En el año 1337, el granadino Abu Isaq Es Saheli llega a la ciudad de Fez como embajador de Kanku Mussa, emperador del Reino de los Negros. Tras ser recibido con todos los honores, es víctima de un complot contra su vida. En venganza, Fez declara la guerra a Tremecén, con el control de las rutas de caravanas como objetivo encubierto. Mientras se recupera, Es Saheli escribirá su propia Rihla, el relato de su vida de caminante: su infancia como hijo del alamín del gremio de los perfumeros de Granada, su atormentada juventud, el pronto éxito y los excesos de la bohemia, el doloroso exilio del reino nazarí, su viaje a El Cairo, su paso por Damasco, Bagdad, Yemen y La Meca, su pasión por la arquitectura egipcia… Hasta desembocar en su principal legado: la construcción de la gran mezquita de Tombuctú.
La vida de Es Saheli es tan apasionante como la de León el Africano y otros genios medievales. Con El arquitecto de Tombuctú, Manuel Pimentel ha firmado mucho más que una brillante novela histórica, ya que sus páginas son toda una invitación a dejarse inundar por las fragancias, las pasiones y el espíritu de Al Ándalus y el misterio sereno de África. Además, esta lectura nos da a conocer al padre del arte sudanés, el poeta granadino cuyas construcciones han servido de inspiración a otros genios como Antoni Gaudí y Miquel Barceló.
Manuel Pimentel
El arquitecto de Tombuctú
ES SAHELI, EL GRANADINO
ePUB v1.0
NitoStrad18.06.13
Título original:
El arquitecto de Tombuctú
Autor: Manuel Pimentel
Fecha de publicación del original: enero 2010
Editor original: NitoStrad (v1.0)
ePub base v2.0
Al caminante Joaquín Sabaté, por los veinticinco años de Urano.
Descubrí la figura de Es Saheli el granadino a finales de 2001, durante mi primer viaje a Tombuctú. Jamás antes había oído hablar de él y la curiosidad me empujó tras su rastro histórico. Quedé fascinado por su obra y ante la increíble epopeya de su vida. Sorprendentemente, su nombre es todavía un gran desconocido. Este olvido resulta del todo inexplicable e injusto, pues posee una biografía tan apasionante como la de León el Africano y otros grandes genios medievales. Tanto su poesía como su obra arquitectónica han llegado frescas y vigentes hasta nuestros días, casi setecientos años después de su muerte. Poeta brillante e insigne arquitecto, legó a la historia de la humanidad el más importante estilo arquitectónico africano, el conocido como arte sudanés, en el que han bebido figuras de la talla de Gaudí y Barceló. La mezquita de Djinguereiber, su obra cumbre, sigue emocionando a los visitantes de hoy. Merece la pena atravesar el océano de arena del Sáhara para perderse en sus penumbras.
Comencé a investigar su vida y, durante siete años, regresé en varias ocasiones a los distintos escenarios andaluces y africanos por los que transcurrió el largo peregrinar del granadino errante. Granada, Fez, El Cairo, Walata, Agadez, Tombuctú, Gao. Todas ellas ciudades míticas que sirvieron de escenario para una vida intensa, atormentada y fructífera.
Agradezco a Ismael Diadié, director de la Biblioteca de Tombuctú, la información que nos permitió publicar un primer libro que titulamos
Los otros españoles. Los manuscritos de Tombuctú: andalusíes en el Níger
. También agradezco a Antonio Llaguno la investigación que realizó para su libro
La conquista de Tombuctú
, y que tan útil me resultó para escribir esta obra. Para la transcripción de su poesía utilicé el excelente libro de Fernando Velázquez Lasanta,
Un mutanabbi andaluz
, dedicado a la
Vida y obra del poeta, alarife y viajero granadino Abu Isaq Es Saheli
, (.?
XIV
). También le debo a Ada Romero, traductora de la
Rihla de Abana
, su rica investigación sobre fuentes históricas del personaje.
