Darth Maul. El cazador en las tinieblas (19 page)

Read Darth Maul. El cazador en las tinieblas Online

Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Pero sólo por un momento.

Eso se acercó a él, mirándolo. No, se corrigió Lorn, no mirando. Uno debe tener ojos para mirar. Todos los componentes de su rostro eran extremadamente repulsivos, pero sin ninguna duda los ojos eran lo peor de todos. Peor que esa mortecina piel blanquiazulada y el largo y musgoso pelo, peor que el ancho boquete sin labios que tenía por boca y que recordaba la entrada a una caverna llena de estalactitas y estalagmitas amarillas, peor aún que la protuberancia semejante a un cráneo que hacía las veces de nariz con dos hendiduras verticales por ventanas.

Los ojos eran desde luego peores que todo eso.

Porque no parecía tener ninguno. Desde los pesados pliegues de la base de la frente hasta las enjutas mejillas sólo había piel albina. Tras esa piel, allí donde debían encontrarse las cuencas de los ojos, se veían dos órganos con forma de huevo agitándose continuamente, girando el uno independientemente del otro. Ocasionalmente se nublaban con un tono más oscuro, como si se deslizaran sobre ellos unas membranas situadas bajo la piel.

A lo largo de los años anteriores, Lorn había tratado con gran variedad de especies alienígenas, acostumbrándose a ver todo tipo de criaturas en las calles y aeropaseos de Coruscant. Pero había algo terrible y obscenamente erróneo en la apariencia de este monstruo. En la de éste y en de los otros que eran como él, ya que los ojos de Lorn se iban haciendo a la difusa luz y podía ver que había al menos una docena, quizá más, acuclillados a su alrededor, formando un semicírculo.

Se echó todavía más atrás, apoyándose en codos y talones. Tarea ésta nada fácil si se tiene en cuenta que aún sentía la cabeza lo bastante grande como para poseer órbita propia. Las criaturas se le acercaron más aún, tambaleándose grotescamente sobre nudillos y piernas contrahechas. Lorn miró desesperadamente a su alrededor, buscando a I-Cinco, sintiendo que en la garganta se le agolpaban los inicios de un grito. Vio a Darsha Assant tumbada en el sucio suelo de piedra, a dos metros de distancia, y a I-Cinco a una distancia semejante al otro lado. La padawan parecía inconsciente, pero respiraba con normalidad. Notó sin gran sorpresa que su sable láser ya no pendía del cinto. I-Cinco yacía con el rostro vuelto hacia Lorn, y el humano pudo ver que sus fotorreceptores estaban oscurecidos. Habían desconectado su control maestro.

Estaban en una gran cámara, de techo sujeto por columnas convergentes. La luz, la poca que había, brotaba del liquen fosforescente que cubría las paredes. El lugar parecía una chatarrería, habiendo aquí y allí piezas rotas de equipo y maquinaria. Apestaba como un osario.

Fijándose mejor, pudo ver dispersos entre los escombros tecnológicos lo que parecían huesos roídos y pertenecientes a diferentes especies.

Lorn ajustó cuidadosamente su posición, poniendo las piernas debajo de él. La cabeza seguía aullándole como un banshee corelliano, pero intentó ignorar el dolor. Si conseguía llegar hasta I-Cinco y volver a conectar el interruptor maestro de su nuca, el androide se ocuparía en poco tiempo de esos horrores subterráneos. Tenían las orejas anormalmente grandes, sin duda dependían del oído para guiarse en la oscuridad. Un buen chillido del vocabulador de I-Cinco provocaría una estampida entre ellos, devolviéndolos a las tinieblas de las que habían salido.

