Dinero fácil (38 page)

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Authors: Jens Lapidus

Llevaba vaqueros estrechos, Sass & Bide, zapatos negros de punta fina y un top negro escotado, probablemente de la tienda de Nathalie Schuterman de Birger Jarlsgatan. Sophie era cliente habitual.

Él guiñó un ojo, fingió flirtear con ella.

Ella sonrió. Se abrazaron. Se dieron un beso rápido.

JW se sentó. Pidió una cerveza. Sophie ya tenía una copa de vino tinto ante sí.

El restaurante estaba en un local en forma de L. Las ventanas eran grandes. Las mesas lacadas de negro, discretas. En el ángulo de la L estaba la zona de bar. Unas intrincadas estructuras de hierro hacían de lámparas de techo de luz suave. La clientela consistía en abogados y chicos de finanzas tomándose la cerveza-de-después-del-trabajo, pibones tomándose la primera y parejas de Ostermalm cenando
tête-à-tête.

Pidieron la cena.

JW rodeó a Sophie con un brazo.

Ella tomó un pequeño sorbo del vino.

—Pareces cansado.

A veces ella actuaba de una manera que le ponía nervioso. Cuando fijaba la mirada no la retiraba nunca.

—Creo que estoy durmiendo demasiado poco.

—Pero la semana pasada me dijiste que estabas cansado porque habías dormido demasiado. Dormiste hasta las tres de la tarde. ¿Es tu récord?

JW pasó el dedo por el borde del vaso de cerveza.

—No creo. Eso fue el fin de semana que fui a casa de mis padres. Uno se queda atontado cuando duerme demasiado. Estuve en plan tranquilo en su casa.

—Qué raro. Siempre hay un motivo para el cansancio. Pueden ser cosas contradictorias. En realidad es absurdo. Uno se cansa de dormir demasiado poco o en exceso, por la oscuridad del invierno o por la luz primaveral. Dicen que a uno le da sueño pasarse todo el día vagueando o haber sido demasiado activo.

—Es verdad. Todos quieren tener excusas para estar cansados. Cansado porque se ha entrenado demasiado fuerte en el gimnasio o porque se ha estrujado los sesos en un examen. La gente siempre tiene motivos para estar cansada. Pero yo sé por qué me estoy quedando dormido ahora. Salí anoche.

JW siguió contándole. Sobre su noche de fiesta. Las bromas locas de los amigos. El subidón de la coca. Siguió parloteando. A Sophie se le daba bien escuchar, hacía preguntas relacionadas en las pausas correctas, asentía en los momentos correctos, se reía con las bromas correctas. Sophie conocía parte de la realidad, sabía que JW vendía a los chicos pero no sabía en qué medida. Ni de lejos.

Sophie se inclinó hacia atrás. Se quedaron sentados en silencio un rato. Escucharon a hurtadillas la conversación de la mesa de al lado.

Al final, ella preguntó:

—¿Qué otros amigos tienes además de los chicos?

En la cabeza de JW: proceso de análisis a una estresada velocidad máxima. Rebuscó mentiras preparadas. ¿Qué cojones iba a decir? ¿Que sus únicos amigos eran los chicos, parecer una persona con pocos amigos? ¿Inventarse otros amigos? En plan Mållgan. No, no era capaz de retener más mentiras en la cabeza. La respuesta fue: haz concesiones, cuenta la mitad.

—Me relaciono algo con otro grupo. Te vas a reír.

—¿Por qué me iba a reír?

—Porque son como macarras.

—¿Macarras? —Genuina sorpresa en la voz.

—O sea, por el estilo. Salimos de fiesta, entrenamos. En plan tranquilo. —JW sentía la necesidad de justificarse—. La verdad es que son guais.

—No me lo podía imaginar de ti. A veces me pregunto hasta qué punto nos conocemos bien. ¿Cuándo puedo conocerlos?