La novela está basada en las muchas notas biográficas que sobre Es Saheli existen en la bibliografía clásica. Los lugares, los acontecimientos políticos, las fechas —escritas según el calendario cristiano para facilitar la lectura— y muchos de los personajes responden a la historia real. Los versos que transcribo también son de su autoría. Como escritor me he permitido bucear en el interior complejo de sus sentimientos. Espero no haberlos traicionado.
Cumplo con esta novela el deber de sacar a la luz la vida de un genio universal. Juzgue el lector si merecieron la pena mi dedicación y mi esfuerzo.
A
L JABBAR
, EL TODOPODEROSO
En el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso.
Me dirijo hacia Fez, ciudad de los meriníes, en este principio luminoso de 1337. Mañana entraré por sus puertas engalanado con mis mejores ropas. Encabezo ante su califa Abu l-Hasán una embajada del emperador Kanku Mussa, sultán del reino del Mali, o, como por aquí gustan decir, del reino de los negros, del que soy alarife y arquitecto real. Salimos de Tombuctú hace cuarenta días. Hemos atravesado los atroces desiertos del Sáhara y las nieves del Atlas para alcanzar los valles del reino de Marruecos, fértiles a mi vista y recuerdo. He vuelto a reencontrarme con los árboles de mi infancia: los olivos serenos, los granados en punta de rojo, los algarrobos pacientes y los almendros de inesperada flor. Desde lo más profundo de África retorno al Mediterráneo que azula las costas de mi patria verdadera. El dolor del recuerdo y la añoranza me desangran el corazón. Lloro por regresar a Granada, de la que saliera hace ya tanto tiempo. Vagabundo de la vida y los caminos, ni una sola de las noches transcurridas desde mi destierro he dejado de recordar Al Ándalus, la tierra de mis padres. Durmiera en el desierto raso, bajo el bordado infinito de las estrellas, o en los lujos de palacios y alcazabas, cubierto por tafetanes y artesonados de maderas labradas, siempre fue para Granada el postrer recuerdo antes de que la bruma del sueño adormeciera mi razón. Mil y una veces me juré que algún día regresaría. Alá se ha apiadado de su modesto servidor, guiando la caravana de su vida hasta el reino de los meriníes, a las mismas orillas andaluzas. Concluiré la misión en la corte de Abu l-Hasán, y retornaré a Granada, mi anhelo secreto. Estas intenciones no se las confesé al emperador, que queda ahora lejano y desvaído. Regresar es mi sueño, mi meta, el sentido de mi camino. Después de haber conocido la gloria en El Cairo, Damasco, La Meca y Tombuctú, me gustaría volver para morir en los brazos dulces de Granada.
Voy para viejo y aun no soy sabio. Porque los poetas somos siervos del sentimiento, la sensata razón se nos muestra esquiva y la fortuna adversa. Vagamos sin rumbo como gacelas perdidas por los páramos del desconcierto. Hace muchos años, justificaba la ausencia de sabiduría por el tesoro de la juventud. Que los viejos de Granada ya lo repetían: el peso de un hombre es siempre el mismo ante Alá. Lo que gana en conocimiento y experiencia, lo pierde en juventud y vigor. Así, el fiel de la balanza permanece en equilibrio. Ya no soy joven, pero sigo sin poseer el conocimiento. Pierdo fuerza y brío, sin ganar en discernimiento. Mi balanza se inclina hacia el lado de la vacuidad, de la inconsistencia leve. Avanzo hacia el polvo, la ceniza y la nada, como barruntan los místicos y eremitas. Miro atrás y sólo veo camino. Siempre temí que el viento de la historia borrara las huellas de mis pasos. Hoy sé que, gracias a Alá, algunas me sobrevivirán en forma de mezquitas y palacios. Espero que también mis versos florezcan de boca en boca. Me gustaría que el nombre de Es Saheli no se perdiera en la memoria de los hombres. Por eso inicio esta
Rihla
íntima, fiel testigo del viaje de una vida de pecado y gloria, que de todo hubo en el peregrinar de este humilde siervo del Todopoderoso. Poco soy, lo sé. Pero desde esa insignificancia, ansío que la llamita de mi recuerdo no se extinga jamás. Quizá sea soberbia, pecado aborrecido por Alá, pero no quiero morir del todo. Si alguien llega a leer estas líneas, sabrá de la vida de un poeta andaluz que se transformó en arquitecto africano. Un vanidoso loco con delirios de la única e incierta trascendencia posible. La que me otorgue algún venturoso día,
inshallah
, el lector piadoso que se acerque a conocer lo que de mí fue en este siglo de mudanzas y desvaríos.
