El evangelio según Jesucristo (16 page)

Pero de esta aldea de Nazaret, algunos hombres, sobre todo de los más jóvenes, fueron a juntarse a las guerrillas de Judas Galileo, en general desaparecían sin avisar, volatilizándose, por así decirlo, de una hora a otra, todo quedaba en el íntimo secreto de las familias, y la regla del sigilo, tácita, era tan imperiosa que a nadie se le ocurría hacer preguntas. Dónde está Natanael, que hace días que no lo veo, si Natanael dejaba de aparecer por la sinagoga o si la fila de segadores, en el campo, se había acortado en un hombre, los demás hacían como si Natanael nunca hubiera existido, aunque no era exactamente así, algunas veces se sabía que Natanael entró en la aldea, solo en la noche oscura, y que volvió a salir con la primera luz de la madrugada, no había otro indicio de esta entrada y salida que la sonrisa de la mujer de Natanael, pero en verdad hay sonrisas que lo dicen todo, una mujer está parada, con los ojos perdidos en el vacío, el horizonte, o sólo la pared de enfrente, y de pronto empieza a sonreír, una sonrisa lenta, reflexiva, como una imagen que emerge del agua y oscila en la superficie inquieta, sólo un ciego, por no poder verla, pensaría que la mujer de Natanael durmió la otra noche sin su marido. Y el corazón humano es de tal modo extraño que algunas mujeres que se beneficiaban de la continua presencia de sus hombres, se ponían a suspirar imaginando aquellos encuentros y, alborozadas, rodeaban a la mujer de Natanael como hacen las abejas con una flor desbordante de polen. No era éste el caso de María, con aquellos nueve hijos y un marido que casi todas las noches se las pasaba gimiendo y gritando de angustia y de pavor, hasta el punto de despertar a los niños, que a su vez se ponían a llorar. Con el paso del tiempo, llegaron más o menos a habituarse, pero el mayor, porque algo, aunque todavía no un sueño, le asustaba en medio de su propio dormir, se despertaba siempre, al principio todavía preguntaba a su madre, Qué le pasa al padre, y ella respondía como quien no le da importancia, Son pesadillas, no podía decirle al hijo, Tu padre está soñando que iba con los soldaldos de Herodes por el camino de Belén, Qué Herodes, El padre de éste que nos gobierna, Y por eso gemía y gritaba, Por eso era, No entiendo que ser soldado de un rey que ya murió traiga pesadillas, Tu padre nunca fue soldado de Herodes, su oficio fue siempre el de carpintero, Entonces por qué sueña eso, Uno no puede elegir los sueños que tiene, Son los sueños los que eligen a las personas, Nunca se lo he oído decir a nadie, pero así debe de ser, Y por qué esos gritos, madre, por qué esos gemidos, Es que tu padre sueña todas las noches que va a matarte. Claro está que María no podía llegar a tales extremos, revelar la causa de la pesadilla de su marido, precisamente a quien tenía en esa pesadilla, como Isaac, hijo de Abraham, el papel de víctima nunca consumada, pero condenada inexorablemente. Un día, Jesús, en una ocasión en que estaba ayudando a su padre a ajustar una puerta, se vio con ánimos suficientes y le hizo la pregunta, y él, tras un silencio demorado, sin levantar los ojos, dijo sólo esto, Hijo mío, ya conoces tus deberes y obligaciones, cúmplelos todos y encontrarás justificación ante Dios, pero cuida también de buscar en tu alma qué deberes y qué obligaciones tendrás además que no te hayan sido enseñados, Ese es tu sueño, padre, No, es sólo su motivo, haber olvidado un día un deber, o todavía peor, Peor, cómo, No pensé, Y el sueño, El sueño es el pensamiento que no fue pensado cuando debía y ahora lo tengo conmigo todas las noches, no puedo olvidarlo, Y qué era lo que debías haber pensado, Ni tú puedes hacerme todas las preguntas, ni yo puedo darte todas las respuestas. Estaban trabajando en el patio, en una sombra, porque el tiempo era de verano y el sol quemaba.

