El corazón del océano

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Authors: Elvira Menéndez

Tags: #Aventuras, Histórico

 

La Corona de Castilla avanza imparable en la conquista del Nuevo Mundo. Carlos V desea cristianizar los remotos lugares del imperio y frenar el mestizaje entre las filas españolas. Para ello, el Consejo de las Indias envía a América la primera caravana de mujeres de la historia, ochenta doncellas escogidas entre las mejores familias de hidalgos que han visto menguada su riqueza por la crisis que asóla el reino en pleno siglo XVI.

Con la esperanza de dar un vuelco a sus fortunas, todas ellas embarcan rumbo al Río de la Plata para contraer cristiano matrimonio con los conquistadores y tener descendencia, así como dar ejemplo de virtud y buenas costumbres a los indígenas. Pero, durante la travesía, tendrán que sortear todo tipo de fatalidades: ataques piratas, tormentas, la peste, el inesperado desencuentro con los pobladores de las nuevas tierras, la convivencia en un mundo hecho a la medida del hombre…

Todo ello hará que solo algunas damas lleguen hasta su destino, entre ellas, Mencía de Calderón, personaje histórico que dirigió la expedición, y Ana de Rojas, una muchacha culta y soñadora que, espoleada por su espíritu aventurero, romperá con el corsé religioso y cultural de la vieja Europa y permitirá que las costumbres de los exóticos pobladores devoren todos sus prejuicios.

Durante el viaje, Ana de Rojas conoce al joven Alonso, descendiente de un héroe de las revueltas gallegas que tiene que huir de la península ibérica para salvar su vida. La realidad del Nuevo Mundo pondrá a prueba los sueños de ambos personajes y su afán de superación, transformando sus vidas para siempre.

Basada en un episodio desconocido de la historia,
El corazón del océano
es una emocionante novela de aventuras, conspiraciones, valentía y pasión.

temas de hoy.
TH NOVELA

Elvira Menéndez

El corazón del océano

ePUB v1.0

Himali
06.05.12

Título original:
El corazón del océano

Autor: © Elvira Menéndez González, 2010

Primera edición: febrero de 2010

Ilustraciones: © Diego Carrillo González, 2010, por el diseño de las guardas

Diseño/retoque portada: © Himali

Editor original: © Himali (v1.0 )

ePub base v2.0

© Ediciones Planeta Madrid, S. A., 2010

Ediciones Temas de Hoy es un sello editorial de Ediciones Planeta Madrid, S. A.

Paseo de Recoletos, 4. 28001 Madrid

www.temasdehoy.es

ISBN: 978-84-8460-828-8

Preimpresión: J. A. Diseño Editorial, S. L.

Impreso en Artes Gráficas Huertas, S.A.

Printed in Spain–Impreso en España

A mi marido y mis hijos: José María Álvarez,

Pablo, Sara y Antonio

También a Ponç Gelabert, Joana Pascual y Di,

el hijo que durante un tiempo compartimos

La llegada de las ochenta damas causó una auténtica conmoción en el Arenal, el puerto fluvial de Sevilla.

Los comerciantes, vendedores, marineros, estibadores, carreteros, calafates, carpinteros, picaros y esclavos que pululaban por el puerto dejaron de lado sus tareas paraverlas embarcar. En medio de aquel revuelo, comenzaron a circular toda clase de rumores:

—Me han dicho que llevan a esas damiselas al Nuevo Mundo para casarlas con conquistadores.

— Pero si no son más que unas niñas!

Diseño de cubierta e ilustración:
Opalworks

PRIMERA PARTE

El Mundo Viejo

I
LA HUIDA

Pontedeume, Reino de Galicia, España. Víspera de San Juan del Año del Señor de 1547

U
n rayo de sol solía despertarlo por la mañana, y Alonso se entretenía atrapando las diminutas partículas que flotaban en él.

«Esas motas que se mecen en la luz son duendes,
neno, duendes del polvo
, por eso cuesta tanto cogerlos», le había dicho su abuela la primera vez que lo sorprendió manoteando en el aire.

Hacía años que había dejado de creer en duendes, incluso desde antes de morir su abuela, pero seguía fascinado por las motas que pululaban en los rayos de sol. Sin embargo, esa mañana la luz era plomiza, tan espesa que parecía humo, y los
duendes del polvo
se habían vuelto invisibles.

—¿Estás despierto? Pues levántate, hijo, que hemos de irnos.

—¿Adónde?

—Al monasterio de Caaveiro, a hablar con el prior.

Alonso se acercó a la chimenea donde María, su madre, arrodillada en el suelo de granito, trataba de encender una piña. Cuando sopló para avivar la llama, la luz mortecina iluminó su rostro y el muchacho se sobrecogió al ver lo desmejorada que estaba: las ojeras le invadían las mejillas y su tez era cerúlea. Parecía una anciana, aunque aún no había cumplido los veintisiete años.

—¿No habéis dormido bien, madre?

—He tenido calentura.

—¿Qué es eso tan urgente que tenemos que hablar con el prior?

—Ya te enterarás. —Acarició con ternura los rubios cabellos de su hijo—. Anda, sal a asearte mientras yo caliento el caldo. ¡Apura!

