El asesinato del profesor de matematicas

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infanill y juvenil, Intriga

 

Un profesor propone a sus alumnos un juego como examen para aprobar las matemáticas. El viernes por la tarde, el profesor muere, pero, antes de fallecer, comenta a sus alumnos que el sobre que hay en su bolsillo les indicará cómo buscar a su asesino. No deben fallarle…

Jordi Sierra i Fabra

El asesinato del profesor de matemáticas

ePUB v.1.1

Huygens
22.06.12

Título original:
El asesinato del profesor de matemáticas

Jordi Sierra i Fabra, Octubre 2000

Ilustraciones: Pablo Núñez

Editor original: Huygens (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

¿Suspendes las mates? ¿Se te atraviesan los problemas? Más aún (aunque suene fuerte), ¿ODIAS las mates?

Vale, no contestes, no es necesario. Yo, a tu edad, también lo pasaba francamente mal con eso del 2 y 2. Porque, a ver, ¿son 4 ó 22, eh?

Lo que pasa es que ahora entiendo que todo, todo, hasta las mates, puede ser un juego si te lo tomas como tal, sin el agobio de los aprobados y la necesidad de pasar curso y tener contentos a tus padres. ¡Lástima que no lo descubriera antes, a tu edad! Asesinar al profe de mates no sirve de nada. Ponen a otro en su lugar y ya está.

Pero este libro es un juego, un divertimento, está hecho para que te rias (y sufras un poquito con el misterio) y de paso puede que te haga mirar con mejores ojos las mates. Si aceptas un consejo, trata de resolver los problemas a medida que los vayas leyendo, no pases las páginas sin más. Te encantará ser el cuarto elemento junto a los tres protagonistas de la historia.

Y cuando acabes, dáselo a tu profesor de matemáticas. Si tiene sentido del humor, tanto dará que sea «un duro» o «un blando», seguro que se reirá y, a lo mejor, adopta los métodos del insólito profe de esta novela.

Salud, camarada.

www.sierraifabra.com

Capítulo
(√ 169 – √ 144)
1

Nada más oírse el timbre que daba por finalizada la clase, él les dijo:

—Adela, Luc, Nico, quedaos un momento, por favor.

Los tres aludidos abrieron primero los ojos y después se miraron entre sí. El que menos, se aplastó en el asiento como si acabasen de pegarlo con cola de impacto. El resto de los alumnos se evaporó en cuestión de segundos. Algunos les lanzaron miradas de ánimo y solidaridad, otros de socarrona burla.

—A pringar —susurró uno de los más cargantes.

Adela, Luc y Nico se quedaron solos. Solos con Felipe Romero, el profesor de matemáticas. El Fepe para los amigos, además del profe o el de mates, que era como se le llamaba comúnmente.

El maestro no se puso en pie de inmediato ni empezó a hablarles en seguida. Continuó sentado estudiando algo con atención. El silencio se hizo omnipresente a medida que transcurría el tiempo. Más allá de ellos, tras las ventanas, la algarada que hacían los que ya estaban en el patio subía en espiral hasta donde se encontraban.

Adela se removió inquieta. Su silla gimió de forma leve.

Era una chica alta y espigada, de ojos vivos, cabello largo hasta la mitad de la espalda, ropa informal como la de la mayoría de los chicos y chicas. Su preocupación no era menor que la de los otros dos. Volvieron a mirarse. Luc arqueó las cejas. Nico puso cara de circunstancias. El primero era el más alto de los tres, rostro lleno de pecas, sonrisa muy expresiva, delgado como un sarmiento. El segundo era todo lo contrario: bajo y un poco redondo, cabello bastante largo, mirada penetrante. Curiosamente, los tres eran amigos.

Siempre andaban metidos juntos en todos los líos, buenos y malos.

Felipe Romero por fin dejó la hoja de papel que estaba leyendo y los atravesó con su mirada más penetrante.

—Bueno —suspiró.

