El Imperio Romano (17 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

Quedaba el jefe de las legiones de Britania, Albino (Decimus Clodius Septimus Albinus). Extrañamente, en latín Níger significa «negro», y Albinus significa «blanco», de modo que Severo tuvo que hacer frente al Negro y al Blanco.

En un comienzo, Severo, se aseguró la neutralidad de Albino declarándolo su heredero. Esto le dio tiempo para acabar con Níger. Albino, que esperaba un empate entre sus dos enemigos, pensó ahora que sólo era cuestión de tiempo para que Severo se volviese contra él. Decidió atacar primero, haciéndose proclamar emperador y marchando a la Galia en 197.

El enérgico Severo se abalanzó hacia el Norte para ir a su encuentro, y en Lugdunum (la moderna Lyon), la mayor ciudad de la Galia por entonces, los ejércitos se enfrentaron en la mayor batalla entre romanos que se habían librado desde la de Filipos, siglo y medio antes. Las fuerzas de Severo obtuvieron una victoria total, y Lugdunum fue saqueada tan ferozmente que nunca recuperó su prosperidad en los tiempos antiguos. A este precio, en 197 (950 A.U.C.), Severo fue finalmente el amo indiscutido del Imperio.

Los dominios romanos ahora se aquietaron bajo Severo, como antaño se habían aquietado bajo Vespasiano un siglo y cuarto antes. Pero esta vez Roma era más débil. Había sufrido la devastación de la peste y su población seguía declinando. También había sufrido los golpes, físicos y psicológicos, de una grave guerra civil.

Por ello, Severo no pudo restaurar el principado según el modelo de Augusto, como había tratado de hacer Vespasiano. Tal vez Severo tampoco lo deseaba. En cambio, se adaptó a la realidad aceptando el hecho de que sólo como amo del ejército un emperador podía ser amo de Roma. Ni el Senado ni el pueblo plantearon problemas sobre el gobierno.

Así, Severo empezó a mimar al ejército. Aumentó su paga y extendió los privilegios militares, permitiendo a los soldados casarse, por ejemplo, mientras prestaban servicio, y frecuentemente elevándolos al rango de la clase media al retirarse. Centralizó el ejército bajo su único mando, eliminando a los senadores hasta del control nominal de legiones particulares. Aumentó las dimensiones del ejército hasta llegar a constituir treinta y tres legiones, frente a las veinticinco que había en el momento de la muerte de Augusto. También se aumentaron las tropas auxiliares, y por el 200 el número total de hombres que tenían las fuerzas romanas quizá superó los 400.000.

Además, Severo desarmó y disolvió la guardia pretoriana que había puesto en venta el Imperio y la reemplazó por una de sus propias legiones danubianas. En lo sucesivo, la guardia pretoriana fue reclutada entre las legiones y ya no estuvo constituida particularmente por italianos. Al estacionar una legión en la misma Italia, Severo invirtió la política de Augusto de dos siglos antes y redujo a Italia al rango de las otras provincias. Desde entonces, en efecto, no hubo ninguna diferencia real entre Italia y las provincias. Todas las partes del Imperio estaban sometidas al ejército y su jefe.

Bajo Severo, continuó la centralización del Imperio. Subdividió algunas provincias en unidades menores para que los gobernadores fuesen menos poderosos y hubiese una jerarquía más compleja de funcionarios cuya cúspide era él mismo.

Pero en conjunto el vigor de Severo benefició al Imperio, que podía soportar mejor, por entonces, un despotismo militar que las extravagancias o la anarquía. De hecho, en tiempos de Severo, los límites romanos se mantuvieron, pese a que las legiones estaban ocupadas en luchar unas contra otras mientras las fronteras exteriores quedaban sin protección. Afortunadamente, la gran rival de Roma, Partia, proseguía sus propias guerras civiles y su potencia declinaba con mucho mayor rapidez que la de Roma, hasta el punto de que Severo pudo hacer frente a Partia desde una ventajosa posición.

Así, cuando Partia adoptó una actitud que parecía calculada para sacar ventaja de los problemas de Roma, Severo respondió con rapidez. Una guerra exterior era justamente lo que se necesitaba para unir el Imperio a su alrededor. Por ello, en 197, apenas obtenida su victoria sobre Albino, marchó al Este nuevamente y derrotó a Partia brillantemente. Cuando volvió a Roma, en 202, celebró un triunfo y erigió un arco (que aún está en pie) para conmemorar sus victorias.

En el período de paz que siguió, Severo reorganizó los procedimientos legales y las finanzas. Un estrecho colaborador de Septimio Severo fue el respetado jurista Papiniano (Aemilius Papinianus). Este emprendió una reorganización completa del derecho romano y, en verdad, los comentarios que escribió constituyeron la base de tal derecho durante los tres siglos siguientes. Pero la reorganización financiera no atenuó las debilidades subyacentes del Imperio, pues Severo se vio obligado a disminuir el contenido de plata de las monedas, signo seguro de una permanente enfermedad económica.

