El Héroe de las Eras (61 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

—Estoy seguro de que el muchacho se encuentra bien, querida —dijo Brisa, respondiendo por fin a la pregunta de Allrianne—. Puede que no haya vuelto por temor a implicarnos en lo que ha hecho hoy.

—Eso, o es que no puede franquear a los soldados que vigilan ahí fuera —dijo Sazed.

—Se coló en un edificio en llamas mientras estábamos mirando, querido amigo —recordó Brisa—. Dudo que tenga problemas con un puñado de matones, y menos ahora que ha oscurecido.

Allrianne sacudió la cabeza:

—Habría sido mejor si hubiera conseguido escabullirse de ese edificio de la misma forma que entró, sin saltar del tejado a la vista de todo el mundo.

—Tal vez —dijo Brisa—. Pero parte de ser un vigilante rebelde es dejar que tus enemigos sepan de qué vas. El efecto psicológico producido por saltar de un edificio en llamas llevando con una niña en brazos es bastante fuerte. ¿Y hacerlo delante del tirano que intentó ejecutar a dicha niña? ¡No sabía que el pequeño y querido Fantasma tuviera tanta pasión por el drama!

—Ya no es tan pequeño, me parece —repuso Sazed—. Tenemos la costumbre de ignorar demasiado a Fantasma.

—Las costumbres vienen dadas por la repetición, querido amigo —observó Brisa, agitando un tenedor—. Prestamos poca atención al muchacho porque raras veces tenía un papel importante que representar. No es culpa suya: simplemente, era joven.

—Vin también era joven —advirtió Sazed.

—Debes reconocer que Vin es un caso especial.

Sazed no pudo discutir eso.

—En cualquier caso, cuando examinamos los hechos, lo que sucedió no resulta tan sorprendente. Fantasma ha tenido meses para ser conocido por la población de los bajos fondos de Urteau, y es uno de los miembros de la banda del Superviviente. Es lógico que se volvieran hacia él para que los salvara, igual que Kelsier salvó Luthadel.

—Estamos olvidando una cosa, Lord Brisa —dijo Sazed—. Saltó desde una altura de dos pisos y aterrizó en una calle empedrada. Ningún hombre sobrevive a ese tipo de caídas sin romperse los huesos.

Brisa vaciló:

—¿Crees que estaba preparado? ¿Que tal vez tenía esperando algún tipo de plataforma de aterrizaje que suavizara la caída?

Sazed negó con la cabeza:

—Creo que sería demasiado exagerado asumir que Fantasma podría planear, y ejecutar, un rescate preparado como ése. Habría necesitado la ayuda de los bajos fondos, lo cual habría estropeado el efecto. Si sabían que su supervivencia era un truco, no habríamos escuchado los rumores que hemos escuchado sobre él.

—¿Entonces qué? —preguntó Brisa, dirigiendo una mirada a Allrianne—. No estarás sugiriendo de verdad que Fantasma ha sido un nacido de la bruma todo este tiempo, ¿no?

—No lo sé —contestó Sazed en voz baja.

Brisa sacudió la cabeza y se echó a reír:

—Dudo que pudiera habérnoslo ocultado, mi querido amigo. ¡Tendría que haber soportado todo el lío de derrocar al Lord Legislador, luego la caída de Luthadel, sin revelar jamás que era algo más que un ojo de estaño! Me niego a aceptar eso.

O te niegas a aceptar que no habrías detectado la verdad
, pensó Sazed. Con todo, Brisa tenía un buen argumento. Sazed conocía a Fantasma desde que era un niño. El chico era torpe y tímido, pero no engañoso. Costaba mucho imaginar que hubiera sido un nacido de la bruma desde el principio.

Sí, Sazed había visto aquella caída. Había visto la gracia del salto, la pose distintiva y la destreza natural de quien quema peltre. Sazed deseó tener sus mentecobres para poder buscar referencias sobre gente que manifestaba espontáneamente tener poderes alománticos. ¿Podía alguien ser un brumoso al principio de su vida, y luego transformarse en un nacido de la bruma pleno?

