El diablo de los números (3 page)

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Authors: Hans Magnus Enzensberger

Tags: #Matemáticas

—El siguiente es:

—Probablemente para esto necesitarás tu calculadora.

—Tonterías —dijo Robert—:

—¿Ves? —dijo el diablo de los números—, ya has hecho un dos, sólo con unos. Y ahora por favor dime cuánto es:

—Eso es demasiado —protestó Robert—. No puedo calcularlo de memoria.

—Entonces, coge tu calculadora.

—¿Y de dónde la saco? Uno no se trae la calculadora a los sueños.

—Entonces coge ésta —dijo el diablo de los números, y le puso una en la mano. Tenía un tacto extrañamente blando, como si estuviera hecha de masa de pan. Era de color verde cardenillo y pegajosa, pero funcionaba. Robert pulsó:

¿Y qué salió?

—¡Estupendo! —dijo Robert—. Ahora ya tenemos un tres.

—Bueno, pues ahora no tienes más que seguir haciendo lo mismo.

Robert tecleó y tecleó:

—¡Muy bien! —el diablo de los números le dio unas palmadas en la espalda a Robert—. Esto tiene un truco especial. Seguro que ya te has dado cuenta. Si sigues adelante no sólo te salen todos los números del dos al nueve, sino que además puedes leer el resultado de delante atrás y de detrás adelante, igual que en palabras como ANA, ORO o ALA.

Robert siguió intentándolo, pero al llegar a

la calculadora entregó su espíritu. Hizo ¡Puf! y se convirtió en una pasta verde cardenillo que se escurría lentamente.

—¡Maldición! —gritó Robert, quitándose la masa verde de los dedos con el pañuelo.

—Para eso necesitas una calculadora más grande. Para un ordenador decente una cosa así es un juego de niños.

—¿Seguro?

—¡Claro! —dijo el diablo de los números.

—¿Y siempre sigue así? —preguntó Robert—. ¿Hasta que te aburras?

—Naturalmente.

—¿Has probado con...

—No, no lo he hecho.

—No creo que resulte —dijo Robert.

El diablo de los números empezó a hacer la cuenta de memoria. Pero al hacerlo volvió a hincharse amenazadoramente, primero la cabeza, hasta parecer un globo rojo; de furia, pensó Robert, o por el esfuerzo.

—Espera —gruñó el anciano—. Sale una verdadera ensalada. ¡Maldición! Tienes razón, no resulta. ¿Cómo lo has sabido?

—No lo sabía —dijo Robert—. Simplemente lo adiviné. No soy tan tonto como para hacer un cálculo así.

—¡Desvergonzado! En las Matemáticas no se adivina nada, ¿entendido? ¡En las Matemáticas se procede con exactitud!

—Pero tú has dicho que eso era siempre así, hasta el aburrimiento. ¿Acaso no es eso adivinar?

—¿Qué estás diciendo? ¡Quién te has creído que eres! ¡Un principiante, y nada más! ¿Pretendes enseñarme cuántos son dos y dos?

A cada palabra que decía, el diablo de los números se volvía más grande y más gordo. Jadeó para coger aire. Robert empezaba a tenerle miedo.

—¡Enano de los números! ¡Cabeza hueca! ¡Montón de mocos! —gritó el anciano, y apenas había dicho la última frase cuando explotó de rabia, con un fuerte estallido.

Robert se despertó. Se había caído de la cama. Estaba un poquito mareado, pero aun así no pudo por menos que reírse al pensar cómo había arrinconado al diablo de los números.

La segunda noche

Robert se escurría. Seguía siendo lo mismo de siempre: apenas se quedaba dormido, empezaba. Siempre tenía que bajar. Esta vez era por una especie de cucaña. No mires hacia abajo, pensó Robert, se agarró fuerte y se escurrió con las manos al rojo vivo, abajo, abajo, abajo... Cuando aterrizó de golpe sobre el blando suelo de musgo, escuchó una risita. Delante de él, sentado en una seta de color marrón, suave como el terciopelo, estaba el diablo de los números, más bajito de lo que lo recordaba, que le miraba con sus ojos brillantes.

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