El jardín de las hadas sin sueño (3 page)

Read El jardín de las hadas sin sueño Online

Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

—No está mal… Siempre que incluyas en el pack a una pecosa diabólica.

Emma sonrió satisfecha y bromeó:

—Ni lo sueñes. A mí que no me busquen en una cabaña perdida, ¡Qué vida más aburrida!, ¿verdad, Alice?

—Hay destinos peores —dije con tristeza al recordar mis días en la cabaña del diablo.

—Pues a mí me toca adivinar el tuyo —me dijo Miles.

El novio de Emma me dirigió una mirada traviesa. Sin embargo, poco a poco su semblante se fue ensombreciendo.

—Acabo de tener una visión extraña. He visto un bosque… Y a ti… como una caperucita moderna, huyendo de algo entre los árboles.

Tuve que contener el aliento para no soltar un grito. ¿Cómo podía haber visto algo así? ¿Un bosque? ¿Yo huyendo?

A los pocos segundos entendí de dónde provenía su inspiración. Su mirada se había detenido en mi lámina del ciervo. Aun así, parecía sobrecogido por la visión. No pude evitar estremecerme.

—No me hagas mucho caso, Alice. Nunca he sido un visionario.

—Vamos, Caperucita, ¿cómo seré yo dentro de diez años? —preguntó Emma entusiasmada—. Habla, me muero por saberlo…

Cerré los ojos un instante para concentrarme en mi predicción. No era tan difícil: Emma estudiaba marketing y adoraba la música

Su sueño era recorrer mundo como mánager de algún grupo siniestro… Estaba harta de oírselo decir. Sin embargo, cuando me disponía a repetir sus palabras, un fogonazo cruzó mi mente.

Después, una pantalla negra.

¿Significaba aquello que no había futuro para mi amiga? Aterrada por mi propia predicción, balbuceé una disculpa.

—Lo siento. Hoy no estoy muy inspirada.

De camino al Honey Trap, el local en el que debíamos celebrar el aniversario de Emma, entendí por fin el sutil mensaje de peligro que se escondía tras el nombre del local y en las galletas de té. Que la miel estuviera tan presente justo el día que había sentido aquella corriente en la espalda no era más que una señal de que algo terrible iba a suceder. La centenaria miel había despertado mi instinto. Y ahora por fin lo comprendía.

Por desgracia, en aquel momento el peligro estaba ya demasiado cerca para esquivarlo.

Feliz no cumpleaños

U
na densa niebla nos sorprendió cuando caminábamos por las calles mojadas de Londres hacia Notting Hill. La luz tenue de las farolas apenas iluminaba nuestros pasos.

El Honey Trap se encontraba al norte de Kensington, a unos dos kilómetros de la residencia. Antes de que la bruma cubriera por completo la noche, habíamos decidido dar un paseo y atajar por algunas callejuelas.

Observé cómo las tinieblas engullían a Emma y a Miles, que caminaban abrazados varios pasos por delante de James y de mí.

Los malos presagios de aquella tarde y el hecho de que apenas pudiéramos ver a pocos metros de nuestras narices hicieron que me tensara.

—¿Estás bien? —me preguntó James.

—Sí… Pensaba que lo de la niebla londinense era un tópico, pero fíjate en todo este humo… parece que estemos en un decorado de Sherlock Holmes.

—Elemental, querida Alice —respondió James haciendo una graciosa reverencia con su paraguas—. Aunque estos callejones solitarios son más propios de Jack el Destripador No sería de extrañar que nos sorprendiera en cualquier momento con su cuchillo de carnicero.

Lo dijo tan serio que tuvo que darme una palmadita en la espalda para que entendiera que estaba haciendo gala de su humor inglés.

—Hoy hay mucha humedad y por eso se ha formado niebla, pero la bruma blanca a la que tú te refieres es del siglo pasado y se llamaba
smog
. Era una mezcla de humedad londinense (
fog
) y humo de la revolución industrial (
smoke
). En 1952, una gran niebla de smog paralizó la ciudad. Los hospitales no daban abasto para atender a las víctimas.

