Darth Maul. El cazador en las tinieblas (13 page)

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Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

—Supongamos que tienes razón. Supongamos que el misterioso asesino de Monchar es un Sith. Supongamos que quiere el cristal, y que sabe que lo tenemos nosotros. Supongamos que nos acorrala antes de que veamos al hutt y nos pide que se lo entreguemos. ¿Qué le haría más feliz? ¿Qué le entregáramos el cristal o que le dijéramos que lo habíamos destruido?

Lorn se detuvo, intentando calmar su pánico. Sabía que no estaba usando el cerebro, o al menos no la parte situada justo detrás de la frente. Estaba pensando con la parte de atrás del órgano, con el componente primario de luchar-o-huir.

Pero lo de luchar-o-huir, o más concretamente huir, era la única opción que tenía sentido en ese caso. Lorn había investigado profusamente a los Sith en su vida anterior, y sabía que eran pura y simplemente fanáticos. Si tenían a un Sith siguiéndoles el rastro, lo único prudente que podían hacer era poner media galaxia de por medio entre su perseguidor y ellos, y lo antes posible.

No obstante, debía admitir que el argumento de I-Cinco sobre conservar el holocrón no carecía de cierta lógica. Después de todo, puede que vendérselo al hutt bastase para apartar al Sith de su rastro. Resultaba razonable suponer que buscaba el holocrón y no a ellos.

Y eso en el supuesto caso de que Monchar hubiera sido asesinado por un Sith. Después de todo, la galaxia era un lugar muy grande y Coruscant un lugar al que iban habitantes de todos los mundos conocidos. Puede que en alguna parte hubiera alguien, que no fuera ni Sith ni Jedi y que hubiera conseguido apoderarse de un sable láser, descubriendo el modo de hacerlo funcionar. Después de todo, no hace falta ser un Maestro de la Fuerza para cortarle el cuello a alguien con una espada de energía.

Pero nada de eso hacía que Lorn se sintiera mejor. Ni el androide ni él habían conseguido sobrevivir los últimos cuatro años en el peligroso bajo vientre de Coruscant a base de correr riesgos. Como le había dicho a I-Cinco más de una vez, el problema no era ser paranoicos, sino ser lo bastante paranoicos.

Pero seguía sin tener muchas opciones. Podían conservar el holocrón y quedarse en Coruscant esperando que el mero hecho de entregarlo disuadiera al asesino de Monchar de que no los decapitara también a ellos. O podían venderlo y usar los créditos para huir, con la esperanza de no ser perseguidos.

Ninguna de las dos alternativas parecía ofrecerles muchas posibilidades de sobrevivir hasta la vejez.

Lorn suspiró y soltó al androide.

—De acuerdo. Vamos a ver al hutt.

Capítulo 12

D
arth Sidious meditaba a solas, en su cámara secreta, sobre el último conjunto de circunstancias.

Darth Maul era un acólito ejemplar en muchos sentidos. Su lealtad era incuestionable e inconmovible y Sidious lo sabía. Si se lo ordenaba, Maul sacrificaría su propia vida sin dudarlo un segundo. Y su habilidad como guerrero no tenía rival.

No obstante, tenía sus fallos, y el mayor de ellos era la arrogancia. Sabía que, pese a no haber dicho nada al recibir el encargo, Maul consideraba ese trabajo muy por debajo de sus habilidades. Había veces, muchas veces, en que podía ver el aura de su discípulo con la oscura mancha de la impaciencia. A veces se preguntaba si no habría inculcado en su aprendiz demasiado odio hacia los Jedi y sus costumbres. Tendía a concentrarse en su destrucción a expensas de la imagen global.

A pesar de ello, Sidious estaba seguro de que llevaría a cabo la tarea que le había encomendado. Las complicaciones y contratiempos eran de esperar, y acabaría por resolverlas. Lo único que importaba era el gran plan, y éste se iba desarrollando con paso firme y seguro. Los Jedi no tardarían mucho en acabar en el matadero. Algo que haría muy feliz a su impetuoso subordinado.

Pronto. Muy pronto.

— o O o —

El Maestro Anoon Bondara permaneció varios minutos en silencio una vez Darsha terminó su informe. Unos minutos que, posiblemente, fueron los más largos de la vida de la padawan. El Jedi twi’lek permanecía con la cabeza inclinada, los dedos de las manos unidos y mirando al suelo que había entre ellos. No había manera de leer su lenguaje corporal, de adivinar lo que pensaba. Hasta su lekku estaba inmóvil. Pero Darsha tenía el convencimiento de que, fueran cuales fueran los pensamientos de su mentor, no presagiaban nada bueno para la continuidad de su carrera como Jedi.

—Me alegro de que aún sigas con vida —dijo finalmente el Maestro Bondara, tras lanzar un suspiro y alzar la mirada para encontrarse con la de su discípula.

Darsha sintió una oleada de gratitud y amor por su mentor que resultaba casi abrumadora en su intensidad. Su seguridad le había importado más que su misión.

—Y, ahora, dime, ¿viste morir al fondoriano? —continuó diciendo.