La esposa de Severo, la emperatriz Julia Domna, se interesaba por la filosofía y dio al reinado un tinte intelectual que era totalmente extraño al rudo y marcial Emperador. Ella se rodeó, por ejemplo, de pensadores como Galeno, el médico, quien a la sazón estaba en sus últimos años (murió alrededor del 200).

Otra figura de su círculo era Diógenes, comúnmente llamado Diógenes Laercio porque nació en la ciudad de Laerte, en Asia Menor. Su derecho a la fama se basa en que escribió breves biografías de varios filósofos antiguos de renombre. Su libro estaba destinado al consumo popular y consiste en gran medida en el relato de incidentes anecdóticos de la vida de los filósofos y algunas citas sorprendentes de sus obras. Indudablemente, era estupendo para caballeros ociosos que deseaban poder chismorrear sobre los filósofos y la filosofía sin tener que pasar por el arduo esfuerzo de leer realmente sus obras. No hay duda de que el libro fue considerado como carente de valor por los verdaderos sabios de la época.

Sin embargo, la misma popularidad del resumen de Diógenes Laercio causó que se hicieran muchas copias de él y que sobreviviera hasta los tiempos modernos, mientras que no nos han llegado las obras mucho más valiosas pero mucho menos populares de gran número de los filósofos mismos. Se desprende de esto que Diógenes Laercio nos dice todo lo que sabemos sobre muchos grandes hombres y que debemos estarle agradecido por ello.

Un amigo de Severo fue Dión Casio (Dion Cassius Cocceianus), historiador de cierto renombre. Nació en Asia Menor, donde su padre fue gobernador bajo Marco Aurelio. Dión Casio llegó a Roma en 180 y fue senador en el reinado de Cómodo; sobrevivió a los peligros de ese reinado y desempeñó altos cargos bajo Severo y sus sucesores. Dión Casio escribió una historia de Roma, de la cual nos han llegado los libros que tratan del último medio siglo de la República y el primer medio siglo del Imperio. Es gracias al accidente de esta supervivencia por lo que sabemos tanto de los tiempos de César y Augusto.

Los últimos años de Severo fueron perturbados por conflictos en Britania. Recordando el poder del gobernador de Britania, Albino, que había estado a punto de conquistar el Imperio, Severo dividió Britania en dos provincias. Así debilitó el poder de los generales allí apostados e hizo menos probable que se rebelasen. Pero también los hizo menos capaces de resistir a los pictos del Norte, sobre todo porque Albino, en su lucha por el trono, había retirado de Britania gran cantidad de buenos soldados que hallaron la muerte en Lugdunum.

En 208, Severo se vio obligado a viajar él mismo a Britania y a emprender vigorosas operaciones contra los duros montañeses del salvaje Norte. Pero el precio fue demasiado elevado. Las operaciones de guerrillas desgastaron a las legiones y sólo con dificultad se las podía abastecer y reforzar desde el cuerpo principal del Imperio. Finalmente, Severo tuvo que contentarse con algunos gestos nominales de sumisión de los nativos. Esto disimulaba el resultado real, que fue una retirada romana. Severo decidió que la improvisada Muralla de Antonino, erigida medio siglo antes en la mitad de Escocia, era demasiado difícil de defender y se retiró definitivamente detrás de la Muralla de Adriano, más práctica y que reforzó. Pero Severo no iba a dejar nunca Britania. Estaba en sus sesenta y tantos años y durante mucho tiempo había sufrido horriblemente de gota. En 211 (964 A. U. C.) murió de esta enfermedad en Eboracum (la moderna York).

Caracalla

Severo, para aumentar su popularidad entre la gente del Imperio y dar apariencia más legítima a su gobierno, apeló a la ficción legal de que él era hijo de Marco Aurelio y hermano de Cómodo. Esto se ve en el nombre de su hijo mayor. Originalmente era Basiano, pero después de que su padre se convirtiese en emperador, se cambió el nombre del hijo por el de Marco Aurelio Antonino.

Pero, como Calígula, el hijo mayor de Severo fue conocido por el nombre de una prenda de vestir. Introdujo en Roma una larga capa de estilo galo y la hizo popular. Esa capa era llamada «caracallus», por lo que el hijo de Severo fue conocido por Caracalla.

Caracalla y su hermano menor Geta (Publius Septimius Antoninus Geta) habían prestado servicio en Britania en la campaña final de su padre, y al morir éste los dos hermanos le sucedieron como co-emperadores, siguiendo el precedente de Marco Aurelio y Lucio Vero de medio siglo antes.

Pero Caracalla no era ningún Marco Aurelio. Los dos hermanos se odiaban violentamente. Concluyeron una rápida paz en Britania y volvieron apresuradamente a Roma para luchar hasta llegar a una decisión. Caracalla ganó porque hizo asesinar a Geta en 212, y en adelante gobernó solo, asegurando su posición mediante ejecuciones en masa de los que sospechaba que habían apoyado a Geta. Distribuyendo dinero pródigamente entre los soldados, se ganó su apoyo y no se preocupó un ardite de nada más.