Allí cerca jugaban los hermanos de Jesús, excepto el más pequeño, que estaba dentro de casa, mamando en brazos de su madre. Tiago también estuvo ayudando, pero se cansó, o se aburrió, nada extraño, en edades como ésta un año es mucho, y a Jesús ya poco le faltaba para entrar en la madurez del pensamiento religioso, había terminado su instrucción elemental, ahora, aparte de proseguir el estudio de la Tora o ley escrita, se inicia en la ley oral, mucho más ardua y compleja. Así se entenderá mejor que, tan joven, pueda haber mantenido con su padre esta seria conversación, usando con propiedad las palabras y argumentando con ponderación y lógica. Jesús está a punto de cumplir doce años, dentro de poco será ya un hombre y entonces quizá pueda volver al asunto que ahora han dejado en suspenso, si es que José está dispuesto a reconocerse culpable ante su propio hijo, aunque tampoco lo hizo Abraham con su hijo Isaac, aquel día todo fue reconocer y alabar el poder del Señor. Pero bien verdad es que la recta escritura de Dios en poco coincide con las líneas torcidas de los hombres, véase el dicho caso de Abraham, a quien se le apareció un ángel diciendo, en el último momento, No levantes la mano sobre el niño, y véase el caso de José, que poniendo Dios, en lugar del ángel, a un cabo y tres soldados habladores en medio del camino, no aprovechó el tiempo que tenía para salvar de la muerte a los niños de Belén. Pese a todo, si los buenos comienzos de Jesús no se pierden con la mudanza de la edad, quizá acabe sabiendo por qué salvó Dios a Isaac y no hizo nada para salvar a los tristes infantes que, inocentes de pecado como el hijo de Abraham, no encontraron piedad ante el trono del Señor. Y siendo así, Jesús podría decirle a su progenitor, Padre, no tienes por qué cargar con toda la culpa, y en el secreto de su corazón quizá se atreva a preguntar, Cuándo llegará, Señor, el día en que vengas a nosotros para reconocer tus errores ante los hombres.

Mientras de puertas adentro, las de la casa y las del alma, el carpintero José y su hijo Jesús debatían, entre lo que decían y lo que callaban, estas altas cuestiones, seguía la guerra contra los romanos.

