Read Ecos de un futuro distante: Rebelión Online

Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (30 page)

—Creo que buscan matarnos —dijo Khanam.

—Si fuesen a matarnos, ya lo habrían hecho, ¿no crees? —dijo Hans.

—Tengo este recuerdo, que no me puedo quitar del todo de la cabeza. Alguien me ofrece trabajar como científico para su imperio, me niego, y me dicen que mi única elección es esa o la muerte. Pero no consigo saber cuándo sucedió aquello, a veces incluso creo que sólo fue un mal sueño. La cosa es… no se sueña mientras se está en suspensión animada.

—¿No es posible que lo estés confundiendo con un sueño que hayas tenido antes? —preguntó Alha.

—No… Lo recordaría.

—En cualquier caso —dijo el emperador— tenemos que averiguar como salir de aquí.

—¿Dónde está Tanarum? —preguntó el científico.

—¿Quién? —preguntaron los emperadores al unísono.

—Es quién nos ha permitido escapar. Un grodiano que también ha terminado encerrado aquí. Ha salido a asegurarse de que nadie nos veía. No pueden tardar mucho más en llegar. Si nos fiamos de él, los vigilantes son narzham. Es decir, son muy fuertes y seguramente no dudarán en hacernos todo el daño que sea necesario para evitar que escapemos de aquí.

—Si estas cárceles funcionan remotamente como las nuestras —dijo Hans— las únicas naves que se acercarán aquí vendrán para entregar más convictos. Si sale alguien de aquí, saldrá de una manera muy controlada. Es decir, si queremos salir de esta jaula, vamos a tener que encontrar una manera de hacerlo y pasar inadvertidos durante el tiempo suficiente para lograrlo.

Finalmente, Tanarum se acercó al grupo. Parecía un ser hiperactivo. Vio a Khanam, y él mismo se presentó a los demás. Le había parecido oír pasos en un pasillo cercano, y era posible que los guardias, que probablemente estaban de ronda por aquel nivel de la cárcel, se dieran cuenta de lo que había pasado. Aquella falsa tranquilidad no duraría mucho más. Cuando viesen que cinco presos habían escapado de sus celdas, la seguridad de la nave pondría en alerta a todos los vigilantes. Si llegaba a darse el caso, abuen seguro, dos mujeres, un científico, un emperador y un grodiano no tendrían nada que hacer.

El grupo se dirigió, siguiendo al peculiar alienígena por un pasillo en dirección opuesta. No tenían un rumbo fijo, pero las alarmas saltarían en cualquier momento. Ni siquiera habían podido trazar un plan para al menos, dar con una posible huida.

—Hans —dijo Khanam— por mucho que sólo vengan naves para entregar convictos. Tiene que haber algún sistema de salvamento, ¿no? Quizá no para los reos, pero sí para los guardianes. Si ocurre cualquier cosa en una cárcel estelar que pueda poner en peligro sus vidas, habrá alguna manera de escapar.

—Si funcionan como las cárceles humanas, y deberían porque se supone que todos los imperios deben seguir el código interestelar de seguridad, hay naves de salvamento. Pero sólo hay un puñado de personas en cada imperio que conoce los códigos que anulan la restricción de lanzamiento. Por ejemplo en Ilstram sólo uno de los emperadores y el cargo más alto del ejército conocen los códigos. No creo que esto sea muy diferente.

Los cinco corrían tan deprisa como podían, aún sin rumbo fijo. Al girar hacia la derecha al fondo del pasillo, se encontraron con un nuevo corredor lleno de celdas a ambos lados. Oyeron voces de otros presos que pedían ayuda para poder escapar de allí. Pero ni podían ayudarles, ni podían permitirse ser atrapados. Cruzaron aquel pasillo a toda velocidad, hacia un ascensor. Al llegar allí, sin preguntar, fue Tanarum el que pulsó el botón de descenso:

—Ya escapé una vez —dijo el diminuto ser.—. Las naves de salvamento están en el nivel más bajo de la cárcel. Las cárceles grodianas son como las habéis descrito.