Estaba bastante seguro de dónde se encontraban, aunque ese conocimiento lo consolaba bien poco. De hecho, hacía todo lo contrario. Desde que su pérdida de gracia le arrojó a las malas calles de Coruscant, había oído rumores ocasionales sobre criaturas humanoides involucionadas llamadas chton, que acechaban en las profundidades de los laberintos subterráneos de la ciudad planetaria. Se decía que el morar en la oscuridad durante miles de generaciones les había privado de los ojos. Se suponía que aún conservaban conocimientos tecnológicos rudimentarios, lo cual explicaría la red de electroshock que habían usado para capturar a Lorn y sus camaradas.

También se suponía que eran caníbales.

Lorn nunca había dado crédito a esas historias, considerándolas cuentos para asustar a niños recalcitrantes y hacerlos obedecer, otro mito de los muchos que se daban como hongos en las calles de los niveles bajos. Pero en ese momento resultaba obvio que ese mito concreto era demasiado real.

Los chtons se le acercaron aún más. Uno de ellos se colocó entre Lorn e I-Cinco, aunque igual era una, pues todos iban desnudos a excepción de unos harapientos taparrabos, y su pellejo estaba tan suelto y fofo que resultaba difícil determinar a qué sexo pertenecía cada individuo.

Así es como voy a acabar
, pensó Lorn, sorprendiéndose al sentir tan poco miedo.
Vaya carrera he tenido; de próspero técnico al servicio de los Jedi a fugitivo a punto de ser devorado por caníbales mutantes en las entrañas de Coruscant. Esto sí que no me lo esperaba
.

Los chtons se acercaron más aún. Uno alargó hacia él un hirsuto y pálido brazo. Lorn se tensó. Pensaba luchar, por supuesto. No iría como un nerf al matadero. Era lo menos que podía hacer.

Lo siento, Jax
, pensó cuando llegaron hasta él.

Capítulo 20

O
bi-Wan Kenobi activó los repulsores de descenso y abandonó el flujo de tráfico aéreo. A medida que su aerocoche descendía en una estrecha espiral hacia la sábana de niebla que marcaba donde empezaban los niveles inferiores, el joven padawan observó las parpadeantes luces de las mónadas y rascacielos que lo rodeaban. Acababa de atardecer, y la luz cereza se desvanecía a medida que descendía.

Miró al panel de instrumentos, asegurándose de que se dirigía a las coordenadas del piso franco del Pasillo Carmesí. A medida que el aerocoche descendía a más profundidad fue fijándose en que el aspecto de los edificios se iba deteriorando, ya fuera por la pintura descascarillada o por las ventanas rotas, pero hasta que no atravesó la capa de niebla no notó un auténtico cambio. A partir de ese momento las ventanas rotas y sin luces se abrían por todas partes como si fueran heridas, y los pocos aeropaseos que unían las estructuras estaban desiertos, con las barandillas dobladas o rotas.

Es un mundo diferente
, pensó. Atravesar la capa de nubes era casi como dar un salto hiperespacial a algún planeta decrépito del exterior. Obi-Wan conocía de la existencia de barrios pobres en alguna que otra parte de la superficie de Coruscant, pero nunca había imaginado que pudiera haberlos tan cerca del Templo Jedi, a menos de diez kilómetros de distancia.

Una vez atravesada la niebla, activó los faros superiores e inferiores para poder ver con claridad. El vehículo se detuvo a unos pocos centímetros de la agrietada superficie de la calle. La zona estaba relativamente desierta, a excepción de una docena de mendigos de diversas especies que huyeron en cuanto apareció el aerocoche.
Qué raro
, pensó Obi-Wan. Esperaba que se amontonaran a su alrededor, suplicando. Puede que tuviera que ver con el hecho de que al anochecer la zona pasaba a ser territorio raptor.

Miró a su alrededor y vio que el saltador de Darsha estaba aparcado no muy lejos de allí, a la sombra de un edificio. Desactivó el campo de seguridad y saltó por encima de su aerocoche.

