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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El caldero mágico (11 page)

—Les esperaremos hasta que amanezca —dijo Taran—. No podemos correr el riesgo de quedarnos más tiempo. Temo que hayamos perdido más que a un valeroso amigo… Adaon me advirtió que sufriría —murmuró luego, hablando consigo mismo —. Y ahora sufro, por tres motivos distintos.

Demasiado abrumados por la pena y tan cansados que no podían ni siquiera montar guardia, se acurrucaron envueltos en sus capas y se durmieron. Los sueños de Taran fueron tan inquietos como su estado de ánimo en esos momentos, y estuvieron llenos de miedo y cansancio. Vio en ellos los rostros entristecidos de sus compañeros y la mirada serena de Adaon. Vio a Ellidyr apresado por una negra bestia que hundía sus garras en él, y oprimía su cuerpo hasta hacerle gritar atormentado.

Las cambiantes imágenes se esfumaron finalmente para dejar paso a una enorme extensión de hierba por la que corría Taran, con los tallos verdes llegándole hasta el hombro, en desesperada búsqueda de un camino que no lograba encontrar. En lo alto, un pájaro gris surcaba el cielo con las alas extendidas. Taran le siguió y de pronto un camino apareció ante sus pies.

Vio también un turbulento río en el centro del cual había un peñasco. Sobre él estaba el arpa de Fflewddur, que parecía tocar por sí sola al mover el viento sus cuerdas.

Taran se encontró luego corriendo por un pantano en el que no había sendero alguno. Un oso y dos lobos se lanzaron sobre él, amenazándole con sus colmillos. Aterrado, convencido de que le harían pedazos, Taran se arrojó de cabeza a un lago negro, pero de pronto el agua se esfumó y quedó sólo una superficie de tierra reseca. Las bestias, enfurecidas, saltaron sobre él con un rugido.

Despertó sobresaltado; el corazón le latía con fuerza. La noche estaba a punto de terminar y por encima del bosquecillo las primeras luces del alba teñían ya el cielo de un color rosáceo. Eilonwy se removía en el suelo y Gurgi gemía en sueños. Taran, abatido, escondió el rostro entre las manos. El sueño parecía aplastarle con su peso; aún podía ver las fauces abiertas del lobo y sus colmillos blancos y aguzados. Se estremeció. Sabía que en ese mismo instante debía decidir si volvían a Caer Cadarn o seguían buscando los pantanos de Morva.

Taran desvió la mirada hacia las figuras dormidas de Gurgi y Eilonwy. En poco menos de un día, los compañeros se habían visto dispersados como hojas ante el viento y ahora de ellos sólo quedaba este grupo, lamentablemente reducido, perdido y a la deriva. ¿Cómo podían seguir teniendo esperanzas de hallar el caldero? Taran dudaba incluso de que pudieran llegar a salvar la vida y, con todo, el viaje a Caer Cadarn sería tan peligroso como la misión que había ante ellos…, quizá más aún. Debía tomar una decisión.

Un tiempo después se puso en pie y ensilló los caballos. Eilonwy había despertado y Gurgi asomaba su hirsuta cabeza recubierta de ramitas por entre los pliegues de la capa.

—De prisa —les ordenó Taran—. Será mejor que salgamos lo antes posible para que los Cazadores no logren alcanzarnos.

—Muy pronto nos encontrarán —dijo Eilonwy—. Probablemente el camino de aquí a Caer Cadarn esté lleno de ellos.

—Vamos a los pantanos —dijo Taran—, no a Caer Cadarn.

—¿Cómo? —gritó Eilonwy—. ¿Sigues pensando en esos desgraciados pantanos?

¿Crees en serio que podemos encontrar el caldero y, aún más, traerlo con nosotros desde dondequiera que esté?