—No. Pero no había modo de que sobreviviera a una caída así…

—No lo viste morir —la interrumpió el Maestro, alzando una mano—, y supongo que no sentiste ninguna perturbación de la Fuerza que te indicase su muerte.

Darsha pensó en los sucesos de pesadilla de las horas anteriores. Explorar las ondas de la Fuerza para buscar algún indicio de turbación no había sido precisamente su principal prioridad en aquellos momentos. ¿Habría sentido una agitación así, preocupada como estaba en intentar salvar la vida? Estaba segura de que su mentor sí la habría sentido. Pero ¿acaso estaba ella tan sintonizada con la Fuerza?

—No —respondió lentamente, sintiéndose impelida a añadir algo—, pero dadas las circunstancias…

—Estoy seguro de que las circunstancias difícilmente eran óptimas. Pero mientras exista la menor posibilidad de que Oolth siga con vida, debemos comprobarla. La información que tenía era muy importante.

—¿Quieres que vuelva a verificar su muerte?

La idea de volver al Pasillo Carmesí bastaba para marearla del asco. No obstante, si era eso lo que debía hacer, lo haría.

El Maestro Bondara se incorporó, con gesto y actitud decididos.

—Iremos juntos. Vamos —dijo, encaminándose hacia la puerta de sus aposentos.

—Pero ¿qué pasa con el Consejo? ¿No deberíamos informarle…?

El Jedi se detuvo antes de llegar a la puerta y miró a la padawan.

—¿Informar de qué? Aún no hay nada definitivo que informar. Podremos hacer nuestro informe una vez sepamos con seguridad si el fondoriano está vivo o muerto.

Se volvió hacia el panel, que se abrió ante él, y echó a andar por el pasillo. Darsha le siguió, empezando a darse gradual cuenta de que aún había una posibilidad, aunque fuera infinitesimal, de que su misión no hubiera acabado siendo un fracaso. Se estaba aferrando a la más frágil de las esperanzas, pero no podía hacer otra cosa que agarrarse a ella mientras la tuviera delante.

— o O o —

Maul mantuvo la capucha subida y el sable láser apagado cuando volvió a entrar al edificio. Por suerte, había un agente humano en el puesto de control, preguntando a los que entraban y salían qué asuntos les llevaba allí. Le resultó ridículamente sencillo envolverse en la Fuerza y pasar junto a ese hombre de escasa inteligencia.

Al llegar, descubrió que los androides forenses estaban escaneando con láser todo el cubículo. También había una pareja de criminólogos, uno mrlssi y el otro sullustano. Se quedó en el vestíbulo y escuchó los retazos de conversación que pudo. No oyó que se mencionara el hallazgo de ningún holocrón. Con cuidado, sondeó y hurgó primero en la mente del mrlssi, pasando luego a la del sullustano, sin detectar en sus pensamientos nada relacionado con el cristal. Envuelto todavía en el Lado Oscuro, pasó ante la entrada del cubículo, mirando a la abierta caja fuerte al hacerlo. El holocrón no estaba allí. Maul meditó en las posibilidades. Si no estaba allí es que se lo había llevado alguien que no pertenecía a las fuerzas de seguridad. ¿Quién habría podido ser? Evidentemente, el comprador cuya llegada esperaba Monchar en cualquier momento, el humano llamado Lorn Pavan. Iba a disfrutar cortándole la cabeza.

Darth Maul dio media vuelta y se dirigió a la salida.

Ahora tenía un doble incentivo para encontrar al humano y a su androide. Por supuesto, el primer lugar donde debía buscar era en su patético cubículo subterráneo. No estaba lejos de allí; apenas a unos minutos andando.

Lo cual, con algo de suerte, serían los mismos minutos que le quedaban de vida a Pavan.

— o O o —

Normalmente, Lorn no solía considerarse claramente xenófobo. Después de todo, y dada la forma en que se había ganado la vida a lo largo de la última media década, los prejuicios hacia cualquier otra especie no sólo eran malos para los negocios, sino que podían resultar directamente peligrosos.

Pero odiaba tener que tratar con hutts.

Todo lo relacionado con esos invertebrados gigantes le repugnaba de forma puramente física: sus enormes ojos reptilianos, su culebreante sistema de locomoción y, por encima de todo, su resbaladiza piel mucosa. El mero hecho de estar en la misma habitación que Yanth le horripilaba de un modo que le costaba controlar.

Yanth era joven para ser un hutt, algo menos de quinientos años estándar. A pesar de ello era listo y artero, y escalaba rápidamente puestos en el escalafón del bajo mundo. Aunque Lorn apenas soportaba estar en la misma habitación que esa babosa gigante, debía admitir que sentía una reticente admiración por su habilidad y astucia. Nadie analizaba de manera más rápida y completa una operación y sus implicaciones que Yanth.

En ese momento estaba reclinado en un dosel de su cuartel general subterráneo, fumando ocasionalmente de un narguile chakroot mientras examinaba el cristal holocrón. Una pareja de guardias gamorreanos vigilaba a Lorn e I-Cinco.