—¿Escapaste tu sólo? —preguntó Alha.

—No, no lo hizo. —Dijo Hans—. Los convictos grodianos pierden todos sus implantes cibernéticos. Sin ellos son inofensivos. Y aunque sois muy inteligentes —dijo mirando al reo— vuestra capacidad física no os permitiría escapar sin esos implantes.

—El grande tiene razón —respondió Tanarum— tuve ayuda. Un amigo grodiano me ayudó, provocó una gran explosión y me sacó de allí con su propia nave.

Pero a pesar de todo, su diminuto e inesperado amigo tenía razón. En el nivel más bajo de la cárcel se encontraban los sistemas de mantenimiento, y tres pequeñas naves de salvamento. A juzgar por su potencia, Khanam dedujo que no estaban cerca de ningún planeta. Tenían suficiente autonomía para realizar viajes de media distancia. Los dos hombres estaban escudriñando la sala en la que se habían adentrado, cuando súbitamente, comenzó a sonar la alarma de la cárcel. Había llegado el momento, los vigilantes ya sabían que habían escapado. Los niveles serían cerrados herméticamente, pero eso no tenía importancia porque estaban ya en el nivel clave. El problema era cómo conseguir encontrar una manera de escapar de allí:

—¿Khanam podrías piratear la inteligencia artificial de la nave? —preguntó Alha.

El científico se sacudió la cabeza, dubitativo, y dijo:

—No creo que haya tiempo. No será un único sistema, habrá varios; y si me equivoco en algún paso lo más probable es que directamente delatemos nuestra posición.

—Tampoco es que tengamos mucho tiempo disponible —puntualizó Hans.—. ¿Y tú? —dijo dirigiéndose al pequeño grodiano— ¿no podrías ayudarle? Estas cosas son vuestra especialidad.

—Puedo probarlo, pero no puedo asegurar que triunfemos.

—¿A alguien se le ocurre una idea mejor? —dijo el emperador.

Sólo encontró el silencio como respuesta. Mientras la sala brillaba en un intenso color rojo a causa de la alarma.

—Manos a la obra, entonces. —Prosiguió—. Alha, Nahia, tenemos que conseguirles todo el tiempo que sea posible. Si consiguen piratear el sistema puede que logremos escapar de aquí, si baja cualquier vigilante tendremos que distraerle como podamos. ¡Vamos!

Los tres salieron de nuevo. Había varios pasillos en torno a aquella sala de control, que a su vez, según la opinión de Hans, no podía ser la única. Seguramente había otra sala en la que encontrar los sistemas de regulación de la gigantesca construcción espacial, donde poder controlar la temperatura, la presión, quizá hasta el nivel de oxígeno. Debía haber, al menos, otra sala en la que seguramente podría activar los sistemas de emergencia. Siguiendo al emperador de Ilstram, el grupo se adentró en una sala cercana. El hombre necesitó unos segundos para entender que habían encontrado la sala de emergencia. No entendía aquellos sistemas por completo, pero sabía que sí podía activar señales con las que distraer a sus perseguidores. Además, para sorpresa de todos, en una pequeña pantalla en el panel de control, podían ver por medio de puntos la situación exacta de todos los vigilantes. Estaban barriendo todas las plantas de una en una; se encontraban en el nivel catorce y no tardarían mucho tiempo en llegar al nivel veinte, donde ellos se encontraban. Tenían, en el mejor de los casos, no más de quince minutos. Seguramente el científico y el grodiano no tendrían tiempo suficiente para piratear el sistema. Comenzó a teclear frenéticamente en la pantalla. Intentaba encontrar el sistema de detección de incendios. Era uno de los sistemas más delicados de la nave, porque obligaba al sistema a desviar energía para dar impulso a los motores, a la espera de dirigir la instalación a una nueva ubicación en caso de que fuese necesario; así como para preparar los sistemas de sofocado de incendios. Si conseguía activarlo, se reduciría la energía general de la nave, la alarma cesaría, y si no estaba equivocado, los ascensores también quedarían bloqueados.