Un error de cálculo. JW no pensaba que ella fuera a involucrarse así. Normalmente no se interesaba por la gente fuera de su círculo. Ahora de repente quería conocer a Abdulkarim, Fahdi y Jorge.

¿Era una broma o qué?

JW se esforzó. Tenía que mantener el tipo. Dijo:

—Quizá. En algún momento.

La necesidad de cambiar de tema de conversación pasó a ser desesperada. Empezó a hablar de Sophie. Solía funcionar.

Sacó el asunto de su relación con Anna y otras chicas de Lundsberg. Charla sobre conocidos. El asunto favorito de Sophie. JW se preguntó si sabía lo que había pasado entre él y su amiga Anna, en el fiestón de Lövhälla Gård. Pero por qué iba a importarle, hacía casi medio año.

Sophie le recordaba a Camilla. Daba miedo.

Camilla era como Sophie con una diferencia: de alguna manera Camilla no controlaba tanto.

Y entonces se dio cuenta. Todavía tenía la sensación de que Sophie jugaba con él, se hacía la difícil, mantenía las distancias y quizá fuera sólo su manera de decirle que quería que él le ofreciera cercanía. Que se abriera más. Que la dejara entrar. Que le contara quién era él en realidad. Que le contara lo que él no se atrevía. Igual que Camilla. Dura, manteniendo las distancias con sus padres, especialmente con Bengt, cuando seguro que sólo era una manera de cerrarse porque no había una verdadera cercanía. Ir de dura porque no se atrevía a exponerse. ¿Y era eso, la falta de cercanía, lo que la había seducido de ese capullo de Jan Brunéus? JW no sabía si quería saberlo.

Unos días más tarde, la planificación del viaje a Londres a toda máquina. JW consiguió los billetes de avión. Reservó un hotel de lujo. Se encargó de que los incluyeran en la lista de invitados: Chinawhite, Mayfair Club, Moore's. Hizo las gestiones para conseguir un guía en Londres, encargó una limusina, reservó mesa en los mejores restaurantes, comprobó los mejores clubes de
striptease,
se puso en contacto con reventas para conseguir asiento en los partidos del Chelsea, investigó los horarios de apertura y cómo ir a los almacenes de lujo: Harvey Nichols, Harrods, Selfridges.

Abdulkarim tenía que quedarse contento. Lo único que le molestaba a JW era que no sabía a quién iban a conocer ni por qué. La única información que le había dado Abdulkarim: «Se trata de negocios a lo grande».

Iban con frecuencia a casa de Fahdi. Él, Fahdi, Jorge y Abdulkarim a veces. Fahdi veía películas viejas de Van Damme y porno.

Hablaba de tíos a los que les había partido la cara y del Mal con M mayúscula: Estados Unidos. JW y Jorge hacían un organigrama de sus contactos y vendedores. Planificaban los lugares de almacenaje, aseguraban las zonas de venta, estrategias de venta y sobre todo la introducción. En el primer lugar de su lista había un gran envío desde Brasil.

El chileno rezumaba odio y resolución. El chico tenía su proyecto aparte: vengarse de los tíos que le habían machacado.

En general JW se sentía a gusto con ellos. Eran sencillos comparados con sus colegas de Stureplan. Algo más clase B en sus hábitos, pero tenían los mismos valores que los chicos: tías, dinero, vivir la vida.

Una tarde en casa de Fahdi fue consciente de aspectos del negocio de la farla que hasta entonces había pasado por alto.

Jorge, Fahdi y él estaban sentados en los sofás. Llamaron a los camellos y acordaron lugares de encuentro.

El televisor, puesto de fondo. Pasaban las escenas de acción filmadas a cámara lenta de
Misión imposible 2.

Patadas y golpes sangrientos y divertidos. Para Fahdi, inspiradores.

Empezó a hablar de un tío al que había disparado hacía dos años.

Al principio JW se partía.

Jorge quiso saber más.

