmente distinto, totalmente inmerso en su trabajo, pendiente de cada detalle para que las fotos fueran perfectas, para que nada saliera de ángulo y la iluminación fuera impecable.

Matías carraspeó al ver que Ruth cesaba la conversación para observar atentamente a su compañero. Ella parpadeó y siguió relatando los avatares y problemas a que se enfrentaba el centro día a día.

Las horas pasaron volando y antes de lo esperado eran las cinco y media de la tarde. Tenía todo el trabajo del día pendiente y Matías no parecía tener intención de finalizar el interrogatorio a que la estaba sometiendo.

—Lo siento mucho Matías —comentó cuando terminó de explicarle el funcionamiento del centro en cuestión de informes médicos—, pero necesito finalizar por hoy la entrevista.

Matías miró su reloj y asintió. Se le había pasado el tiempo volando. Esa mujer destilaba pasión por su trabajo, se notaba en cada palabra que decía. Se despidió de ella y se dirigió a su compañero para ver qué tal le iban las cosas.

Cuando Marcos vio a Matías, imaginó por la hora que Ruth había regresado a su oficina, y sin pensárselo dos veces, dejó encargado a su compañero de vigilar el equipo para, acto seguido, subir corriendo las escaleras y entrar en el despacho de su amiga. La encontró atareada, pasando archivos del ordenador a un
pendrive
a la vez que apuntaba con letra rápida en un cuaderno.

—Hola —saludó.

—Hola Marcos. Un segundo por favor. —Ruth tardo unos minutos en terminar de introducir los datos y apuntar los archivos pendientes de revisar—. ¿Algún problema?

—No, todo ha ido como la seda. —Ante el gesto interrogante de su amiga se acercó hasta ella y apoyó el trasero en la mesa—. Es solo que parece que ya te vas, y no he tenido tiempo en todo el día de estar contigo a solas.

No dijo nada más. Se acercó rápidamente a ella, la agarró de la nuca y le plantó un beso en los labios de esos que hacen encogerse el estómago, de ese tipo de besos que no finalizan hasta que parece que falta el aire de los pulmones y que todo el calor del cuerpo se deposita en los riñones.

—Te he echado de menos, "Avestruz" —susurró en su oído cuando consiguió la fuerza de voluntad necesaria para separarse de sus labios.

—Ídem.

Marcos sonrió feliz al escuchar su respuesta.

—¿Qué has hecho esta semana que he estado fuera? ¿Te has portado bien? ¿Has cumplido el trato?

—He trabajado, me he portado bien... ¿qué trato? —respondió Ruth al interrogatorio dando a la pregunta cierto tono pícaro.

—Ya sabes qué trato —contestó hundiendo la cara en su cuello, mordisqueándole la nuca y deshaciéndole el moño con los dedos—, ese que tiene que ver contigo, conmigo y con un tipo de color fucsia llamado Brad.

—Ah, ése trato... Lo he cumplido. Más o menos —respondió posando las manos en los anchos hombros del hombre.

—¿Más o menos? —Alzó una ceja Marcos—. Más o menos porque no te apetecía, o más o menos porque no te ha hecho falta. —Había una sutil diferencia entre ambas afirmaciones. Sutil e importante. Si era la primera afirmación, podía aceptarlo; que él estuviera más salido que el pico de una plancha no significaba ella lo estuviera también. Si por el contrario era la segunda afirmación, cabía una pequeña posibilidad de que se enfadara ligeramente, porque eso significaba se había satisfecho por otro lado... y en fin, Marcos prefería no pensarlo.

—Más o menos porque me quedaba dormida en cuanto ponía un pie en la cama —contestó Ruth risueña. A veces podía leer los pensamientos de Marcos como un libro abierto. Y ésta era una de esas ocasiones.

—Aja. ¿Has tenido mucho curro? —preguntó incorporándose y percatándose que se la veía más delgada y ojerosa.

—El habitual. Se acerca el fin de año y es preciso cerrar ciertos asuntos. No más trabajo, pero sí más prisa por terminarlo.

—Entiendo. Estás más delgada —comentó preocupado.

—¿Tú crees? Quizás haya perdido algún kilo, pero seguro que en las fiestas lo recupero.

—Eso espero. Si no vas a ser casi invisible —contestó bromeando—. ¿Qué haces esta tarde?

—Lo de siempre, algunas cosas de casa y descansar en el sillón.

—¿Te apetece salir a tomar algo?

—Me encantaría pero no puedo. Tengo asuntos pendientes en casa. De hecho, hay una cuestión que...