Era algo sencillo, relacionado con sus deberes como embajador. Tal vez podría pasar algún tiempo revisando sus memorias almacenadas, buscando ejemplos…

Vaciló.
No seas tonto
, pensó.
Sólo estás buscando excusas. Sabes que es imposible que un alomántico consiga nuevos poderes. No encontrarás ejemplos porque no los hay.

No necesitaba revisar sus mentes de metal. Las había descartado por un buen motivo: no podría ser guardador, no podría compartir el conocimiento recopilado hasta aprender a separar las verdades de las mentiras.

Me he dejado distraer últimamente
, pensó con determinación, levantándose de su sitio y dejando a los otros atrás. Se dirigió a su «habitación» del depósito, con las sábanas colgando para bloquear su visión a los demás. Sobre la mesa estaba su cartapacio. En el rincón, junto a un estante lleno de latas, su saco lleno de mentes de metal.

No
, pensó Sazed.
Me he hecho una promesa. La mantendré. No me convertiré en un hipócrita simplemente porque aparezca una nueva religión que me sorprende. Seré fuerte.

Se sentó a la mesa, abrió el cartapacio y sacó la siguiente hoja de la lista. Hablaba de las características de los nelazan, que adoraron al dios Trell. A Sazed siempre le había agradado esta religión, porque sus fieles se centraban en el aprendizaje y estudio de las matemáticas y los cielos. La había dejado casi para el final, pero más por preocupación que por otra cosa. Había querido posponer lo que sabía que iba a pasar.

En efecto, a medida que fue leyendo sobre la religión, vio lagunas en sus doctrinas. Cierto, los nelazan sabían mucho de astronomía, pero sus enseñanzas sobre la otra vida eran endebles, casi caprichosas. Su doctrina era decididamente vaga, decían, para permitir a todos los hombres descubrir la verdad por sí mismos. Sin embargo, al leer esto, Sazed se sintió frustrado. ¿De qué servía una religión sin respuestas? ¿Por qué creer en algo si la respuesta a la mitad de sus preguntas era «Pregúntale a Trell, y él responderá»?

No descartó la religión de inmediato. Se obligó a hacerla a un lado, reconociendo que no estaba de humor para estudiar. En realidad, no se sentía de humor para nada.

¿Y si Fantasma se ha convertido realmente en un nacido de la bruma?
, se preguntó, volviendo a la conversación anterior. Parecía imposible. Sin embargo, muchas cosas que creían saber sobre la alomancia, como la existencia de sólo diez metales, habían resultado ser falsas, enseñadas por el Lord Legislador para ocultar algunos poderosos secretos.

Tal vez podía ser que un alomántico manifestara de forma espontánea nuevos poderes. O tal vez había un motivo más mundano por el que Fantasma había logrado aquel largo salto. Podría estar relacionado con aquello que volvía sus ojos tan sensibles. ¿Drogas, tal vez?

Sea como fuere, la preocupación por lo que estaba sucediendo impedía que Sazed se concentrara como debía en el estudio de la religión nelazan. Seguía teniendo la sensación de que estaba sucediendo algo muy importante. Y Fantasma se hallaba justo en el centro.

¿Dónde estaba el muchacho?

—Sé por qué estás tan triste —dijo Fantasma.

Beldre se volvió, reflejando la sorpresa en su rostro. Al principio no lo vio. Debía de estar muy sumergido en las sombras brumosas. Le costaba saberlo.

Dio un paso adelante, cruzando el terreno que antes fuera un jardín en la casa del Ciudadano.

—Lo suponía —prosiguió—. En un primer momento, creí que la tristeza tenía que ver con este jardín. Debió de haber sido precioso, en tiempos. Lo habrías visto en su plenitud, antes de que tu hermano ordenara destruir todos los jardines. Estabas emparentada con la nobleza, y probablemente vivías en su sociedad.