—¿En serio?

—Imagina el caos. Los conductores dejaban abandonados sus coches en la calle porque no podían ver ni siquiera dentro de él. Tuvieron que encender antorchas para alumbrar las ambulancias.

Me quedé unos segundos pensando en toda aquella gente desorientada y ciega por la bruma. Yo había sufrido un episodio parecido en el bosque. La niebla había sido la culpable de que me perdiera en el monte. Después, la noche me había sorprendido justo antes de caer en aquella trampa para ciervos.

Al llegar a Ladbroke Road, las luces de varios restaurantes y pubs disiparon un poco la bruma blanca y mis negros pensamientos.

Aun así, hacía frío y no pude evitar que mis dientes castañetearan.

—Estás helada. —-James tomó mi mano y la metió en el bolsillo de su gabardina.

Agradecí ese gesto. Su mano cálida y sus dedos firmemente entrelazados a los míos me hicieron sentir bien.

—Milady, os tengo en el bolsillo.

Su forma solemne de bromear me hizo sonreír.

—Deberías hacerlo más a menudo.

—¿El qué?

—Sonreír. Te sienta bien.

—Últimamente no he tenido muchos motivos —confesé —Pero ahora estás sonriendo.

—Sí.

—¿Estás insinuando que yo soy el motivo de que vuelvas a son reír? —preguntó con escepticismo—. Si esto es una declaración, Alice, más vale que sepas algo.

—No, no, yo solo quería decir que…

—Tú también me gustas —me cortó.

Lo miré perpleja.

Su rostro, enmarcado bajo su boina inglesa, no expresaba ningún tipo de emoción. Podía haber dicho «Está lloviendo» con la misma falta de efusividad. Aunque encontraba cierto encanto en su formalidad y en su humor británicos, sus palabras me inquietaron.

—James, no soy quien tú crees.

—Yo tampoco.

Aquella respuesta me desconcertó.

—Soy un descendiente directo de Jack el Destripador. Y tengo mucho interés en tocar tu corazón. —Arqueó una ceja—. En sentido literal. Ya sabes…

Me guiñó un ojo y solté una carcajada.

El Honey Trap era un lugar elegante. En especial si lo comparaba con el antro que frecuentaba con Emma para tomar unos sándwiches y unas pintas.

Las paredes ocre contrastaban con el tapizado añil de las butacas. Del techo pendían unas enormes lámparas de araña. En aquel momento, las notas de un viejo piano inundaban la sala.

El maître nos condujo hasta una mesa adornada con velas encendidas y un ramillete de violetas. Aunque eran muy distintas a las laureanas que crecían bajo el lago de Bosco, el color de aquellas flores me remitió de nuevo a mi ermitaño.

Frené en seco mis pensamientos. No tenía sentido torturarme de esa manera en una noche como aquella. Yo ya no era Clara, era Alicia. Y no estaba en la Dehesa con Bosco, sino en un restaurante de Notting Hill con mis nuevos amigos. Lo más razonable era disfrutar del momento y dejar de soñar con fantasmas del pasado.

Miles alzó la copa y propuso un brindis:

—Por ti, Emma y por tu diecinueve cumpleaños. —Y a continuación le dio un sobre rojo.

—Uau, ¡un viaje a París! —Un brillo de felicidad iluminó sus ojos mientras sostenía los dos billetes de avión.

—Salimos mañana —dijo Miles—. Pero hay algo más…

Emma rebuscó en el sobre. Sus uñas pintadas de negro dieron con unas entradas. Antes de saltar a los brazos de su novio, profirió tal grito que provocó nuestras risas y las miradas de todo el restaurante.

—¡Los Bella Morte en concierto!

Parecía muy emocionada con la sorpresa. Tuvo que pestañear con rapidez un par de veces para evitar las lágrimas.