—Ruth, necesito el presupuesto médico sin falta para mañana a primera hora —interrumpió desde la puerta un hombre con aspecto ratonil y ademanes nerviosos—, y el cálculo de gastos antes del medio día para actualizar el balance. ¿Estás atendiendo al fotógrafo? Disculpadme, será sólo un segundo. —Entró y depositó varias carpetas sobre la mesa—. El director me comenta que si pudieras pasar estos informes a la base de datos para pasado mañana le vendría que ni pintado. Se supone que es el trabajo de Elena, pero ya sabes que se ha cogido libre toda la semana. En fin, quién fuera la cuñada del jefazo —comentó irritado. Chica, voy de cabeza con las actualizaciones y si pudieras aclararme algunos de los gastos de la cuenta de las tarjetas me harías un gran favor. Lo quiero dejar cerrado para Nochebuena. Por cierto, recuerda advertir en recepción que hagan el cartel informando que el centro estará cerrado el 24 y el 31 a partir de las 12 horas. ¿Sabes si se mandó la circular a las familias advirtiéndoselo? En teoría es cosa de Elena, pero no me fío un pelo.

—No te preocupes, hice el cartel ayer por la noche en casa y ya está puesto en el tablón de anuncios. La circular la mandé la semana pasada y he pensado en darle a cada anciano la misma circular mañana, para que la entreguen en mano de su familia, solo por si acaso.

—Ruth. Eres un genio —exclamó dándola un beso en la coronilla—. ¿Puedo contar con lo que te he pedido? Dime que sí, cielo, por favor.

—No te preocupes, mañana estará todo.

—¡Genial! Esta mujer es un crack —dijo saliendo por la puerta sin despedirse.

—¿Eso es un tío o un ciclón?

—Es Diego, del departamento administrativo. Siempre tiene mucho trabajo que hacer, por eso prescinde de las formalidades y va al grano —comentó disculpándolo.

—No es el único en estar ocupado por lo que veo.

—Sí. Se me acaba de complicar un poco más la tarde, pero no pasa nada. Esta noche, a solas frente al ordenador, adelantaré mucho trabajo —suspiró Ruth. No tenía ni la más remota idea de cómo iba a hacerlo, pero lo haría.

—Le diré a Matías que no venga mañana.

—No, no te preocupes. El reportaje es importante para el centro. No quiero retrasarlo.

—No creo que puedas permitirte perder el tiempo mañana con nosotros.

—No es perder el tiempo, y seguro que no tengo tantas cosas que hacer como parece. Diego usa unos términos que imponen respeto, pero luego no es tan fiero el león como lo pintan. Pasaré un par de datos al fichero, corregiré alguna cuenta, revisaré algunos números y listo. Esta noche lo finalizo, seguro. No le digas nada a Matías.

—No te creo. Lo dejamos para el viernes y ya está.

—El viernes alguien necesitará otro informe, otra actualización, otro fichero y estaremos en las mismas. No canceles la entrevista de mañana, de verdad. No es necesario.

—Imagino que esta tarde ya nada, ¿verdad? —ignoró Marcos su petición y cambió de tema.

—¿Nada de qué?

—De salir a tomar algo.

—No, imposible. Eh... —Ruth se quedó pensativa, era hora de ser sincera, hablarle sobre Iris—. Lo cierto es que quería comentarte algo. Verás, resulta... —En ese momento sonó la banda sonora del exorcista y Ruth se levantó apresurada de la silla—. ¡Ay Dios! Dime que no son las seis y cuarto.

—Bueno, son las seis y dieciséis según mi reloj —respondió Marcos mientras atónito a la transformación de su amiga, de bibliotecaria a velocista.

—Dios, Dios, Dios —exclamó a la vez que apagaba el ordenador, metía el
pen
en el bolso, agarraba el abrigo a toda prisa y salía del despacho corriendo. Literalmente.

—Ey, ¡espera! ¿Qué ha pasado? —exclamó Marcos corriendo detrás de ella. Ruth ni siquiera se molestó en esperar al ascensor, bajó las escaleras a una velocidad endemoniada y atravesó el vestíbulo corriendo mientras le respondía.

—Es la alarma del móvil, la tengo puesta para que suene a las seis y cuarto.

—¿Y qué?

—Que si suena y estoy en el centro significa que llego tarde.

—¿Adónde?

—Dios. No puedo parar a explicártelo ahora. Tengo diez minutos para llegar y no puedo llegar tarde. Es cuestión de vida o muerte —dijo abandonando centro y montándose en el coche a la carrera mientras Marcos la miraba atónito desde la acera. No era cuestión de vida o muerte.

Era cuestión de que por nada del mundo quería ver la carita apenada de hija mientras esperaba agarrada de la mano de su maestra en la puerta del colegio, sola, sin más niños alrededor, porque éstos ya se habían ido.

Era cuestión de saber que si llegaba tarde al colegio, su hija la esperaría con la barbilla alzada y orgullosa viendo cómo todos los papas de sus compañeras de clase recogían a sus hijos a la hora justa, mientras su mamá llegaba tarde.

Era cuestión de no hacer nada que pudiera dar a su hija ningún motivo para que pensase que su mamá no se preocupaba por ella. Y eso, para Ruth, era cuestión de vida o muerte.

CAPÍTULO 25

La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir,

nada hay más insensato que pretender sustituirías por las nuestras,

JEAN JACQUES ROUSSEAU

El móvil sonó a las ocho de la tarde, justo cuando Ruth le estaba enseñando a Iris cómo construir un enorme y poco estable castillo con la fichas de madera.