Las dos mujeres se miraron durante unos segundos, y fue Nahia la primera en reaccionar:

—¿Y si buscamos cosas con las que bloquear las compuertas de las escaleras? —dijo la joven.

—Buena idea —añadió Alha.

Su marido, que había escuchado la conversación, sin girarse siquiera a mirarlas, vociferó que era muy posible que pudieran encontrar cosas que pudieran colocar en la compuerta. Según el plano de la nave que estaba viendo, sólo había un acceso a ese nivel, justo al final del pasillo a su izquierda.

Las dos chicas salieron veloces al pasillo, entrando en cada pequeña sala en busca de cualquier cosa que pudiesen utilizar para tapar aquella compuerta. Consiguieron mover, con gran esfuerzo, un pesado armario metálico que tapaba la compuerta casi por completo. Pero para un narzham, seguramente aquello no sería resistencia alguna. Siguieron apilando cosas, desde trajes acorazados de los propios vigilantes, a rodillos de cables metálicos que habían encontrado en una sala cercana.

Llevaban varios minutos así, hasta que, exhaustas, se apoyaron en el armario metálico. En ese momento, Alha aprovechó para decir algo a Nahia que deseaba contarle desde que había recuperado la conciencia:

—Nahia, ¿recuerdas lo que nos pasó antes de que nos quedáramos inconscientes en aquella nave?

—Preferiría olvidarlo, pero sí, claro que lo recuerdo. De no ser por aquel salvaje quién sabe lo que nos hubiera podido pasar allí.

—Quería darte las gracias por lo que hiciste. Tu reacción me salvó la vida. Al despertar he recordado todo aquello, y también me acordé de que comprendí tu reacción. Actuaste así porque temiste que aquel desgraciado fuese a matarme.

—Sí, no sabía que hacer, y pensé que quizá dándole a aquellos salvajes lo que buscaban, conseguiríamos escapar vivas.

—Gracias Nahia, te debo la vida —dijo ella, abrazando a su amiga suavemente.—. Si hay algo que pueda hacer por ti, pídemelo.

—No hay de qué Alha, ojalá nunca tengas que devolverme un favor así.

—Ojalá… —dijo ella.

—¿Has visto algo más que podamos traer? —preguntó la joven.

En aquel momento, cesó la alarma. Era la señal de que Hans estaba comenzando a hacer progresos con el sistema. Si la suerte estaba de su lado, Khanam y Tanarum no estarían muy lejos de conseguir piratear el sistema y hacerse con una nave de salvamento. Las dos chicas volvieron rápidamente a la sala de emergencia. Allí seguía el emperador, prestando atención a la pantalla de situación de los vigilantes. Estaban finalizando el barrido de la planta número dieciocho. Es decir, en el mejor de los casos, tenían cinco minutos. Sin apenas intercambiar palabras, el grupo se dirigió de nuevo a la sala de control. El padre de Nahia y el grodiano continuaban tecleando frenéticamente:

—Tanarum es un genio —dijo Khanam.—. Ha conseguido hacer creer al sistema que está recibiendo órdenes directamente de un superior.

—¿Y por qué seguimos aquí?

—Hay miles de instrucciones —dijo el grodiano.—. Algunas no tienen sentido, otras son de soporte vital. No hay un recuadro brillante en medio de la pantalla que diga «Pulse aquí para escapar de este antro».

—¿En un idioma que todos podamos comprender, por favor? —dijo Alha.

—Tiene que averiguar la instrucción exacta, la palabra que permite acceso al sistema de salvamento. Una vez ahí, tenemos que desactivar la restricción de movimiento, y podremos escapar.

—No tenemos mucho tiempo. —Dijo Hans—. Los guardias deben de estar terminando el barrido de la planta superior. Estarán aquí en sólo unos minutos.

