El Árbol del Verano (51 page)

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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

—¿Brock? —murmuró.

El orro enano no dijo nada. Se limitaba a andar y andar como si le hubiesen dado cuerda, hasta que llegó al fondo del Gran Salón donde se encontraba Matt. Por fin allí se dejó caer sobre sus rodillas y con una voz que revelaba un desgarrado dolor gritó:

—¡Oh, mi rey!

En aquel momento el único ojo de Matt Sören dejó al descubrimiento por completo su alma. Y todos pu dieron ver en él un anhelo insaciable; la más profunda, amarga y desamparada nostalgia de su corazón.

«¿Por qué, Matt?», recordó Kim haberle preguntado tras la visión en éxtasis de Calor Diman la primera vez que fue al lago de Ysanne. «¿Por qué te marchaste?»

Y ahora, según parecía, todos iban a saberlo. Habían dispuesto junto al trono una silla para Brock, quien se había desplomado en ella. Sin embargo, fue Matt el que habló mientras todos se reunían en torno a los dos enanos.

—Brock tiene que contaros una historia —dijo Matt con su profunda voz de bajo—, pero temo que su historia tenga escaso significado a menos que antes os cuente yo la mía.

Parece que ya no es tiempo de secretos. Escuchad, pues.

»En los tiempos en que murió March, rey de los enanos, a los ciento cuarenta y siete años, sólo se pudo encontrar un hombre capaz de superar la prueba de la noche de plenilunio junto a Calor Diman, el lago de Cristal; así es como elegimos a nuestro rey o como lo escogen los poderes para nosotros.

»Todos sabéis que el que tiene que gobernar bajo las montañas gemelas debe primero yacer la noche de plenilunio junto al lago. Si vive para ver el alba y no se ha vuelto loco, es coronado bajo Banir Lök. Pero es una oscura prueba y muchos de nuestros más grandes guerreros y artesanos se han hecho pedazos cuando el Sol se levanta tras su vigilia.

Kim empezó a sentir los primeros latidos de una migraña entre los ojos. Venciéndola como mejor pudo, centró toda su atención en lo que Matt estaba diciendo.

—Cuando March, de quien yo era su hermana-hijo, murió, reuní todo el valor que pude

—debo confesar que era el valor que da la juventud—, y según el ritual fabriqué un cristal de mi invención y lo arrojé como señal al lago de Cristal en el novilunio.

»Dos semanas después la puerta de Banir Tal, que es la única puerta al prado que bordea al Calor Diman, se abrió para mí y luego se cerró a mis espaldas.

La voz de Matt se había convertido casi en un susurro.

—Vi la luna llena levantarse sobre el lago —dijo—. Y vi otras muchas cosas. No…, no me volví loco. Al final me ofrecí y fui expuesto a las aguas. Dos días después me coronaron rey.

Kim se dio cuenta de que el terrible dolor de cabeza iba en aumento. Se sentó en los escalones ante el trono y puso la cabeza entre las manos, escuchando, esforzándose por concentrarse.

—No fallé junto al lago —siguió Matt, y todos captaron su amargura—, pero fallé en otro sentido, pues los enanos ya no fueron lo que habían sido.

—No fue culpa tuya —murmuró Brock mirándolo—. Oh, mi señor, no fue en verdad culpa tuya.

Matt permaneció en silencio; luego, sacudió la cabeza en señal de rechazo.

—Yo era el rey —dijo simplemente. «Nada menos», pensó Kevin, mirando a Aileron.

Pero Matt reemprendió la historia.

—Los enanos han tenido por siempre dos poderes —dijo—: la ciencia de las cosas secretas de la tierra y el deseo de saber más.

»En los últimos días del rey March, había surgido en nuestros salones una facción que apoyaba a dos hermanos, los mejores de nuestros artesanos. Su deseo, que se convirtió en pasión y luego, durante las primeras semanas de mi reinado, en auténtica cruzada, era encontrar y resolver los secretos de una oscura cosa: la Caldera de Khath Meigol.

Sus últimas palabras levantaron un murmullo en el salón. Kim tenía los ojos cerrados; sentía un dolor enorme y la luz la hería al clavarse como una lanza en los globos de sus ojos. Concentró toda su voluntad en Matt. Lo que estaba diciendo era demasiado importante como para perdérselo por un dolor de cabeza.

—Les ordené que cesaran en su empeño —dijo el enano—. Lo hicieron, o por lo menos así lo creí. Pero después encontré a Kaen, el mayor de ellos, consultando de nuevo los viejos libros, mientras su hermano se había ido sin mi permiso. Entonces me encolericé y, en mi locura y orgullo, convoqué una reunión de todos los enanos en el Salón de Consejos y les exigí que escogieran entre los deseos de Kaen y los míos, que consistían en dejar que la oscura cosa permaneciera donde estaba perdida, en alejarnos de los hechizos y poderes de los antiguos secretos y buscar la Luz que me había sido mostrada en el lago.