—No, mamá, si pones esa ficha ahí, entonces el príncipe no podrá entrar porque taparás la puerta. ¿Es que no lo ves?

—Lo veo cariño, pero esa no puede ser la puerta. La puerta tiene que estar pegada al suelo, y ese hueco está en la fila cinco y por tanto no puede ser una puerta. Es una pared, y las paredes no tienen huecos.

—Sí, esa sí es la puerta, porque el príncipe tiene que escalar la pared del castillo para rescatar a la princesa. Si le ponemos la puerta en el suelo ¿Qué mérito tendría?

—Ruth —llamó Héctor desde la cocina—, suena tu móvil.

—Ahora vengo cielo, voy a ver quién es —dijo a su hija yendo a la cocina y cogiendo el móvil. La pantalla mostraba el número de Marcos.

—Hola.

—Hola "Avestruz". ¿Estás ocupada?

—No mucho. Dime.

—¿Estás libre en Nochebuena?

—¿En Nochebuena? Voy a cenar con mi familia.

—Después. Cuando acabes de cenar. ¿Qué vas a hacer?

—¿Después de cenar? Lo típico, comer turrón, ver la tele, jugar al Monopoly...

—Genial. No hagas planes. Te paso a buscar después de cenar y vamos a tomar algo por ahí.

—¿Quieres ir a tomar algo por ahí en Nochebuena?

—Sí. ¿Por qué no?

—Bueno, es una noche familiar. No me parece oportuno salir de casa.

—¿Quién es? —preguntó Héctor que escuchaba atentamente las respuestas de su hermana.

—Es Marcos —contestó Ruth a su hermano

—¿Con quién hablas? —Sospechó de inmediato Marcos.

—Con mi hermano —respondió ella.

—Aja. Entonces, ¿te parece bien que vaya sobre las doce y media a buscarte?

—¿A las doce y media? No lo sé. Nunca salgo en Nochebuena. Ya sabes, viene Papá Noel y hay que prepararle el turrón, su copita de champán y tal —contestó en clave al ver aparecer a Iris por la puerta.

—¿Qué tonterías estás diciendo? —preguntó Marcos alucinando.

—Dame el teléfono —dijo Héctor haciendo intención de quitárselo de las manos.

—¿Qué? No, no te lo doy, ¿para qué lo quieres? —exclamó Ruth intentando escabullirse, algo inútil ya estaba rodeada por su familia al completo.

—Para aclarar las cosas, dámelo —reiteró Héctor.

—No. —Lo sujetó con fuerza Ruth entre sus manos.

—Sí, dáselo vamos. Que aún no hemos terminado el castillo y nos tocará bañarnos y no nos va a dar tiempo. Jopelines. No es justo —lloriqueó Iris.

—¡Mío! —gritó Héctor riéndose cuando por fin la arrebató el teléfono.

—¿Qué pasa ahí? —preguntaba Marcos. Oía muchas voces y no entendía nada.

—No pasa nada. Hola tío, soy Héctor. ¿Te acuerdas de mí?

—El pequeñajo que nos espiaba.

—Veo que te acuerdas. —Héctor se rió—. ¿Quieres salir con mi hermana en Nochebuena?

—Sí. —Este ¿de qué cojones iba?

—Héctor. Dame el teléfono —exigió Ruth muy seria.

—Ni loco —contestó a su hermana— ¿Por la noche? —interrogó al teléfono.

—Sí. ¿Algún problema? —respondió Marcos irónico.

—No. ¿A qué hora vienes a buscarla?

—¡Héctor! —chilló Ruth.

—A las doce y media —aseveró Marcos.

—Vale, la tendré a punto para esa hora —afirmó Héctor.

—Dame. El. Teléfono. YA —ordenó Ruth.

—Estará tan guapa, que tendrás que buscar tus ojos en el suelo para no pisarlos, porque se te saldrán de las órbitas en cuanto la veas —comentó Héctor al amigo su hermana. ¿O debería decir a la cita de su hermana?

—Cuento con ello —dijo Marcos—. Gracias por echarme una mano.

—No te equivoques, te he echado el brazo y parte del hombro.

—Lo sé —contestó Marcos antes de colgar.

—Héctor, dame el teléfono.

—Toma, pero acaba de colgar.

—¡Qué! ¡Ay señor! ¿Qué has hecho?

—Te he concertado una cita.

—¿Con un príncipe azul? —preguntó Iris curiosa.

—Más o menos —respondió su tío risueño.

—¡Mamá! —chilló Iris.

—Dime cariño —dijo Ruth mirando a Iris muy seria. Esperaba que su hija no se lo tomara a mal.

—Tenemos que buscar un castillo. Rápido. Tío, ¿dónde hay castillos cerca? Ya sé —se contestó a sí misma sin dejar hablar a Héctor—, los que están en el parque. Los del "Marqués de Las Paperas".

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