Alonso vio que unos hilillos de niebla se colaban por las rendijas de la pared de pizarra y se hizo el propósito de taponarlas con barro en cuanto regresasen del monasterio.

Junto a la entrada de la casa había un lavadero de piedra provisto de un ingenioso caño, que su madre había fabricado con corteza de árbol, para traer el agua desde un manantial cercano. Sobre la pila remoloneaba un resto de niebla perezosa y, a través de ella, vio que en el agua flotaban flores de San Juan, menta, hierbaluisa, lavanda, romero…

—¿Habéis puesto vos estas hierbas a remojo, madre?

María se asomó y asintió con una sonrisa.

—Sí, para que te laves con agua de flores, como es costumbre en el…

—¿Mañana es el día de San Juan…?

—Sí, y tu cumpleaños.

—No me acordaba. ¿Es esta noche cuando encienden las luminarias?

—Sí.

—¡Bien!

Se subió al bordillo de la pila de un salto.

María sonrió complacida por la vitalidad de su hijo. Era delgado, pero fuerte y sano. Había sido un milagro que su madre y ella hubieran logrado sacarlo adelante. Cuando lo parió, ella también tenía trece años y consideró su nacimiento una terrible desgracia: ningún mozo querría casarse con una muchacha deshonrada que tenía un hijo. Y ningún convento la admitiría sin dote. Ahora, trece años después, pensaba que Alonso era lo mejor que le había pasado en su desdichada y corta vida. Pues sospechaba que no le quedaba mucho. Hacía un año que le dolía el pecho, cada vez le costaba más respirar y las fuerzas la abandonaban de día en día. Algunas tareas cotidianas, como llenar la
sella
de agua o cavar la tierra, se habían convertido en una tortura. Además, por la noche tenía calenturas y eso era mala señal. Estaba resignada. Algunas amigas de su edad ya se habían reunido con el Señor y quizá era hora de que también ella descansara. Si no fuera por Alonso… Tenía que ponerlo a salvo como fuera.

—Esta noche los condes de Andrade encenderán una hoguera en el patio del palacio.

—¡No irás!

—Pero, madre…, en las hogueras de San Juan se quema lo viejo y lo malo; la abuela decía que saltarlas trae buena suerte.

—Alonso, no insistas.

El muchacho la miró desconcertado. No entendía por qué no le dejaba ir.

—El año pasado el conde me dio ¡un real! por limpiar el patio después de la fiesta.

—No nos hace falta su dinero. Cuando se acabe el grano…

—Lo sé: ¡iremos a mariscar! ¡Pero da gusto comer otra cosa de vez en cuando!

María se mordió los labios hasta hacerse daño. Se sentía responsable de no ofrecerle a su hijo otra cosa que almejas, percebes, mejillones, centollos, langostas… y otros animales inmundos de las rocas que solo comían los desheredados. Respiró profundamente y, más calmada, dijo:

—Alonso, tengo algo que contarte. Ya eres mayor…

—… y no queréis que durante la noche de San Juan ande solo por el monte, ¿verdad?

—¿A qué te refieres…?

—La abuela decía que la noche de San Juan es mágica y los mancebos corremos el peligro de que nos seduzcan las moras encantadas —al ver la mirada de extrañeza de su madre, explicó—: Las moras encantadas son unas hadas que guardan tesoros y peinan sus cabellos de oro junto a los manantiales.

—Esos son cuentos de viejas, hijo.

—Lo sé, pero me gustan.

—Voy a contarte algo verdadero, que sucedió hace mucho tiempo: los campesinos y los villanos de estas tierras se rebelaron contra los señores y llegaron a gobernar Galicia durante dos años.

—¿Os referís a la revuelta de los
irmandiños
¿Es por los rumores que corren de una nueva sublevación por lo que no queréis que vaya al castillo, madre?

—Así es.

—La abuela no quería hablar de los
irmandiños
.

—Nuestra familia estuvo implicada en la revuelta. Su abuelo, es decir, tu tatarabuelo, Alonso de Lanzós, fue el jefe de los rebeldes aquí, en Pontedeume.

Alonso abrió los ojos, incapaz de creer que por sus venas corriera sangre de aquel héroe legendario.

—¿El que venció a los condes de Andrade?

—Sí.

—Nunca me dijisteis que yo fuera descendiente suyo.

—Te pusimos su nombre.

—¿Es verdad que hizo prisioneros a los mismísimos condes?

—Sí, pero consiguieron fugarse, se dice que por un túnel que comunicaba su castillo del monte con su palacio de Pontedeume. Pidieron refuerzos y lograron recuperar el poder —la emoción empañaba su voz y carraspeó para recuperar el tono—. Al final, la sublevación fracasó. Alonso de Lanzós, tu tatarabuelo, fue hecho prisionero por los Andrade. Lo encerraron, junto a los demás jefes
irmandiños
, en una mazmorra del mismo castillo que él había rendido. Lo tuvieron cien días sin ver la luz. Finalmente, le amputaron la mano derecha y lo emparedaron vivo, de pie, hasta que murió. Y ahí se acabó todo… Fue una guerra contra los poderosos; no podía ganarse —suspiró con amargura—. Aunque no es de eso de lo que quiero hablarte, Alonso, sino de algo que nos incumbe más…

Unos arbustos se movieron junto a la ribera y María se envaró.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó demudada.

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