El romano más distinguido que cayó en la campaña de ejecuciones de Caracalla fue Papiniano, el jurista. Había acompañado a Severo a Britania y, a la muerte del emperador, fue hecho tutor de Caracalla y Geta, que sólo tenían un poco más de veinte años. Trató de mantener la paz entre ellos y fracasó. Como les ocurre a menudo a los conciliadores, se ganó la enemistad de ambas partes y probablemente habría sido ejecutado con igual rapidez si hubiese ganado Geta.

Caracalla, al igual que Calígula, Nerón y Cómodo, fue echado a perder por haber sido criado en la corte; como emperador, fue de escasa valía. Pero sólo reinó seis años.

Bajo su gobierno, se construyeron en Roma los enormes «baños de Caracalla», que cubrían 33 acres. Sus ruinas subsisten en la Roma actual y son una atracción turística.

El hábito de tomar baños había aumentado de popularidad a través de la historia romana, y en el Imperio llegó a la cumbre del lujo. Los baños públicos eran grandes construcciones con habitaciones en las que un bañista podía pasar de un baño a otro con temperaturas diferentes: caliente, tibio y frío. Había habitaciones con vapor de agua, habitaciones para hacer ejercicios y lugares donde la gente podía ser untada con aceites o recibir masajes. Hasta había salones donde un cliente podía descansar, leer, conversar u oír recitaciones. Los precios no eran elevados y los baños tenían una gran popularidad.

Ciertamente, la popularidad de los baños es mucho más admirable que la de los horribles combates de gladiadores y con animales. Sin embargo, para los satíricos romanos, los estoicos y, sobre todo, para los primeros cristianos, el lujo que rodeaba a los baños hacía que su práctica les pareciese decadente y vergonzosa. En particular, en algunos lugares surgió la costumbre de que hombres y mujeres usasen los baños simultáneamente, y esto era horrible para los moralistas, quienes imaginaban que allí se practicaba todo género de perversiones, cosa que probablemente no ocurría.

Otra acción importante de Caracalla fue su edicto de 212 (965 A. U. C.) por el que otorgaba la ciudadanía romana a todos los hombres libres del Imperio. Esta no era una concesión tan magnífica como podría parecer, pues la diferencia entre ciudadanos y no ciudadanos había ido disminuyendo desde hacía mucho tiempo y las ventajas prácticas de ser ciudadano en un despotismo dominado por el ejército eran prácticamente nulas.

En realidad, se supone que Caracalla tenía en vista una finalidad práctica. Había ciertos impuestos a la herencia que sólo debían pagar los ciudadanos romanos. Al generalizar la ciudadanía, Caracalla aumentaba los ingresos provenientes de esos impuestos.

Caracalla llevó una política agresiva en las fronteras. Luchó a lo largo del Danubio en 214 y mantuvo a raya a las tribus germánicas. Luego marchó al Este para librar otra de las eternas guerras con Partia y, como su padre antes, hizo una triunfal incursión por la Mesopotamia.

Sin embargo, las crueldades de Caracalla estaban despertando nerviosismo entre sus colaboradores. Por ejemplo, ordenó a sus soldados que saquearan Alejandría, la segunda ciudad del Imperio, por un delito trivial, y fueron muertas miles de personas. Un hombre semejante no vacilaría en hacer asesinar a sus colaboradores por cualquier ofensa imaginaria, si esos colaboradores no actuaban primero.

Lo hicieron. En 217 (970 A. U. C.) Caracalla fue asesinado a instigación de uno de sus funcionarios, Marco Opilio Macrino. Como Nerón y Cómodo, Caracalla sufrió una muerte violenta a los treinta y un años de edad.

Después del asesinato, el mismo Macrino se proclamó emperador. Era un ciudadano de clase media, mauritano de origen, y nunca había alcanzado el rango senatorial. Fue el primer emperador que llegó al trono cuando sólo pertenecía aún a la clase media.

Macrino aparentemente tenía buenas intenciones. Redujo ciertos impuestos y trató de reducir la paga y aumentar la disciplina de sus tropas (una acción siempre muy riesgosa).

Por desgracia, las cosas no marcharon bien. Los partos, aprovechando los desórdenes que siguieron a la muerte de Caracalla, invadieron Siria e infligieron derrotas a los romanos. Macrino se vio obligado a firmar una paz bastante desfavorable que inmediatamente despertó la indignación de los soldados y les hicieron volverse hacia otros posibles candidatos al trono.

Alejandro Severo

El candidato lógico parecía ser alguien que estuviese emparentado con Caracalla y, por lo tanto, formase parte del linaje de Severo. Caracalla no había tenido hijos, pero tenía algunos parientes femeninos. Su madre, Julia Domna, que murió poco después del asesinato de Caracalla, tenía una hermana llamada Julia Maesa, quien tenía dos hijas, Julia Soemis y Julia Mamea. Las dos hijas, primas hermanas de Caracalla, tenían cada una un hijo joven. El de la primera era Basiano; el de la otra, Alexiano.

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