—¿Por qué no vas directamente a los Jedi con esto? —preguntó a Lorn, con su retumbante voz de bajo, despertando desagradables vibraciones en el vientre del humano—. Parecen los destinatarios más obvios.

Lorn no vio motivos para explicar su desagrado personal respecto a los Jedi.

—Afirman tener muy pocos fondos discrecionales para este tipo de cosas. Además, no me extrañaría que usaran sus trucos mentales para obligarme a entregarles eso gratis —añadió, mirando subrepticiamente a su crono—. Bueno, ¿te interesa o no? Siempre puedo llevárselo al representante de Naboo en Coruscant.

Yanth agitó una gruesa mano en gesto tranquilizador.

—Ten paciencia, amigo mío. Sí, me interesa. Pero sería idiota si no comprobase su autenticidad antes de darte un montón de créditos, y no te tomes eso como una opinión personal sobre ti.

Lorn se mantuvo cuidadosamente inexpresivo. Si Yanth sospechaba el poco tiempo de que disponían, no tendría escrúpulo alguno en usarlo para conseguir un precio menor. Y el tiempo se les estaba acabando de verdad.

—¿Y cómo piensas hacer eso? —le preguntó a su supuesto comprador.

Yanth se limitó a sonreír y a desplazar lateralmente, y en diversos ángulos, varias facetas del cristal, manipulándolo como si fuera el rompecabezas geométrico de un niño. Un momento después, un rayo se proyectaba encima de la superficie superior del holocrón, concretando en el aire un despliegue de imágenes y palabras brillantes que acabaron por llenar toda la pantalla holográfica antes de desvanecerse. Lorn estaba demasiado lejos para poder leer el texto, y además estaba de espaldas a la imagen, por lo que las palabras y alfanúmeros aparecían invertidas ante él. Pero el texto parecía estar en básico y las imágenes pertenecían a cazas N-1 de Naboo y a naves de la Federación de Comercio.

Yanth rotó una faceta, y las imágenes se interrumpieron.

—Abrir uno de estos holocrones puede llegar a ser algo complicado. Es obvio que la especie neimoidiana en su conjunto no es especialmente inteligente.

—Excelente —dijo I-Cinco—. Ahora que sabes que el artículo es auténtico, queremos un millón de créditos.

—Hecho —replicó Yanth, para sorpresa de Lorn—. Vale diez veces eso.

El hutt se volvió hacia una consola de control que tenía a mano y apretó un botón.

Lorn miró su crono. Si todo iba bien, aún podrían llegar al espaciopuerto. Dentro de una hora, Coruscant, el misterioso asesino Sith y la policía desaparecerían detrás de ellos, en el vacío del espacio.

— o O o —

Darth Maul cortó con limpieza y rapidez el cierre del cubículo subterráneo, usando una hoja de su sable láser, tal y como había hecho con el edificio de Hath Monchar. Entró con rapidez, dejando que la puerta se cerrara tras él. Las lámparas se encendieron automáticamente, iluminando un espacio habitable más pequeño y deslucido aún que el alquilado por el neimoidiano. El lugar estaba vacío; el único lugar donde podía esconderse alguien era el lavabo, y sólo necesitó unos segundos para asegurarse de que también estaba vacío.

Se acercó a una pared donde había un monitor y una unidad de mensajes. Activó el segundo, y en el aire se formó una imagen, la imagen de un hutt. Reconoció a la criatura: Yanth, un gángster arribista de la organización del Sol Negro, de los pocos que habían sobrevivido a la matanza que había realizado Maul en esa organización.

La imagen del Hutt habló: «Lorn, pensaba que hoy nos encontraríamos para hablar de cierto holocrón que deseabas enseñarme. Es muy poco educado hacer esperar a un comprador, ¿sabes?».

Maul dio media vuelta y salió del cubículo, acelerando el paso.

Capítulo 13

D
arsha Assant volvía a la parte baja de Coruscant demasiado pronto para su gusto.

Cuando escapó horas antes de esa misma zona, lo había hecho pensando que a esas horas del día ya estaría desposeída de su rango y reasignada a los cuerpos agrícolas. Se había imaginado recogiendo sus pertenencias y despidiéndose, y nunca regresando al escenario de su desgracia acompañada por su mentor.

Pero allí estaba, junto a Anoon Bondara, en el aerocoche de cuatro plazas de éste, volando hacia el Pasillo Carmesí y la mónada donde había perdido al fondoriano y estuvo a punto de perder también la vida.

Los caminos de la Fuerza eran de lo más impredecibles.

—Es ésa —dijo, señalando a la torre que se alzaba en la lejanía, recortándose contra el sol de la tarde—. La de ahí abajo.

El Maestro Bondara no dijo nada cuando sacó a su aerocoche del flujo de tráfico. Pasaron a una pista de descenso vertical e iniciaron la caída.

La niebla que siempre había parecido presente a la altura de los cien metros, delimitando los prósperos niveles superiores de los barrios pobres, los envolvió momentáneamente para después desaparecer y dar paso a una vista aérea de las oscuras calles. Aunque arriba seguía habiendo luz del sol, las calles de abajo seguían sumidas, en el mejor de los casos, en una perpetua luz crepuscular.

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