El bokor (56 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

—Por lo que sé su padre fue un buen hombre.

—Supongo que ustedes podrían haber sido amigos.

—No sé si le sentaría bien un amigo metido en la iglesia.

—La iglesia no le significaba problema, de hecho algunos de sus amigos eran sacerdotes, claro, no sacerdotes corrientes, sino aquellos que de una u otra manera eran por decirlo así, de mente abierta.

—¿Abierta a las prácticas de su padre?

—Lo dice como si fueran heréticas.

—¿No lo eran?

—Por supuesto que no, comienza a hablar como un inquisidor y tenía un mejor concepto suyo, padre Kennedy.

—No soy un inquisidor, de hecho el Santo Oficio murió hace muchos años.

—Para fortuna de las que somos unas brujas. ¿No le parece?

—No pienso que sea usted una bruja.

—Espero no piense en un ser peor entonces.

Adam recordó la imagen de Lilitú y debió haber hecho un gesto de disgusto que Amanda reconoció enseguida.

—No me diga que está imaginándome con una nariz retorcida y una cola peluda.

—Las servidoras de Satanás no lucen así, los publicistas del infierno son muy creativos y es más factible que las mujeres que sirven a sus propósitos luzcan muy bellas.

—¿Debo sentirme halagada entonces?

—No creo que necesite que la halague.

—¿Qué sabe usted de las necesidades de una mujer? ¿Acaso ha satisfecho a alguna?

—¿Cómo dice?

—Que toda mujer necesita sentirse halagada en algún momento.

—No fue lo que creí escucharle.

—¿Qué fue lo que oyó, padre, acaso le preocupa que me entere de su capacidad de satisfacer a una mujer?

—No me da miedo nada.

—¿Y a qué viene eso?

—¿A qué viene qué?

—Ese deseo de que lo crea inmune al miedo.

—Ha sugerido usted que me preocupa mi capacidad de…

—No creo que incapaz sea una palabra que defina para nada a Adam Kennedy.

—Sin embargo ha sugerido que…

—¿Qué, padre?

—Nada, déjelo, supongo que la he malinterpretado.

—Es usted muy extraño, padre Kennedy.

—Quizá soy un poco diferente a los hombres que suele conocer.

—En eso estamos de acuerdo y he de decir que la diferencia juega a su favor.

—Me halaga.

—No ha sido mi intención halagarlo, es sólo la verdad, es usted un hombre culto, inteligente y hasta podría decir que guapo, si no fuera porque sus votos lo hacen…

—No me diga que un ser etéreo.

—¿Etéreo? Por supuesto que no, es usted un ser de carne y hueso y supongo que con los apetitos normales de un hombre de su edad.

—En eso tiene razón.

—¿Cómo hace, padre Kennedy?

—No entiendo su pregunta.

—¿Cómo hace para contenerse ante una tentación? ¿Es algo en lo que los entrena la iglesia? ¿Cómo evitar la tentación de la carne?

—No específicamente, aunque nuestra formación nos lleva a renunciar a muchos placeres.

—Al menos no los ha llamado «pecados».

—Ya se dará cuenta de que no soy un padre que suela satanizar las cosas.

—¿Qué hay del sexo?

—Una necesidad en la reproducción humana.

—Y no olvide que un placer si se hace de la manera y con la persona adecuada.

—Quizá ese sea el caso, que en mi condición de sacerdote, no existen la persona adecuada.

—No creo que la iglesia sea capaz de matar sus instintos.

—Nos ayuda a controlarlos.

—Si así fuera no existiría tanto siervo de Dios involucrado en asaltos sexuales.

—Es inevitable que existan ovejas descarriadas.

—Creo que tales votos solo pueden habérsele ocurrido a alguien que no le apetecía para nada el sexo y que de alguna manera sádica le endilgó esa obligación a los demás.

—El mismo Jesucristo lo entendía, en el evangelio según Mateo lo dice: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda».

—Hacerse eunuco por el Reino de los Cielos, creo que es un precio muy alto.

—No si se le compara con la alternativa.

—Sigo pensando que quien dijo que los sacerdotes no podían disfrutar merecía la hoguera.

—El celibato sacerdotal obligatorio en el catolicismo fue establecido en el Concilio de Trento en el siglo XVI. Esta condición fue justificada por la necesidad de que el sacerdote se consagre exclusivamente a Dios. Por supuesto que también existen detractores, hay quienes aseguran que el celibato es el causante de los numerosos casos de abuso sexual cometidos por miembros de la Iglesia, como acaba usted de decirlo, pero no es justo atribuir una desviación de ese tipo a la iglesia, con seguridad esos hombres actuarían del mismo modo si no fueran sacerdotes y quizá mucho peor.

—¿Pero por qué célibes?