Le preguntó a Fahdi:

—¿No tienes miedo a acabar en el trullo?

Fahdi se rió y dijo con orgullo:

—Yo miedo, nunca. Miedo es para maricas.

—¿Y qué vas a hacer si aparece la pasma?

—¿Has visto
Leon?

—¿
Qué
?*

—¿No entiendes?

—¿Es que tienes armas en casa?

—Claro,
habibi.
¿Queréis ver mi arsenal?

JW tenía verdadera curiosidad. Acompañaron a Fahdi a su habitación. La puerta del ropero chirrió. Fahdi rebuscó en la oscuridad. Tiró algo sobre la cama. Al principio, JW no vio lo que era. Luego lo comprendió, ante él, sobre la cama, había una escopeta de postas con los cañones recortados, Winchester. Doble cañón. Dos cajas amarillas con cartuchos de la misma marca que la escopeta. Dos pistolas de la marca Glock. Un machete con cinta aislante en el mango. La cara de Fahdi resplandecía como la de un niño feliz.

—Y vais a ver lo mejor. —Se volvió a inclinar hacia el interior del ropero. Cogió una carabina automática del 5—. Del ejército sueco. Guay, ¿eh?

JW fingió estar tranquilo. En realidad estaba en estado de shock. El hogar de Fahdi era el nido de las águilas. Un bunker de guerra totalmente armado en el extrarradio gris.

Jorge sonrió.

Cuando más tarde JW llegó a casa esa noche no llamó a Sophie.

Le costó dormirse.

Capítulo 33

Mrado debutó como negociador de paz. Salió bien. Pensó: Quizá debería haber hecho carrera en las Naciones Unidas. Luego se interrumpió a sí mismo: Que le den por culo a la ONU, traicionaron a Serbia.

Durante tres semanas se había reunido con jefes. Magnus Linden, un ultraderechista duro medio tonto. Líder de Hermandad Wolfpack. Ahmad Gafani, líder de los Fittja Boys con el tatuaje clásico de ACAB en la nuca:
All Cops Are Bastards
{61}
. Naser, líderes de los albaneses. Apenas hablaban sueco pero le clavaban al pueblo sueco millones todos los años. Hombres con demasiado poder. Psicópatas. Sin respeto. Sin inhibiciones. Al mismo tiempo, tíos sin planes claros. Se dio cuenta: los yugoslavos seguían siendo los mejores. Los demás necesitaban que los organizasen.

Los Ángeles del Infierno y Bandidos habían reabierto la guerra. Ya había dos muertos, uno de cada banda. Los Fittja Boys luchaban por parte de las ganancias de los tres robos de vehículos blindados que habían realizado junto con tíos de Original Gangsters. En el penal de Kumla había miembros de OG y Bandidos en guerra. En el de Hall, un miembro de los Ángeles del Infierno había matado a un hombre de Naser clavándole un bolígrafo. Cuatro golpes rápidos en la garganta. Chop-chop.

Es decir: acababa de estallar la tercera guerra mundial en la jungla de Estocolmo y sus correspondientes satélites del extrarradio. A esto se le añadía el proyecto Nova de los mamones de la policía. Mrado estaba convencido de que ellos manipulaban la guerra. Sacaban ventaja de la escalada de odio y violencia. La gente estaba dispuesta a cantar para mandar al enemigo a la trena. La gente estaba dispuesta a arriesgarse en la guerra, a bajar la guardia, a rebajar la seguridad. La pasma podía infiltrarse. Extraer información. El resultado hasta la fecha: más de treinta habían sido condenados.

Mrado iba de camino a una zona industrial en Tullinge, cerca del cuartel general de Bandidos. Importante para Mrado en este tipo de reuniones: no quedar
en
el bunker de Bandidos. Tenía que ser terreno neutral.