Ella pareció sorprenderse ante sus palabras.

—Sí, lo sé —continuó Fantasma—. Tu hermano es alomántico. Un lanzamonedas: sentí sus pulsos. Aquel día en el mercado.

Ella permaneció en silencio, más hermosa ella misma de lo que el jardín podría haberlo sido jamás, aunque dio un paso atrás cuando sus ojos finalmente lo encontraron en la bruma.

—Al final, decidí que debía de estar equivocado. Nadie se entristece tanto por un simple jardín, por hermoso que fuera. Después de eso, pensé que la tristeza de tus ojos se debía a que tienes prohibido tomar parte en los consejos de tu hermano. Siempre te envía fuera, al jardín, cuando se reúne con sus oficiales más importantes. Sé lo que es sentirse inútil y excluido entre gente importante.

Dio otro paso adelante. El áspero terreno se abría bajo sus pies, cubierto por una pulgada de ceniza, los tristes restos de lo que en tiempos había sido un suelo fértil. A su derecha se hallaba el arbusto solitario que Beldre solía venir a contemplar. No lo miró: mantuvo los ojos fijos en ella.

—Me equivocaba —dijo—. Tener prohibido el acceso a las reuniones de tu hermano causaría frustración, pero no dolor. No ese pesar. Ahora conozco esa pena. He matado esta tarde por primera vez. Ayudé a derrocar imperios, luego ayudé a construirlos de nuevo. Y nunca había matado a un hombre. Hasta hoy.

Se detuvo, y entonces la miró a los ojos:

—Sí, conozco esa pena. Lo que intento comprender es por qué la sientes.

Ella se volvió:

—No deberías estar aquí. Hay guardias vigilando.

—No —repuso Fantasma—. Ya no. Quellion ha enviado demasiados hombres a la ciudad: tiene miedo de que estalle una revolución, como sucedió en Luthadel. Como la que inspiró él mismo cuando se hizo con el poder. Está en pleno derecho a tener miedo, pero se equivocó al dejar su propio palacio tan mal protegido.

—¡Mátalo! —susurró Kelsier—. Quellion está dentro, es la oportunidad perfecta. Se lo merece, y tú lo sabes.

No
, pensó Fantasma.
Hoy no. No delante de ella.

Beldre volvió a mirarlo, con expresión de reproche:

—¿Por qué has venido? ¿Para burlarte de mí?

—Para decirte que te comprendo.

—¿Cómo puedes decir eso? No me comprendes: no me conoces.

—Creo que sí —dijo Fantasma—. Vi tus ojos hoy, cuando mirabas a esas personas marchar hacia la muerte. Te sientes culpable. Culpable por los asesinatos de tu hermano. Lo sientes porque crees que deberías poder detenerlo. —Dio un paso adelante—. No puedes, Beldre. Su poder lo ha corrompido. Puede que una vez fuera un buen hombre, pero ya no lo es. ¿Te das cuenta de lo que está haciendo? Tu hermano está asesinando a gente simplemente para conseguir alománticos. Los captura, y luego amenaza con matar a sus familias si no hacen lo que les pide. ¿Son ésas las acciones de un buen hombre?

—Eres un necio simplista —susurró Beldre, aunque seguía sin mirarlo a la cara.

—Lo sé —respondió Fantasma—. ¿Qué son unas cuantas muertes cuando se trata de asegurar la estabilidad de un reino? —Hizo una pausa, luego sacudió la cabeza—. Está matando a niños, Beldre. Y lo hace simplemente por cubrir el hecho de que está reuniendo alománticos.

Beldre guardó silencio un instante.

—¡Vete! —dijo al fin.

—Quiero que vengas conmigo.

Ella alzó la cabeza.

—Voy a derrocar a tu hermano —añadió—. Soy miembro de la banda del mismísimo Superviviente. Derribamos al Lord Legislador: Quellion ni siquiera resultará un desafío. No tienes que estar aquí cuando caiga.