Sentí cierta envidia al imaginármelos de viaje por París, compartiendo un concierto, un paseo por la ciudad… y el tipo de cosas que suelen hacer juntos los enamorados. Me entristeció darme cuenta de lo lejos que estaba yo de todo aquello.

Noté cómo James me miraba.

—¿Qué se puede cenar en un lugar como este? —pregunté mientras me escondía tras la carta abierta para disimular.

—Cocina tradicional inglesa —contestó Miles con cierto orgullo —No sabía que eso existiera —bromeé—. ¡Oh, perdón! Será mejor que alguien me aconseje… Vuestra cocina es tan rica y variada que no sé si decantarme por el Fish and Chips o por el Chips and Fish.

—Muy graciosa, Alice —dijo Emma—. Si hubieras prestado más atención a nuestra gastronomía y menos a nuestro humor irónico, ahora sabrías qué pedir.

—Si no me arrastraras siempre a los mismos pubs grasientos… —me defendí con sorna.

Mi amiga me lanzó su servilleta antes de decir:

—Pues que sepas que aquí hacen los mejores crumbles de toda la ciudad. Además, agradece que James invita esta noche y no seas tonta: pídete lo más caro de la carta.

—Es mi regalo de cumpleaños, Emma. Podéis pedir lo que queráis. —Pero eso no es justo —dije al ver los precios desorbitados de la carta—. Hoy no es mi cumpleaños.

—Entonces, ¡feliz no cumpleaños, Alice! —dijo James quitándose la boina.

Aquella frase de
Alicia a través del espejo
me hizo sonreír de nuevo. El hecho de quejamos llevara gorra me recordó a otro personaje de Lewis Carroll.

—Gracias, sombrerero loco —dije—. Y ahora, ¿podrías pedir alguna delicia inglesa para mí?

James me sorprendió con
kedgeree
de primero, un revoltillo a base de pescado ahumado, arroz hervido, huevo, mantequilla, especias y nata. Y
toad in the hole
de segundo. Mientras saboreaba ese budín salado relleno de salchichas horneadas, observé cómo Emma y Miles se levantaban y se dirigían a la pista de baile. Vestidas de negro, las figuras góticas de mis dos amigos desentonaban con el resto de las parejas que también se mecían al ritmo suave de una balada al piano.

Me fijé en el pianista. Era rubio y llevaba el pelo recogido en una coleta. Observé cómo algunos mechones se habían soltado y danzaban al compás de su melodía. Aparté la mirada de él para no pensar de nuevo en lo mismo. ¿Por qué todo tenía que recordarme dolorosamente a Bosco?

—Te pediría que bailaras conmigo —la voz de James sonó casi como un susurro—, pero creo que tus pies me agradecerán que no lo haga.

—Yo tampoco sé bailar.

De pronto, James acercó su silla y extendió los puños.

—Elige uno.

Escogí uno al azar intrigada por aquel juego infantil. Había supuesto que contendría un caramelo o algo similar. Pero al abrir la mano, una sortija con una piedra verde brilló en su palma.

—¿Qué es eso?

—Un pequeño aro para el dedo. También lo llaman «anillo» —bromeó.

—Quiero decir… ¿Por qué me lo das? —pregunté sin atreverme a cogerlo.

James tomó mi mano y lo deslizó en mi dedo.

Es mi regalo de no cumpleaños.

Solté la mano para mirarlo con atención. Me pareció que era una joya valiosa y que, muy a mi pesar, quedaba maravillosamente bien en mi dedo.

—Era de mi abuela.

—No puedo aceptarlo —contesté sorprendida.

—No te lo tomes a mal, pero siempre he estado esperando a alguien que lo mereciera.

Miré a James y sonrió. Cuando lo hacía, ponía cara de niño travieso; sus ojos centelleaban y se le marcaba un hoyuelo en la mejilla izquierda. Tenía ante mí a un chico guapo, atento e inteligente. Sus atenciones me halagaban, pero, para ser honesta conmigo misma, no sentía nada ni remotamente parecido a lo que Bosco despertaba en mí.

