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Authors: Mary Kirchoff & Steve Winter

Tags: #Fantástico

El incorregible Tas (41 page)

Habían pasado sólo dos días desde que sostuvieron la funesta batalla con el mago. Tas, Flint, Tanis, Rostrevor y Selana habían regresado con los faetones supervivientes a su pueblo de pináculos. Allí, las criaturas aladas habían incinerado los cadáveres de sus guerreros muertos en la tradicional ceremonia del crepúsculo, en la que se ofrecieron sus valientes espíritus al sol poniente. Tras una noche de descanso y muchas palabras de agradecimiento por parte de unos y otros, habían partido para escoltar a Rostrevor hasta Tantallon y a Selana hasta el mar.

—Cielo rojo crepuscular, alegra a los hombres del mar —musitó el enano, refiriéndose al reflejo del cielo en el agua—. Significa que mañana hará un día maravilloso. Nunca falla.

La elfa marina contempló a sus nuevos amigos.

—Casi siento perdérmelo —dijo, mientras seguía con la yema del dedo el contorno de las gemas del brazalete que adornaba su muñeca. Pensó en su hermano, Semunel, y en la alegría que proporcionaría a su familia al regresar con el brazalete. Tendría que contarles muchas cosas—. Casi —repitió—. He de marcharme pronto. Las mareas y todo lo demás, ya sabes… —dijo en voz baja.

Flint dejó de tallar la madera.

—Sí, supongo que tienes que partir. —Sostuvo en alto la figurilla de la gaviota para examinarla. Le dio un último toque a la talla y se la entregó a Selana—. No es gran cosa, y está muy lejos de ser una de mis mejores obras, pero me gustaría regalártela para que te acordaras… —Enmudeció al comprender de repente que tal vez a la joven no le gustara recordar los sucesos de los últimos días.

Selana sonrió y sostuvo la frágil figurilla del ave sobre la palma de la mano.

—Me sentiré muy honrada de poseer una obra original Fireforge. Ya sabes que el brazalete no es para mí.

—Gracias, pequeña, por no…

—No, Flint. —La elfa silenció la disculpa del enano por haber perdido el brazalete dándole un beso en la rubicunda y barbuda mejilla—. Soy yo quien debe darte las gracias. Me has enseñado mucho en muy poco tiempo.

Con un hondo suspiro, Selana se incorporó del improvisado banco y desabrochó la prenda corta, toscamente hilada, que los faetones le habían dado para reemplazar el ligero vestido con el que la había ataviado Balcombe, y la dejó caer en la arena. Ató la figurilla al ceñidor de su túnica corta. Flint se puso de pie, e hizo una leve mueca de dolor al sentir un pinchazo en el hombro herido.

—Tas, Tanis —llamó—. Selana se marcha.

El semielfo se dio media vuelta y se quedó cerca de la orilla. Tasslehoff corrió hacia donde se encontraban, con una expresión de tristeza plasmada en el semblante.

—¿Tienes que irte tan pronto? No hemos tenido ocasión de hacer muchas cosas, aparte de matar monstruos y salvar la vida.

Selana sonrió al kender.

—Pues claro que tiene que marcharse, cabeza de chorlito. Su hermano y toda la nación dragonesti la esperan —refunfuñó el enano, a quien la tristeza lo hacía ser más gruñón de lo habitual.

—¡Oye, quizá pueda acompañarte! —propuso Tas, con una súbita expresión de júbilo iluminándole el rostro—. ¡Podría tomarme otra poción!

—Me temo que no, Tas —dijo Selana—. Me espera un viaje largo y agotador que tú no resistirías. Además, son tiempos turbulentos los que vive ahora mi reino. —Al advertir la desilusión reflejada en el semblante del kender, añadió con dulzura:— A veces el mundo es un pañuelo, Tas. Si llega la ocasión de que alguien pueda hacernos una visita, tengo la corazonada de que ése serás tú.

Tasslehoff sonrió de oreja a oreja ante el encubierto cumplido.

—Vamos, ponte en marcha —dijo el enano, tomándola del brazo con actitud paternal. La condujo hasta donde aguardaba Tanis.

Los ojos del semielfo y de la elfa marina se encontraron. Con el estilo sin palabras de todos los elfos, Tanis le confesó la recién descubierta admiración que sentía por ella y le pidió disculpas por su anterior intolerancia. Selana le agradeció que la hubiese ayudado a comprender lo equivocado de su actitud intransigente y obstinada. Siguiendo un impulso, le acarició con suavidad la mejilla.

—Muy hermoso —susurró.

Sonrojado hasta la raíz del cabello, Tanis tomó su mano en la suya y sonrió. Selana tragó saliva con esfuerzo para quitarse el nudo que le oprimía la garganta. Luego, sin volver la vista atrás, se metió en las tibias aguas del Nuevo Mar. Caminó hasta que las suaves olas teñidas de rosa y naranja chapotearon sobre su cabeza.

—¡Mirad! —chilló excitado Tas unos segundos después.

Flint y Tanis siguieron con los ojos el índice extendido del kender hasta un punto cercano al horizonte, donde un delfín saltaba en un grácil arco por encima de la superficie.

Los tres amigos observaron en silencio hasta que el delfín desapareció bajo las aguas. Sólo entonces se dieron media vuelta.

—Bueno, ¿adonde iremos ahora? —preguntó el kender.

Echó a andar con las manos metidas en los bolsillos de las polainas. Sus dedos rozaron algo frío y duro. Al sacarlo, la luz del sol poniente se reflejó sobre una moneda de dos caras.

—¿De dónde ha salido esto y cómo ha venido a parar aquí? —se preguntó en un susurro.

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