Beldre hizo una mueca.

—No es sólo tu seguridad —continuó Fantasma—. Si te unes a nosotros, será un fuerte golpe para tu hermano. Tal vez eso lo convenza de que está equivocado. Podría haber un modo más pacífico de cambiar las cosas.

—Voy a empezar a gritar en tres segundos —dijo Beldre.

—No temo a tus guardias.

—No lo dudo —respondió ella—. Pero, si acuden, tendrás que volver a matar.

Fantasma vaciló. No obstante, se quedó donde estaba, aceptando su envite.

Y entonces ella empezó a gritar.

—¡Ve y mátalo! —dijo Kelsier por encima de los gritos—. ¡Ahora, antes de que sea demasiado tarde! Esos guardias que mataste… sólo seguían órdenes. Quellion, él es el verdadero monstruo.

Fantasma rechinó los dientes, presa de la frustración. Luego por fin echó a correr, huyendo de Beldre y sus gritos, dejando a Quellion con vida.

Por el momento.

El conjunto de anillos, cierres, aros, brazaletes y otras piezas de metal brillaba sobre la mesa como un tesoro de leyenda. Naturalmente, la mayoría de los metales eran bastante mundanos. Hierro, acero, estaño, cobre. No había ni oro ni cobre.

Sin embargo, para un feruquimista, los metales valían mucho más que su precio. Eran baterías, almacenes que podían llenarse y luego recuperarse. Un anillo hecho de peltre, por ejemplo, podía llenarse de fuerza. Llenarlo vaciaría de fuerza a un feruquimista durante un tiempo, debilitándolo tanto que las tareas simples le resultarían difíciles, pero el precio valía la pena. Pues, cuando fuera necesario, podría recuperar esa fuerza.

Muchas de estas mentes de metal que había esparcidas en la mesa ante Sazed estaban vacías en este momento. Sazed las había utilizado por última vez durante la horrible batalla que había terminado con la caída, y luego rescate, de Luthadel más de un año atrás. Esa batalla lo había dejado exhausto en más de un sentido. Diez anillos, alineados a un lado de la mesa, habían sido empleados para dejarlo medio muerto. Marsh los había arrojado contra Sazed como monedas, perforándole la piel. Eso, no obstante, había permitido a Sazed decantar su poder y curarse.

En el mismo centro de la colección estaban las mentes de metal más importantes de todas. Cuatro brazaletes brillantes y pulidos, hechos del más puro cobre. Eran las más grandes de sus mentes de metal, pues contenían más cobre. El cobre guardaba recuerdos. Un feruquimista podía coger imágenes, pensamientos o sonidos que estuvieran frescos en su mente, y almacenarlos. Allí dentro, no se deterioraban ni cambiaban, como solían hacer los recuerdos retenidos en la mente.

Cuando Sazed era joven, un feruquimista mayor le leyó el contenido completo de sus mentecobres. Sazed había almacenado el conocimiento en sus propias mentecobres; contenían la suma total del conocimiento guardador. El Lord Legislador se había esforzado por aniquilar los recuerdos del pasado de su pueblo. Pero los guardadores los habían recopilado: historias de cómo era el mundo antes de que llegara la ceniza y el sol se hubiera vuelto rojo. Los guardadores habían memorizado los nombres de los lugares y los reinos, acumulando la sabiduría de lo que se había perdido.

Y habían memorizado las religiones que el Lord Legislador había prohibido. Las que con más intensidad había intentado destruir; por eso los guardadores habían trabajado con igual intensidad para rescatarlas, para asegurarlas en el interior de sus mentes de metal, para que algún día pudieran volver a ser enseñadas. Sobre todo, los guardadores habían buscado una cosa: conocimiento de su propia religión, las creencias del pueblo de Terris. Sin embargo, a pesar de siglos de trabajo, los guardadores nunca habían recuperado este conocimiento, el más precioso de todos.

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