El cuadro (7 page)

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Authors: Mercedes Salisachs

Tags: #Intriga

Pero el niño preguntó a su vez:

—¿Por qué duerme mamá?

Fabián intentó reanimar a Elena.

—No duerme —le dijo—, se ha desmayado. Corre y dile a la vecina que venga enseguida.

El niño hizo lo que le pedía, y cuando la vecina lo vio llegar lanzó un grito de alegría.

—Pero hijo, ¿desde cuándo estás aquí? ¿Qué has hecho? ¿Dónde has estado?

El niño no contestó. Lo que le apremiaba era volver a su casa, despertar a su madre y contarle su aventura.

* * *

Fue un despertar como arrancado de una larga pesadilla.

Elena no acertaba a comprender que los besos y caricias de su hijo pudieran ser reales.

Nada en aquellos instantes era lógico. Todo se ceñía al misterio de un algo incomprensible.

Pero Manuel estaba allí; sonriente, alegre, como si aquel horrible día hubiese significado para él un regalo largamente esperado.

Inútil era para el niño mostrarse arrepentido o angustiado. Sus muestras de felicidad eran tan grandes que, lejos de causar temores, angustias y confusiones adversas, volcaban sobre los que le rodeaban destellos indiscutibles de una gran alegría.

Elena no podía comprender lo que estaba viendo. Las preguntas no servían. Manuel no las escuchaba. Escuchar, para él, era una actitud inútil, una especie de guadaña que cercenaba la posibilidad de expresarse y abrir el grifo de su andadura para explicar a todos los deseos cumplidos más allá del cuadro y del sonido de una voz.

—Lo he visto mamá —decía.

Elena ignoraba a quién se refería. Pero el hecho de haber recuperado a su hijo podía más que todos los motivos de su prolongada ausencia. No obstante Manuel insistía:

—Ha estado conmigo. Hemos hablado mucho. Y me ha dado esta fotografía que me hicieron en el puerto.

—Pero ¿de quién estás hablando? —preguntó Fabián.

—De mi padre.

Hubo un silencio profundo que sólo se alimentó de miradas. La frase del pequeño carecía de sentido. Ni siquiera Elena sabía quién era el verdadero padre de su hijo. ¿Cómo hablaba de su padre con tanta convicción y desparpajo?

Alguien preguntó:

—¿Fue tu padre el que te sacó de casa?

—No. Fui yo quien salí de casa para buscarlo.

—¿Y eso por qué?

—Porque él me dijo que si lo buscaba, lo encontraría.

De nuevo el silencio. Y la incomprensión total de lo que el niño razonaba. A Fabián se le llenaba la boca de preguntas. Lo que estaba oyendo no le convencía. Ninguna explicación de Manuel era sensata y congruente.

Desconcertaban; abrían interrogantes y sembraban dudas entre malévolas y poco tranquilizantes.

—Y ese señor, ¿qué te ha hecho? —preguntó Fabián.

—Me ha paseado por la ciudad, me ha llevado a un restaurante y me ha enseñado el puerto.

—¿Eso es todo?

—No. Hemos hablado mucho.

—¿Y de qué hablabais?

—De mamá, de ti Fabián, de la canguro.

—Y ¿qué decía sobre nosotros?

—Que todos erais muy buenos y que os obedeciera.

Hubo un cruce de miradas entre Fabián y Elena. Querían comprender lo que el niño les explicaba, pero no lo conseguían. Todo se les convertía en un manojo de fantasías que carecían de lógica.

Elena volvió a preguntar.

—Y ese señor que tú consideras padre ¿te ha hecho algo malo?

—¿Algo malo? Si es mi papá. ¿Cómo puede hacerme algo malo? Al contrario; me ha enseñado cosas buenas para que, cuando crezca, sea también yo un papá bueno.

Las razones del niño sorprendían pero también desconcertaban.

* * *

—¿Tú has comprendido algo de lo que Manuel nos ha contado? —preguntó Fabián cuando se quedó a solas con Elena.

—Francamente no he entendido nada. Manuel es un niño fantasioso. Tiene una mente muy espabilada. Le gusta mucho leer cuentos de aventuras.

—Pero lo de la fotografía… ¿Quién le ha hecho esa fotografía?

—No lo entiendo —dijo Elena—. Aunque la fantasía del niño es muy grande, hay cosas que sobrepasan la lógica.

Anochecía. Los oscuros trastornos de aquel día (disipados ya en las vibraciones del olvido) parecían unirse a la decadencia del día.

Todo había regresado de nuevo a la normalidad. Nada presagiaba trastornos o preocupaciones angustiosas.

Manuel dormía ya en su cama y el silencio estaba también adormeciendo la vivienda.

—¿Quieres que me quede en la habitación del niño? —preguntó Fabián.

—No es necesario; he mandado cambiar la cerradura de la puerta. Aunque lo intente, no volverá a escaparse —afirmó Elena.

Desde el ventanal de la salita, la plaza se veía casi desierta.

La calma era de nuevo la dueña del ambiente.

El regreso de Manuel a su casa había suavizado con creces las asperidades de una jornada espantosa. Todo volvía a su cauce, todo era una realidad indiscutible. ¿Todo?

De pronto Elena hizo una pregunta que no pudo ser contestada.

—Si Manuel ha recorrido la ciudad de arriba abajo, incluido el puerto y ha llegado hasta aquí, ¿cómo es posible que haya encontrado el camino que conducía a su casa, si nadie lo acompañaba?

Y la pregunta se quedó en el aire.

MERCEDES SALISACHS, es una de las plumas más prestigiosas de la actual narrativa española. Nacida en Barcelona en 1916, se graduó como perito mercantil, y en 1955 publicó su primera obra,
Primera mañana, última mañana
, bajo el seudónimo de María Encía.

En 1956 obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona por
Una mujer llega al pueblo
e inició una prolífica carrera en el mundo de la literatura, que incluye títulos como
Carretera intermedia
(1956),
La estación de las hojas amarillas
(1963),
Vendimia interrumpida
(1960),
El declive y la cuesta
(1966),
La última aventura
(1967),
Adagio confidencial
(finalista del Premio Planeta 1973),
La gangrena
(Premio Planeta 1975),
El proyecto
(1978),
La sinfonía de las moscas
(según su autora escrita en 1958, pero no publicada debido a problemas de censura hasta 1982),
El volumen de la ausencia
(Premio Ateneo de Sevilla, 1983),
La danza de los salmones
(1985),
Bacteria mutante
(que es complemento y continuación de La gangrena, 1996),
El secreto de las flores
(1997),
La voz del árbol
(1998),
El último laberinto
(Premio Fernando Lara, 2004),
La conversación
(2002),
Reflejos de luna
(2005),
Entre la sombra y la luz
(2007) y
Goodbye, España
(premio Alfonso X el Sabio de Novela Histórica 2009).

En 2000 fue galardonada con la Gran Cruz de la Orden Civil Alfonso X el Sabio.

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