—La noción de celibato puede compararse con la castidad, que es la moderación voluntaria del comportamiento para regular los placeres y los actos sexuales. El cristianismo cree que la castidad supone la capacidad de orientar el deseo sexual hacia objetivos morales. En el caso de los solteros, la castidad se traduce en la abstinencia sexual, mientras que, en los casados, la castidad implica la fidelidad.

—¿Y no sería mejor que los sacerdotes la practicaran dentro del matrimonio?

—No si le creemos a Pablo. El apóstol de los gentiles dijo: Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido.

Os digo esto para vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino para moveros a lo más digno y al trato asiduo con el Señor, sin división. Pero si alguno teme faltar a la conveniencia respecto de su novia, por estar en la flor de la edad, y conviene actuar en consecuencia, haga lo que quiera: no peca, cásense.

Mas el que ha tomado una firme decisión en su corazón, y sin presión alguna, y en pleno uso de su libertad está resuelto en su interior a respetar a su novia, hará bien. Por tanto, el que se casa con su novia, obra bien. Y el que no se casa, obra mejor. La mujer está ligada a su marido mientras él viva; mas una vez muerto el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero sólo en el Señor. Sin embargo, será feliz si permanece así según mi consejo; que también yo creo tener el Espíritu de Dios.

—El que no se casa obra mejor, pedazo de pelmazo el tal Pablo.

—Eran hombres consagrados.

—Eran unos machistas sin escrúpulos.

—Le sorprendería saber que San Agustín en el año 401 escribió que «Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer» —dijo Adam riendo ante el gesto de molestia que Amanda no pudo evitar.

—Es muy interesante pensar que alguien como San Agustín ahora sería tomado por un discriminador ¿No le parece?

—Vivió su época.

—Pero a un santo se le pediría una mayor objetividad.

—En la Edad del Gnosticismo también se planteaba lo mismo: la luz y el espíritu son buenos, la oscuridad y las cosas materiales son malas. Una persona no puede estar casada y ser perfecta. No obstante ello, la mayoría de los sacerdotes eran hombres casados. Eso fue allá por los siglos II y III de la Era Cristiana.

—Pero las cosas han cambiado.

—Afortunadamente; el Papa Gregorio, llamado el Grande decía que todo deseo sexual es malo en sí mismo.

—Condenaba entonces a la humanidad a su extinción.

—No era su idea, pero puede que ahora se vea así. Quizá los Papas llamados Gregorio no la tenían toda consigo, en el año 1074 el Papa Gregorio VII dice que toda persona que desea ser ordenada debe hacer primero un voto de celibato: «Los sacerdotes deben primero escapar de las garras de sus esposas».

—No me parece gracioso —dijo Amanda ante la sonrisa de Adam— es una soberana estupidez pensar de esa manera.

—Pues algunas disposiciones fueron incluso viles, como la del año 1095: El Papa Urbano II hace vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y sus hijos son abandonados.

—Pensé que el personaje más oscuro de la iglesia había sido Borgia.

—El Papa Alejandro VI no era muy creyente del celibato, de hecho tuvo varios hijos, entre ellos Lucrecia y César que ya usted conocerá bien por sus actos.

—Puestos a elegir prefiero al valenciano, al menos era humano, cargado de defectos, quizá más que de virtudes, pero no un mojigato.

—Es muy dura con la iglesia.

—Solo pienso que una cosa es la que dicen y otra la que hacen, incluso sé que muchos Papas fueron a su vez hijos de Papas o sacerdotes.

—Es verdad, Inocente I fue a su vez hijo de Anastasio I, Juan XI fue hijo de Sergio III. Incluso muchos Papas tuvieron hijos posteriormente a la prohibición, como usted acaba de mencionar a Alejandro VI, pero también Inocente III, Julio, Pablo III, Pio IV y Gregorio XIII.

—Bueno, si ellos siendo Papas no tuvieron problemas en romper sus votos, quizá usted aún tenga remedio.

—Lo dices como si el celibato fuera una enfermedad.

—Una de la que yo podría curarte, Adam.

—¿Cómo dices?

—No he dicho nada.

—Me pareció que…

—Sería tan sencillo, mi querido Adam, arrastrarte al placer sin límites de que quieren privarte en la iglesia, hacerte sentir con cada una de tus neuronas el embrujo del amor de una mujer.

—Creo no entender tu juego.

—No sé a que te refieres, Adam, ¿te sientes bien?

—No sé que ganas diciéndome estas cosas.

—¿A qué cosas te refieres? ¿Crees que he hecho mal en hablar de los Papas y sus apetitos?

—No. Me refería a lo otro.

—¿Lo otro?

Amanda, por favor no juegues conmigo.