Ya duraba más de dos años y a veces llegaban hasta Nazaret fúnebres noticias, ha muerto Efraín, ha muerto Abiezer, ha muerto Neftalí, ha muerto Eleazar, pero no se sabía con seguridad dónde estaban sus cuerpos, entre dos rocas de la montaña, en el fondo de un desfiladero, arrastrados por la corriente de un río, o enterrados a la sombra inútil de un árbol. Bien pueden los que se quedaron en Nazaret lavarse las manos y decir, aunque no puedan celebrar el funeral de los que murieron, Nuestras manos no derramaron esta sangre y nuestros ojos no la vieron. Pero también llegaban noticias de grandes victorias, los romanos expulsados de la ciudad de Séforis, allí cerca, apenas a dos horas de Nazaret, andando, extensas partes de Judea y de Galilea donde el ejército enemigo no se atrevía a entrar, y en la misma aldea de José llevan más de un año sin ver un soldado de Roma. Quién sabe, incluso, si no será ésta la causa de que el vecino del carpintero, el curioso y servicial Ananías, de quien no hemos vuelto a hablar, haya entrado uno de estos días en el patio, con aire misterioso, diciendo, Ven conmigo fuera, y con buen motivo lo pide, que en las casas de este pueblo, por ser tan pequeñas, no es posible la privacidad, donde está uno están todos, por la noche cuando duermen, de día sea cual sea la circunstancia y la ocasión, es una ventaja para el Señor Dios, que así con más facilidad podrá reconocer a los que son suyos en el Juicio Final. No le extrañó a José la petición, ni siquiera cuando Ananías añadió sigiloso, Vamos al desierto, pero nosotros sabemos ya que el desierto no es sólo aquello que nuestra mente se acostumbró a mostrarnos cuando leemos u oímos la palabra, una extensión enorme de arena, un mar de dunas ardientes, desiertos, tal como aquí los entienden, los hay hasta en la verde Galilea, son campos sin cultivo, los lugares donde no habitan hombres ni se ven señales asiduas de su trabajo, decir desierto es decir, Dejará de serlo cuando estemos allá. Pero, en este caso, siendo sólo dos los hombres que van caminando a través de los matojos, aún a la vista de Nazaret, en dirección a tres grandes rocas que se levantan en lo alto de la colina, está claro que no se puede hablar de poblamiento, el desierto volverá a ser desierto cuando estos dos se vayan. Se sentó Ananías en el suelo, José a su lado, tienen la diferencia de años que siempre tuvieron, desde luego, que el tiempo pasa igual para todos, pero no así sus efectos, por eso Ananías, que tampoco estaba muy mal para su edad cuando lo conocimos, hoy parece un viejo, y eso a pesar de que tampoco el tiempo ha ahorrado señales en José. Ananías parece vacilar, el aire decidido con que entró en casa del carpintero se le fue apagando por el camino, y ahora va a ser preciso que José lo anime con una pequeña frase que no deberá parecer una pregunta, por ejemplo, Qué lejos estamos, es una buena apertura para que Ananías diga, No era asunto para ser tratado en tu casa o en la mía. A partir de aquí, la conversación podrá seguir sus caminos normales, por extraño que sea el motivo que los trajo a este lugar retirado, como ahora se verá. Dijo Ananías, Un día me pediste que mirara por tu casa durante tu ausencia y así lo hice, Y te quedé agradecido para siempre por ese favor, dijo José, y Ananías continuó, Ahora, ha llegado la ocasión de pedirte que mires tú por mi casa mientras dure mi ausencia, Te vas con tu mujer, No, voy solo, Pero, si ella se queda, Chua se irá a casa de unos parientes pescadores, Quieres decirme que has entregado a tu mujer la carta de divorcio, No me he divorciado de ella, si no lo hice cuando me enteré de que no podía darme hijos, tampoco lo iba a hacer ahora, lo que pasa es que tengo que estar durante un tiempo lejos de casa, y lo mejor para Chua es que se quede con los suyos, Vas a estar fuera mucho tiempo, No lo sé, depende de lo que dure la guerra, Qué tiene que ver la guerra con tu ausencia, dijo José, sorprendido, Voy en busca de Judas Galileo, Y qué es lo que quieres de él, Le quiero preguntar si me acepta en su ejército, Pero tú, Ananías, que fuiste siempre un hombre de paz, vas ahora a meterte en guerras con los romanos, recuerda lo que le ocurrió a Efraín y Abiezer, Y también a Neftalí y a Eliazar, Escucha entonces la voz del buen sentido, Escúchame tú, José, sea cual sea la voz que hable por mi boca, tengo hoy la edad de mi padre cuando murió, y él hizo mucho más en la vida que este hijo suyo que ni hijos puede tener, no soy sabio como tú para acabar siendo un anciano en la sinagoga, de aquí en adelante nada más tendré que hacer que esperar a la muerte todos los días junto a una mujer a la que ya no quiero, Pues divórciate, La cuestión no está en divorciarme de ella, la cuestión estaría en divorciarme de mí, y eso no es cosa que se pueda hacer, Y tú, qué se te ha perdido a ti en la guerra, con esas pocas fuerzas, Voy a la guerra como si pensase hacer un hijo, Nunca tal oí, Tampoco yo, pero esa es la idea que ahora se me ha ocurrido, Cuidaré de tu casa hasta que vuelvas, Si no vuelvo, si te dicen que he muerto, prométeme que avisarás a Chua para que tome posesión de lo que le pertenece, Lo prometo, Vámonos, ahora estoy en paz, En paz cuando decides irte a la guerra, la verdad es que no lo entiendo, Ay, José, José, durante cuántos siglos tendremos aún que ir aumentando la ciencia del Talmud para poder llegar a la comprensión de las cosas más simples. Por qué me has traído para aquí, no era necesario que nos alejáramos tanto, Quería hablarte ante testigos, Bastaría el testigo absoluto que Dios es, este cielo que nos cubre por dondequiera que vayamos, Estas piedras, Las piedras son sordas y mudas, no pueden dar testimonio, Es verdad que lo son, pero mañana, si tú y yo decidiéramos mentir sobre lo que aquí ha sido dicho, nos acusarían y continuarían acusándonos hasta que se transformaran ellas en polvo y nosotros en nada, Vámonos.

Durante el camino, Ananías se volvió algunas veces para mirar las piedras, por fin desaparecieron de su vista por detrás de un cerro, en ese momento José preguntó, Lo sabe ya Chua, Sí, se lo dije, Y qué dijo ella, Se quedó callada, luego me dijo que más valía que la repudiase, ahora anda llorando por los rincones, Pobrecilla, Cuando esté con su familia se olvidará de mí, y si muero volverá a olvidarme, es ley de la vida, el olvido.