Kaen habló a continuación. Dijo muchas cosas, que no me molestaré en repetir antes de…

—Mintió —interrumpió con violencia Brock—. Mintió y mintió una y otra vez.

Matt se encogió de hombros.

—Pero lo hizo bien. Al final, el Consejo de los enanos decidió que debía permitírsele que prosiguiera su búsqueda, y también votaron que deberíamos poner todas nuestras energías a su disposición. Yo arrojé mi cetro —dijo Matt Sören—. Abandoné el Salón de Consejos y las dos montañas gemelas, y juré no volver. Podía buscar la clave de aquella oscura cosa, pero no mientras yo fuera rey bajo Banir Lök.

Dios, ¡qué dolor sentía! Notaba su piel tirante y la boca seca. Se apretó los ojos con las manos y dejó la cabeza tan quieta como pudo.

—Vagando sin rumbo por las montañas y las laderas boscosas aquel verano —continuó Matt—, encontré a Loren, que todavía no era Manto de Plata, todavía no era un mago, aunque había acabado su entrenamiento. Lo que pasó entre los dos nos incumbe todavía sólo a nosotros, pero al final le dije la única mentira de toda mi vida, para esconder un dolor que había resuelto soportar solo.

»Le dije a Loren que era libre para convertirme en su fuente y que no deseaba otra cosa. Y desde luego algo se había entretejido para que nos encontráramos. Una noche junto a Calot Diman me había enseñado esa clase de cosas. Pero también me había dado algo más —algo acerca de lo que mentí—. Loren no pudo saberlo. Y desde luego, hasta que conocí a Kimberly, pensé que nadie que no fuera un enano podía saberlo.

Kim levantó la cabeza y el movimiento la hirió como un cuchillo. Todos debían estar mirándola, por eso abrió los ojos un momento, intentando ocultar la náusea que la invadía. Cuando pensó que nadie la miraba, volvió a cerrarlos otra vez. Se encontraba mal, cada vez peor.

—Sabemos que cuando el rey es expuesto al lago de Cristal —explicaba Matt en voz baja—, lo es para siempre. No hay posibilidad de ruptura. Puede abandonarlo, pero ya no es libre. El lago está en él como otro latido del corazón y nunca deja de llamarlo. Todas las noches me acuesto luchando con esa llamada y todas las mañanas me levanto luchando con ella; me acompaña día y noche y me acompañará hasta que muera. Es mi carga, sólo mía, y quisiera que supierais, pues de otro modo no habría hablado ante vosotros, que fue una elección libre de la que no me arrepiento.

El Gran Salón permaneció silencioso mientras Matt miraba desafiante a cada uno de ellos con su único ojo negro. A todos menos a Kim, quien ni siquiera podía levantar su mirada. Incluso se preguntaba si llegaría a desmayarse.

—Brock —dijo por fin Matt—, tienes noticias para nosotros. ¿Te ves con ánimos de comunicárnoslas?

El otro enano lo miró y, notando que sus ojos habían recobrado la compostura, Kevin cayó en la cuenta de que había una segunda razón por la que Matt había hablado antes que él. En su interior seguía sintiendo la profunda herida del relato de Sören y, como un eco de sus propios pensamientos, oyó murmurar a Brock:

—Mi señor, ¿regresarás junto a nosotros? Han pasado cuarenta años.

Pero Matt ya estaba preparado para eso en aquel momento; sólo una vez desnudaría su alma.

—Soy —dijo— la fuente de Loren Manto de Plata, primer mago del Soberano Reino de Brennin. Kaen es el rey de los enanos. Dinos tus noticias, Brock.

Brock lo miró y luego habló:

—No puedo compartir tu carga, pero sí debo decirte que lo que has dicho no es cierto.

Kaen reina en Banir Lök, pero no es rey.

Matt levantó la mano.

—¿Quieres decirme que no durmió junto a Calor Diman?

—Así es. Tenemos un gobernante, pero no un rey, a menos que lo seas tú, mi señor.

—¡Oh, por la memoria de Seithr! —gritó Matt Sören—. ¿Tan bajo hemos caído?

—Muy bajo —respondió Brock con un áspero susurro—. Lograron encontrar la Caldera.

La encontraron y la restauraron.

Había algo en su voz, algo terrible.

—¿Y? —preguntó Matt.

—Hubo que pagar un precio —murmuró Brock— Al final Kaen necesitó ayuda.

—¿Y? —repitió Matt.

—Llegó un hombre llamado Metran; era un mago de Brennin, y juntos, él y Kaen, liberaron el poder de la Caldera. El alma de Kaen, creo, ha sido torturada desde entonces.

Hubo que pagar un precio y él lo pagó.

—¿Cuál era el precio? —interrogó Matt Sören.

Kim lo sabía. El dolor hacía astillas su mente.