»Por otro lado —prosiguió Eilonwy antes de que Taran pudiera contestarle—, supongo que no podemos hacer otra cosa, ahora que nos has metido en este jaleo. Y no hay modo de saber lo que piensa hacer Ellidyr. Si no le hubieras hecho ponerse tan celoso por esa tonta yegua…

—Siento pena por Ellidyr —le contestó Taran—. Adaon me dijo una vez que había visto una bestia negra sobre sus hombros. Ahora entiendo algo de lo que pretendía decir.

—Bueno —señaló Eilonwy—, me sorprende oírte decir eso. Pero fue un acto muy bondadoso por tu parte ayudar a Islimach, me alegro realmente de que lo hicieras. Estoy segura de que tus intenciones eran buenas y eso, por sí solo, ya valía la pena. Le hace pensar a una que, después de todo, quizá aún haya esperanza para ti.

Taran no le replicó, pues seguía inquieto y con el ánimo abrumado, pese a que los sueños que tanto le preocupaban estaban empezando a desvanecerse. Montó en Melynlas en tanto que Gurgi y Eilonwy compartían a Lluagor, y los compañeros abandonaron rápidamente el refugio del claro.

La intención de Taran era dirigirse hacia el sur, esperando sin saber muy bien cómo que llegarían a los pantanos de Morva en un día más. Sin embargo, en su fuero interno debía admitir que sólo tenía una vaga idea de la distancia a la que se hallaban e incluso de su posición exacta.

El día estaba despejado y hacía un poco de frío. Mientras Melynlas avanzaba por el terreno cubierto de escarcha, Taran vio en la rama de un espino una telaraña que relucía, bañada en rocío, y una araña muy ocupada reparándola. De un modo extraño e inexplicable, Taran se dio cuenta de que en el sendero del bosque se desarrollaba un sinfín de actividades. Las ardillas estaban preparando sus reservas para el invierno y las hormigas se afanaban en sus castillos de barro. Podía ver todo eso muy claramente, no tanto con sus ojos sino de un modo que antes nunca había conocido.

El mismo aire llevaba en su seno olores especiales. En él flotaba una corriente clara y aguda que se parecía al vino frío y Taran, sin necesidad de pensar en ello, supo que el viento había empezado a soplar del norte. De pronto, entremezclado con ese olor, percibió otro e hizo que Melynlas fuera hacia él.

—Ya que nos estás guiando —observó Eilonwy—, me pregunto si sería mucho esperar de ti que supieras hacia dónde.

—Hay agua cerca —dijo Taran—, nos hará falta llenar los odres… —Vaciló, perplejo—. Sí, hay un arroyo —murmuró—, estoy seguro. Debemos ir allí.

Sin embargo, no logró ocultar del todo su sorpresa cuando poco después se encontraron realmente con un rápido arroyuelo que se abría paso serpenteando a través de un macizo de serbales. Cabalgaron hasta la orilla y, con un grito, Taran tiró bruscamente de las riendas. Sobre una roca, en el centro del arroyo, estaba Fflewddur, refrescándose los pies en el agua.

El bardo se incorporó de un salto y atravesó el arroyo con ruidosos chapoteos para saludar a sus compañeros. Aunque parecía cansado y algo maltrecho, no se le veían las heridas.

—Vaya golpe de suerte haberos encontrado…, bueno, más bien que me hayáis encontrado. Odio admitirlo, pero estoy perdido. Completamente perdido… Me extravié no sé cómo después de que Doli y yo saliéramos corriendo delante de los Cazadores. Intenté volver hacia donde estabais y me perdí todavía más. ¿Cómo está Adaon? Me alegro de que consiguierais…

El bardo se calló de pronto. La expresión de Taran le dijo lo que había ocurrido, y Fflewddur agitó tristemente la cabeza.

—Había pocos como él —dijo —. Su pérdida es de las que debemos lamentar amargamente, al igual que la de nuestro buen Doli.