Cuando el Maestro Qui-Gon le dijo que Darsha Assant había desaparecido, el padawan se presentó voluntario para buscarla antes incluso de que su mentor se lo pidiera. Darsha y él no eran muy buenos amigos, pero había estado en varias de sus clases y le había impresionado la manera en que mejoraba en sus estudios. Se había batido con ella dos veces: él había ganado una, ella la otra. Incluso habían compartido una vez la misma misión. Era lista, y ella lo sabía; era de ingenio rápido, y también lo sabía. Pero nunca le había parecido presuntuosa. El joven Kenobi creía que Darsha tenía todas las trazas de llegar a ser un gran Caballero Jedi. Y no había que presionarlo mucho para que admitiese que también la consideraba agradable a la vista.

De haberse tratado de alguien cuya cercanía no soportase, también habría aceptado sin preguntas la misión de salir en su busca. Después de todo, ése era su deber. Pero, en este caso, siempre había sentido que Darsha era alguien especial incluso entre los Jedi. Esperaba que no le hubiera pasado nada. Pero esa esperanza se desvaneció en cuanto le echó una mirada a su saltador.

Habían destripado la nave. Quedaba poco de ella aparte de la carrocería, las turbinas de impulso, los generadores y los motores repulsores; habían robado prácticamente todo lo que no era demasiado pesado para cargar con ello. El panel de instrumentos tenía un enorme agujero, como si lo hubiera atravesado alguna cuchilla vibratoria, aunque no había ni rastro del arma.

Obi-Wan examinó cuidadosamente el interior del vehículo, usando una pequeña pero potente linterna. No encontró en él ninguna evidencia de lucha, pero vio unas gotas de sangre en el suelo cerca de allí. Resultaba imposible adivinar si era o no sangre humana.

Algo se movió en el confín de su visión.

Obi-Wan se quedó inmóvil, volviéndose lentamente para mirar. No vio nada amenazador en las sombras vespertinas. No obstante, había visto un movimiento, uno furtivo y subrepticio. Había sido exhaustivamente informado de los peligros que representaban las bandas callejeras y los depredadores, tanto humanos como no humanos, del Pasillo Carmesí. No se necesitaba una imaginación hiperactiva para suponer que podía acecharle una de esas amenazas, a punto de atacar. Si había toda una banda de salteadores espiándole, sería difícil defenderse de todos ellos, incluso con un sable láser.

Por fortuna, el sable no era la única defensa que tenía a su disposición.

Obi-Wan Kenobi buscó a la Fuerza. Estaba esperándolo, como siempre. Dejó que su consciencia se expandiera a lo largo de sus invisibles pliegues, como un radar psíquico que buscaba y sondeaba la oscuridad. Si había algún peligro, la Fuerza lo encontraría.

Su mente tocó la de otro. Era una voluntad débil y reptilesca, más acostumbrada a atacar furtivamente desde las sombras que a un enfrentamiento directo. Era una mente humana.

Antes de que el hombre fuera consciente de que estaba siendo explorado, Obi-Wan se apoderó de su mente. La Fuerza, le había dicho más de una vez el Maestro Qui-Gon, puede ser una fuerte influencia para los débiles de mente. Aunque Obi-Wan no era ni de lejos tan eficaz como su tutor, apenas necesitó la habilidad de un novicio para influir en una mente tan débil como aquélla.

—Ven aquí —dijo, con tono tranquilo y autoritario.

De la penumbra emergió un joven humano al que calculó unos dieciséis o diecisiete años estándar. Su vestimenta estaba compuesta sobre todo de cuero y harapos, rematada con una cresta de diez centímetros de alto de pelo verde que se mantenía erguida por un campo electrostático. El padawan pudo notar el miedo y la apagada culpa en su mente, miedo a que su captor supiera de algún modo que su banda y él habían atacado al otro Jedi.

—¿Dónde está? —preguntó Obi-Wan.

—N… no sé a quién te refie…

—Sí, sí lo sabes. La padawan Jedi de este saltador. Dímelo deprisa o…

Obi-Wan bajó la mano, posándola sugerentemente en el pomo del sable láser que pendía del cinto. Nunca iría tan lejos como para utilizarlo, pero una velada amenaza podía hacer maravillas.