La noche anterior había dormido de pena. Se había despertado a las tres y media. Sudoroso. Asqueroso. La sábana se le había enrollado. Imágenes de Lovisa. Jugando en el jardín, en la habitación, en el sofá delante del vídeo. Construyendo un muñeco de nieve con la nariz hecha con una de sus ceras. El insomnio era agotador. El whisky no funcionaba. Poner el estéreo y escuchar baladas serbias tampoco funcionaba. Con tres, cuatro horas de sueño por noche se podía funcionar bien algunos días seguidos. Pero no varias semanas seguidas. Tenía que hacer algo con su vida.

Tres días antes había hablado con un miembro de Bandidos. Le había pedido que le diera un mensaje a Jonas Haakonsen, el líder de Bandidos en Estocolmo, que Mrado quería mantener una conversación sobre ciertas áreas de su actividad. Había dejado su número de móvil. Dos horas más tarde: un SMS. Un lugar. Una hora. Y: «Ven solo». Nada más. Por lo que Mrado había oído, era el estilo de Haakonsen. Melodramático. No corría riesgos. Mradopensó: Venga, coño, esto no es ningún
thriller
de espías durante la guerra fría.

Mrado había conocido a Haakonsen en el torneo de golf de gánsteres del año anterior. Golf, una fantástica iniciativa de un antiguo miembro de OG. Todos los que hubieran cumplido una condena de dos años o más y tuvieran licencia federativa de abonado eran bienvenidos. El año anterior habían jugado en el campo de golf de Ulriksdal. Cuarenta y dos participantes. Cuellos anchos y brazos tatuados hasta lo absurdo. Mrado se sentía pequeño en comparación. Habría sido la ocasión perfecta para discutir el reparto de mercado si Mrado hubiera tenido entonces esa misión, aunque seguro que había micros en cada
tee,
bunker de arena y
green.

¿Qué se sabía de Bandidos? Las estrellas más brillantes del cielo de las bandas de la Suecia central. Reclutaban en los núcleos más duros de chicos inmigrantes, por medio del club filial, X-team. Dos bases en el área de Estocolmo: Tullinge y Bålsta. El crimen más reciente: habían secuestrado a un miembro de los Ángeles del Infierno. El tío había aparecido tres días después. La piel como la de un leopardo, en cada centímetro cuadrado, marcas redondas de quemaduras de cigarrillos. Las rodillas hechas trizas. Las uñas arrancadas. La causa final de la muerte: ingestión forzada de gasolina. No era de extrañar que las bandas de moteros estuvieran en guerra.

El negocio de Bandidos era como el de los Ángeles del Infierno pero con más droga. Es decir, contrabando de alcohol, protección, algo de delitos económicos, por ejemplo, fraude con facturas, chanchullos con el IVA. Además, se dedicaban a la venta de heroína y cannabis.

Mrado se fijó en los carteles de indicación hacia Tullinge. Disfrutaba cada vez que se sentaba tras el volante del Mercedes. Motor V8. Asientos deportivos de cuero. Llantas verdaderamente anchas.

Cambió a una marcha más corta, la potencia pura del coche rugió. El disfrute de la conducción al máximo.

De fondo, parloteo en la radio que se interrumpió para las noticias. Algo sobre la guerra de los estadounidenses en Oriente Próximo. Mrado tenía sentimientos encontrados. Odiaba a Estados Unidos al mismo tiempo que le encantaba que machacaran a los musulmanes.

La lucha. La luz contra la oscuridad. Europa contra Oriente. La responsabilidad eterna de los serbios. ¿Y quiénes se lo agradecían? Que hubieran resistido durante siglos. Que hubieran mantenido cerrada la puerta al resto de Europa. Que se hubieran sacrificado. El propio Mrado había luchado. Ahora se quejaban sobre la obligación de llevar velo y los fanáticos fundamentalistas. Culpa vuestra. Los serbios habían hecho lo que habían podido. Les había dado por el culo el resto del mundo, con los Estados Unidos de América en primer lugar. El pueblo de Serbia no debía nada a nadie.

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