—Ya casi está, ya casi está —dijo el diminuto alienígena.

—Esperemos que tengas razón.

Todos, menos el grodiano, se giraron al unísono cuando comenzaron a oír unos terribles golpes en una compuerta lejana.

—Llaman a la puerta —dijo el reo.—. Nuestros invitados van a venir muy enfadados…

—Pues asegurémonos de que no queda nadie sobre el que puedan descargar toda su ira. —Dijo Hans.

—Creo que ya casi lo tenemos —dijo Khanam.—. Sólo un poco más.

Los dos improvisados piratas apretaban aquella pantalla a una velocidad de infarto. De pronto, sin grandes ceremonias ni señales luminosas, su rojizo acompañante se giró hacia ellos:

—Es la hora, vámonos. La primera nave del hangar está lista.

—¿Quién la pilotará? —preguntó Nahia.

—Hans lo hará —respondió Alha— tiene experiencia en el pilotaje de naves.

El grupo salió a la carrera. Tras ellos, a una distancia por determinar, podían oír los pasos enfurecidos de los vigilantes. Estaban buscándoles, y el tiempo corría en su contra. El primero en llegar a la nave de salvamento fue el propio Hans. Rápidamente abrió la compuerta, se dirigió a la cabina de pilotaje y se preparó para partir. El grupo ya estaba dentro de la nave… Pero no se movía, no había reacción en aquella máquina:

—¿Sigue bloqueada? —preguntó incrédulo a sus compañeros.

—No, estaba desbloqueada —respondió Khanam.—. Tiene que haber algo que hace que no reaccione.

El pequeño Tanarum miró alrededor del cubículo en que se encontraban los cinco.

—A veces la solución es menos técnica, menos… elegante —y se acercó a un lateral del compartimento, donde comenzó a dar golpes al panel de mandos que había allí.

Como si la nave reaccionase a aquellos golpes, se iluminaron todos los paneles. Sin dudar ni un instante, el emperador enfiló la compuerta de escape que todavía permanecía abierta. La nave salió a la máxima velocidad de aquella cárcel. En la lejanía podían ver como los vigilantes comenzaban a agolparse en aquel hangar. Si hubieran permanecido sólo unos segundos más, su escapada hubiera terminado allí mismo. Afortunadamente, vagaban de nuevo por el espacio. Sin rumbo, y sin saber todavía dónde se encontraban, aturdidos y descolocados, pero al menos, libres:

—No me habéis dicho vuestros nombres —dijo Tanarum.

Los cuatro se introdujeron uno a uno, y la conversación terminó desviándose hacia cómo era posible que un grupo tan peculiar de hombres y mujeres como aquel, con los emperadores de Ilstram, un científico y su hija, terminase con sus huesos en una cárcel del Imperio Tarshtan.

—¿Cómo sabes que es del Imperio Tarshtan? —preguntó Hans.

—El diseño de la cárcel es suyo. Esta cárcel les pertenece, sin ninguna duda. Quizá por dentro sea como cualquier otra cárcel, pero si te fijas, la construcción exterior es diferente.

—¿Por qué iba a querer atraparnos el Imperio Tarshtan? —dijo Nahia, preguntando a los presentes.

Ninguno supo responder a ciencia cierta, pero Hans comenzaba a ver las cosas claras:

—Supongo que os debo una disculpa. Si nos han capturado ha debido ser por mi culpa.

—No digas bobadas. No te buscaban sólo a ti. —Le corrigió Khanam.—. Acuérdate de aquellos mercenarios. Dijeron que tenían que capturarnos a los cuatro. Si es verdad lo que decís, si éramos prisioneros de los tarshtanos, entonces aquel recuerdo mio tendría sentido. Sabes tan bien como yo, Hans, que ese imperio de narzhams y olverianos se caracterizan por robar los desarrollos científicos de otros imperios, y por hacerse con sus científicos.

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