Entraron en la aldea y cuando llegaron a casa del carpintero, que era la primera de las dos para quien venía por este lado, Jesús, que estaba jugando en la calle con Tiago y Judas, dijo que su madre estaba en casa del vecino. Mientras los dos hombres se alejaban, se oyó la voz de Judas, que decía en tono de autoridad, Yo soy Judas el Galileo, entonces Ananías se volvió para verlo y dijo a José, sonriendo, Ahí está mi capitán. No tuvo el carpintero tiempo de responder, porque otra voz sonó, la de Jesús, diciendo, Entonces, tu lugar no está aquí. José sintió una punzada en el corazón, era como si tales palabras le fueran dirigidas, como si el juego infantil fuera el instrumento de otra verdad, se acordó entonces de las tres piedras e intentó, pero sin saber por qué lo hacía, imaginar su vida como si ante ellas debiera, de ahora en adelante, pronunciar todas las palabras y hacer todos los actos, pero, en el instante siguiente, le entró en el corazón un sentimiento de puro terror porque comprendió que se había olvidado de Dios. En casa de Ananías se encontraron con María, que intentaba consolar a la llorosa Chua, pero el llanto se detuvo en cuanto los dos hombres entraron, no es que Chua hubiera dejado de llorar, la cuestión es que las mujeres aprendieron con la dura experiencia a tragarse las lágrimas, por eso decimos, tan pronto lloran como ríen, y no es verdad, en general están llorando por dentro. No para dentro, sino con todas las ansias en el alma y todas las lágrimas de los ojos lloró la mujer de Ananías el día que él partió. Una semana después vinieron a buscarla aquellos parientes suyos que vivían a orillas del mar. María la acompañó hasta la salida de la aldea y allí se despidieron.

Chua, entonces, ya no lloraba, pero sus ojos nunca más volverán a estar secos, que ese es el llanto que no tiene remedio, aquel fuego continuo que quema las lágrimas antes de que ellas puedan brotar y rodar por las mejillas.

9

Así fueron pasando los meses, las noticias de la guerra seguían llegando, unas veces buenas, otras malas, pero mientras que las noticias buenas nunca iban más allá de unas vagas alusiones a victorias que siempre resultaban pequeñas, las malas noticias, esas, ya empezaban a hablar de pesadas y sangrientas derrotas del ejército guerrillero de Judas el Galileo. Un día trajeron la noticia de que había muerto Baldad en una emboscada de guerrilla, con que los romanos le sorprendieron, volviéndose así el hechizo contra el hechicero, hubo muchos muertos, pero de Nazaret sólo aquél. Y otro día, alguien vino diciendo que había oído decir a alguien que había oído decir que Varo, el gobernador romano de Siria, se acercaba con dos legiones para acabar de una vez con aquella intolerable insurrección que llevaba ya en pie más de tres años. Esta misma manera vaga de anunciar, Ahí viene, por su imprecisión, difundía entre la gente un sentimiento insidioso de temor, como si en cualquier momento fuesen a aparecer en el recodo del camino, alzadas a la cabeza de la columna punitiva, las temibles insignias de la guerra y las siglas con que aquí se homologan y sellan todas las acciones, SPQR, el senado y el pueblo de Roma, en nombre de cosas tales, letras, libros y banderas, andan las personas matándose unas a otras, como será también el caso de otra conocida sigla, INRI, Jesús de Nazaret Rey de los Judíos, y sus secuelas, pero no nos anticipemos, dejemos que el tiempo preciso pase, por ahora, aunque causa una impresión de extrañeza saberlo y poder decirlo, como si de otro mundo estuviésemos hablando, que todavía no ha muerto nadie por su culpa. En todas partes se anuncian grandes batallas, prometiendo los de más robusta fe que no pasará este año sin que sean expulsados los romanos de la sagrada tierra de Israel, aunque tampoco faltan los que oyendo estas abundancias mueven tristemente la cabeza y empiezan a echar cuentas del desastre que se aproxima. Y así fue. Durante algunas semanas después de haber corrido la noticia del avance de las legiones de Varo, nada ocurrió, cosa que aprovecharon los guerrilleros para redoblar las acciones de flagelación de la dispersa tropa con que venían luchando, pero la razón estratégica de esa aparente inactividad no tardó en ser conocida, cuando los espías del Galileo informaron que una de las legiones se dirigía hacia el sur, en maniobra envolvente, a lo largo del río Jordán, girando después a la derecha a la altura de Jericó, para, igual que una red lanzada al agua y recogida por mano sabia, reanudar el movimiento en dirección norte, como una especie de lanzadera atrapando aquí y allá, mientras la otra legión, siguiendo un método semejante, se movía hacia el sur.

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