Sintió en su propia mente el miedo y el odio de Pelo Verde como si fuera ácido. Le resultó difícil mantener la compostura.

—De acuerdo, nos metimos un poco con ella, pero entendimos su indirecta en cuanto le cortó la mano a Nig, ¿sabes? Vamos, si tantas ganas tenía de quedarse la nave, que se la quedara.

—¿A dónde se fue?

Pelo Verde negó con la cabeza y se encogió de hombros. Obi-Wan escuchó a la Fuerza y supo que le decía la verdad.

—¿Iba con un fondoriano macho?

—¿Ése? —preguntó Pelo Verde con una sonrisa torcida—. Los halcones murciélago se ocuparon de él. Lo que quedó se lo llevó la escoria de la calle.

Obi-Wan sintió que le invadía la desesperación, quedándose tan desolado como las calles que le rodeaban. La misión de Darsha parecía haber sido un completo fracaso que muy bien había podido culminar en su muerte. Por supuesto, peinaría toda la zona, preguntando a todo el que pudiera encontrar, e intentaría sentirla mediante la Fuerza, pero dado el tiempo transcurrido y el inhóspito entorno en que estaba buscándola…

—Había más Jedi —dijo de pronto Pelo Verde—. Yo no los vi, pero me lo han dicho.

—¿Qué te han dicho?

—Alguno de mi sangre vio a alguien en una motojet persiguiendo a otro en un aerocoche. Los alcanzó y tuvieron una gran pelea. La motojet explotó y el coche se estrelló en el Bulevar Barsoom. Hubo una gran explosión. Eso es lo que me dijeron.

Obi-Wan frunció el ceño desconcertado. Los Jedi de los que hablaba Pelo Verde sólo podían ser Darsha y su mentor, Anoon Bondara.

Interrogó más a fondo a Pelo Verde, asegurándose de que podría encontrar el lugar del accidente, y después le liberó de su control mental. El chico no perdió tiempo en desaparecer de la vista. Obi-Wan volvió a su aerocoche y se dirigió a esa dirección, más desconcertado que nunca. Pelo Verde se había atenido a su historia, por muy cuidadosamente que lo interrogara y sondeara mentalmente: dos figuras con capas y capuchas habían sido vistas primero en una persecución a gran velocidad y después en una cornisa de carga, combatiendo con la ferocidad de dos luchadores tyrusianos. La batalla había culminado en dos grandes explosiones al estallar la motojet y el aerocoche.

Obi-Wan negó con la cabeza mientras pilotaba el aerocoche por las oscuras y estrechas calles. Era inútil especular a esas alturas. Con suerte, todo se aclararía cuando llegase al lugar de la explosión.

— o O o —

El lugar se había alterado muy poco desde la explosión del aerocoche; en esa parte de la ciudad podían pasar meses antes de que se asignara a un equipo de androides la limpieza de esos restos. Pero pocas de las preguntas de Obi-Wan encontraron una respuesta tras una detallada investigación de los retorcidos y rotos restos del aerocoche, o del montón de escombros que una vez fue una cornisa de carga. Había tantos cascotes sobre el vehículo del Maestro Bondara que no podía decir si había o no cadáveres debajo. La Fuerza no parecía indicarle que allí hubiera muerto un Jedi, pero habían pasado varias horas y la perturbación que aún permanecía en el campo de energía era sutil y difícil de leer. Puede que el Maestro Qui-Gon Jinn supiera leerla, pero Obi-Wan aún no era tan hábil.

Other books

In This Hospitable Land by Lynmar Brock, Jr.
The Blind Man's Garden by Aslam, Nadeem
Spies and Prejudice by Talia Vance
How I Got Here by Hannah Harvey
Sleep with the Fishes by Brian M. Wiprud