Eso fue todo. Siguió la mirada. Primero en dirección a Adela. Luego en dirección a Luc. Por último en dirección a Nico. No era mal profe. Lástima que diera… matemáticas. El Fepe era el único que les llamaba por sus nombres de pila, no por el apellido. Y el único que aceptaba lo de Luc en lugar de Lucas en atención a que Lucas era un fan de
Star Wars.
Otros preferían apodarle el Skywalker, pero en plan burlón.

—¿Qué voy a hacer con vosotros? —preguntó en voz alta.

—¿Qué tal dejarnos ir al patio? —propuso Nico.

El profesor ignoró el comentario.

—Sabéis por qué os he hecho quedaros, ¿verdad?

—Tenemos una vaga idea —reconoció Adela.

—Sois los tres únicos de la clase que vais a suspender la asignatura.

—Pues vaya noticia —bajó la cabeza Luc.

—¿Y no os da rabia?

—Rabia sí, claro.

—No lo hacemos aposta.

—¿Qué quiere que hagamos?

Los tres hablaron al mismo tiempo.

—¿Y os resignáis? —se extrañó Felipe Romero.

—No —dijo Adela.

—Pero si no nos entra…, no nos entra —manifestó Nico.

—Ya lo intentamos, ya —aseguró Luc.

—Vamos, chicos, vamos —el profesor acabó poniéndose en pie—. No puedo creerlo. Si fuerais tontos o no dierais más de sí, lo entendería, pero vosotros tres…

He visto vuestras otras notas, ¡y todas son bastante buenas por lo general! ¿Qué os pasa con las matemáticas? ¿Que no os entran? ¡Tonterías! Les habéis cogido manía y ya está. ¡Las odiáis! De acuerdo, odiadlas si queréis, pero no me digáis que no las entendéis. Es una cuestión mental. ¡Os negáis a entenderlas, que no es lo mismo!

—Que no es tan fácil, profe —dijo Luc con dolor.

—Sí lo es, Luc, y lo sabes tú como lo sabe Adela y lo sabe Nico. Todo está aquí —se tocó la frente con el dedo índice de la mano derecha—. Si quisierais, podríais, pero os limitáis a decir que no os entran, que no es lo vuestro, que si patatín y que si patatán, y ya está.

—¿Usted cree que no queremos aprobar como sea? —exclamó Nico.

—¿Sabe la bronca que me echarán mis padres? —se estremeció Adela.

—¿Y el verano que me harán pasar los míos, con profes particulares y todo ese rollo? —gimió Luc.

—¡Pues evitadlo! —gritó Felipe Romero.

Pegaron sendos brincos en los asientos.

—Chicos, chicos, ¡chicos! —el maestro se acercó a los tres y se sentó encima de un pupitre—. Las matemáticas son esenciales. Después de la lengua, lo más importante. Y que conste que soy de los pocos profes de mates que reconocen eso, porque la mayoría os dirá que lo principal son las matemáticas. Yo pienso que sin saber leer ni escribir primero decentemente, no hay matemática que valga. Pero da igual: son esenciales. Os ayudan a pensar, a racionalizar las cosas, a tener disciplina mental. ¿Vosotros leéis?

—Sí —dijo Adela—. Yo me trago todas las novelas policiacas que pillo, y casi siempre adivino quién es el asesino antes del final.

—Yo soy fan de la ciencia ficción y la fantasía —le recordó Luc—. Me leo todas las historias que encuentro.

—Y lo mío son los cómics —quiso dejarlo bien sentado Nico—. Aunque también soy bastante bueno con los videojuegos.

—¡Pues las matemáticas son como todo eso! —insistió Felipe Romero—. Una buena novela policiaca va dando pistas, como un problema de mates, y llega a un único final posible: el culpable. Y lo mismo pasa con la ciencia ficción y no digamos los videojuegos. Si tu mente es capaz de trabajar a la velocidad necesaria para llegar al final de un videojuego, es que estás capacitado para resolver cualquier problema de matemáticas.

—No es lo mismo —negó Nico.

—¡Os asesinaría! —levantó las manos al cielo—. ¡Pero mira que sois tozudos!, ¿eh? ¿Y vuestro orgullo?