—No es un juego Adam, es algo muy real, algo que debes experimentar por ti mismo para saber si efectivamente tus votos son válidos, al fin y al cabo, si pruebas y no te gusta, no te estarás privando de nada, con lo cual el voto sería vanal. Pero si pruebas y te gusta te quedan dos opciones, quedarte conmigo eternamente y arder en el infierno o seguir con tus votos de marica.

—¿Por qué me mira así Adam? Comienza a asustarme.

—Aunque no abras la boca puedo escucharte.

—¿Escucharme?

—Sé lo que quieres trayéndome a tu casa.

—Solo quería caminar y charlar un rato con usted.

—Entonces por qué me dices esas cosas.

—Le repito que no fue mi intención ofenderlo al hablar de las prácticas de la iglesia, ahora comprendo que fue un error.

—No ha sido un error. Lo ha planeado usted bien.

—Adam, creo que es mejor que se marche —dijo Amanda ya a la puerta de su casa— no ha sido un buen día para usted.

—Si, creo que será mejor que me marche. No me siento bien —dijo Adam intentando dar crédito a las palabras de la mujer que ahora parecía inocente de aquellas cosas que había oído.

Adam no se despidió de Amanda, tan solo volteó y comenzó a caminar de prisa hacia su casa. La mente le bullía en miles de preguntas sin respuesta. Amanda parecía ser capaz de apartarlo de la realidad. ¿Había dicho la mujer todas esas cosas o había sido tan solo el fruto de su imaginación? Las había escuchado, estaba seguro, era su voz, su cadencia, su tono sensual, lleno de sortilegios que lo atrapaban en su red. ¿Serían las cosas que deseaba oir? ¿Serían aquellas palabras fruto de su deseo por aquella mujer, por aquel súcubo de que Jean le había prevenido? Adam caminaba más aprisa mientras en su mente resonaba la voz de Amanda Strout:

—Adam vuelve a mí.

—No. No me enredarás en tus hechizos.

—Adam, te deseo, deja que te muestre el camino hacia mi corazón.

—Alejate de mí, eres un siervo del demonio, como la Mano y como Duvalier.

—Jamás has sentido aquello a lo que tan fácilmente pareces renunciar.

—Sal de mi cabeza —dijo Adam enfurecido— te ordeno por Cristo que salgas de mi cabeza.

—No digas tonterías y vuelve a mí. Juntos podremos hacer lo que quieras.

—Eres la serpiente.

—No. Solo soy la mujer que fue puesta en el Jardín del Edén por Dios para el disfrute de Adán y del tuyo…

—No. Fuiste expulsada por desobedecer a Adán.

—No mi querido Adam, volé del Jardín porque no quise subordinarme a un hombre, soy su igual porque como tal fui creada.

—Alejate de mi, Lilith, envileciste a Adán al querer ser más que él en la creación, preferiste el placer que la misión a la que si se avino Eva. Eres la madre del pecado, un súcubo, un ser demoniaco que habitó con los demonios y tuvo su progenie.

—Quiero tu semilla Adam, quiero darte hijos que perpetúen tu casa.

Adam ahora corría queriendo escapar de sus pensamientos. La gente lo veía correr y murmuraban que el demonio corría tras del sacerdote. Las ancianas se santiguaban y los hombres reían mostrando sus dientes disparejos y amarillos. Adam los veía y sabía que eran demonios que se reían de él, de su debilidad, de su temor por aquella mujer.

—Déjame en paz, tengo una misión que cumplir.

—Tu misión está conmigo Adam, juntos podemos deshacernos de Baby Doc, destruir su reinado y el de su profeta la Mano de los Muertos. Ven conmigo y venceremos, vengaré a mi padre y tú lograrás tu cometido. Dejaré que mates a la Mano de los Muertos, déjame a mí a Baby Doc.

—No quiero saber de tus planes.

—Todo está listo, Adam, solo tienes que venir y yacer conmigo. Sé que me deseas. Lo haces desde el momento en que me viste. ¿Recuerdas? El tesoro entre mis piernas espera por ti.

—Sal de mi mente.

—Entra en mi cuerpo.

—No. Eres la maldad. Jean tenía razón.

—Jean moró conmigo y luego me entregó al sacerdote para que éste me violara. Tú lo sabes bien.

—Mientes. Tú arrastraste a Barragán a eso. Hiciste que matara a Rulfo.

—Te equivocas Adam, soy la víctima en todo esto. ¿Acaso no lo ves? Todos en mi contra. Todos menos tú que me amas.

—No te amo.

Mientes Adam, me has amado desde siempre, desde antes de conocerme, desde antes de venir a Haití. A eso viniste, a yacer conmigo, a darme tu simiente. Quiero darte hijos de los que te sientas orgulloso.

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