A
L LATIF
, EL SUTIL
Las hogueras elevan al firmamento su oración encendida y el sahumerio rojo de nuestra fe. Alguien ha arrojado a las brasas unas ramitas de alhucema. Huele bien. Cierro los ojos y aún logro percibir los olores de mi infancia. Que si algunos recuerdan la luz de su niñez, a mí me persiguen los aromas de la más hermosa y desdichada de las ciudades, Granada, la joya de Al Ándalus. Mi padre, Muhammad al-Garnati, que Alá lo tenga en su seno, fue alamín del gremio de los perfumeros. Durante muchos años de su vida, controló las medidas y la calidad de los perfumes elaborados y vendidos por los perfumeros que trabajaban en el zoco de las especias. También muchas familias acudían a su saber como experto en partición de herencias. Pero él pasaba más tiempo entre la alegría de los perfumes que sobre los severos legajos que firmaba con cálamo de caña tallada y tinta carmesí. Mi infancia transcurrió entre las fragancias de las esencias. Todos los olores tuvieron su asiento en aquellos años de la Granada cosmopolita, desde los más cercanos del jazmín, el azahar y el romero, hasta los más exóticos de la India y del Oriente. En oscuros sótanos, celosos del secreto de sus mezclas, los maestros perfumeros destilaban las esencias y realizaban extrañas mixturas de alcoholes y concentrados. Sus olores inauditos alcanzaban la calle y eran para todos nosotros, chiquillería alborotada, testigos fugitivos de la alquimia de aquellos sabios en aromas, mudados por la magia de nuestra imaginación en brujos oscuros y terribles nigromantes. Soñábamos con jugar entre sus alambiques y retuertas, pero jamás nos atrevimos a profanarlos. El castigo de nuestros padres hubiera sido terrible.
Nací en el año 678 de la Hégira, el año 1290 según el calendario cristiano. Reinaba por aquel entonces en Granada el sultán Muhammad II, el Nazarita. La ciudad florecía, en inestable equilibrio con los castellanos del norte y los bereberes del sur. Granada era la ciudad de la belleza, pero también del comercio. Mil alhóndigas y zocos mostraban sus mercancías a compradores y curiosos. Los perfumeros y especieros compartían mercado y mi padre se encargaba de la armonía de sus negocios. Los colores y olores de las especias, colocadas en sacos abiertos, alegraban la vista y excitaban el olfato. Los comerciantes dilapidaban su ingenio y alegría con bromas y puyas tan inútiles como entretenidas.
—Las especias son perfume para la nariz y gloria para el estómago —se burlaban los especieros de los perfumeros—, mientras que vuestros potingues sólo engañan al olfato.
—Pero gracias a nuestros elixires se conquistan corazones y se embruja al amado hasta el lecho del amor —respondía algún perfumero.
—Donde no se desahoga el ansia si no has tomado tu buena ración de canela con miel, el mejor de los afrodisíacos —afirmaba entre risas ostentosas Alí, el más rico de los especieros—. Que lanzas muy nobles no resultaron enhiestas en el campo de batalla, faltas de sustancias elementales.