Los aplausos rompieron aquel momento de intimidad entre los dos. Y justo cuando Emma y Miles volvían a la mesa, el pianista comenzó a interpretar otra pieza.

De pronto, el público enmudeció. Era imposible escuchar esa hermosa melodía sin sentir una opresión en el pecho.

A mí me bastaron los primeros acordes para reconocerla y emocionarme. Pero también para sobrecogerme.

Aquella canción había sido compuesta para ahuyentar el miedo y, sin embargo, yo hacía meses que no me sentía tan asustada.

¿Cómo era posible que el pianista la conociera?

Era la canción de Bosco.

El pianista

I
ntenté incorporarme, pero solo conseguí alzar levemente la cabeza. Las manos de James me obligaron con suavidad a tenderme de nuevo.

Me había desmayado.

Noté el suelo frío en mi espalda. Las paredes daban vueltas a mi alrededor y me pitaban los oídos. Cerré los ojos y respiré de forma acompasada por la boca mientras frenaba el impulso de vomitar. Emma me abanicaba con una servilleta.

El mareo y las náuseas empezaron a remitir. Al abrir los ojos vi varias personas a mi alrededor. Junto a mis amigos, estaban el maître y una camarera con delantal negro.

—Alice, ¿estás bien? —me preguntó Emma.

—Sí… Solo me duele un poco la cabeza.

—Agradécele a James que no te la hayas abierto. De no ser por sus reflejos, te hubieras comido el suelo.

—Debería verla un médico. —La voz de James sonó preocupada,

—Estoy bien —susurré mientras me levantaba lentamente con su ayuda.

—Estás muy pálida —dijo él—. Conozco a un médico cerca de aquí, en Bayswater. Es amigo de mi padre y no le importará echarte un vistazo.

Negué con la cabeza.

Solo estaba algo aturdida e impresionada. Escuchar aquella canción me había noqueado. Esas notas habían sido compuestas por mi ángel en su bosque solitario. No tenía ningún sentido que aquel pianista inglés la reprodujera sin alterar ni un solo acorde.

De repente me di cuenta de algo: la canción de Bosco ya no sonaba. El piano había enmudecido.

—¿Dónde diablos está? —pregunté nerviosa al ver su banqueta vacía.

Mis amigos me miraron sorprendidos.

—¿Quién? —preguntó Emma.

—El pianista. ¿Dónde se ha metido?

—Se acaba de ir —respondió la chica del delantal negro—. Hoy era su último día en el Honey Trap.

Ante la mirada atónita de mis amigos, murmuré algo parecido a una disculpa, cogí mi abrigo y corrí desesperada hacia la salida. Todavía me sentía algo débil y estuve a punto de perder el equilibrio al chocar contra una silla.

Emma me agarró del brazo cuando ya estaba junto a la puerta.

—¿Qué pasa, Alice? ¿Adónde demonios vas?

—Ahora no puedo explicártelo —le dije con voz lastimera— pero te prometo que luego…

Mi amiga me lanzó una mirada cargada de reproche antes de soltarme.

No había tiempo para explicaciones. Necesitaba hablar con aquel chico y temía perderle la pista.

Al salir, vi su melena rubia doblar la esquina en dirección a Notting Hill Gate. Agradecí que el aire fresco de la noche hubiera disipado la niebla y caminé a su encuentro. Me giré varias veces temerosa de que James o Emma vinieran tras de mí. Les había dado un buen susto con mi desmayo y no descartaba que me siguieran. Por suerte, no ocurrió. Me entristecí al pensar que su preocupación podía haberse transformado en enfado. No había sido muy considerado por mi parte plantarles de aquella manera… Pero ¿qué otra cosa podía hacer?

Other books

The Quality of the Informant by Gerald Petievich
Promise: Caulborn #2 by Nicholas Olivo
Bangkok Hard Time by Cole, Jon
Alchemy by Maureen Duffy
A Christmas to Bear by Wilder, Carina
Children of the Knight by Michael J. Bowler
Billie by Anna Gavalda, Jennifer Rappaport