»No estoy muy seguro de lo que ocurrió —siguió diciendo Fflewddur—. Todo cuanto sé es que galopábamos lo más de prisa posible. ¡Tendríais que haberle visto! Corría como un loco, esfumándose y haciéndose luego visible otra vez, con los Cazadores detrás de él. Si no hubiera sido por Doli, estoy seguro de que me habrían cogido: ahora son más fuertes que nunca. Entonces, mi caballo cayó. Es decir… —añadió el bardo, al ver que una cuerda de su arpa se tensaba emitiendo un agudo tañido—, yo me caí. Por fortuna, cuando eso ocurrió Doli se los había llevado bastante lejos. Por la velocidad a la que iba… —Fflewddur suspiró cansadamente —. Lo ocurrido desde entonces, lo ignoro.

El bardo flexionó las piernas. Había estado caminando todo ese trecho y le complacía enormemente montar de nuevo. Gurgi se instaló detrás de él en Lluagor y Taran y Eilonwy montaron en Melynlas. Las noticias del bardo abatieron aún más el ánimo de Taran, pues ahora se daba cuenta de que había pocas oportunidades de que Doli se reuniera con ellos. Sin embargo, siguió conduciendo a los compañeros hacia el sur.

Fflewddur estuvo de acuerdo en que ése era el único rumbo posible, al menos hasta que lograran reconocer alguna señal del terreno que atravesaban.

—El problema —les explicó—es que nos hemos internado demasiado hacia el sur y que si seguimos así acabaremos en el mar, sin conseguir llegar a los pantanos.

Taran no podía ofrecer ninguna sugerencia al respecto. Más abatido que nunca, aflojó las riendas de Melynlas y no hizo apenas ningún esfuerzo por guiar a su montura. Los árboles fueron haciéndose cada vez más escasos y los compañeros entraron en una gran pradera. Taran, que iba medio dormido en su montura, con la capa envolviéndole los hombros, se despabiló de pronto con una sensación de inquietud. La pradera y las altas hierbas que les rodeaban…, sí, eso le era familiar. Lo había visto antes, aunque no lograba recordar del todo dónde. Sus dedos acariciaron el broche de Adaon, que llevaba al cuello. De pronto, nervioso y algo asustado, lo entendió; el descubrimiento hizo que le temblaran las manos. Taran miró hacia lo alto y vio que un pájaro gris trazaba círculos en el cielo, bajando hacia ellos con las alas desplegadas y volando luego rápidamente sobre los campos hasta desaparecer.

—Era un ave de los pantanos —dijo Taran, haciendo volver grupas a Melynlas—. Si seguimos por ahí —continuó, señalando hacia donde había volado el pájaro—, estoy seguro de que llegaremos directamente a Morva.

—¡Bravo! —exclamó el bardo—. Debo decir que yo nunca me habría fijado en él.

—Al menos hoy has hecho una cosa inteligente —admitió Eilonwy.

—No es obra mía —dijo Taran, con el ceño fruncido en una mueca de perplejidad—. Adaon dijo la verdad y su regalo es realmente precioso.

A toda prisa, le contó a Eilonwy lo referente al broche y los sueños de la noche anterior.

—¿No te das cuenta? —exclamó al terminar—. Soñé con el arpa de Fflewddur… y le encontramos a él en persona. No fue idea mía buscar un arroyo; sencillamente me vino a la mente y supe que lo encontraríamos. Sólo ahora, al ver el pájaro…, eso estaba en mi sueño. Y había otro sueño, uno terrible, con lobos… Eso también va a suceder, estoy seguro. Los sueños de Adaon eran siempre ciertos, él me lo contó.

Al principio, Eilonwy se resistió a creerle.

—Adaon era un hombre maravilloso —dijo—, y no puedes decirme que todo eso se debía a un trozo de hierro. No me importa lo mágico que sea.

—No quería decir eso —le contestó Taran—. Lo que yo creo —añadió pensativo—es que Adaon entendía esas cosas, pese a todo, y que yo, incluso con su broche, no entiendo gran parte de ellas. Todo cuanto sé es que ahora, de un modo insólito, siento cosas distintas. Puedo ver detalles que jamás vi antes…, puedo olerlos y sentir su sabor. No sé decir exactamente de qué se trata. Es algo extraño y en parte aterrador. Y a veces es muy hermoso. Hay cosas que sé… - Taran sacudió la cabeza-. Ni siquiera puedo decir cómo he llegado a saberlas.