No dijeron nada.

—¿No os importa ser los tres únicos que suspendáis matemáticas? —siguió el profesor tratando de provocarles.

Siguió el silencio.

—¿Sabéis que pueden echarme por eso? —soltó de pronto Felipe Romero.

—¿Por qué?

—Por ser mal profesor.

—Anda ya.

—Que sí —insistió él—. Estoy en la cuerda floja. El director dice que mis métodos no son… ortodoxos. Con tres suspensos de dieciocho alumnos me la cargo. Es una sexta parte.

—No es justo.

—Díselo a Mariano Fernández.

—¿Encima quiere que nos sintamos mal porque pueden echarle? —se entristeció Adela.

—Pues sí —la pinchó.

—¡Jo! —rezongó ella.

—Mañana es el examen —les recordó sin que hiciera falta—. Por favor, estudiad esta noche, tratad de hacerlo sólo un poco bien para que pueda justificar un cinco pelado. No me vengáis con que no lo entendéis, os bloqueáis, se os queda la mente en blanco y todos esos rollos. ¡Haced un esfuerzo!

Era una bronca. Felipe Romero les hablaba con pasión y convicción. Podían entenderle. Lo malo era la realidad.

Las matemáticas no les entraban. Y punto.

¿Qué podían hacer contra eso?

Capítulo
(17.539.298 / 8.769.649)
2

Bajaron despacio por las escaleras, con la cabeza doblada hacia adelante y la barbilla literalmente hundida en el pecho. Ni siquiera salieron al patio. No querían responder a las preguntas de los demás. Bastante mal se sentían. Acabaron sentándose en el último escalón, con la moral por los suelos.

—No es mal tío —reconoció Adela.

—Se enrolla bien, sí —estuvo de acuerdo Nico.

—Es el mejor profe del cole, aunque sea el de mates —dijo Luc.

—Claro, por eso los demás van a por él —asintió Adela—. Es joven, guaperas, lleva el pelo largo, tiene ideas progres… Ya veis, él mismo lo ha dicho: hasta el director quiere cargárselo.

—¿Tú crees que se puede echar a un profe porque tres alumnos la fastidien? —vaciló Nico.

—Yo, de esos —abarcó el mundo en general, el de los mayores, aunque se refería estrictamente a los maestros del centro—, me lo creo todo.

—Sí, en el fondo debe ser como lo de esas películas americanas —calculó Luc—. Si no vendes tanto o si no llegas a unas cifras o si eres el último del cupo y cosas así, a la calle.

—Pues vaya —suspiró aún más desmoralizada Adela.

—¿Y qué quieres que hagamos, que de pronto nos volvamos genios de las mates? —lo expuso como un imposible Nico.

—A lo mejor si esta noche…

—Vamos, Adela, no sueñes.

—Sí, seamos realistas, ¿vale?

Se sumieron en un nuevo, espeso y denso silencio.

Pocas veces se habían sentido más solos. El mundo entero contra ellos. Había alumnos que con sólo leer una cosa se la sabían, mientras que otros ni estudiándola cinco horas y pegándose los párpados a la frente con cinta adhesiva. Había alumnos que miraban un problema y sabían qué hacer exactamente. Para ellos era un galimatías sin sentido en la mayoría de las ocasiones.

Los profesores iban saliendo de la sala en la que se reunían para tomar café y fumar, porque todos fumaban. Mucho decir que era malo, pero ellos… ¡colgados del vicio! Los estudiaron uno a uno teniendo muy presente a Felipe Romero.

—El Bruno lo odia —dijo Adela—. Desde que tuvo que cambiar su clase con la de él, no lo puede ver.

—La Jacinta ni en pintura. Dice que está loco por la forma que tiene de ser, de vestir y de hablar —expuso Nico—. Pero quién sabe, a lo mejor lo que le pasa es que está enamorada de él en secreto.

—Eres un romántico —se burló Luc. Y continuó él: —La Amalia no digamos, con lo adicta que es de las normas, del plan de estudios, del libro, de no cambiar nada.

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