—Rompió el centinela de piedra de Eridu —dijo Brock— y entregó la Caldera a Rakoth Maugrim. Lo hicimos, mi señor. ¡Los enanos hemos liberado al Desenmarañador! —Y, tapándose la cara con el manto, Brock rompió en sollozos como si tuviera el corazón destrozado.

En el alboroto que siguió, mezcla de terror y de furia, Matt Sören se volvió despacio, muy despacio, como si el mundo fuera un tranquilo y apacible lugar. Y miró a Loren Manto de Plata, que a su vez estaba mirándolo.

«Tendremos nuestra propia batalla», había dicho Loren la noche pasada. «No temas.»

Y ahora —eso era lo más terrible— estaba claro qué clase de guerra sería.

La cabeza se le estaba desgarrando. Blancas explosiones resonaban en su cerebro y sentía que estaba a punto de gritar.

—¿Qué sucede? —le urgió en un susurro una voz a su lado.

Era una mujer, pero no se trataba de Sharra. Era Jaelle quien se había arrodillado a su lado, pero ella estaba tan desfalleciente que no atinó a sorprenderse. Inclinándose hacia la mujer, murmuró con un hilillo de voz:

—No lo sé. Mi cabeza. Como si algo estallara dentro, no sé…

—Abre los ojos —le ordenó tajante Jaelle—. ¡Mira al Baelrath!

Lo hizo. El dolor era cegador. Pero pudo ver que la piedra en su mano palpitaba con un color rojo fuego, latiendo al ritmo de las explosiones que se sucedían delante de sus ojos; y, al mirarla, con la mano muy cerca de su rostro, Kim vio algo mas; una cara, un nombre escrito con fuego, una habitación, una creciente oscuridad, una Oscuridad, y…

—Jennifer! —gritó—. ¡Oh, Jen, no!

Se puso en pie de un salto. El anillo era algo salvaje, ardiente, incontrolable. Se tambaleó, pero Jaelle la sostuvo. Sin apenas darse cuenta de lo que hacía, gritó otra vez.

—¡Loren! ¡Te necesito!

Kevin estaba a su lado.

—¡Kim! ¿Qué pasa?

Sacudió la cabeza para evitar que la tocara. Estaba ciega de angustia; apenas podía hablar.

—Dave —rugió—. Paul. Venid…, el círculo. ¡Ahora! —Había tanta urgencia en su voz y ellos parecían moverse tan lentamente, y Jen, Jen, oh, Jen—. ¡Venid! —gritó de nuevo.

Al instante la rodearon los tres; Loren y Matt, sin hacer preguntas, estaban junto a ellos.

Sostuvo instintivamente el anillo en alto y, abriéndose a sí misma, destrozando su mente en las garras del dolor, encontró a Loren y se agarró a él y —oh, qué regalo— Jaelle estaba allí también, golpeando por ella el avarlith, y ccn los dos como lastre, como fundamento, ella lanzó su pensamiento y su alma a los más lejanos e imposibles ámbitos.

Ah, qué lejos. Allí, en Starkadh, había tanta Oscuridad, tanto odio y, ah, un poder tan desmesurado que no lo podía resistir.

Pero también había un hilo de luz. Un hilo mortecino, casi apagado, pero allí estaba, y Kim con todas sus fuerzas, con todo su ser, se lanzó a la perdida isla de luz y encontró a Jennifer.

—¡Oh, amor! —dijo a la vez para sí misma y en voz alta—. ¡Oh, amor, estoy aquí! ¡Ven!

El Baelrath estaba desatado; brillaba con tanta fuerza que tenían que cerrar los ojos ante el resplandor de aquel salvaje poder mágico mientras Kim tiraba de ellos más y más, con Jennifer agarrada al círculo sólo con la fuerza de su mente, con el hilo, el orgullo, la última luz mortecina y el amor.

Entonces, mientras en el Gran Salón iban en aumento el resplandor y el zumbido que precede a la travesía, mientras ellos se aprestaban a marcharse y el frío del espacio entre los mundos los engullía a los cinco, Kim tomó aliento y gritó con desesperación su último consejo, sin saber, oh, sin saber si la podían oír:

—¡Aileron, no ataques! ¡Está esperándote en Starkadh!

Y después los rodearon el frío y la oscuridad más absolutos, mientras ella los llevaba por sí sola a su mundo.

FIN

AGRADECIMIENTOS

Un trabajo de impresionantes proporciones lleva consigo una también impresionante acumulación de deudas. No todas pueden ser consignadas aquí, pero hay varias personas a quienes debo adjudicarles el puesto que merecen al principio del Tapiz.

Quiero dar las gracias a Sue Reynolds por la reproducción exacta de Fionavar, y a mi agente John Duff, que estuvo a mi lado desde el principio. Alberto Manguel y Bárbara Czarnecki me prestaron su experiencia editorial, y Daniel Shapiro me procuró una sonata de Brahms, además de ayudarme a esbozar una canción.

También, y de forma particularmente emotiva, quiero recordar a mis padres, a mis hermanos y a Laura. Con todo mi amor.

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