Eilonwy se quedó callada un instante.

-Sí -acabó diciendo con lentitud-, ahora lo creo. Ni siquiera pareces tú al hablar. El broche de Adaon es un don que carece de precio porque te da una especie de sabiduría…; algo que, supongo -añadió-, le hace más falta a un Aprendiz de Porquerizo que a ninguna otra persona.

10. Los pantanos de Morva

Desde el instante en que vio aparecer al pájaro del pantano, Taran condujo a sus compañeros velozmente, siguiendo sin vacilar un camino que ahora le parecía muy claro. Sentía moverse debajo de él los poderosos músculos de Melynlas, y guiaba al caballo con una habilidad desacostumbrada. El corcel respondía a su nuevo dominio de las riendas acelerando poderosamente el paso, de tal modo que Lluagor apenas si conseguía mantenerse a su altura. Fflewddur le gritó a Taran que se detuviera unos momentos y les dejara así recuperar el aliento a todos. Gurgi, que parecía un pajar revuelto por el viento, bajó agradecido del caballo e incluso Eilonwy lanzó un suspiro de alivio.

—Ya que nos hemos parado —dijo Taran—, bien podría Gurgi compartir con nosotros un poco de su comida. Pero deberíamos buscar antes un refugio, si no queremos quedar empapados.

—¿Empapados? —exclamó Fflewddur— ¡Gran Belin, pero si no hay ni una nube en el cielo! Y el día es magnífico…, bueno, si tomamos en consideración todos los factores.

—Yo en tu lugar le escucharía —aconsejó Eilonwy al sorprendido bardo—. Normalmente lo más sabio es no prestarle oídos, pero ahora las circunstancias son un poco distintas.

El bardo se encogió de hombros, meneando la cabeza, pero siguió a Taran a través de los campos hasta llegar a un angosto barranco. Una vez en él encontraron en el costado de una colina lo que resultó ser una cueva bastante ancha y de gran profundidad.

—Espero que no estés herido —observó Fflewddur—. En mi tierra hay un jefe de guerreros con una vieja herida que le da punzadas cada vez que el tiempo va a cambiar. Admito que es muy útil, aunque me parece un modo bastante doloroso de predecir la lluvia. Siempre he pensado que es mucho más sencillo limitarse a esperar: tarde o temprano el tiempo acaba cambiando.

—El viento viene ahora del mar —dijo Taran—. Sopla a ráfagas, como inquieto, y sabe a salitre. Siento también en él cierto olor a hierba y a malezas, lo que me hace suponer que no estamos muy lejos de Morva. Si todo va bien, puede que alcancemos los pantanos mañana.

Un poco después, el cielo empezó a cubrirse de nubes y una fría lluvia azotó la colina; unos instantes más tarde caía un fuerte chubasco. El agua corría formando riachuelos a cada lado de su refugio, pero los compañeros estaban secos y a salvo.

—¡El sabio amo nos protege de resbalones y mojaduras! —exclamó Gurgi.

—Debo reconocer —observó el bardo— que tu predicción ha sido totalmente exacta.

—No fue cosa mía —dijo Taran—; sin el broche de Adaon, me temo que todos nos habríamos calado hasta los huesos.

—¿Cómo es posible? —preguntó el atónito Fflewddur—. No habría creído nunca que un broche tuviera nada que ver en esto.

Del mismo modo que se lo había explicado antes a Eilonwy, Taran le contó ahora al bardo lo que había aprendido gracias al broche. Fflewddur examinó cuidadosamente el adorno que llevaba Taran al cuello.

—Muy interesante —dijo—. No sé qué otras cosas hay en él, pero, desde luego, lleva el símbolo bárdico… Son esas tres líneas de ahí, que forman una especie de punta de flecha.

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